El poder transformador de sentir misericordia
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Taste & See
Traducción por Laura Coloma
¡Qué diferencia hace en todo si sentimos como si hubiésemos sido rescatados recientemente del tormento y de la muerte! Imaginen su actitud sobre un barco de la marina después de haber sido rescatados del océano donde pasaron varias semanas a la deriva en una balsa salvavidas. O imaginen ser rescatados de una mina profunda y derrumbada en Pensilvania. O imaginen luchar durante nueve meses contra un cáncer maligno, y escuchar al doctor decir, “no puedo explicarlo, pero desapareció.” Piensen en su capacidad de paciencia y bondad y perdón en esas primeras horas de alivio y felicidad.
Ahora, imaginen además (aunque no debería tomar imaginación, sólo revelación bíblica), que no merecen ser rescatados. Dejemos que haga efecto – recen ahora para que Dios le haga hacer efecto – que ustedes y yo sólo merecemos problemas y persecución y enfermedades y muerte y el infierno. Somos, según la Biblia, “por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.” (Efesios 2:3). “Todos…están bajo pecado…para que toda boca se calle y todo el mundo sea responsable ante Dios” (Romanos 3:9,19). La “paga” del pecado es la muerte eterna (Romanos 6:23). Estamos bajo el maleficio de la ley de Dios porque “maldito el que no confirme las palabras de esta ley, poniéndolas por obra” (Deuteronomio 27:26). Nuestra mente natural es “enemiga de Dios” (Romanos 8:7). Somos “extraños a los pactos de la promesa, sin tener esperanza, y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12). Estamos destinados a ser arrojados “a las tinieblas de afuera” allí será “el llanto y el crujir de los dientes” (Mateo 8:12, 25:30). Si algo no interviene, nuestro lote estará en el lago de fuego donde “el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos; y no tienen reposo” (Apocalipsis 14:11).
Por lo tanto, todos ustedes, cristianos – todos ustedes creyentes rescatados por la sangre de Cristo, quien se ha convertido en una maldición para nosotros – añadan al alivio y felicidad de vuestro rescate la duda desconcertante y la felicidad desoladora que no merecen nada de esto, sino que son inundados con misericordia incesante.
Luego consideren vuestro sufrimiento bajo este contexto. Piensen con Jonathan Edwards acerca de vuestra condición:
- Qué insignificantes son los sufrimientos más grandes que enfrentamos en este mundo…de los que hemos merecido…los mayores problemas y calamidades exteriores que encontramos…las cosas esenciales parecen pequeñeces frente a la miseria que hemos merecido…Un hombre puede enfrentar grandes pérdidas…su ganado puede morir, su maíz puede estar maldito, su granero puede quemarse y todos sus bienes quedar destruidos, y él puede pasar de una vida cómoda a un estado de pobreza, humillación y aflicción. Esto es muy difícil de soportar, pero lamentablemente, que poca razón tiene éste de quejarse si se toma en cuenta lo insignificante que es esto comparado con esa destrucción eterna de la cual hemos sido informados (Jonathan Edwards, Works [New Haven: Yale University Press, 1997], p. 321).
Sorprende acaso que Pablo dijera a tales personas, “Haced todas esas cosas sin murmuraciones ni discusiones” (Filipenses 2:14). Piensen cómo reaccionarían a las cosas si vivieran cada hora con el conocimiento sincero que son rescatados de una muerte horrible y del sufrimiento eterno, y que, a pesar de no merecer ayuda, son inundados diariamente con misericordia (aun en cosas difíciles) y que los harán perfectamente y eternamente felices en los años por venir.
Ahora, piensen en algo más. Quien los rescató tuvo que morir para hacerlo, y él es la única Persona en el universo que NO merecía morir. “Porque también Cristo sufrió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).
Oh Cristiano, conoce tu condición – la miseria y la misericordia – y deja que el horror del cual has sido rescatado y la misericordia en la que vives y el precio que Cristo pagó, te hagan humilde y paciente y generoso e indulgente. Dios nunca los ha tratado peor de lo que merecen. Y en Cristo son tratados diez millones de veces mejor. Sientan eso. Vivan eso.
Temblando feliz,
Pastor John
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