Navidad y el origen de la verdad
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Última versión de 12:16 18 sep 2013
Por John Piper sobre el Evangelismo
Traducción por Juan Pablo Molina Ruiz
Juan 20:30-31
“Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre”.
El propósito de las palabras del evangelio de Juan es que las personas crean en Cristo como el Hijo de Dios para que reciban vida eterna. Ya que mi texto de esta mañana es tomado del evangelio de Juan, también es mi objetivo que quienes no crean que Jesucristo es el Hijo de Dios puedan ser acercados a Jesús por el poder de Dios Padre mediante Su Palabra, y que todos los aquí presentes amen la verdad de Cristo con mayor profundidad y con mayor certeza de la vida eterna.
Contenido |
Aprendamos a escuchar
Deseo introducir lo que voy a decir con una advertencia para que seamos conscientes de la importancia de escuchar la Palabra de Dios. Cuando Jesús habló y nadie le creyó, Juan explica ese escepticismo de la siguiente manera (Juan 12:38-40):
- “Para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías, que dijo: SEÑOR, ¿QUIEN HA CREIDO A NUESTRO ANUNCIO? ¿Y A QUIEN SE HA REVELADO EL BRAZO DEL SEÑOR? Por eso no podían creer, porque Isaías dijo también: EL HA CEGADO SUS OJOS Y ENDURECIDO SU CORAZON, PARA QUE NO VEAN CON LOS OJOS Y ENTIENDAN CON EL CORAZON, Y SE CONVIERTAN Y YO LOS SANE”.
Esas palabras están en Isaías 53:1 y 6:10. Hay otro pasaje de Isaías que también explica cómo Dios ciega los ojos y endurece el corazón; se trata de Isaías 64:7, donde el profeta se lamenta: “Y no hay quien invoque tu nombre, quien se despierte para asirse de ti; porque has escondido tu rostro de nosotros y nos has entregado al poder de nuestras iniquidades”. Por lo tanto, Dios no enceguece ni endurece llegando a una persona y transformando su vida en algo desafortunado, sino retirándose de la vida de la persona y dejándola en su propio pecado. Sólo cuando veamos esto daremos toda la gloria a Dios no sólo por ofrecernos un camino de salvación mediante la muerte y resurrección de Cristo, sino también por poner en práctica con eficacia esa salvación en nuestras vidas acercándonos a Cristo en la fe. “Nadie puede venir a mí”, dijo Jesús, “si no lo trae el Padre que me envió… Nadie puede venir a mí si no se lo ha concedido el Padre” (Juan 6:44, 65).
La advertencia es esta: Creyentes, atribuyan a Dios todo el mérito por llevarlos al reino de Cristo, y que la verdad de Cristo suscite más confianza en él; no se gloríen por sobre la oveja perdida, pues ustedes también tienen que ser llevados al redil. Impíos, presten atención a la Palabra de Dios y rueguen para que Dios abra sus ojos y ablande su corazón, para que no estén enceguecidos, endurecidos y sin esperanza. Rueguen y escuchen, porque Dios ha hablado estas cosas para que creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengamos vida en su nombre.
El texto que me llamó la atención hace algunas semanas para este último domingo de Adviento es Juan 18:37. En él, varias horas antes de su muerte, Jesús afirma algo sobre su nacimiento que deseo que analicemos en estos cuatro últimos días de Adviento. La situación es que Jesús y Poncio Pilato están juntos en el pretorio romano, y Pilatos intenta que Jesús diga algo que lo condene a la crucifixión. El versículo 33 dice: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” La respuesta de Jesús es lo que me enganchó a este texto, pero hablaré de eso al final del mensaje y no ahora; es una buena conclusión.
Jesús dice en el versículo 36:
- “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí. Pilato entonces le dijo: ¿Así que tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
Este es un gran texto para Navidad, aunque se trate del fin de la vida de Jesús en la tierra, y no del principio. En este texto se indica la naturaleza única de su nacimiento, se proporciona el propósito de su nacimiento y se mencionan la condición previa de la confirmación de ese propósito. La naturaleza única de su nacimiento radica en que Jesús no se originó en su nacimiento. Jesús existía antes de que naciera en un pesebre. “Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo”. El propósito de su nacimiento fue dar testimonio de la verdad: “Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. Y la condición previa de la confirmación de ese propósito, es decir, lo que permite que una persona acepte que Jesús da testimonio de la verdad es que la persona sea “de la verdad”. “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Observemos ahora cada uno de estos aspectos más detalladamente, para que al ver a Jesús y sus propósitos con mayor claridad aceptemos sus palabras con todo nuestro corazón, mente y alma, y con firmeza.
La naturaleza única del nacimiento de Cristo
Analicemos en primer lugar la naturaleza única de su nacimiento. “Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo”. La esencia, el carácter y la personalidad de Jesús de Nazaret existían desde antes que el hombre Jesús de Nazaret naciera. Esto es un gran misterio. En ocasiones, en momentos de reflexión profunda, miro a mis tres hijos y observo su individualidad y sus personalidades, y luego recuerdo los cuatro años que Noël y yo estuvimos casados antes de tener a nuestros hijos. Y hay algo que me impacta: en determinado momento estas tres personas no existían. Hace nueve años no existía realidad alguna a la que correspondieran los nombres Karsten, Benjamin y Abraham Piper. Sin duda, la materia que compone sus cuerpos existía en otras formas. Pero la esencia individual y las almas que seguirán existiendo cuando sus cuerpos se descompongan en la tumba no existían. Ahora sí existen y existirán para siempre y por siempre. Para concluir, todo lo que sé es que Dios creó la esencia y las almas de estos tres niños de la nada, al igual que creó las almas de Adán y Eva. Este es un gran misterio.
Pero eso no fue lo que ocurrió en el nacimiento de Jesús. La palabra teológica que describe este misterio no es creación, sino encarnación. La persona, no el cuerpo, sino la esencia de Jesús existía desde antes que él naciera como hombre. Su nacimiento no fue el inicio de la existencia de una nueva persona, sino la llegada al mundo de una persona infinitamente eterna. Miqueas 5:2 lo expresa de la siguiente manera, 700 años antes de que Jesús naciera:
- “Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña para las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad”.
El origen del Mesías que aparece en Belén es desde la eternidad. Y por tanto, el misterio del nacimiento de Jesús no es sólo que nació de una virgen. El propósito que Dios otorgó a ese milagro fue dar testimonio de uno mayor, específicamente, que el niño nacido en Navidad era una persona que existía “desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad”. No sólo nació, como dice Juan 18:37, vino al mundo. Veamos cómo lo expresa Jesús en Juan 8:56-59. Él dice a los judíos:
- “Vuestro padre Abraham se regocijó esperando ver mi día; y lo vio y se alegró. Por esto los judíos le dijeron: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: Antes que Abraham naciera, yo soy. Entonces tomaron piedras para tirárselas”.
Lo que Cristo era antes de Abraham, de hecho antes de toda la creación, lo pueden explicar Juan y Pablo y el autor de la Epístola a los Hebreos. Juan dice en el capítulo 1, versículo 1: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”; (y no permitan que ningún testigo de Jehová los convenza de que la traducción apropiada es “el Verbo era un Dios”). La razón que dan no es convincente en términos gramaticales, y se opone a los demás testigos de Juan; por ejemplo, la confesión de Tomás: “Señor mío y Dios mío”. Casi toso los especialistas en antigüedad, incluso los que piensan que él no tenía razón, coinciden en que Juan quiso decir que el Cristo preexistente era Dios. El versículo 2 dice: “El estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de El, y sin El nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Cristo mismo no era una criatura, pero participó en la creación de todo lo que fue creado. El versículo 14 dice: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Cristo existía desde antes de Abraham, de hecho, desde antes de toda creación porque él era uno con el creador Dios.
El apóstol Pablo enseña la misma verdad general en Filipenses 2:5-8:
- “Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
Antes de nacer semejante a los hombres, él tenía la forma de Dios, era igual a Dios. Y el autor de la Epístola a los Hebreos, cuyo nombre desconocemos, comenzó la Epístola con la misma verdad en otras palabras. Él dijo:
- “Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, y por medio de quien hizo también el universo. El es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder”.
Eternamente concebido, no creado
Estos pasajes me han ayudado a hacer un bosquejo mental de cómo el Hijo y el Padre son uno y sin embargo diferentes en la Trinidad. Puedo imaginar, aunque extendiéndome hasta el límite, un Ser que nunca tuvo un principio, pero que tiene una naturaleza particular. Inclusive, puedo imaginar que este Dios siempre ha sido consciente de sí mismo. Es decir, siempre ha tenido su propia imagen ante él para contemplarla y disfrutarla por su grandeza y su belleza moral. ¿Acaso no es posible que esta imagen, esta forma, sea tan clara y tan real en Dios que esta sea, también, Dios, la imagen de Dios, la forma de Dios, el Hijo de Dios? La ventaja de esta proyección es que nos ayuda a ver al Hijo, quien es la imagen exacta y la Gloria de Dios, y es en realidad concebido por el Padre y, sin embargo, no es creado. Nunca existió un tiempo en que Dios Padre no tuviera esta imagen perfecta, real y viva de Él mismo. Los dos son coeternos. El Hijo es eternamente concebido, no creado.
No profundizaré más en esta proyección por el momento. Quizás ya hayamos cruzado los límites bíblicos de la especulación. Pero siento firmemente que en aquellos que hemos crecido en la iglesia y que podemos recitar las grandes doctrinas de nuestra fe en nuestro sueño y quienes bostezamos en el Credo apostólico, en nosotros debe acontecer algo que nos ayude a sentir una vez más el asombro, el miedo, la fascinación, el deslumbramiento por el Hijo de Dios, concebido por el Padre desde toda la eternidad, y quien refleja toda la gloria de Dios, él es la imagen exacta de Su persona, y mediante él todas las cosas fueron creadas; él sostiene el universo con la palabra de su poder. Podemos leer todos los cuentos de hadas que se hayan escrito, todas las novelas de suspenso, todas las historias de fantasmas y nunca sentiremos nada tan impactante, tan sorprendente, tan extraño y tan fascinante como la historia de la encarnación del Hijo de Dios.
¡Dios, qué tan vacíos estamos!, ¡tan insensibles e indiferentes con tu gloria y tu historia! ¡Cuántas veces he tenido que arrepentirme y decir: “Dios, perdóname porque las historias inventadas por los hombres despiertan mis emociones, mi asombro, mi sorpresa, mi admiración y mi alegría más que tu propia historia”! Las historias espaciales de la actualidad, como La guerra de las galaxias y El imperio contraataca, pueden hacernos este gran bien: pueden llevarnos a la humildad y al arrepentimiento, enseñándonos que en realidad tenemos la capacidad de sentir la sorpresa, el asombro y la fascinación que tan pocas veces sentimos cuando contemplamos al Dios eterno y al Cristo cósmico y un contacto vivo y verdadero entre ellos y nosotros en Jesús de Nazaret. Cuando Jesús dijo: “Para esto he venido al mundo”, dijo algo tan increíble, tan sorprendente y tan inquietante como cualquier enunciado que hayamos podido leer en ciencia ficción.
Ruego por una manifestación del Espíritu de Dios en mí y en ustedes, para que el Espíritu Santo entre en mi experiencia de una manera temible, para que me muestre la inimaginable realidad de Dios. Un día de estos el cielo se cubrirá de relámpagos desde el amanecer hasta el atardecer, y en las nubes aparecerá alguien semejante a un hijo del hombre, con sus ángeles poderosos en llamas. Y lo veremos con tanta claridad como vemos el edificio IDS. Y ya sea de espanto o de simple exaltación, temblaremos y nos preguntaremos cómo pudimos vivir tanto tiempo con un Cristo tan inofensivo y manso. Hoy hablamos estas cosas para que creamos que Jesucristo es el Hijo de Dios, quien vino al mundo. Creamos de verdad.
El propósito del nacimiento de Cristo
La segunda frase de nuestro texto de Juan 18:37 nos proporciona el propósito del nacimiento de Cristo: “Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. La relación entre esto y lo que hemos dicho hasta el momento es que el Cristo que vino al mundo para dar testimonio de la verdad es Dios, y nadie puede enseñar la verdad de manera más confiable que Dios. Porque Dios es el creador de toda verdad y su voluntad es darla a conocer de manera confiable.
Si existieran dos deidades –dos dioses– con igual poder y opuestos en conflicto por el gobierno del mundo, ninguna de estas deidades podría considerarse confiable para revelar la verdad. Si sus objetivos fueran gobernar el mundo y si se vieran amenazados el uno por el otro, sería de esperarse que recurrieran al engaño para obtener ventajas. Por consiguiente, la verdad no sería una prioridad. Pero no es el caso del Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo. Él es el único Dios, no existe ninguno excepto Él; nadie lo amenaza. Incluso Satanás, su enemigo acérrimo, está completamente subordinado con sus límites establecidos. Por tanto, Dios no tiene defectos, ni debilidades, ni finitud que necesite esconder con engaños. Dios es tan soberano, tan perfecto y tan magnífico que la verdad siempre redundará en su honor. En consecuencia, Dios está comprometido con revelar la verdad de manera confiable porque Él desea ser conocido y glorificado por quien en realidad es.
¿Y qué mejor manera de revelar la verdad de Dios para que lo glorifiquemos y amemos que enviando al Hijo, la propia imagen y reflejo de Dios, al mundo? En una ocasión, Tomás dijo a Jesús:
- “Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me hubierais conocido, también hubierais conocido a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”.
Jesús es la verdad porque él es la imagen del Dios verdadero. Él es el camino al Padre, porque como dice 1 Juan 2:23: “Todo aquel que niega al Hijo tampoco tiene al Padre: el que confiesa al Hijo tiene también al Padre”. No podemos tener al Padre si rechazamos al Hijo. Si Jesús no está en nuestro corazón no podemos decir que conocemos al Padre. Y eso significaría que no hay vida en nosotros. Porque Jesús dice en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.
Hay dos cosas maravillosas implícitas en el enunciado: “He venido al mundo para dar testimonio de la verdad”. La primera es que al revelar a Dios, el origen de toda verdad, Jesús glorificó a su Padre. Esto es exactamente lo que él dice en su oración de Juan 17:4: “Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera”. La obra que Dios le encomendó fue dar testimonio de la verdad; y al hacerlo, Dios fue presentado como alguien glorioso, soberano en su libertad, maravilloso en su poder y magnífico en sus perfecciones morales, especialmente su misericordia por nosotros los pecadores.
Lo otro maravilloso implícito en la venida de Cristo a dar testimonio de la verdad es la vida eterna. Si, como dijo Jesús en Juan 17:3: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero”, entonces el propósito de Jesús de dar testimonio de la verdad significa que este propósito es dar vida eterna. Y es lo que dice Juan 3:17: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”.
Por lo tanto, el propósito de la venida de Cristo al mundo es dar testimonio de la verdad de Dios, para que el hombre glorifique a Dios por quien Él es y para que alcance así la vida eterna.
Los que son “de la verdad” creen
Pero no todos escuchan el testimonio de Cristo sobre Dios y no todos creen. Esto nos conduce a la tercera parte de nuestro texto: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Jesús no quiere decir que sólo cierto grupo de personas perciben el sonido de su voz. Lo que él quiere decir es que de aquellos que perciben el sonido de su voz sólo algunos reciben sus palabras como ciertas. Sólo algunos creen y glorifican a Dios y obtienen vida eterna. Y este grupo que Jesús describe como los que son “de la verdad”, ¿qué significa?
¿Recuerdan la pregunta que le hizo Pilatos a Jesús en Juan 18:33, a la que dije que volvería? “¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús respondió: ¿Esto lo dices por tu cuenta o porque otros te lo han dicho de mí?” Esta respuesta es extraordinaria. Lo que importa en el intercambio con Pilatos no es contestar la pregunta, sino conocer el origen de la pregunta. Pilatos, ¿tu pregunta de quién soy surge de un deseo verdadero de tu corazón? ¿De verdad hay ansias en tu alma que quieres satisfacer sinceramente? ¿Anhelas la verdad y anhelas con tu ser encontrarla? ¿O eres como muchos otros, y repites las palabras que otros te ponen en la cabeza? ¿Eres simplemente un intermediario, que sólo sabe hacer las preguntas que otros te enseñan? ¿En realidad te importa si soy Rey? ¿O simplemente repites las palabras de otro, al igual que una cueva vacía emite el eco? ¿Eres un actor o eres “de la verdad”?
Ser “de la verdad” significa amar la verdad (2 Tesalonicenses 2:10, 12), ansiarla y regocijarse con ella (1 Corintios 13:6), y entregarse humildemente a seguirla sin importar adónde nos lleve. Jesús dijo en Juan 7:17: “Si alguien quiere hacer su voluntad”, la voluntad de Dios, “sabrá si mi enseñanza es de Dios”. La voluntad de Dios es simplemente una expresión de lo que es verdadero. Por lo tanto, eso es lo que Jesús dice: “Si tu voluntad tiene la humildad suficiente para seguir la verdad, escucharás y conocerás las palabras de la verdad”.
¿Y quiénes son estas personas abiertas y con la humildad suficiente para escuchar y amar las palabras de Cristo? Son su rebaño. Jesús dice en Juan 10:26, 27: “Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen”. Ser “de la verdad” significa pertenecer al rebaño de Cristo. O para decirlo de otra manera, Jesús dice en Juan 8:47: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no escucháis, porque no sois de Dios”. De manera que ser “de la verdad” significa dejar que Dios trabaje en nuestro interior para que nos permita renunciar a nuestra voluntad personal y orgullosa y así amar y aceptar la verdad. Nadie viene a mí, a la verdad, si no se lo concede el Padre (Juan 6:65).
En síntesis, este es el asunto: Jesucristo existía desde antes de nacer, en realidad, ha existido desde toda la eternidad, en la forma del reflejo perfecto de la gloria de Dios y de la imagen de Su naturaleza. Por consiguiente, él era el indicado para venir al mundo y dar testimonio de la verdad para que conociéramos a Dios, lo glorificáramos mediante la fe y alcanzáramos la vida eterna. Y aunque él vino para que tuviéramos vida, y vida en abundancia (Juan 10:10), sin embargo:
- “Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas”, y la falsedad, “que la luz”, y que la verdad, “pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad”, el que es ‘de la verdad’, “viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios” (Juan 3:19-21).
Que todos los presentes demuestren ser “de la verdad” acercándose a la luz esta Navidad.
Citas bíblicas tomadas de LBLA.
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