Su ministerio no es su identidad
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Última versión de 15:44 13 nov 2012
Por Paul Tripp sobre Ministerio
Traducción por David Acuña Astorga
Yo era su pastor mientras su vida y su ministerio se estaban destruyendo y yo no tenía conocimiento de esto. Me encantaría poder decir que mi experiencia pastoral es única, pero he llegado a aprender, a través de cientos de viajes a otras iglesias de todo el mundo, que lamentablemente no es así.
Ciertamente, hay detalles que son únicos, pero yo veo, en muchos pastores, la misma incoherencia entre la persona pública y el hombre en el aspecto privado. He escuchado tantas historias que contienen tantas confesiones que lamento el estado de la cultura pastoral de nuestra generación. El ardor que produce esta preocupación, sumado a mi conocimiento y experiencia de la gracia transformadora, me lleva a escribir este artículo.
Hubo tres ideas subyacentes que operaron en mi vida y he observado estas mismas ideas en las vidas de muchos pastores con los que he hablado. Las examinaré en este artículo y en el de la semana siguiente. Desempacar estas ideas nos ayuda a examinar dónde la cultura pastoral puede ser menos que bíblica y a considerar las tentaciones residentes en el ministerio pastoral o intensificadas por éste.
Yo dejo que mi ministerio defina mi identidad
Siempre lo digo de esta forma: “Nadie es más influyente en tu vida que tú mismo, pues nadie te habla más que tú". Aunque no nos demos cuenta, mantenemos una conversación interminable con nosotros mismos. Lo que nos decimos forma nuestra vida. Usted está en constante conversación con usted mismo acerca de su identidad, espiritualidad, funcionalidad, emocionalidad, mentalidad, personalidad, etc. Usted está predicándose constantemente algún tipo de evangelio. Usted se predica a su mismo un antievangelio que trata sobre su propia justicia, poder y sabiduría o se predica el verdadero evangelio de necesidad espiritual profunda y de gracia suficiente. Se predica un antievangelio de soledad e incapacidad o se predica el verdadero evangelio de presencia, provisiones y poder de un Cristo omnipresente.
Es precisamente en medio de esta conversación que usted se habla sobre su identidad. Siempre nos estamos asignando algún tipo de identidad. Sólo hay dos lugares a los que mirar. Obtendré mi identidad verticalmente, a partir de quién soy yo en Cristo, o lo haré horizontalmente, a partir de las situaciones, experiencias y relaciones de mi vida cotidiana. Esto es así para todos, pero estoy convencido de que los pastores son particularmente tentados a buscar sus identidades de manera horizontal.
Esto es parte de la razón para la tremenda incoherencia entre mi vida pública de ministerio y mi vida familiar privada. El ministerio se había vuelto mi identidad. No pensaba en mi mismo como un hijo de Dios con una necesidad diaria de gracia, en medio de mi propia satisfacción, todavía luchando con el pecado y con la necesidad del cuerpo de Cristo, y llamado al ministerio pastoral. No, pensaba en mí mismo como un pastor. Eso es todo. La oficina pastoral era más que un llamado y un grupo de dones entregados por Dios que había reconocido el cuerpo de Cristo. Ser pastor me había definido.
Una visión diferente a nivel de calle
Permítame explicar las dinámicas espirituales. En formas que todavía no había podido ver o entender, mi cristianismo había dejado de ser una relación. Sí, sabía que Dios era mi Padre y que yo era su hijo, pero las cosas se veían diferentes a nivel de calle. Mi fe se había vuelto un llamado profesional. Se había convertido en mi trabajo. Mi rol como pastor había moldeado la forma en que me relacionaba con Dios. Había moldeado mis relaciones. Yo estaba destinado al desastre y, si no hubiese sido la ira, otra cosa habría revelado mi situación difícil.
No me sorprenden los pastores amargados con dificultades sociales, con relaciones desordenadas y disfuncionales en sus hogares y relaciones tensas con miembros de su equipo y que tienen pecados secretos y sin confesar. Nos es cómodo definirnos a nosotros mismos en una forma menos que bíblica. Nos acercamos a Dios como si no tuviéramos necesidades, así que estamos menos que abiertos al ministerio de otros y a la convicción del Espíritu. Esto chupa la vida del aspecto devocional de nuestro caminar con Dios. La adoración sensible y de corazón es difícil de lograr para una persona que considera que ya la ha logrado. Nadie celebra la presencia y la gracia del Señor Jesucristo más que la persona que se sujeta de su necesidad diaria y desesperada de Él.
Sé que no es sólo mi caso. Muchos otros pastores han desarrollado hábitos espirituales traicioneros. Se contentan con una vida devocional inexistente constantemente secuestrada por la preparación. Se sienten cómodos viviendo fuera o por encima del cuerpo de Cristo. Son prontos a ministrar pero no muy abiertos a recibir. Hace mucho que dejaron de verse a sí mismos con precisión y, por eso, tienden a recibir la confrontación en el amor de una mala manera. Y tienden a llevarse esta identidad única a su casa, lo que les hace menos que humildes y pacientes con sus familias.
Usted es más afectuoso, paciente, amable y gentil cuando se da cuenta de que necesita desesperadamente cada verdad que le puede proveer a otros. Usted es más humilde y amable cuando se da cuenta que la persona a la que le está ministrando es más como usted que diferente de usted. Una vez que usted se ha insertado en otra categoría que le hace pensar que ya ha llegado a la meta, es muy fácil ser juicioso e impaciente.
Poner las reglas claras
Una vez escuché a un pastor verbalizar este problema muy bien. Mi hermano Tedd y yo estábamos en una gran conferencia de vida cristiana, escuchando a un pastor muy conocido hablar acerca de la adoración familiar. Contaba historias acerca del celo, de la disciplina y de la dedicación de los grandes padres de nuestra fe respecto de la adoración familiar y personal. Retrataba impresionantes imágenes sobre sus devocionales privados y familiares. Creo que todos nosotros pensábamos que era muy condenatorio y desalentador. Yo podía sentir el peso de la carga de la multitud a medida que escuchaba. Me decía a mí mismo “confórtanos con tu gracia, confórtanos con tu gracia”, pero la gracia nunca llegó.
En el camino de vuelta al hotel, Tedd y yo nos fuimos con el orador y con otro pastor, que era nuestro conductor. El pastor-conductor sentía claramente la carga y le hizo al orador una pregunta brillante. “¿Qué le diría a un hombre de su congregación que se le acercara y le dijera “Pastor, sé que se supone que tenga devocionales con mi familia, pero las cosas son tan caóticas en mi casa que apenas puedo levantarme de mi cama, alimentar a mis hijos y enviarlos a la escuela que no sé su alguna vez pueda hacer devocionales también”? (La siguiente respuesta no es inventada ni fue mejorada de ninguna forma). El orador respondió que le diría a esa persona: “Yo soy pastor, lo que significa que llevo más cargas de muchas más personas que tú, y si yo puedo hacer devocionales familiares diarios, tú también deberías poder". No hubo ninguna identificación con el problema del hombre. No hubo ninguna ministración de gracia. Sin compasión o entendimiento, él puso las reglas claras incluso de manera más firme.
Yo me enojaba a medida que escuchaba su respuesta, hasta que recordé que yo había hecho lo mismo una y otra vez. En casa, era demasiado fácil para mí repartir juicio mientras era demasiado tacaño para repartir la gracia. Esta categoría única de identidad como pastor no sólo definía mi relación con otros, sino que también estaba destruyendo mi relación con Dios. Mientras estaba ciego a lo que sucedía en mi corazón, yo era orgulloso, inaccesible, defensivo y estaba demasiado cómodo. Era un pastor, así que no necesitaba lo que otras personas necesitaban.
Para ser claro, a nivel conceptual y teológico, podría haber discutido que todo esto eran tonterías. Ser pastor era mi llamado, no mi identidad. Mi identidad comprada en la cruz es la de hijo del Dios Altísimo. Mi identidad era la de miembro del cuerpo de Cristo. Mi identidad era la de hombre en medio de su propia santificación. Mi identidad era la de un pecador que todavía necesita ser rescatado, transformado, empoderado y libertado por la gracia.
No me daba cuenta de que buscaba horizontalmente lo que Cristo ya me había dado, cosechando malos frutos en mi corazón, ministerio y relaciones. Había dejado que mi ministerio se volviera algo que nunca debió ser (mi identidad) y lo miraba para obtener lo que nunca me podía dar (sentido interior de bienestar).
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