¿Por qué nos cuesta tanto levantarnos temprano?
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Tony Reinke sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Jessica Rhodes
Estudios recientes señalan que apagar el despertador una y otra vez cuando suena la alarma es malo para nuestros cuerpos. Pero los estudios no nos van a hacer que nos levantemos de la cama.
Elise Snickers, una estudiante universitaria de la carrera de psicología, le escribió una carta a C.S. Lewis, que en ese entonces tenía 54 años, en donde le preguntaba: “¿Se puede evitar —o 'curar’— el pecado personal si se le demuestra al paciente la irracionalidad del pecado? En otras palabras, ¿podría el descubrimiento de la estupidez de un pecado ser su cura?”
En su respuesta, Lewis usa dos ejemplos para exponer su punto, comenzando con el motivo por el cual nos levantamos tarde:
- “La razón de un hombre ve con perfecta claridad que el malestar y la incomodidad resultantes superarán con creces el placer de pasar diez minutos extra en la cama. Aún así se queda en la cama: no porque su razón haya sido engañada, sino porque el deseo es más fuerte que la razón.
- Una mujer sabe que tener la última palabra en una discusión producirá un pleito aún más serio, que era precisamente lo que ella estaba intentando evitar cuando comenzó la discusión y que podría destruir su felicidad de manera permanente. Aún así la dice: no porque su razón haya sido engañada, sino porque el deseo de anotar un punto a su favor en ese momento es más fuerte que su razón.
- La gente —tú y yo incluidos— constantemente elige, de entre dos maneras de actuar, la que sabemos es la peor porque en el momento preferimos satisfacer nuestra ira, lujuria, pereza, codicia, vanidad, curiosidad o cobardía, no sólo por sobre la voluntad revelada de Dios, sino incluso por sobre lo que sabemos nos aportará comodidad y seguridad verdaderas. Si usted no lo reconoce, entonces debo asegurarle con toda solemnidad que, o es usted un ángel, o aún continúa viviendo en un paraíso de tontos: un mundo de ilusión.” (Letters, 3.330)
Los pecados como la pereza y la ira son, por supuesto, siempre tontos (Salmos 69:5), siempre insensatos, siempre errores de cabezas duras. Pero, ¿acaso la expresión del pecado es simplemente un razonamiento defectuoso que necesita reeducación? La respuesta de Lewis a la pregunta es claramente "no": el pecado surge desde los deseos y afectos incandescentes que se agitan en el centro de nuestro ser.
Los científicos pueden explicar por qué apretar el botón de repetición de alarma es malo para nuestros cuerpos. Pero no somos criaturas impulsadas solamente por la razón. Somos criaturas impulsadas por el deseo de satisfacer deseos. Lo que por supuesto significa que la vida de santidad debe estar profundamente enraizada en nuevos deseos y nuevos anhelos.
Razón y deseos
La razón es valiosa para la santificación, pero la razón no puede hacer el trabajo por sí sola. De hecho, el gusto espiritual —un nuevo deseo que nos acerca a la santidad de Dios— produce en nosotros un gusto espiritual por la santidad que ayuda a nuestra razón, como lo menciona Jonathan Edwards en su libro "Afecciones Religiosas". La Biblia es el lugar donde el deleite y el significado convergen en el alma. El gusto hace valiosa a la voluntad de Dios, y la razón confirma el buen motivo de Dios detrás de su voluntad. Idealmente, el deleite y la razón trabajan en equipo, pero la razón por sí sola no puede mover al cuerpo perezoso cuando la alarma comienza a sonar.
Gratificaciones en guerra
Debido a que luchamos contra el pecado en el campo de juego de los afectos, la santidad debe estar enraizada en la gracia transformadora de Dios dentro del alma y en la reorientación de los afectos principales.
Sólo después de la conversión puede la majestuosa santidad de Dios convertirse en algo hermoso y atractivo para el pecador (Salmos 29:2). Y la santidad de Dios debe volverse bella y atractiva para nosotros antes de que nuestras demostraciones personales de santidad puedan llegar a dominar alguna vez el deseo egoísta de dormir en exceso y el deseo egoísta de tener la última palabra en un debate acalorado. A menos que nuestros corazones estén rebosantes de amor por la gloria de Cristo y la santidad de Dios, nuestros corazones sólo podrán ser gobernados por la gratificación del ego y su ira, lujuria, pereza, codicia, vanidad, curiosidad y cobardía.
Aún perplejos
Pero esto no resuelve el misterio profundo del pecado en nuestras propias vidas. Lewis está hablando aquí acerca del pecado en el cristiano.
Un alma vuelta a nacer —un alma viva— siente el aguijonazo del pecado como una descarga eléctrica en la nuca. Y este aguijonazo es algo que experimentamos en la vida en este lado de la resurrección, para la cual nos volvemos humildes y nos acercamos al Salvador y a su obra de redención suficiente por nosotros en la cruz.
Éste pareciera ser el punto de Lewis, que tanto nos cuesta aprender, acerca de por qué nos sentimos tentados a permanecer diez minutos de más en la cama, sabiendo que las consecuencias de la gratificación de la carne no valen la pena. La cura definitiva para el pecado, por supuesto, será encontrada en la visión de la gloria futura de Cristo (1 Juan 3:2), cuando la razón y los afectos del cristiano sean purificados de todo vestigio de pecado. En ese día experimentamos muchas cosas por primera vez, incluyendo nuestra primera y plena degustación espiritual del deleite de la santidad radiante de Dios corriendo por nuestros sentidos glorificados, libres de pecado.
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