La vida es demasiado breve para desperdiciarla

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Revisión a fecha de 19:31 7 ene 2025; Kathyyee (Discusión | contribuciones)
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English: Life Is Too Brief to Waste

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Bárbara

Aprendiendo a contar nuestros días

Mientras escribo, estoy sentado afuera de mi casa, disfrutando de un día verde y sin nubes en pleno verano de Minnesota. El paisaje soleado que me rodea es exuberante y verde, salvo por las interrupciones coloridas de las flores en plena floración que atraen la mirada, así como las abejas y colibríes. Y desde los árboles, un virtuoso reyezuelo dirige un coro de pájaros, proporcionando una banda sonora estacional perfecta en sonido envolvente.

Y mientras me siento envuelto por este mundo rebosante de vida, pienso en lo breve que es la vida. Hace poco cumplí 59 años. Una vuelta rápida más alrededor del sol y tendré 60, si el Señor quiere y vivo, claro está.

Teniendo en cuenta lo rápido que pasan las décadas, antes de que me dé cuenta me encontraré con “setenta años, o incluso ochenta en fuerza”, que tanto Moisés como los demógrafos modernos dicen que es la duración media de una vida humana (Salmo 90:10), si el Señor quiere y vivo, claro está. El final de mi vida terrenal ahora se siente menos como un algún día y más como un algún día pronto.

Por eso, en los últimos años, he recurrido cada vez más a uno de mis salmos favoritos: la oración de Moisés en el Salmo 90. Comparto el profundo deseo de Moisés de que Dios nos “enseñe lo que valen nuestros días, para que adquiramos un corazón sensato” (Salmo 90:12). Quiero saber qué significa volverse sabio a medida que envejecemos.

Y aprender a contar nuestros días comienza por aceptar los pocos días que nos dan.

Como si fuera ayer

Cuando era joven, la frase “lo recuerdo como si fuera ayer” solía referirse a hechos que habían ocurrido apenas unos años antes. Ahora, me encuentro diciendo eso sobre cosas que sucedieron hace tres, cuatro o incluso cinco décadas.

Recuerdo estos acontecimientos como si hubieran sido ayer y me dejan preguntándome dónde se fue todo el tiempo. ¿Cómo pasó tan rápido?

Como ayer cuando ya pasó

Moisés también sintió este tipo de desconcierto, y más aún cuando comparó nuestras breves vidas con la vida de Dios:

Antes que nacieran las montañas
y aparecieran la tierra y el mundo,
tú ya eras Dios y lo eres para siempre. (Salmo 90:2)

Teniendo en cuenta lo propensos que somos a vernos a nosotros mismos como personajes principales del drama de la existencia, es bueno para nuestras almas sentarnos y reflexionar en oración sobre lo que significa que Dios exista “desde la eternidad hasta la eternidad”. Nos deja perplejos. Se supone que así es. Tiene como objetivo replantear nuestras percepciones exageradas de nosotros mismos y de nuestras vidas para que las veamos desde una perspectiva realista y humilde: la perspectiva de Dios. Es necesario que nosotros, que experimentamos el tiempo en términos de décadas, tengamos en cuenta que nuestra experiencia no es como la de Dios:

Mil años para ti son como un día, un ayer, un momento en la noche. (Salmo 90:4)

Moisés está usando aquí un lenguaje metafórico. En todo caso, esta subestimando la realidad. Pero Dios nos da esta metáfora en las Escrituras para que tengamos algo comprensible que nos ayude a hacernos una idea de lo incomprensible.

Así pues, si imaginamos que Dios vive mil años como si fueran ayer cuando ya pasaron, ¿cómo vive la vida de criaturas como nosotros, que (“ni siquiera por su fuerza”) no vivimos mucho más allá de los ochenta años? Esto significa que, para Dios, las vidas humanas más largas no abarcan ni siquiera dos horas del día de ayer.

Dos horas significativas

¿Cómo debería repercutir esta observación en nosotros? Si nos vamos con la impresión de que somos insignificantes y que no importamos realmente en el gran plan divino, entonces no estamos entendiendo lo esencial. Dios no mide la importancia en términos de duración del tiempo, sino en términos de lo que él valora.

“Para aprender a contar nuestros días, primero debemos aceptar que tenemos pocos días”. Piensa en algo que hiciste ayer durante dos horas. ¿Fueron esas dos horas insignificantes? Algunas de las cosas más importantes de nuestra vida ocurren en minutos y horas. Puede que hayan durado muy poco tiempo en comparación con el tiempo que vivimos, y aun así las consideramos invaluables.

¿Qué debemos aprender entonces de la descripción de Moisés? En pocas palabras, nuestras vidas son muy breves, más breves de lo que solemos suponer y demasiado breves para desperdiciarlas.

Enséñanos a contar nuestros días

Lo que glorioso pero fugaz día de verano en Minnesota me está enseñando es que mi vida es demasiado breve para desperdiciarla. Y a mis 59 años, la veo como una imagen metafórica de mi pasado, no de mi presente. Ahora estoy en el otoño de mi vida y, como cualquier habitante de Minnesota, sé que el invierno se acerca. Y no es que simplemente llegará algún día; llegará algún día pronto, casi antes de que me dé cuenta.

Por eso, me encuentro orando junto con Moisés; “Enséñanos lo que valen nuestros días, para que adquiramos un corazón sensato” (Salmo 90:12). Porque quiero volverme más sabio a media que envejezco.

Y un corazón sabio reconoce que, si bien cada día de la vida mortal es muy breve, es profundamente significativo porque sus minutos y horas son invaluables. Cada breve día de la vida mortal cuenta, no solo para una vida terrenal bien vivida, sino para la eternidad. “Pues todos hemos de compadecer ante el tribunal de Cristo, para recibir cada uno lo que ha merecido en la vida presente por sus obras buenas o malas” (2 Corintios 5:10), y todo nuestro bien o nuestro mal sucede durante los ordinarios, preciosos minutos y horas de los ordinarios, preciosos y breves días.


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