Unidad, Dios, y Tú
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Paul Alexander
sobre Asuntos de Iglesia
Una parte de la serie Article
Traducción por Piedad Scanlan
Pero no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. (Juan 17:20-23).
¡Jesús ha orado por la unidad de Su iglesia –y con agradecimiento, Él sigue orando! Una de sus súplicas y deseos más serios para cualquier iglesia local es su unificación. Claro, que todos estaremos de acuerdo que quisiéramos ser solo una. ¿Pero por qué Jesús quiere que estemos unidos? ¿Que motiva a Jesús buscar la unidad de la iglesia local? ¿Es únicamente para nuestro beneficio? Según Juan 17, Jesús ruega por nuestra unidad porque la unidad de nuestra iglesia local está diseñada para que refleje el diseño de la unidad que Dios goza entre las diferentes personas de la Trinidad. Él quiere que seamos un cuerpo diverso de creyentes, que seamos uno, asi como Él, Una Tri-nidad diversa, es Una. Jesús es la cabeza de la iglesia, y Él propone que mostremos y gocemos el tipo de unidad que dice cosas verdaderas y bellas sobre la unidad de nuestro Dios Tres-en-Uno. Esto es en gran parte como Jesús quiere que la iglesia local represente a Dios—y no podemos evitar representarlo. Si somos parte de una iglesia, entonces somos parte del cuerpo de Cristo. Nuestra iglesia o está diciendo cosas reales sobre la unidad de la Divinidad, o estamos distorsionando a Dios como de alguna forma dividido dentro de Él Mismo.
Todos contribuimos ya sea como espíritus de unidad o de división. Nuestro comportamiento, nuestras palabras, nuestras prioridades, nuestras actitudes, nuestras respuestas emocionales, hasta nuestros pensamientos y motivos, todos contribuyen a la representación de nuestra iglesia de la unidad de Dios. ¡Cuánto condena este pensamiento! Cada vez que reacciono con enojo o con frustración pecaminosa, cada vez que respondo con palabras de sarcasmo o abrigo amargura en mi corazón, cada vez que chismorreo, cada vez que me motiva el egoísmo o el orgullo, no estoy solamente afectando mi propio testimonio. Estoy afectando la unidad y el testimonio de la iglesia, que directamente afecta el testimonio de Él Mismo Dios. Lo mismo sucede con el matrimonio. El matrimonio es un retrato de la relación entre Cristo y Su iglesia (Efesios 5:22-29). El diseño de mi amor por mi mujer es que refleje el amor alentador, apreciado, sacrificante de Cristo por Su iglesia. Entonces ya sea que quiera admitirlo o no, todos mis comportamientos, pensamientos, actitudes, cariños, palabras, motivos, y reacciones hacia mi mujer dicen algo sobre la relación de Cristo con la iglesia. Estoy diciendo algo verdadero, o algo falso. Y cada vez que peco contra mi esposa en cualesquiera de esas formas, he dicho algo falso sobre la forma en que Cristo ama y trata Su preciada Novia. Cuando estamos unidos como una iglesia local, estamos diciendo cosas verdaderas sobre las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Cuando pensamos, sentimos, actuamos, y reaccionamos en formas que promovemos la unidad, decimos cosas verdaderas sobre la unidad de Dios.
Y de acuerdo con Jesús, la unidad de nuestras iglesias es también la mejor herramienta evangélica que tenemos. Él quiere que seamos “perfectos [o maduros] en unidad, para que el mundo pueda saber que Tú Me enviaste, y los amaste, al igual que me has amado”. Dios ha diseñado la unidad en la iglesia local para que funcione como un imán que atraiga tanto a los creyentes como a los no creyentes. Cuando estamos unidos como una iglesia local, nuestras relaciones del uno con el otro comienzan a decir mucho al mundo observador. El amor, la falta de egoísmo y la humildad y la paciencia que caracterizan las relaciones unidas comienzan a decir al mundo que Dios envió a Jesús, y que Dios nos ama, Su Novia. En cambio, cuando permitimos que predominen las divisiones insignificantes entre nosotros, nos convertimos en ineficaces a nivel evangelizador ya que el testimonio colectivo de nuestra iglesia dice cosas falsas sobre Dios. La unidad de la iglesia local es el programa de evangelización de Dios. Si queremos ver que el Espíritu Santo utilice nuestras iglesias locales para producir conversos, entonces debemos todos trabajar duro y trabajar juntos para promover y preservar la unidad de nuestra iglesia.
Jesús nos demuestra con el ejemplo de Juan 17 que para obtener unidad necesitamos la oración. ¡No podemos simplemente esperar disfrutar de la unidad si no estamos orando por ella! Si Jesús tuvo que orar por ella, entonces de seguros nosotros tenemos que hacer lo mismo. Amigo, ¿cuándo fue la última vez que oraste por la unidad de tu iglesia? Te reto a que hagas de esta tu petición diaria. Ruega por que tu iglesia pueda ser unificada, y ruega por que Dios te revele como puedes mejor promover la unidad entre tu iglesia local de acuerdo a como pienses, hables, sientas, y reacciones. Todos podemos crecer en este aspecto. Todos luchamos a veces con sentimientos desagradables hacia otros, o reaccionamos con palabras rudas, o al ser demasiado críticos, o quejándonos, o al ser muy orgullosos para admitir que nos equivocamos. Todos somos pecadores que necesitamos gracia, compasión y perdón—tanto de parte de Dios como también de parte de cada uno de nosotros.
Pero no somos nuestros dueños. No nos representamos solamente a nosotros mismos, o nuestras propias opiniones y deseos. Jesús nos ha comprado al precio de Su propia sangre. Le pertenecemos. Nos posee. Nos ha creado para Su gloria, y nos ha comprado con Su sangre para que Lo podamos representar bien frente al mundo. Resolvamos juntos glorificar a Dios en nuestras iglesias locales, al hablar, sentir, pensar, y actuar de forma que promovamos la unidad de la iglesia; y roguemos que a medida que lo hagamos, Dios esté satisfecho de hacer de nuestra unidad una herramienta efectiva para la conversión de los no creyentes.
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