Sacrifica tus preferencias los domingos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Matt Merker sobre Alabanza
Traducción por Pamela Amaranti
La música no es solo un pasatiempo o una distracción; es algo que determina nuestra identidad. No solo oímos música por placer o entretención. Escogemos y oímos cierta música como una forma de expresión personal. Nuestro estilo predilecto es parte de lo que nos define, de lo que nos distingue de otras personas.
En mi adolescencia, fui un apasionado seguidor de bandas de rock poco conocidas cuya música rara vez se oía en la radio. Creía que mis gustos eran más vanguardistas y exclusivos que los de mis pares. Asistía a conciertos, ponía letras de canciones en mi casillero del colegio y usaba camisetas poco entendibles para expresar mi singularidad.
Hoy en día aún siento la tentación de encontrar mi identidad en mi biblioteca de música, aunque no de manera tan marcada ni abierta. Pero Dios a menudo me ha rescatado de este tipo de autoidolatría musical a través del canto congregacional.
Una sola voz
El Nuevo Testamento nos enseña que la unidad de la iglesia local es parte integral de su testimonio. Dios unió a los judíos y a los gentiles en un solo cuerpo para mostrar su sabiduría y dignidad (Efesios 3:10). A diferencia del público reunido en un lugar de conciertos, una iglesia no es principalmente un grupo de personas que comparten gustos musicales. Es una asamblea de adoradores comprados con sangre y llenos del Espíritu, cuyo principal deleite es Dios mismo.
Por lo tanto, el propósito principal de un culto no es ser un tiempo para que yo disfrute mi estilo de música favorito. Es, ante todo, una reunión de los redimidos para alabar a Dios como un pueblo apartado y unificado. Dicho de otro modo, aunque pueda que a mí me encante si en mi iglesia solo se usa rock underground de mediados de la década de 1990, es posible que a ti no te fascine. Una iglesia con música monótona, de un solo estilo musical no refleja un testimonio común convincente. No dice mucho de la grandeza de nuestro Dios que salva y unifica. La armonía en medio de la diversidad resalta mucho más a Dios.
Las Escrituras nos exhortan a cantar tanto para alabanza de nuestro Dios como para el bienestar de otros creyentes.
- Sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre. (Efesios 5:18–20)
El gozo que experimentamos al cantar con la congregación consiste primordialmente en deleitarnos en Dios, pero también en gozarnos al ver a otros creyentes fortalecer su fe. Estos dos gozos están siempre disponibles para todo creyente, independiente de si el estilo de la música es o no nuestro favorito –tal vez más aún si el estilo de la música no es nuestro estilo predilecto.
Una oportunidad de sacrificio
Ahora bien, si entramos a la iglesia y la música suena estilísticamente extraña, dejar de lado nuestros gustos personales es un verdadero sacrificio. Es difícil, molesto e incómodo. Todas las iglesias tienen una manera de cantar, una cierta base cultural que depende de un número indefinido de factores. No se puede evitar.
La música de alguna iglesia se sentirá más cómoda para algunas personas y más incómoda para otras. Debemos reconocer e incluso aplaudir los sacrificios semanales que algunos hacen cuando la iglesia se reúne –particularmente aquellos que pertenecen a minorías étnicas, culturales o generacionales. Y si es posible, los líderes de la iglesia deberían adoptar medidas proactivas para hacer nuestra música más acogedora y menos alienante para una variedad mayor de personas.
La iglesia local, sin embargo, nunca es el lugar para exigir que se satisfagan nuestras preferencias personales. De hecho, es precisamente lo contrario. Es donde podemos obedecer la exhortación de Pablo de una cultura distinta: “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Filipenses 2:3–4).
Si lucho para disfrutar cualquiera de las canciones en mi iglesia, debería considerar la manera en que Dios podría estar usando estas canciones para edificar a otros. Necesito aprender cómo alegrarme cuando en la iglesia se canta la canción o estilo favorito de otra persona–especialmente si pertenecen a una generación, etnia o cultura distinta de la mía.
Un gozo mayor en la música
Hace poco el pastor de mi iglesia decidió que deberíamos cantar más seguido el himno “Dulce comunión”. Es un texto maravilloso acerca del consuelo al confiar en Dios en la oración. Personalmente no me gusta este himno. Se siente anticuado, simplista, demasiado alegre. Pero, ¿saben qué? Literalmente, muchas otras personas en mi iglesia no oyen el himno de la misma manera. Ellos lo disfrutan, no solo por la letra, sino que por la música.
Cuando vi a decenas de personas de mi familia de la iglesia responder con evidente gozo ante un himno que yo no habría elegido, Dios me mostró mi pecado. Me di cuenta de que por cada canción que musicalmente me provoca sentimientos a mí, hay hermanos que probablemente dejan de lado sus preferencias por mi causa. Sin duda mis gustos personales son un pequeño precio a pagar para que mis hermanos y hermanas en Cristo sean animados y crezcan.
Todavía disfruto el rock-and-roll poco conocido de la década de 1990, pero Dios me ha mostrado un gozo mayor en la música –un gozo que puedo compartir con santos de distintas épocas, trasfondos étnicos y estilos musicales.
¡Dulce comunión la que gozo ya
En los bazos de mi Salvador!
¡Qué gran bendición en su paz me da!
¡Oh!, yo siento en mí su tierno amor .
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