El hacendado generoso
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Última versión de 12:53 14 mar 2013
Por Jerry Bridges sobre Parábolas
Traducción por Juan Pablo Molina Ruiz
La división en capítulos de la Biblia es muy útil ya que nos permite guiarnos por las Escrituras. A veces, sin embargo, esa división puede hacer que la comprensión de un pasaje sea difícil, si nos lleva a observarlo fuera de su contexto. Esto sucede con frecuencia con la parábola de los obreros de la viña (Mateo 20: 1-16). Debido a la división de capítulo al final de Mateo 19, no logramos comprender la parábola en su contexto de la enseñanza de Jesús en 19:16–30.
Como esa sección de Mateo ya se trató en otro artículo, no la analizaremos ahora, salvo para observar que el motivo de la parábola es la pregunta de Pedro en Mateo 19:27: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué, pues, recibiremos?”. Al igual que muchos de nosotros hoy en día, Pedro creía que su relación con Dios se basaba en el mérito, y andaba sumando sus puntos de mérito.
La parábola es parte de la respuesta de Jesús a Pedro, la cual empieza en el capítulo 19, versículo 28. Podemos resumir el mensaje de la parábola en el siguiente enunciado: El principio imperante en el reino de los cielos no es el mérito, sino la gracia. Entendemos perfectamente este principio en el contexto de nuestra salvación. Conocemos las palabras de Pablo: “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, …no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8–9), pero muchos creyentes asumen que con nuestras obras obtenemos la bendición de Dios – y no por Su gracia.
La parábola de los obreros de la viña nos enseña, sin embargo, que no sólo nuestra salvación, sino también todas nuestras vidas Cristianas deben ser vividas según la gracia de Dios. Por consiguiente, la parábola también nos enseña dos cualidades excepcionales de la gracia: la abundante generosidad de Su misericordia, y Su soberanía para darla.
Analicemos primero la abundante generosidad de Su misericordia. El hacendado contrató obreros para su viña; al comienzo, para que empezaran a trabajar a las 6 de la mañana, y luego, de manera periódica, a las diferentes horas del día. Finalmente, contrató a algunos obreros desde las 5 de la tarde para que trabajaran una hora únicamente. Este hombre, que obviamente representa a Dios, fue justo y generoso. Fue justo con el primer grupo de obreros porque ofreció pagarles un denario, el salario habitual de un día de trabajo. Y fue progresivamente más generoso con cada grupo de obreros contratados a lo largo del día. El hacendado pudo haberles pagado lo que trabajaron, pero eligió pagarles según sus necesidades, no según su trabajo. Él pagó según la gracia, no según la deuda.
La parábola se centra especialmente en aquellos obreros que fueron contratados en la undécima hora. Fueron tratados de manera extremadamente generosa, cada uno recibió doce veces lo que había trabajado en una hora. ¿Por qué el hacendado contrató a estos obreros en la undécima hora? ¿Acaso era necesaria ayuda extra para terminar el trabajo? Como Jesús no estaba enseñando sobre agricultura judía, mas sobre el reino de los cielos, seguramente los obreros de la undécima hora fueron contratados porque necesitaban recibir un jornal. Los obreros de ese tiempo vivían una existencia por día. Por tal motivo la Ley exigía a los hacendados pagar a los trabajadores al final de cada jornada (Deuteronomio 24:15).
Así es como nos trata Dios. Una y otra vez, la Biblia describe a Dios como misericordioso y generoso, como quien nos bendice no según lo que hemos “trabajado”, sino según nuestras necesidades –y en muchos casos por encima de ellas–. Dios ya nos ha bendecido con toda bendición espiritual en Cristo Jesús (Efesios 1:3), y promete proveer a todas nuestras necesidades temporales, de nuevo en Cristo Jesús (Filipenses 4:19).
La verdad es que no podemos “ganar” nada de Dios excepto Su gracia. Como dijo Jesús en otro lugar, cuando hayamos hecho todo lo que se nos ha ordenado, digamos: “Hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho” (Lucas 17:10). No hemos obligado a Dios ni hemos ganado Sus bendiciones. Más bien, toda bendición llega a nosotros “en Cristo”, es decir, por Su gracia.
Dios, sin embargo, no sólo es generoso con Su gracia; Él es soberano al darla. Siempre hablamos de “gracia soberana”. En cierto sentido, es una expresión redundante. La gracia, por definición, es soberana. El hacendado de la viña lo expresó de la siguiente manera, “¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo que es mío?” (Mateo 20:15).
Muchas personas se molestan por la aparente injusticia del hacendado. Después de todo, parecería injusto pagar a los que trabajaron una hora lo mismo que se les pagó a quienes trabajaron doce horas completas, “quienes hubieron soportado el peso del día y el calor abrasador”. Pero los trabajadores de una hora no pensaban que el hacendado fuera injusto; por el contrario, consideraban que era muy generoso. Si nos molesta la aparente injusticia, se debe a que tendemos a identificarnos con los trabajadores de doce horas. Y cuanto más nos entreguemos a un discipulado serio, más propensos estaremos a caer en la trampa de envidiar a aquellos que disfrutan las bendiciones de Dios más que nosotros.
La verdad es que todos somos obreros de la undécima hora. Ninguno de nosotros ha estado siquiera cerca de amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente. Ninguno de nosotros ha estado cerca de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-39). Aprendamos entonces a estar agradecidos por todo lo que Dios nos da y no envidiemos las bendiciones que Él les da a los demás.
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