El Evangelio internacional
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Última versión de 18:16 11 jun 2013
Por Jerry Bridges sobre Misiones
Traducción por Analuz Pozzo Abalos
En su gran discurso sobre la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., y su segunda venida al final del año (Mateo 24–25), Jesús incluye una cantidad amplia de territorio. Mientras todo el discurso es importante, hay ciertas declaraciones que resaltan del mismo modo que las altas cumbres se levantan sobre una cadena montañosa. Una de esas cumbres es Mateo 24:14: “Y este Evangelio del reino será proclamado a lo largo del mundo entero como testimonio para todas las naciones, y luego vendrá el fin”.
Estas palabras de Jesús se encuentran en una línea larga de promesas y declaraciones proféticas acerca de la proclamación internacional del Evangelio. La primera de estas promesas se encuentra en Génesis 12:3, cuando Dios le prometió a Abraham: “serán bendecidas en ti todas las familias de la tierra”. Esta promesa es clarificada más adelante en Génesis 22:18, cuando Dios le dijo a Abraham: “En tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra”. El apóstol Pablo, en Gálatas 3:16, identifica este “simiente” como Cristo. Así, tenemos la inmutable promesa de Dios de que a través de Cristo todas las naciones del mundo serán bendecidas.
Además de su promesa a Abraham, Dios hizo numerosas profecías de la difusión internacional del Evangelio. Una de las profecías destacadas es el Salmo 22:27: “Todos los confines de la tierra se acordarán del Señor y volverán a él, y todas las familias de las naciones adorarán ante él”. Y en uno de los capítulos sirvientes de Isaías encontramos estas palabras: “Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (49:6). Nótese de nuevo el énfasis en las naciones y en los confines de la tierra.
En el Nuevo Testamento encontramos la orden de Cristo, a menudo llamada la Gran Comisión, para “hacer discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:18–20). E inmediatamente antes de su ascenso les dijo a sus discípulos que serían sus testigos desde Jerusalén hasta “los confines de la tierra” (Hechos 1:8). Claramente, Jesús predijo una proclamación internacional del Evangelio que terminaría en la confianza de los pueblos de todas las naciones en él como Salvador y Señor.
Finalmente, en el libro del Apocalipsis, vemos “una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero” (7:9). Aquí está el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham en Génesis 22 y sus profecías en el Salmo 22 y en Isaías 49.
Es en la luz de todas estas escrituras que debemos entender las palabras de Jesús en Mateo 24:14: “este evangelio del reino será proclamado en el mundo entero como el testimonio para todas las naciones”. No había duda en la mente de Jesús que la Gran Comisión sería finalmente cumplida. Y en Apocalipsis 7:9, podemos observar que el cumplimiento de la Gran Comisión es visto como un hecho consumado.
La respuesta de la iglesia a la Gran Comisión comenzó con los apóstoles, particularmente el apóstol Pablo, a quien Dios envió a los Gentiles (Hechos 22:21). A lo largo de los siglos el compromiso de la iglesia a la Gran Comisión ha experimentado altibajos en la claridad u oscuridad del Evangelio en ese momento. Hoy vivimos en una época de actividad misionera nunca antes vista. En los últimos doscientos años el Evangelio se ha expandido en algún punto sobre todo el mundo. Mucho ha sido alcanzado. Pero todavía queda mucho por hacer. La llamada “ventana 10/40” que cubre el norte de África, el Medio Oriente, Asia central, India y el sudeste de Asia todavía está, en gran parte, sin evangelizar. En esta área, dónde se encuentra casi la mitad de la población de la tierra, los musulmanes, hindúes y budistas son un gran obstáculo para el Evangelio. Además del obstáculo religioso, muchos gobiernos de estos países se oponen activamente o incluso declaran ilegal la proclamación del Evangelio. Entonces, ¿cómo debemos responder a este reto abrumador para el cumplimiento de la Gran Comisión?
Históricamente, la iglesia respondió por medio del reclutamiento de más misioneros, junto con la oración y el apoyo financiero para ellos. Esto es bueno, y deberíamos seguir con esta práctica. Sin embargo, hay algo más que podemos hacer, y es algo en lo que cada creyente puede y debe participar. Esto es orar fervientemente por el cumplimiento de la Gran Comisión en sí misma. Este tipo de oración va más allá de orar por nuestros misioneros y sus ministerios. En realidad es clamar a Dios para que cumpla su promesa y sus profecías. Es pedirle honestamente que alcance aquello que él dice en Apocalipsis 7:9 que va a suceder.
Entonces, debemos rogar a Dios para que cumpla con sus profecías. No hay duda de que Dios cumplirá con lo que ha prometido hacer, pero se ha dignado a hacernos participar en el proceso mediante nuestras oraciones. Oremos, entonces, frecuentemente, si no lo hacemos diariamente, por el cumplimiento de la Gran Comisión.
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