Nuestros hijos nos crían

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English: Our Children Raise Us

© Desiring God

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Por Sam Crabtree sobre Crianza de los Hijos

Traducción por Príamo Jiménez


Contenido

Lecciones de la Escuela de la Paternidad

Como madres y padres, la probabilidad de que seamos padres perfectos es casi igual a la probabilidad de que seamos seres humanos perfectos: cero.

No somos omniscientes. El padre o la madre que piensa que ha aprendido todo lo que necesita saber y que ha terminado de madurar permanece inmaduro. Tenemos mucho que ganar y nuestros hijos pueden ser una forma de hacernos crecer. Yo pensaba que la secuencia de vida era así:

  1. Crecer.
  2. Casarse.
  3. Tener hijos.

Pero no es así. Te casas, creces un poco, tienes hijos, y luego creces mucho más. Nuestros hijos nos ayudan a criarnos.

El hogar como escuela para los padres

Un padre educado solo por adultos posee una educación incompleta. Los padres no pueden apreciar todo lo que se les enseña sobre la paternidad hasta que tienen sus propios hijos.

Cuando daba clases en escuelas públicas, una de mis colegas no había criado ningún hijo propio, pero debido a su diploma de maestría, se consideraba bastante preparada sobre cómo criarlos. Lamentablemente, no tenía como saber lo que no conocía. La experiencia de la paternidad/maternidad es una escuela incomparable. A veces, las pruebas pueden ser bien difíciles, pero convertirse en padre es comprometerse.

En la escuela normal, las pruebas generalmente vienen después de las lecciones. En la vida, inclusive en la paternidad, los exámenes vienen antes de las lecciones y, de hecho, como parte de ellas.

“Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce perseverancia, y que la perseverancia tenga su perfecto resultado, para que seáis maduros y completos, sin que os falte nada” (Santiago 1: 2-4).

Al criar hijos las pruebas y exámenes vienen como en una correa transportadora, y como instrumentos de la mano de Dios, esas pruebas forman un carácter parental maduro.

Las numerosas lecciones de los niños

Entonces, hacerse padre, no es una licencia para parar de aprender, y el hogar es una escuela maravillosa, un regalo de Dios. ¿Cuáles son algunas de las lecciones esperadas en esta escuela de la familia? Veamos solo una pequeña muestra.

Los niños nos enseñan que la vida es breve. La niñez se va en un instante. Somos más viejos de lo que pensamos, estamos más cerca de la línea de llegada. Aún cuando la vida parece no andar, el tiempo vuela y cada vez quedan menos granos en el reloj de arena. Mis propios hijos ya están en la mediana edad y sus hijos ya se están haciendo adultos. ¿Cómo pasó todo tan rápido? Como la vida es breve, los padres inteligentes determinan las prioridades de modo que lo principal tenga prioridad, dejando las cosas menos importantes para otro momento.

Los niños nos recuerdan las lecciones que seguimos olvidando, como la importancia de la gracia capacitadora para hacer lo que debemos hacer; la necesidad del realismo humilde, que nos señala la gracia que necesitamos; y la grandeza de Dios, que siempre provee gracia suficiente. “Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para vosotros, a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8).

Los niños nos ilustran (y nos recuerdan) cómo es recibir el reino de Dios: “En verdad os digo: el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Marcos 10:15).

Los niños pueden ejemplificar la fe, la admiración, el anhelo y el regocijo. Pueden enseñarnos que el universo que Dios creó es un lugar fascinante. Los padres atentos siempre están buscando formas de imitar en nuestros hogares estas señales vivas que Dios nos ha dado. De ellos, podemos aprender a intentar cosas nuevas, a experimentar.

Los niños también son espejos, que reflejan nuestras prioridades y nuestro carácter. ¿Dónde ese niño aprendió a usar ese tono de voz? El hogar sirve como un excelente laboratorio para practicar la vigilancia de nuestra boca. Los espejos están escuchando.

Como espejos, los niños nos enseñan que nosotros (padres e hijos) somos una raza de pecadores, nacidos con una inclinación al pecado y que ninguno de nosotros llega a ser justo: “No hay ni siquiera uno” (Romanos 3:10-12). Todos tendemos a ser egocéntricos y a hacer esfuerzos insensatos para justificarnos. Educar sin plena conciencia de nuestra naturaleza pecaminosa es como cultivar un jardín sin cuidar de las malas hierbas.

Los niños también me han recordado que la misericordia abarca una multitud de pecados. Ellos pueden ser modelos de perdón. No desperdicies estos modelos.

Como apuntar cohetes

Con el tiempo, los niños también nos enseñan cuánto dependemos de Dios para criar a nuestros hijos.

Aunque los padres tienen una influencia extremadamente significativa en la formación de la vida de sus hijos, si tus hijos eventualmente no te abren los ojos de la noción de que eres responsable de todo lo que van a ser, permíteme liberarte ahora mismo de esa idea nada bíblica.

Una vez, lancé un paquete de cohetes “idénticos” desde el mismo lugar y los apunté todos en la misma dirección, y todos salieron en direcciones extremadamente diferentes, algunos girando y revoloteando, otros disparados directamente a los cielos y algunos explotando antes de abandonar la plataforma de lanzamiento. Por la providencia de Dios, los niños son tan diferentes como estos cohetes. Sí, puedes apuntarlos en una dirección específica, pero no puedes garantizar que acabarán en el mismo lugar. No todas las variables están bajo el control de los padres. Los niños nos enseñan esta lección, ilustrada con sus vidas. La singularidad de cada niño (en cualquier edad) nos señala la inigualable creatividad de Dios.

Es cierto que algunos padres hacen un trabajo horrible o indiferente al "apuntar" sus pequeños cohetes, y el párrafo anterior no tiene como objetivo aliviar su yerro. Lo que digo es que los cohetes de la misma caja, fabricados de la misma forma y apuntados en la misma dirección, salen disparados en direcciones diferentes. Si los padres no lo saben de antemano, la llegada de los hijos sirve de ejercicio práctico para recalibrar las expectativas.

Abrace el concepto del hogar como escuela

Aprender de nuestros hijos depende, en parte, de aceptar la realidad de nuestras profundas e continuas imperfecciones. Ese discernimiento humilde y realista de uno mismo propicia una apertura paternal saludable y sabia, que nos ayuda a afrontar las dolorosas lecciones que vemos en el espejo de nuestros hijos.

A mí me ha ayudado preguntar conscientemente: "¿Cómo Dios me está refinando mediante su palabra, los hijos que me ha dado y las circunstancias en las que ahora me encuentro?" Además de sentirme poderosamente animado por los vislumbres de progreso que ocasionalmente irrumpen, me beneficio de las adversidades que enfrento como padre. Como mensajeros de Dios, los desafíos de la crianza me dan lecciones de humildad, señalan dónde debo (o debía) arrepentirme, arrancan las malas hierbas del egoísmo y la inmadurez en mi corazón y esparcen fertilizante sobre la tierra de la que brotan los frutos del Espíritu.

Los desafíos de la crianza me impulsan a reorientarme y a hacer no solo un hogar, sino una vida. Me instan a plantar semillas y a regar las semillas plantadas en mi propio corazón por los hijos que Dios me ha dado. Señor, hágase tu voluntad.

Mi esposa y yo les hemos dicho a nuestros hijos muchas veces: “Ustedes nos criaron”. Demos gracias a Dios.


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