Ningún pastor es mayor que su maestro
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Revisión de 15:29 13 nov 2012
Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral
Traducción por David Acuña Astorga
Mientras usted se responde estas preguntas de diagnóstico, recuerde la gracia que le libera y le permite mirarse a sí mismo y a su ministerio con humildad y honestidad.
- ¿Hay evidencias de gloria propia en el ministerio de usted?
- ¿Es usted más dominante de lo que debería ser?
- ¿Falla usted al escuchar cuando debería hacerlo?
- ¿Intenta usted controlar las cosas que no necesita controlar?
- ¿Encuentra usted dificultad al delegar el ministerio a otros?
- ¿Cuándo se siente usted tentado a hablar más de lo necesario?
- ¿Fracasa usted al reconocer y estimar los dones de otros?
- ¿Se siente usted incapaz de examinar su debilidad y de admitir sus fracasos?
- ¿Se siente usted tentado a considerarse a sí mismo más esencial de lo que realmente es?
- ¿Se preocupa demasiado usted por el respeto, la estima y el aprecio de otras personas?
- ¿Encuentra usted más fácil confrontar que recibir confrontación?
- ¿Se siente usted menos que agradecido por los compañeros de ministerio a los que Dios le ha conectado?
- ¿Se siente usted demasiado seguro de su propia fortaleza y sabiduría?
Modelo Cristológico
Hay un momento asombroso de gracia instructiva y sumisa en las vidas de Jesús y de los discípulos que devasta la gloria propia y define el tipo de humildad que debería estar anclado a los corazones de todos los pastores y que debería formar el estilo de vida de sus ministerios.
"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó* de la cena y se quitó* su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó* agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida. Entonces llegó* a Simón Pedro. Este le dijo*: Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? Jesús respondió, y le dijo: Ahora tú no comprendes lo que yo hago, pero lo entenderás después. Pedro le contestó*: ¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Simón Pedro le dijo*: Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo*: El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, pero no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No todos estáis limpios.
Entonces, cuando acabó de lavarles los pies, tomó su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. En verdad, en verdad os digo: un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis esto, seréis felices si lo practicáis. (Juan 13:1-17).
Este es uno de esos momentos en la vida de Jesús que es tan increíble, tan en contra de toda lógica, que es casi imposible comprenderlo y mucho menos capturarlo en palabras. Jesús se encuentra, en ese momento final, con sus discípulos en ese cuarto arrendado. Es un momento santo en el que se declara sí mismo como el Cordero de Pascua. Debido a que el cuarto es arrendado, no hay un sirviente de pie con un jarro, un cuenco y una toalla para lavar los pies de Jesús y de sus discípulos. Por supuesto, los discípulos, llenos de egolatría, demasiado pendientes de su poder y de su posición en el reino, eran demasiado orgullosos para hacer aquel trabajo.
Esta tarea devaluada pero culturalmente esencial no fue asignada a ningún sirviente. Es claro que, en los tiempos del Nuevo Testamento, existían muchos niveles de autoridad y responsabilidad en la cultura de la servidumbre. Había sirvientes que se encargaban de todas las tareas domésticas y había sirvientes que vivían la vida denigrante de un esclavo. El trabajo de lavar los pies sucios de las personas que iban a disponerse a comer estaba reservado para los esclavos más bajos y a los que menos se les tomaba en cuenta. De ninguna manera los discípulos iban a rebajarse a la posición de estar uno en frente del otro, al menos no mientras estaban compitiendo por la grandeza del reino.
Verdadera identidad y misión
Pero esa era la intención exactamente. Y es muy importante entender que él sabía exactamente quién era y cómo esto se conectaba a su verdadera identidad y misión. Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó..." Este impresionante acto de amor humilde no provino de que Jesús haya olvidado quién era, sino que provino de que recordó quien sí era. Esta era la misión santa del Salvador. Él debe estar dispuesto a internarse en la condición humana más baja, a hacer la cosa más devaluada y a dejar ir sus derechos de posición para que nosotros podamos ser redimidos. Era un llamado santo y de lo alto, y era la única forma.
Su identidad como el Hijo de Dios no le llevó a ser arrogante y orgulloso, reticente a hacer lo que se necesitaba para que se lograra la redención. Su identidad no le hizo pensar que era demasiado bueno para la tarea. No, su identidad le motivó y le impulsó a hacer lo que los discípulos creían que era muy bajo para ellos. La gracia de esta humildad es la esperanza de usted para enfrentar la siempre presente tentación de la gloria propia en su ministerio.
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