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Revisión de 18:23 3 may 2013
Por Tullian Tchividjian sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Analuz Pozzo Abalos
Un cambio ha tenido lugar en la iglesia Evangélica en cuanto a la manera en que pensamos acerca de la palabra de Dios y está lejos de solo una conversación de un mundo ideal. Este cambio nos afecta nuestra vida cotidiana.
En su libro Paul: An Outline of His Theology (Pablo: Una descripción de su teología), el reconocido teólogo holandés Herman Ridderbos (1909 – 2007) sintetiza este cambio que ocurrió después de Calvino y Lutero. Fue un cambio considerable pero sutil que cambió el foco de la salvación del logro externo de Cristo a nuestra apropiación interna:
Mientras en Calvino y Lutero todo el énfasis recayó en el suceso redentor que tuvo lugar en la muerte y la resurrección de Cristo, más tarde bajo la influencia del pietismo, misticismo y moralismo, el énfasis cambió a la apropiación del individuo de la salvación dada en Cristo y a su efecto místico y moral en la vida del creyente. En consecuencia, en la historia de la interpretación de las epístolas de Pablo el centro de gravedad cambió cada vez más de los aspectos forenses a los aspectos neumáticos y éticos de su oración, y así surgió una concepción completamente diferente de las estructuras que estaban en las bases de las oraciones de Pablo.
Donald Bloesch hizó una observación similar al escribir: “Entre los evangélicos, no es la justificación de lo impío (que fue el motivo principal de la Reforma) sino la santificación de lo honrado a lo que se presta mayor atención”.
Con este cambio llegó un foco renovado en la vida interna del individuo. La pregunta subjetiva “¿Qué estoy haciendo?” se transformó en una característica más dominante que la pregunta objetiva “¿Qué hizo Jesús?” Como resultado, se enseñó a generaciones de cristianos que el Cristianismo era principalmente un estilo de vida; que la esencia de nuestra fe se centraba en “cómo vivir”; que el verdadero Cristianismo estaba demostrado en el cambio moral que tuvo lugar dentro de aquellos que tenían “una relación personal con Jesús”. Nuestro desempeño continuo para Jesús, por lo tanto, no el desempeño terminado de Jesús para nosotros, se convirtió en el foco de sermones, libros y conferencias. Lo que necesito hacer y en quien necesito convertirme, se transformó en el objetivo final.
Aunque resulte difícil creerlo, este cambio de atención de “lo forense a lo neumático”, de lo externo a lo interno, ha esclavizado consecuencias prácticas.
Cuando estás al borde de la desesperación – mirando dentro del abismo de la oscuridad, experimentando una noche oscura del alma – recurrir a la calidad interna de tu fe no te traerá esperanza, rescate, alivio. Muchas veces ocurre que nuestras oraciones (y nuestro asesoramiento) equivalen a tratar de enseñarle a nadar a un hombre que se ahoga: “Chapotea más fuerte, patalea más fuerte”. Asumimos que la gente tiene el poder interno de hacer las cosas bien entonces los convertimos en ellos mismos. (Curiosamente, Martin Lutero definió pecado como “la humanidad invertida hacia adentro”). Pero, como demasiada gente sabe, cada respuesta interna colapsará debajo de ti. Volverte hacia el objeto externo de tu fe, concretamente Cristo y su trabajo finalizado en su nombre, es el único lugar para encontrar paz, reorientación y ayuda. La palabra de Dios siempre te conduce a algo, Alguien, fuera de ti en vez de a algo dentro de ti para la garantía que deseas y necesitas en momentos de desesperación y duda. La garantía que anhelas cuando todo parece desmoronarse no vendrá de descubrir el consagrado “héroe que está dentro de ti” sino de la comprensión de que no importa cómo te sientas o qué te está pasando, ya has sido descubierto por el “Héroe exterior”.
Como Sinclair Ferguson escribe en su libro The Christian Life (La vida cristiana):
La fe verdadera toma su carácter y calidad de su objeto y no de sí misma. La fe toma al hombre y lo lleva a Cristo. Su fuerza depende entonces del carácter de Cristo. ¡Incluso aquellos de nosotros con una fe débil tenemos al mismo Cristo fuerte que otros!
Por su Espíritu, el trabajo subjetivo y continuo de Cristo en mi consiste en llevarme constante y diariamente a su trabajo objetivo y completo para mí. La santificación se alimenta de la justificación, no al revés. La palabra de Dios son las buenas noticias que anuncian la devoción infalible de Cristo hacia nosotros a pesar de nuestra falta de devoción hacia él. La palabra de Dios no es una orden para aferrarse a Jesús. Más bien, es una promesa que no importa cuán débil sea tu fe en momentos de depresión espiritual, Dios siempre está aferrado a ti.
Martin Lutero tenía un término para el peligro debilitante que proviene de poner nuestra esperanza en cualquier cosa adentro de nosotros: monstrum incertitudinis (el monstruo de la incertidumbre). Es un peligro que siempre ha perturbado a los cristianos desde la caída pero especialmente a los cristianos en nuestra época altamente subjetivista. Y es un monstruo que solo puede ser destruido por las promesas externas de Dios en Jesús.
Romanos 5:1 dice: “Por lo tanto, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Esta es una paz auténtica que está construida sobre un verdadero cambio en el estado ante Dios—de ser culpables ante Dios el juez a ser honestos ante Dios nuestro Padre. Esta es la custodia objetiva de incluso el creyente más débil. Es una paz que descansa honradamente en el hecho de que ya nos hemos “reconciliado con Dios con la muerte de su Hijo” (v. 10), justificado ante Dios de una vez por todas a través de la fe en el trabajo finalizado de Cristo. Seguramente producirá sentimientos verdaderos y medidas firmes, pero esta paz con Dios que Pablo describe descansa seguramente en el trabajo de Cristo para nosotros, fuera de nosotros. La verdad es, cuánto más busco dentro de mi corazón por paz, menos es lo que encuentro. Por otro lado, cuánto más busco en Cristo y sus promesas por paz, más es lo que encuentro.
Entonces, cuando te sientas presionado por todos lados, mira para arriba. En la economía de Dios, la única salida está siempre arriba, no adentro.
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