Cuando no tienes tiempo de orar
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jonathan Parnell sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Susana Belvedere
Está oscuro. La casa en silencio. Faltan todavía 3 horas para el desayuno.
Abrigado lo suficiente como para ir afuera, bajo las escaleras hacia mi estudio en el sótano y prendo la luz del escritorio. Intermitentemente tomará un rato hasta que la polvorienta lamparita color amarillo enfoque sobre la biblia abierta debajo. La mesa está servida; mi alma ha estado hambrienta, y ahora llegué justo a tiempo. El banquete está frente mío. Está oscuro. Y el desayuno se servirá recién en tres horas.
Pero luego escucho pasos. Es raro. ¿Pasos ahora? ¿Tan temprano? Pero espera, no solo unos pasos, algunos pasos— ¿muchos pasos? Miro hacia las escaleras para encontrarme con mis tres hijos raramente despiertos, deambulando por ahí con los ojos dormidos. Uno necesitaba ir al baño, el otro tuvo una pesadilla y el tercero quería tener una fiesta. Atendí a cada uno y los escolté de vuelta a la cama. Luego estoy bajando las escaleras otra vez solamente para escuchar de nuevo los pasos enseguida. Y me vuelvo a encargar. Hay lágrimas y abrazos y vuelta a retomar el gastado camino hacia mi estudio. Pero las lágrimas y abrazos no logran que los niños se duerman. Y no pasó mucho hasta que tuve que volver arriba otra vez, y después debajo de nuevo. Arriba, abajo, puertas se abren, puertas se cierran, y así una y otra vez— ¡Dios estoy tratando de orar!
¿Y qué se puede hacer con esto? Y supongo que debería haberme puesto un halo y subir flotando las escaleras buscando un sublime momento. Supongo que debería haber reprimido mi enojo y sufrido que “los niños vengan a mí”. Después pienso, yo solo quería orar—necesito orar. Pero todas estas distracciones. Espera, ¿puedo decir realmente eso? ¿Son realmente distracciones? No. Claro que no. Los celulares podrían ser distracción, los Twitter pueden ser distracción, mirar lo que está pasando en Instagram o repasar una contestación más de los emails podrían ser distracción, pero no mis hijos, no las personas, no ellos.
Aun así, tuve el sentimiento de estar distraído, porque estaba impedido de prestar total atención a algo bueno, correcto y necesario por tener que hacer algo bueno, correcto y necesario.
Ya es de día, la casa está bulliciosa y ya pasó el desayuno.
Espero sentirme cerca de Dios, pero ahora estoy a punto de salir más frustrado que antes. Todavía hambriento. No he probado lo que esperaba probar. No pude orar diez cosas por mi esposa o siete cosas por mis hijos o nueve cosas por mi alma. No pude orar mucho por las misiones de Dios en el mundo o para que su nombre sea santificado—ni sé si podrías llamarlo oración.
Pero allí de rodillas, tratando de encender todo de nuevo, todo lo que me salió decir fue “Ayúdame”. No tuve nada para traer, ni siquiera un pensamiento que hile coherentemente. Era un hombre distraído. Me sentía un tonto, arruinado y roto como en mil pedazos de barro barato. Era nada.
Pero ahí estaba.
Y si Dios iba a decirme algo era que podía clamar eso.
Allí estaba, de rodillas dependiendo de su inconmensurable gracia que ha obrado en mi vida, descansando mis brazos en sus misericordias, miles y miles de misericordias. Me di cuenta entonces de que, por su gracia, por lo que él ha hecho, que así como oxidado o tonto o arruinado mi corazón se pueda sentir y como fracturado pueda parecer mi día o como distraído yo pueda estar, todavía soy suyo. Suyo soy.
Y si, lo pasaremos de nuevo mañana otra vez. Me tengo que ir a servir cereal.
Vota esta traducción
Puntúa utilizando las estrellas