Esperanza para el Quebrado
De Libros y Sermones BÃblicos
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Última versión de 04:43 23 may 2012
Por Burk Parsons sobre Matrimonio
Traducción por Maria Clara Canzani
Todos los hogares son disfuncionales porque todos somos pecadores. No hay una familia perfecta de este lado del cielo, y si fuéramos padres perfectos, ni nosotros ni nuestros hijos necesitaríamos un Salvador. Cuando consideramos el estado de la familia a comienzos del siglo veintiuno, nuestra tendencia es reflexionar nostálgicamente sobre días idílicos que imaginamos en generaciones pasadas cuando las familias no eran perfectas pero estaban muy cerca de serlo, o así nos gusta pensar.
Como personas caídas, nacidas en familias caídas, y que viven en un mundo caído, la simple verdad es que nunca hubo un tiempo en que las familias no fueran disfuncionales. Para ver esto, no necesitamos observar el mundo que nos rodea ni la historia del mundo, todo lo que tenemos que hacer es mirar a la iglesia y a cada familia de las Escrituras — desde la familia asesina del hijo de Dios, Adán, hasta el hijo de Dios, Israel, o la abrumadora disfunción de las familias registradas en la genealogía de Jesús. Por lo tanto, no podemos idolatrar a las familias del pasado o del presente, todas pecadoras, y no podemos transformar a nuestras propias familias o a las familias de los demás en dioses terrenales que pueden cubrir cada una de nuestras necesidades y ser la fuente primordial de nuestra alegría, paz y confort.
Esto no quiere decir, sin embargo, que en las Escrituras y en nuestros propios días no haya ejemplos de familias que honran a Dios, porque sin duda las hay, pero quiere decir que no hay familias perfectas que no necesiten desesperadamente saber, creer y aplicar el evangelio de Cristo. Aunque la curación perfecta sólo existirá en nuestro hogar eterno, nuestra esperanza presente para nuestros hogares quebrados es la redención, el perdón, la reconciliación y la transformación del evangelio de Dios para el pueblo de Dios.
Conocemos el contenido del evangelio, pero no somos capaces de confiar en las promesas de Dios en el evangelio, y no somos capaces de aplicar individualmente las promesas del evangelio de Dios en nuestras vidas, con lo que a su vez afectamos a nuestras familias. Por ejemplo, como hombres, a veces pensamos que todo lo que tenemos que hacer para criar buenos hijos es simplemente ser buenos padres, cuando de hecho, lo que cada niño necesita ante todo es ver cómo su padre ama a su madre con un amor arrepentido, paciente y expiatorio que no sólo jura morir por ella (y es probable que nunca tengamos la oportunidad de hacerlo) sino que se esfuerza en vivir para ella cada día, que es precisamente lo que Jesús hizo por nosotros. Nuestro Señor no se limitó simplemente a venir y morir, Él también vivió por nosotros. Cuando creamos y apliquemos el evangelio, no necesitaremos pretender que estamos libres de pecado sino que seremos libres de arrepentirnos de nuestros pecados y pedir perdón cuando veamos al Hijo fiel y verdadero de Dios, Jesús, el autor y perfeccionador de nuestra fe.
Dios demostró Su amor hacia nosotros al enviarnos a Su Hijo a vivir y morir por nosotros, y como hombres debemos demostrar nuestro amor a nuestras familias señalándoles a Jesucristo cuyo amor por nosotros nunca cambia. Y aunque lo escuche todo el tiempo, no existe algo como el “desamor.” Las parejas cristianas nunca se desenamoran, dejan de estar arrepentidas. La esperanza del evangelio para nuestros hogares rotos está en nuestros corazones quebrados y contritos que se encomiendan diariamente a Jesucristo y Su quebrantamiento por nosotros en la cruz como nuestro Salvador y Señor.
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