El Volcán De La Semana Santa
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre La Ira de Dios
Una parte de la serie Taste & See
Traducción por Javier Matus
La Lava Le Puede Alcanzar
En preparación para la Semana Santa, he estado leyendo los capítulos finales de cada Evangelio. El viernes pasado ocurrió algo extraño cuando estaba leyendo Lucas 22:63-65.
- Y los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban; y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: “Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?” Y decían otras muchas cosas injuriándole.
Al leer estas terribles palabras me vi diciendo a Jesús: “Lo siento. Lo siento, Jesús. ¡Perdóname!”
Me sentía como un actor aquí, no sólo un espectador. Yo era tanto una parte de esa fea turba que sabía que era tan culpable como ellos. Sentí que si la ira de Dios se hubiera derramado sobre aquellos soldados y me hubiera barrido a mí también, se habría hecho justicia. Yo no estaba allí, pero su pecado fue mi pecado. No habría sido injusto para mí caer bajo su sentencia.
¿Le ha molestado que a veces en el Antiguo Testamento cuando un hombre peca, muchos son barridos en el castigo que Dios trae? Por ejemplo, cuando David pecó al hacer un censo del pueblo (2 Samuel 24:10), “Murieron del pueblo, desde Dan hasta Beerseba, setenta mil hombres” (2 Samuel 24:15). Otro ejemplo es cuando Acán se guardó parte del botín de Jericó y fue lapidada toda su familia (Josué 7:25). Tal vez mi experiencia en la lectura de Lucas 22 es un indicio de la justicia divina en esto.
Una analogía me vino a la mente. Los corazones de la humanidad son como un manto fundido debajo de la superficie de toda la tierra. La lava fundida debajo de la tierra es la maldad universal del corazón humano —la rebelión contra Dios y el egoísmo hacia las personas. Aquí y allá, un volcán de rebelión estalla el cual Dios ve conveniente juzgar inmediatamente. Él puede hacerlo haciendo que la lava abrasadora y destructiva fluya no sólo por la montaña que entró en erupción, sino también a través de los valles que no entraron en erupción pero que tienen la misma lava fundida del pecado debajo de la superficie.
La razón por la que confieso el pecado de golpear a Jesús a pesar de que yo no estaba allí es que la misma lava de rebelión está en mi propio corazón. He visto suficiente de ella como para saberlo. Así que, aunque no estalló en tal atrocidad volcánica como la crucifixión, todavía es merecedora de juicio. Si Dios hubiese escogido llover la lava de su maldad sobre sus propias cabezas y parte de ella me hubiese consumido, no habría podido criticar la justicia de Dios.
Podemos preguntarnos por qué Dios escoge recompensar algunos males de inmediato y no a otros. Y nos preguntamos cómo Él decide a quién barrer en el juicio. ¿Por qué setenta mil? ¿Por qué no cincuenta mil, o cien o diez? ¿Por qué la esposa de Acán y no el vecino codicioso a dos tiendas de ahí? Dudo que las respuestas estén disponibles para nosotros ahora. Sólo nos queda confiar en que estas decisiones vienen de una Sabiduría tan grande que puede discernir todos los efectos posibles en todos los tiempos y lugares y personas posibles. La extensión del flujo de la lava de la rebelión y el juicio de una persona queda en las manos de Dios solamente.
Y creo de Romanos 8:28 que a pesar de que la lava de la recompensa se apodera de mí a una distancia del volcán, hay misericordia en ella. No merezco escapar, porque conozco mi propio corazón. Pero confío en Cristo, y entonces sé que el juicio se convertirá en gozo. Aunque él me matare, en él esperaré. Porque estimada es a los ojos de Jehová la muerte de Sus santos.
En camino hacia la Semana Santa con Jesús,
El Pastor John
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