Solo es digno de celebrar
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Última versión de 12:24 6 may 2013
Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral
Traducción por Misael Susaña
¿Cómo luce celebrar la gracia? Pienso que la respuesta se encuentra al comienzo del Salmo 122:1-2: “Yo me alegré cuando me dijeron: Vamos a la casa del SEÑOR. Plantados están nuestros pies dentro de tus puertas, oh Jerusalén”.
Imagina la escena aquí mientras David habla por el israelita promedio. Un agricultor y su familia están planeando su peregrinaje a Jerusalén. Ellos están rebosantes de emoción mientras hacen sus planes y preparativos. ¡Ellos realmente irán al tabernáculo donde Dios mora y no pueden creerlo! Ellos están gozando la misma clase de anticipación emocionada que una familia experimentaría mientras se preparan para ir a una maravillosa vacación en particular. Ellos están imaginando las vistas y los sonidos. Sus corazones no sólo están emocionados por la adoración. No, sus corazones ya están llenos de adoración. Ellos están volviendo a contar y a recordar todo lo que Dios ha hecho por ellos para hacer este peregrinaje posible. La sola idea de estar en la presencia de Dios los emociona, aun cuando ésta los llena de un temor santo. Ellos todavía no han comenzado el viaje y ya sus corazones están rebosantes de gozo.
La segunda oración, “Plantados están nuestros pies dentro de tus puertas, oh Jerusalén”, avanza la escena. Actualmente los peregrinos están dentro de los muros de la santa ciudad. Ellos simplemente no pueden creer que están allí y están repitiéndose a sí mismos: “¡Yo estoy dentro de las puertas! Yo estoy dentro de las puertas. ¡Yo estoy realmente dentro de las puertas!”. Es casi imposible para ellos acoger la idea. Están teniendo problemas para comprender que eso es realmente cierto. ¿Qué están haciendo estos israelitas? Ellos están celebrando la asombrosa gracia de un Redentor soberano.
Pastor, esto es como nosotros, levantándonos en la mañana y diciendo: “Soy redimido. Soy redimido. Soy redimido. ¡No puedo creer que yo soy uno de los hijos de Dios! No puedo creer que Dios ha puesto su amor sobre mí. ¡No puedo creer[1] que El me ha llamado a su obra! No, mi vida y ministerio no son siempre fáciles, pero yo soy redimido. No, las relaciones con las personas alrededor mío no siempre funcionan como deberían, pero yo soy redimido. Sí, vivo en un mundo caído y no opera como estaba destinado, pero yo soy redimido. Sí, yo enfrento desilusiones personales y ministeriales, pero yo soy redimido. ¡No puedo creerlo, soy uno de los hijos de Dios y uno de sus voceros”.
Nunca trivial
Como David y todos aquellos por los cuales él habla en el Salmo 122, no podemos –no debemos– dejar que la gracia que nosotros ministramos a otros se vuelva trivial para nosotros. No podemos dejarnos a nosotros mismos olvidar el asombroso privilegio de ser un hijo de Dios –un privilegio que nunca pudimos haber ganado, merecido o alcanzado por nosotros mismos–. Debemos mantener a la vista que no somos sólo instrumentos, sino también recipientes de la gracia diaria y nunca superaremos nuestra necesidad de lo que sólo la gracia es capaz de proveer. Debemos recordarnos a nosotros mismos que por la gracia, la obediencia es un privilegio, la adoración es un privilegio, el sacrificio es un privilegio y el ministerio es un privilegio. El hecho de que nosotros escojamos hacer alguna de estas cosas es un signo seguro de la gracia transformadora operando en nuestros corazones. Aparte del regalo de la gracia de Dios, yo inventaría mis propias leyes, adoraría la creación, sacrificaría sólo lo que me traería comodidad y placer personal y buscaría ser servido en vez de buscar la manera de servir a otros.
No podemos permitir que las ocupaciones y presiones del ministerio nos causen caer en la complacencia. No podemos estar cómodos siendo olvidadizos. No podemos dejar que nuestra adoración y nuestro dirigir a otros en adoración decaigan en una participación semanal en un servicio. A ese punto, el ministerio se vuelve una mera rutina religiosa más que una expresión de sincera adoración a Dios. Pero, cuando celebramos la gracia en nuestros corazones y nos permitimos a nosotros mismos ser compungidos por el asombroso privilegio de ser hijos de Dios, vamos a dirigir un servicio de adoración como aquellos que ya han estado adorando. Esa es la diferencia entre pasivo y activo, entre absorbente y participativo, entre un enfoque en uno mismo y un enfoque en Aquel que vino a salvarnos de nosotros mismos.
Solo Él es digno
Aparte de Cristo, simplemente no hay nada en esta vida que sea remotamente digno de esta clase de celebración y adoración. Lograr el éxito último en el ministerio, completar el más asombroso logro físico, ganar fantásticas riquezas, lograr influencia y respeto en el ministerio, recibir el más alto honor a los ojos de los demás, ver la cosa más hermosa que ojos humanos pudieran ver alguna vez, consumir la comida más exótica y deliciosa alguna vez preparada, volverse la persona más sabia de la tierra, o ser amado por otro ser humano en la manera más hermosa –ninguna de estas cosas son tan dignas, ni siquiera a la mitad, como la celebración de lo que debería llenar nuestros corazones en un asombroso recordatorio de que por su gracia, el amor de Dios ha sido puesto sobre nosotros para siempre. Como el libro de Eclesiastés tan vívidamente retrata y como Filipenses 3:8-11 poderosamente afirma, todas estas otras cosas lucen vanas y vacías, fugaces y temporales cuando las ponemos al lado de la incomparable grandeza de conocer a Dios.
Así que, pastor, ¿cómo esta celebración de la gracia enciende tu ministerio? Permíteme explicarlo paso a paso.
- Cuando enfrentes cuán profunda es tu necesidad del amor de Dios, celebrarás la gracia.
- Cuando celebres la gracia, amarás al Rey de gracia más profundamente.
- Cuando ames al Rey de gracia más profundamente, te emocionarás por el trabajo de su reino de gracia.
- Cuando te emociones por el trabajo del reino de gracia, el celo por este reino dará color a la manera en la cual tú respondes a las situaciones y a las relaciones que tú enfrentas, mientras vives y diriges una comunidad caída que es la iglesia.
- Y mientras vivas con ojos que ven el trabajo del reino de gracia de Dios y tu corazón lo ame, darás gracia a aquellos que te rodean. Haciendo así, ministrarás más fielmente, con más entusiasmo y productividad de la que tú tenías antes en el lugar donde Dios te ha puesto.
Así que, pastor, ¿eres tú un celebrante? ¿Ha tu vida asumido un gozo y enfoque que no sería posible de alguna otra manera? ¿O en el transcurso de tu ministerio, lo verdaderamente asombroso se ha vuelto trivial? ¿La búsqueda de comodidad y satisfacción en el ministerio te ha consumido más que la celebración espiritual de realidades que deberían ahora definirte a ti y a tu trabajo? ¿Ha decaído el recuerdo en el olvido? ¿Has perdido tu primer amor? Si es así, confiesa tu olvido. Busca la ayuda de Dios para tu distracción. Comprométete tú mismo a una vida y ministerio de celebración, sabiendo que esto incluye ser un soldado en una guerra en curso por tu propio corazón. Y recuerda que tú no estás solo; hay gracia diaria para cada una de esas batallas.
Ahora, ¿no es eso digno de celebrar?
- ↑ Nota del traductor: Esto no significa una expresión de duda hacia la promesa de Dios, más bien expresa mucha admiración.
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