Los significados del amor en la Biblia
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper sobre Amor de Dios
Traducción por Roxana Verdejo
El amor en la Biblia, así como en nuestro uso diario, puede ser de una persona hacia otra persona o de una persona hacia objetos. Cuando el amor es por los objetos, significa disfrutar o gozar de esos objetos. El amor hacia las personas es más complejo. De la misma forma que con los objetos, el amar a la gente puede tan sólo significar disfrutar y deleitarse de la personalidad, apariencia, logros, etc. Pero en la Biblia existe otro aspecto del amor entre personas que es muy importante. Existe el aspecto del amor por personas que no son atractivas, virtuosas o productivas. En este caso, amor no es el placer por lo que representa la otra persona, sino un compromiso profundo que se siente por ayudar a la otra la persona a ser lo que debe ser. Como veremos, el amor por los objetos y ambas dimensiones del amor entre las personas se encuentran ilustrados en abundancia en la Biblia.
Mientras que examinemos el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento nuestro enfoque será en el amor de Dios, luego en el amor del hombre por Dios, el amor del hombre por el hombre y finalmente en el amor del hombre por los objetos.
El amor en el Antiguo Testamento
Jesús dijo que el gran mandamiento en el Antiguo Testamento era --"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Mateo 22:36; Deuteronomio 6:5). El segundo mandamiento era "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Mateo 22:39; Levítico 18:19). Luego dijo “de estos dos mandamiento depende toda la ley y los Profetas” (Mateo 22:40). El significado de esto debe ser que si una persona entendía y obedecía estos dos mandamientos, entendería y cumpliría lo que todo el Antiguo Testamento estaba tratando de enseñar. El Antiguo Testamento, si se entiende como corresponde, básicamente apunta a transformar a los hombres y mujeres en personas que aman fervientemente a Dios y a su prójimo.
El amor de Dios
Se puede decir lo que una persona ama por la forma apasionada con que se entrega a algo. Lo que una persona más valora se refleja en sus acciones y motivos. Es claro en el Antiguo Testamento que el valor más alto de Dios, su amor más grande, es su propio nombre. Desde el comienzo de la historia de Israel hasta el final de la época del Antiguo Testamento Dios se emocionaba por este gran amor. A través de Isaías dice que él creó a Israel “para su gloria” (Isaías 43:7); «Mi siervo eres, Israel, porque en tí me gloriaré» (Isaías 49:3).
Por eso cuando Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y lo mantuvo en el desierto fue porque él actuó por consideración de su propio nombre. “Para que no se profanara ante los ojos de las naciones” (Ezequiel 20:9, 14, 22; Cf. Éxodo 14:4). Y cuando Dios expulsó a las otras naciones de la Tierra Prometida de Canaán, él “puso su nombre a su favor” (2 Samuel 7:23). Hacia los fines de la época del Antiguo Testamento, después de la captura de Israel en Babilonia, el plan de Dios es tener misericordia y salvar a su pueblo. Él dice “Por amor de mi nombre contendré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré… Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea profanado mi nombre, y mi honra no la daré a otro” (Isaías 48:9, 11 Cf. Ezequiel 36:22, 23, 32). En estos textos se ve el gran amor de Dios por su propia honra y el compromiso profundo que tiene por preservar el honor de su nombre.
Esto no es maldad de Dios, por el contrario, su justicia depende de que él mantenga una total lealtad con el valor infinito de su gloria. Esto se puede observar en frases paralelas en Salmos 143:11 “Por tu nombre, Jehová, me vivificarás; por tu justicia sacarás mi alma de la angustia”. Dios dejaría de ser justo si él dejara de amar su propia honra en la cual su gente deposita toda la esperanza.
Ya que Dios disfruta tanto de su honra –la belleza de su perfección moral- se debe esperar que El disfrute del reflejo de su honra en este mundo. Él ama la justicia y el derecho (Salmo 11:7; 33:5; 37:28; 45:7; 99:4; Isaías 61:8); él “ama la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6); él ama el santuario donde se lo venera (Malaquías 2:11) y Sión, la “ciudad de Dios” (Salmos 87:2, 3).
Pero por sobre todas las cosas en el Antiguo Testamento, el amor de Dios por su propia gloria lo involucra en un eterno compromiso con el pueblo de Israel. La razón de esto es que un aspecto importante de la gloria de Dios es su libertad soberana de haber elegido bendecir a aquellos de pocos méritos. Ya que eligió libremente establecer un pacto con Israel, Dios se honra a sí mismo al mantener un compromiso de amor con su gente. La relación entre el amor de Dios y su elección del pueblo de Israel se ve en los siguientes textos.
Cuando Moisés quiso ver la gloria de Dios, Dios le respondió que él proclamaría su honroso nombre delante de él. Un aspecto importante del nombre de Dios, su identidad se dió en las palabras “pues tengo misericordia del que quiero tener misericordia, y soy clemente con quien quiero ser clemente” (Éxodo 33:18, 19). En otras palabras, la libertad soberana de Dios de tener misericordia en quien él quiera es parte integral con su esencia de ser Dios. Es importante entender esta auto-identificación porque es la base del pacto establecido con Israel en el Monte Sinaí. El amor de Dios por Israel no es una respuesta obediente y divina a un pacto; sino que el pacto es una expresión libre y soberana de la misericordia o amor divino. En Éxodo 34:6-7 vemos como Dios se identificó con más fuerza antes de reconfirmar el pacto (Éxodo 34:10): “Jehová exclamó... ‘Jehová! ¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado…’”
Por eso el Pacto Mosaico y su anterior promesa a los patriarcas (Deuteronomio 4:37; 10:15), se arraigó en el amor libre y piadoso de Dios. Por lo tanto, es erróneo decir que la Ley Mosaica es más contraria a la gracia y verdad de lo que son los mandamientos del Nuevo Testamento. El Pacto Mosaico ordenaba un estilo de vida consistente con el pacto misericordioso que Dios había establecido, pero también brindaba perdón por los pecados y por lo tanto el hombre no estaba bajo una maldición por una sola falta. La relación que Dios estableció con Israel y su amor por ella era igual a aquel entre marido y mujer: “Pasé otra vez junto a tí y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores. Entonces extendí mi manto sobre tí y cubrí tu desnudez; te hice juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová, el Señor, y fuiste mía.”
Por esta misma razón más tarde a la idolatría de Israel se la llama adulterio, porque se vierte a otros dioses (Ezequiel 23; 16:15; Óseas 3:1). Pero a pesar de la frecuente deslealtad de Israel hacia Dios, el manifiesta: “"Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3; Cf. Óseas 2:16-20; Isaías 54:8).
En otros tiempos, el amor de Dios por su gente se parece al de un padre por su hijo o al de una madre por sus hijos: “los haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no tropezarán, porque yo soy el padre de Israel, y Efraín es mi primogénito” (Jeremías 31:9, 20). “¿Se olvidará la mujer de lo que dió a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? ¡Aunque ella lo olvide, yo nunca me olvidaré de tí!”
Sin embargo, el amor de Dios por Israel no excluyó el juicio severo de Israel cuando ésta cayó en la incredulidad. La destrucción de los reinos del norte por Asiria en el año 722 A.C. (2 Reyes 18:9, 10) y el cautiverio de los reinos del sur en Babilonia en los años siguientes al 685 A.C. (2 Reyes 25:8-11) muestran que Dios no toleraría la infidelidad de su pueblo. “Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3:12). De hecho el Antiguo Testamento cierra con muchas de las promesas no cumplidas de Dios. La pregunta de cómo el amor eterno de Dios por Israel se expresará en el futuro la retoma Pablo en el Nuevo Testamento. Ver especialmente Romanos 11.
La relación de Dios con Israel como nación no significaba que él no tenía ninguna relación con los individuos, ni su trato con la nación en su totalidad le prevenía hacer distinciones entre los individuos. Pablo enseño en Romanos 9:6-13 y 11:2-10 que en el Antiguo Testamento “no todos los que descienden de Israel son israelitas”. En otras palabras, las promesas de amor de Dios hacia Israel no aplicaban sin distinción a todos los individuos israelitas. Esto nos ayudará a entender textos como los siguientes: “Abominable es para Jehová el camino del malvado, el ama al que sigue la justicia” (Proverbios 15:9). “Los que amáis a Jehová aborreced el mal” (Salmos 97:10). “Jehová ama a los justos” (Salmos 146:8). “No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre. Se complace Jehová en los que le temen en los que esperan su misericordia” (Salmos 147:10, 11; 103:13).
En estas palabras, el amor de Dios no se dirige igualmente para todos. En su efecto de salvación total, el amor de Dios es sólo para aquellos que “esperan su misericordia”. Esto no significa que el amor de Dios ya no es libre y sin mérito. Ya que, por un lado, la misma disposición de temor a Dios y obedientemente tener esperanza en El es un regalo de Dios (Deuteronomio 29:4; Salmos 119:36). Por otro lado, el llamado al santo que tiene esperanza en Dios no es por su propio mérito sino que es la fe de Dios en el débil que no tiene fortaleza y que sólo puede confiar en la misericordia (Salmo2 143:2, 8, 11). Por ende, al igual que en el Nuevo Testamento (Juan 14:21, 23; 16:27); el goce total del amor de Dios es una condición sobre una actitud adecuada a recibirlo, principalmente, una confianza humilde en la misericordia de Dios: “Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará” (Salmos 37:5).
El amor del hombre por Dios
Otra forma de describir la postura que una persona debe asumir para recibir la totalidad de la ayuda amorosa de Dios es que la persona debe amar a Dios. “Jehová guarda a todos los que lo aman, pero destruirá a todos los impíos” (Salmos 145:20). “Pero alégrense todos los que en tí confían; den voces de júbilo para siempre; porque tu los defiendes; en tí se recobijen los que aman tu nombre” (Salmos 119:132).
Estos textos son simplemente un trabajo mejor en la vida de las condiciones establecidas en el Pacto Mosaico (El pacto de Abraham también tenía condiciones, aunque la palabra amor no se menciona explícitamente: Génesis 18:19; 22:16-18; 26:5). Dios dijo a Moisés “Soy un Dios celoso y hago misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:6; Deuteronomio 5:10; Anemias 1:5; Daniel 9:4). Ya que amar a Dios era la primer condición y la que abarcaba a las demás de la promesa del pacto, se convirtió en el primer y más importante de los mandamientos en la ley: “Oye Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es; y amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma, y con toda tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5).
Esta clase de amor no es un servicio hacia Dios para ganar sus beneficios. Esto es inconcebible: “Porque Jehová, vuestro Dios, es Dios de dios y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni recibe sobornos” (Deuteronomio 10:17). No es una obra que se realiza para Dios, sino una aceptación feliz y de admiración por su compromiso de obrar por aquellos que confían en él (Salmo 37:5; Isaías 64:4). Por eso el Pacto Mosaico comienza con una declaración que mantiene la gran promesa a Israel: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saque de la tierra de Egipto” (Éxodo 20:2). El mandamiento de amar a Dios significa que uno debe deleitarse en él y admirarlo por sobre todas las cosas y sentirse feliz con su compromiso de obrar con todo su poder por su pueblo. Por eso, a diferencia del amor de Dios por Israel, el amor de Israel por Dios fue una respuesta por lo que él había hecho y haría en su nombre (Cf... Deuteronomio 10:20-11:1). La respuesta del carácter del amor del hombre por Dios se ve muy bien en Josué 23:11 y en Salmos 116:1. En su expresión más clara se convirtió en la pasión por la vida que todo lo consume (Salmos 73:21-26).
El amor del hombre por el hombre
Si una persona admira y adora a Dios y encuentra satisfacción refugiándose en su cuidado misericordioso entonces su conducta hacia otros humanos reflejará el amor de Dios. El segundo gran mandamiento del Antiguo Testamento, como Jesús lo llamó (Mateo 22:39) surge de Levítico 19:18 “No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a tí mismo: Yo, Jehová”. El significado del término ‘prójimo’ aquí se refiere probablemente a los ‘prójimos israelitas’. Pero en Levítico 19:34 Dios dice: “Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a tí mismo, porque extranjeros fuiste en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios.”
Aquí podemos entender la motivación del amor si mencionamos un paralelo en Deuteronomos 10:18, 19 “Dios hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama también al extranjero y le da pan y vestido. Amaréis, pues, al extranjero, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”. Es un paralelo similar a Levítico 19:34 porque ambos se refieren al extranjero de Israel en Egipto y ambos mandan el amor por el extranjero. Pero más importante, las palabras “Yo, Jehová, vuestro Dios” en Levítico 19:34 se reemplazan en Deuteronomio 10:12-22 con una descripción del amor de Dios, justicia y obras poderosas por Israel. Los israelíes deben mostrar el mismo amor a los extranjeros que Dios les ha mostrado a ellos. En forma similar, Levítico 19 comienza con el mandamiento: “Santos seréis, porque santo soy yo, Jehová, vuestro Dios.” Luego la frase “Yo, Jehová” se repite quince veces a lo largo del capitulo 19, al final de cada mandamiento. Por lo tanto la intención del capitulo es dar los casos específicos de cómo ser santo de la misma forma en que Dios lo es. Dentro del contexto más amplio de Deuteronomio 10:12-22, esto significa que el amor de una persona por su prójimo surge del amor de Dios y por ende refleja su carácter.
Se debe hacer hincapié en que el amor que se demanda aquí esta relacionado con las obligaciones externas y con las actitudes internas. “No aborrecerás a tu hermano en tu corazón” (Levítico 19:17). “No te vengarás (obligación) ni guardarás rencor (actitud)” (Levítico 19:18). Y amar a tu prójimo como a tí mismo no significa tener una imagen positiva o una autoestima alta; significa usar el mismo celo, ingenuidad y perseverancia para conseguir la felicidad de tu prójimo como si fuera tuya. Para otros textos sobre el amor por uno mismo ver Proverbios 19:8; 1 Samuel 18:1, 20:17.
Si el amor entre hombres debe reflejar el amor de Dios entonces deberá incluir el amor por sus enemigos, por lo menos hasta cierto nivel. Porque el amor de Dios por Israel era libre, sin mérito, tardo para la ira, perdonando tantos pecados que creó enemistad entre él y su pueblo (Éxodo 34:6-7). Y su misericordia se extendió más allá de los limites de Israel (Génesis 12:2, 3; 18:18; Jonás 4:2). En consecuencia, encontramos instrucciones de amar al enemigo. “Si encuentras el buey de tu enemigo o un asno extraviado, regresa a llevárselo. Si ves el asno del que te aborrece caído debajo de tu carga, ¿lo dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo” (Éxodo 23:4-5). “No te regocijes cuando caiga tu enemigo” (Proverbios 24:17). “Si el que te aborrece tiene hambre, dale de comer pan” (Proverbios 25:21). Ver también proverbios 24:29; 1 Reyes 3:10; Job 31:29, 30; 2 Reyes 6:21-23.
Sin embargo, esta relación enemigo-amor debe calificarse de dos formas: Primero, en el Antiguo Testamento, la forma en que Dios obraba en el mundo tenia una dimensión política que hoy no se presenta. Su pueblo era una etnia y grupo político diferente y Dios era su legislador, su rey y su guerrero en una forma muy directa. Por eso, por ejemplo, cuando Dios decidió castigar a los Cananitas por su idolatría él usó a su pueblo para alejarlos (Deuteronomio 20:18). Este acto de Israel no puede llamarse amor por sus enemigos (Cf. Deuteronomio 7:1, 2; 25:17-19; Éxodo 34:12). Quizás, deberíamos pensar en tales eventos como en ocasiones especiales en la redencion de la historia en la cual Dios usa a su pueblo para ejecutar su venganza (Deuteronomio 32:35; Josué 23:10) sobre una nación malvada. Hoy, no deberían usarse tales ocasiones para justificar la venganza personal o guerras santas ya que hoy en día los propósitos de Dios en el mundo no se alcanzan a través de una etnia o grupo político a la par con el pueblo Israelí del Antiguo Testamento.
La segunda calificación de la relación enemigo-amor la requieren los salmos en la cual los salmistas declaran su odio por los hombres que desafían a Dios “blasfemias dicen ellos contra tí. ¿No odio, Jehová, a los que te aborrecen? Los aborrezco por completo y los tengo entre mis enemigos” (Salmos 139: 19-22). El odio de los salmistas se basa en el despecho en contra de Dios y se concibe como un alineamiento virtuoso con el propio odio de Dios por los malvados (Salmos 5:4-6; 11:5; 31:6; Proverbios 3:32; 6:16; Óseas 9:15). Pero aunque parezca extraño, este odio no necesariamente resulta en venganza. Los salmistas lo dejan en manos de Dios y hasta tratan con amabilidad a los odiados. Esto se ve en Salmos 109:4, 5 y 35:1, 12-14.
Existen, quizás, dos formas de justificar este odio. Por un lado, a veces podría representar una fuerte aversión hacia la malevolencia que busca la destrucción de una persona. Por otro lado, donde existe un deseo de destrucción expreso, podría representar la certitud que Dios da de que la persona malvada está más allá del arrepentimiento, sin esperanza en la salvación y por ende bajo la sentencia justa de Dios que se expresa en los Salmos (comparar 1 Juan 5:16).
Más allá de las dimensiones más religiosas del amor, el Antiguo Testamento es rico en ilustraciones e instrucciones para el amor entre padre e hijo (Génesis 22:2; 37:3; Proverbios 13:24), madre e hijo (Génesis 25:28), marido y mujer (Jueces 14:16; Eclesiásticos 9:9; Génesis 24:67; 29:18, 30, 32; Proverbios 5:19), amantes (1 Samuel 18:20; 2 Samuel 13:1), esclavos y amos (Éxodo 21:5; Deuteronomio 15:16), el rey y sus súbditos (1 Samuel 18:22), un pueblo y su héroe (1 Samuel 18:28), amigos (1 Samuel 18:1; 20:17; 27:6), nuera y suegra (Ruth 4:15). Vale especialmente la pena mencionar los Cantares de Salomón que expresan le felicidad total en la entrega sexual de amor entre marido y mujer.
El amor del hombre por las cosas
Hay pocos momentos en el Antiguo Testamento del amor simple y diario por las cosas: Isaac amaba cierta clase de carne (Génesis 27:4); Usías amaba la tierra (2 Crónicas 26:10); muchos aman la vida (Salmos 34:12). Pero por lo general cuando el amor no se dirige a las personas se dirige hacia las virtudes o hacia los vicios. En general, esta clase de amor es simplemente un fruto inevitable del amor de uno por Dios o de rebelión en contra de Dios.
Por el lado positivo, existe el amor por los mandamientos de Dios (Salmos 112:1; 119:35, 47), por su ley (Salmos 119:97), su deseo (Salmos 40:8), su promesa (Salmos 119:140) y su salvación (Salmos 40:16). Los hombres deben amar el bien y aborrecer el mal (Amós 5:15), amar la verdad y la paz (Zacarías 8:19) y amar la misericordia (Miqueas 6:8) y la sabiduría (Proverbios 4:6). Por el lado negativo vemos gente que ama el mal (Miqueas 3:2) mentir y la falsa profecía (Salmos 4:2; 52:3, 4; Zacarías 8:17; Jeremías 5:31; 14:10), ídolos (Óseas 9:1, 10; Jeremías 2:25), la opresión (Óseas 12:7), insultar (Salmos 109:17), la pereza (Proverbios 20:13), la insensatez (Proverbios 1:22), la violencia (Salmos 11:5) y el soborno (Isaías 1:23). En breve, muchas personas “aman más su vergüenza que su gloria” (Óseas 4:17), que es lo mismo que amar a la muerte (Proverbios 8:36). La suma de todo es que la satisfacción no se hallará poniendo los afectos en objetos sino que en Dios (Cf. Eclesiastés 5:10; 12:13).
El amor en el Nuevo Testamento
Lo que hace que el Nuevo Testamento sea nuevo es la aparición del Hijo de Dios en la escena de la historia de la humanidad. En Jesús, vemos como nunca antes la revelación de Dios. En sus palabras “El que me ha visto a mi ha visto al padre” (Juan 14:9; Cf. Colosenses 2:9; Hebreos 1:3). Porque en un sentido real, Jesús era Dios (Juan1:1; 20:28).
Sin embargo, la llegada de Jesús no solo trae la revelación de Dios. Con su muerte y resurrección Jesús también nos trae salvación (Romanos 5:6-11). Esta salvación significa el perdón de los pecados (Efesios 1:7), entrada por un mismo Espíritu al Padre (Efesios 2:18), la esperanza de vida eterna (Juan 3:16), un nuevo corazón inclinado a realizar buenas obras (Efesios 2:10; Titos 2:14).
Por eso, cuando tratamos con el amor, debemos esforzarnos por relacionar todo con la vida, muerte y resurrección de Jesús. En su vida y muerte vemos de otra forma como es el amor de Dios y lo que el amor del hombre por Dios y por otros debe ser. Y por medio de la fe, el Espíritu de Cristo, que reina en nosotros, nos permite seguir su ejemplo.
El amor de Dios por su Hijo
En el Antiguo Testamento vimos que Dios ama su propia gloria y se deleita en mostrarla a través de la creación y redención. Una dimensión más profunda de este amor por si mismo es más clara en el Nuevo Testamento. Es cierto que el objetivo de Dios en toda su obra es mostrar su gloria para que los hombres la disfruten y valoren (Efesios 1:6, 12, 14; Juan 17:4). Pero lo que aprendemos ahora es que Jesús “es el esplendor de su gloria, la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). Porque “en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Colosenses 2:9). En resumen, Cristo es Dios y tiene existencia eterna un una unión misteriosa con su Padre (Juan 1:1). Por ende, el amor a si mismo de Dios o su amor por su propia gloria ahora se puede ver como amor “por la gloria de Cristo quien es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4; Cf... Filipenses 2:6). El amor que Dios, el Padre, tiene por su Hijo se observa frecuentemente en el Evangelio según Juan (3:35; 5:20; 10:17; 15:9, 10; 17:23-26) y ocasionalmente en otros versos (Mateo 3:17; 12:18; 17:5; Efesios 1:6; Colosenses 1:13).
Este amor dentro de la misma Trinidad es importante para los cristianos por dos razones. Primero, la belleza valiosa de la encarnación y muerte de Jesús no se pueden entender si este falta. Segundo, es el mismo amor del Padre por su Hijo que el Padre vierte en los corazones de los creyentes (Juan 17:26). La esperanza absoluta de los Cristianos es ver la gloria de Dios en Cristo (Juan 17:5), estar con él (Juan 14:24) y gozar de el tanto como lo hace su Padre (Juan 17:26).
El amor de Dios por los hombres
Pablo dice en Romanos 8:35 “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” En el verso 39 dice “Ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Este cambio de “Cristo” a “Dios, que es Cristo Jesús” muestra que bajo el título “El amor de Dios por los hombres” debemos incluir el amor de Cristo por los hombres, ya que su amor es una extensión del amor de Dios.
Lo más básico que puede decirse sobre el amor en relación con Dios es que “Dios es amor” (1 Juan 4:8,16; Cf. 2 Corintios 13:11). Esto no significa que Dios es un nombre fuera de moda para el ideal del amor. Más bien sugiere que una de las mejores palabras para describir el carácter de Dios es amor. La naturaleza de Dios es tal que en su totalidad no necesita más (Actos 17:25) sino que abunda en bondad. Es parte de su naturaleza amar.
Debido a este amor divino, Dios envió a su único Hijo al mundo para que Cristo muriera por nuestros pecados (1 Corintios 15:3; 1 Pedro 2:24; 3:18), para que todo aquel que cree en él tenga vida eterna (Juan 3:16; 2 Tesalonicenses 2:16; 1 Juan 3:1; Tito 3:4). “En esto consiste al amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Por cierto, es de la ira de Dios que los creyentes están a salvo por medio de la fe en la muerte y resurrección de Cristo (Romanos 5:9). Pero no debemos imaginar que Cristo es amor y Dios ira. “Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Es el propio amor de Dios que encuentra el camino para salvarnos de su propia ira (Efesios 2:3-5).
Tampoco debemos pensar en el Padre forzando al Hijo a morir por el hombre. El mensaje que se repite a lo largo del Nuevo Testamento es que “Cristo nos amó y se entregó por nosotros” (Gálatas 2:2; Efesios 5:2: 1 Juan 3:16). “Como había amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1; 15:9, 12, 13). Y el amor de Cristo guía (2 Corintios 5:14), sostiene (Romanos 8:35) y reprende (Apocalipsis 3:19) a todos los que ama.
Otro error conceptual que se debe evitar es que uno se merece o gana el amor de Dios y de Cristo. Jesús fue acusado de ser amigo de los publicanos y pecadores (Mateo 11:9; Lucas 7:34). Su respuesta fue “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Marcos 2:17). En otra ocasión cuando Jesús fue acusado de comer con los publicanos y los pecadores (Lucas 15:1, 2) él contó tres parábolas sobre cómo se alegra el corazón de Dios cuando un pecador se arrepiente (Lucas 5:3-32). De esta forma Jesús mostró que el objetivo de su amor de salvación es abrazar no sólo a quienes piensan ser justos (Lucas 18:9) sino que quienes son pobres de espíritu (Mateo 5:13) como el publicano que dijo “Dios, se propicio a mi, pecador” (Lucas 18:13). El amor de Jesús no podía ganarse, solo podía ser aceptado libremente y gozado. A diferencia del legalismo de los fariseos, era una “carga ligera” y un “yugo fácil” (Mateo 11:30).
Porque Jesús era como su Padre mostraba amor por quienes no merecían su gracia. Él enseñaba que Dios “hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45), “él es benigno para con los gratos y egoístas” (Lucas 6:35). Pablo también enfatiza que él amor divino es único porque busca salvar también a los enemigos. Lo describe de la siguiente forma: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguien tuviera el valor de morir por el bueno. Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6-8).
Si bien es cierto que en un sentido Dios ama al mundo entero que el sustenta (Hechos 14:17; 17:25; Mateo 5:45) y quien cree en el tendrá salvación; sin embargo, él no ama a todos los hombres de la misma manera. Él ha elegido antes de la fundación del mundo a sus hijos (Efesios 1:5) y los predestinó para la gloria (Romanos 8:29-30; 9-11, 23; 11:7, 28; 1 Pedro 1:2). Dios ha puesto su amor en estos elegidos de una forma única (Coloseos 3:12, Romanos 11:28; 1:7; 1 Tesalonicenses 1:4; Judas 1) para que su salvación sea segura. A estos los lleva a Cristo (Juan 6:44, 65) y les da vida (Efesios 2:4, 5); a los otros los deja en la dureza de sus corazones pecadores (Romanos 11:7; Mateo 11:25, 26; Marcos 4:11, 12).
Existe un misterio en el amor de elección de Dios. No hay revelación del por qué elige a unos y a otros no. Sólo sabemos que no se debe a ningún merito o distinción humana (Romanos 9:10-13). Por lo tanto, toda jactancia queda excluída (Romanos 3:27; 11:18, 20, 25; Efesios 2:8; Filipenses 2:12, 13), es un don de Dios desde el comienzo hasta el final (Juan 6:65). No nos merecíamos nada ya que todos éramos pecadores y todo lo que tenemos es gracias a la misericordia de Dios (Romanos 9:16).
La forma en que uno se encuentra dentro del amor de salvación de Dios es: fe en la promesa de “todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:13). Judas (1:21) dice “conservaos, en el amor de Dios” y en Romanos 11:22 “permanece en la bondad de Dios”. Se hace claro que esto significa seguir confiando en Dios “Te levantas solo a través de la fe” Romanos 11:20-22). Por ende, uno nunca puede ganarse el amor de salvación de Dios; uno permanece en él sólo confiando en las promesas de amor de Dios. Esto es verdadero aún cuando Jesús dice que la razón por la cual Dios ama a sus discípulos es porque ellos mantienen su palabra (Juan 14:23) porque la esencia de la palabra de Jesús es un llamado a vivir en fe (Juan 16:27; 20:31).
El amor del hombre por Dios y por Jesús
Jesús resume todo el Antiguo Testamento en los mandamientos de amar a Dios con todo el corazón y alma y mente, y de amar al prójimo como a uno mismo (Mateo 22:37-40). En los tiempos de Jesús, el no amar a Dios de esta manera era una característica de muchos líderes religiosos (Lucas 11:42). Jesús dijo que esta era la razón por la cual no lo amaban y no lo aceptaban a el (Juan 5:42; 8:42). Él y el Padre son uno (Juan 10:30) por lo tanto amar a uno con todo el corazón incluye amar al otro también.
Ya que el “mandamiento más importante” es amar a Dios, no nos sorprenden los grandes beneficios que se prometen a quienes así lo hacen. “A los que aman a Dios, toda las cosas los ayudan a bien” (Romanos 8:28). “Cosas que ojo no vio ni oído oyó… son las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Corintios 2:9; Cf. Efesios 6:24). “Pero si uno ama a Dios, es conocido por él” (1 Corintios 8:3). “.. Recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que ama” (Santiago 1:12; 3:5; Cf. 2 Timoteo 4:8). Pero por otro lado existen serias advertencias para aquellos que no aman a Dios (2 Timoteo 2:14; 1 Juan 2:15-17) y a Cristo (1 Corintios 16:22; Mateo 10:37-39).
Entonces la pregunta que surge es: si los mismos beneficios dependen del amor por Dios y Cristo, los cuales a su vez dependen de la fe, ¿cuál es la relación entre amor por Dios y confianza en él? Debemos recordar que el amor por Dios, a diferencia del amor por un prójimo en necesidad no es un deseo de llenar una falta de su parte con nuestros servicios (Hechos 17:5). Más bien, el amor por Dios es una adoración profunda por la belleza moral y su totalidad y suficiencia completa.
Es deleitarse en él, el deseo de conocerlo y de estar con él. Pero para gozar en Dios, uno debe tener la certeza de que él es bueno, y cierta confianza en que nuestro futuro con él es un futuro de felicidad. Esto significa que uno debe poseer la fe que se describe en Hebreos 11:1 “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Por ende, la fe precede y encamina nuestro amor por Dios. Confiar en la promesa de Dios fundamenta nuestro gozo en su bondad.
Existe otra forma de concebir el amor por Dios: no sólo deleitarse en él y sus promesas sino que también querer complacerlo. ¿Hay lugar para esta clase de amor en la vida del creyente? Por cierto que sí (Juan 8:29; Romanos 8:8; 1 Corintios 7:32; 2 Corintios 5:9; Gálatas 1:10; 1 Tesalonicenses 4:1). Pero una vez más debemos tener cuidado de no deshonrar a Dios presumiendo de ser sus benefactores. Hebreos 11:6 nos muestra la forma “Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que él que se acerca a Dios crea que él existe y que recompensa a los que lo buscan”. Aquí, la fe que agrada a Dios tiene dos creencias: que Dios existe y que encontrarlo es obtener una gran recompensa.
Por lo tanto, para amar a Dios en el sentido de complacerlo, nunca debemos acercarnos a él porque queremos compensarlo sino sólo porque él nos recompensa. En breve, nos convertimos en la fuente de placer de Dios en tal medida de que él es la fuente de nuestro placer. Podemos hacerle un favor sólo aceptando felizmente todos sus favores. Expresamos mejor nuestro amor por él cuando vivimos sin presumir, como benefactores de Dios, sino humildemente y felizmente como beneficiarios de su misericordia. La persona que vive de esta forma mantendrá inevitablemente los mandamientos de Jesús (Juan 14:15) y de Dios (1 Juan 5:3).
El amor del hombre por el hombre
El segundo mandamiento de Jesús fue “Amaras a tu prójimo como a tí mismo” (Mateo 22:39; Marcos 12:31; Lucas 10:27). Ya hemos discutido el significado de esto en Levítico 19:18. Las mejores interpretaciones en palabras del mismo Jesús son la Regla de Oro (“Y como queréis que hagan los hombres con vosotros” Lucas 6:31). Y la parábola del buen samaritano (Lucas 10:29-37). Esto significa que debemos buscar el bien de los demás con el mismo deseo de bien que queremos para nosotros. Este es el mandamiento del Antiguo Testamento que más se menciona en el Nuevo Testamento (Mateo 19:19; Romanos 13:9; Gálatas 5:28; Santiago 2:8).
Después de este mandamiento es probable que el verso más famoso sobre el amor en el Nuevo Testamento se encuentre en 1 Corintios 13. Aquí Pablo muestra que puede existir religión y humanitarismo sin amor. “Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:3). Esto nos lleva a la pregunta de qué clase de amor es este si uno puede sacrificar su vida y aún no tenerlo.
La respuesta del Nuevo Testamento es que la clase de amor sobre el cual Pablo habla debe surgir de la motivación que considera el amor de Dios en Cristo. El amor genuino nace de la fe en las promesas de amor de Dios. Pablo dice que “todo lo que no proviene de fe es pecado” (Romanos 14:23). En forma más positiva dice “la fe que obra por el amor” (Gálatas 5:6). O como Juan dice “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene con nosotros… Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero” (1 Juan 4:26, 19). Por lo tanto, el amor Cristiano existe sólo donde se conoce y confía en él amor de Dios en Cristo. Este enlace profundo entre fe y amor probablemente aplica por que Pablo los menciona juntos tan a menudo (Efesios 1:15; 6:23; Colosenses 1:4; 1 Tesalonicenses 3:6; 5:8; 2 Tesalonicenses 1:3; 1 Timoteo 6:11; 2 Timoteo 1:3; 2:2; Tito 2:2; 3:15; Cf. Revelaciones 2:19).
Pero ¿por qué la fe siempre “obra por el amor”? Una de las características distintivas del amor es que “no es envidioso, ni jactancioso, ni orgulloso” (1 Corintios 13:5). No manipula para ganar la aprobación de nadie o para obtener una recompensa material. Sino que busca compensar a otros y fortalecerlos (1 Corintios 8:1; Romanos 14:15; Efesios 4:16; Romanos 13:10). El amor no usa a otros con fines propios sino que goza de ser el medio para el bien ajeno. Si este es el sello distintivo del amor, ¿cómo es posible que hombres pecadores, egoístas por naturaleza, (Efesios 2:3) puedan amarse unos a otros?
La respuesta que brinda el Nuevo Testamento es que debemos volver a nacer: “Porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce” (1 Juan 4:7). Haber nacido de Dios significa convertirse en su hijo, con su carácter y pasar de la muerte a la vida: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos” (1 Juan 3:14). Dios mismo permanece en sus hijos por medio del Espíritu (1 Juan 3:9; 4:12, 13) por lo que cuando ellos lo aman es porque su amor se perfecciona en ellos (1 Juan 3:7, 12, 16).
Pablo enseña lo mismo cuando dice que el amor es un “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22; Colosenses 1:8; 2 Timoteo 1:7), que es “de Dios“ (Efesios 6:23) y “Dios lo enseña”, no los hombres (1 Tesalonicenses 4:9). El hecho de que es Dios quien nos brinda la capacidad de amar se ve en las oraciones de Pablo: “Que el Señor los haga crecer para que se amen más y más unos a otros” (1 Tesalonicenses 3:12; Filipenses 1:9).
Ahora estamos en una posición que podemos contestar a nuestra pregunta: ¿“Por qué la fe siempre obra a través del amor?”. La Fe es el camino por el que recibimos al Espíritu Santo, cuyo fruto es amor. Pablo pregunta ¿“Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por escuchar con fe?” (Gálatas 3:2). La respuesta es clara: por escuchar con fe. Esto significa que la característica esencial de la persona que ha vuelto a nacer y que posee el Espíritu de Dios es fe (Juan 1:12,13). Por lo tanto, mientras que el amor es un fruto del Espíritu, también es fruto de la fe, ya que el Espíritu obra por la fe (Gálatas 3:5).
Para entender bien la dinámica de este proceso, se debe mencionar otro factor: la esperanza. La fe y la esperanza no se pueden separar. La fe genuina en Cristo implica una confidencia firme de que nuestro futuro es seguro (Hebreos 11:1; Romanos 15:13). Esta unidad esencial de fe y esperanza nos ayuda a entender por qué la fe “obra siempre a través del amor”. La persona que tiene certeza de que Dios obra para su bien (Romanos 8:28) se puede relajar y confiar su vida a un Creador fiel (1 Pedro 4:19). Él es libre de ansiedad y de miedo (1 Pedro 5:7; Filipenses 4:6). No se irrita fácilmente (1 Corintios 13:5). Más bien es libre de auto justificación, auto protección y es una persona que “busca el bien de los demás” (Filipenses 2:4). Al tener satisfacción en la presencia y promesa de Dios no tiende egoístamente a buscar su propio placer sino que se deleita en “agradar a su prójimo en lo que es bueno, para edificación” (Romanos 15:1, 2).
En otras palabras, si nuestra esperanza esta sujeta a las promesas de Dios nos liberamos de nuestras actitudes de amor hacia nosotros. En consecuencia, Pablo dice que si no existiera la esperanza de Resurrección “Bebamos y comamos porque mañana moriremos” (1 Corintios 15:32). Si Dios no ha satisfecho nuestro deseo profundo por la vida entonces bien podemos tratar de obtener tanto placer terrenal como sea posible, bien sea amando a los demás o no. Pero Dios nos ha dado una esperanza que satisface y que es constante como base para una vida de amor. Por eso en Colosenses 1:4, 5, la esperanza es la base del amor: “Siempre damos gracias a Dios… pues hemos oído...del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos.”
Por eso, concluimos que la fe, cuando se entiende como una satisfacción profunda en las promesas de Dios siempre obra a través del amor. Por lo tanto, la forma de convertirse en una persona que ama es estableciendo nuestra esperanza con más totalidad en Dios y deleitándonos más en la certeza de que cualquier cosa que se encuentre en el camino de la obediencia es para nuestro bien.
El amor que nace de la fe y del Espíritu se manifiesta especialmente en el hogar Cristiano y en la comunidad de creyentes. Transforma las relaciones entre esposos y esposas de acuerdo al diseño de amor de Cristo (Efesios 5:25, 28, 33; Colosenses 3:19; Tito 2:4). Es la fibra de la comunidad Cristiana que “une todo en perfecta armonía” (Colosenses 3:14; 2:2; Filipenses 2:2; 1 Pedro 3:8). Permite que los miembros “se soporten los unos a los otros” en mansedumbre y humildad cuando se equivocan (Efesios 4:2; 1 Corintios 13:7). Pero más importante es la fuerza tras los mandamientos positivos de edificación espiritual (Romanos 14:15; 1 Corintios 8:1; Efesios 4:16) y la procuración de necesidades materiales (Lucas 10:27-37; Romanos 12:13; Gálatas 5:13; 1 Tesalonicenses 1:3; 1 Timoteo 3:2; Tito 1:8; Hebreos 13:1-3; Santiago 1:27; 2:16; 1 Pedro 4:9; 1 Juan 3:17, 18).
El amor no debe –no puede- limitarse a los amigos. Jesús dijo “Oísteis que fue dicho, ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pero yo os digo: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mateo 5:43-44; Lucas 6:27). Esta misma preocupación llegó a las primeras iglesias en versos como Romanos 12:14, 19-21; 1 Corintios 4:12; Gálatas 6:10; 1 Tesalonicenses 3:12; 5:15; 1 Pedro 3:9. El gran deseo del Cristiano de hacer bien a su enemigo y de orar por él es que el enemigo puede dejar de ser enemigo y dar gloria a Dios (1 Pedro 2:12; 3:14-16; Tito 2:8, 10).
Frente al amigo o enemigo, amor es la actitud que gobierna al Cristiano en “todas las cosas” (1 Corintios 16:14). Es el “camino más excelente” de vida (1 Corintios 16:14). Y ya que no perjudica a nadie sino que busca el bien para todos, cumple con la ley de Dios (Romanos 13:19; Mateo 7:12, 22:40; Gálatas 5:14; Santiago 2:8; comparar Romanos 8:4 y Gálatas 5:22). Pero no es automático y puede enfriarse (Mateo 22:12; Revelaciones 2:4). Por lo tanto, los Cristianos deben tener como objetivo (1 Timoteo 1:15) para “estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24). Debemos orar a Dios para que nuestro amor abunde más y más (Filipenses 1:9; 1 Tesalonicenses 3:12, 13).
Debemos concentrarnos en los ejemplos de amor en Cristo (Juan 13:34; 15:12, 17; Efesios 5:2; 1 Juan 3:23; 2 Juan 5) y en sus santos (1 Corintios 4:12, 15-17; 1 Timoteo 4:12; 2 Timoteo 1:13; 3:10). De esta forma nuestro llamado y elección serán seguros (2 Pedro 1:7, 10) y seremos testigos convincentes en el mundo de la verdad de la fe Cristiana (Juan 13:34, 35; 1 Pedro 2:12).
El amor del hombre por las cosas
Por un lado, el Nuevo Testamento enseña que las cosas que Dios ha creado son buenas y debemos gozar de ellas con acción de gracias (1 Timoteo 4:3; 6:17). Pero por otro lado, nos advierte en contra del amor por ellas de una forma tal que nuestros afectos se vean alejados de Dios.
El gran peligro es que el amor por el dinero (Mateo 6:24; Lucas 16:14; 1 Timoteo 6:10; 2 Timoteo 3:2; 2 Pedro 2:15) y los placeres terrenales (2 Timoteo 3:4) y los elogios humanos (Mateo 6:5; 23:6; Lucas 11:43; 3 Juan 9) nos robarán el corazón de Dios y nos hará insensibles a sus propósitos más grandes para nosotros. Juan dice “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no esta en el” (1 Juan 2:15-17). Y Santiago hace eco a esto “No sabes que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?” (Santiago 4:4; Cf. 2 Timoteo 4:10). El “mundo” no es una clase especifica de objetos o de gente. Es cualquier cosa que reclama nuestros afectos de amor que no son para la gloria de Jesús. San Agustín ofreció una plegaria que posee el espíritu sobre este tema del Nuevo Testamento “… y menos, Señor, os ama el que juntamente con Vos ama alguna otra cosa, que no la ama por Vos.”
Vota esta traducción
Puntúa utilizando las estrellas