¿Por qué desean ser felices?
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Randy Alcorn sobre el Gozo
Traducción por Carlos Diaz
En base a los libros que he leído, los sermones que he escuchado y las conversaciones que he tenido, es claro que muchos cristianos creen que el deseo de la humanidad para la felicidad fue concebida en la caída y es parte de la maldición. Por tanto, el deseo de ser feliz a menudo se asume como el deseo de pecar.
Pero, ¿qué tal si nuestro deseo para la felicidad fuera un don diseñado por Dios antes que el pecado ingresara al mundo? Si creyéramos esto, ¿cómo afectaría nuestras vidas, nuestra crianza, nuestro ministerio, nuestro entretenimiento, y nuestras relaciones? ¿Cómo afectaría nuestro alcance de compartir el evangelio?
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Un anhelo escrito en nuestros corazones
Augustine preguntó retóricamente, “¿No será una vida feliz eso que todos desean, y no existirá alguien que desea que todo no lo fuese?” Añadió, “¿Pero dónde adquirieron el conocimiento de ello, esto que tanto desean? ¿Dónde lo habrán visto, eso que tanto adoran?” (Confesiones).
Dios ha escrito su ley sobre nuestros corazones (Romanos 2:15). Esa es una prueba apremiante de que él también ha escrito en nuestros corazones un deseo poderoso por la felicidad. De hecho, esto ha sido el consenso de los teólogos a lo largo de la historia de la iglesia. Ya que heredamos nuestra naturaleza pecadora de Adán, es probable que también heredáramos un sentido de lo suyo y de la felicidad previa a la caída de Eva. ¿Por qué otra razón anhelamos algo mejor que el único mundo en el cual nunca hemos vivido?
Antes de la caída, Adán y Eva anticipaban sin duda buena comida, la cual probablemente tenía un sabor incluso mejor de lo que imaginaban. Pero después de la caída, lo opuesto se volvió realidad. Esperamos más de la comida, del trabajo, de las relaciones, y todo lo demás de lo que experimentamos. Vivimos en un mundo oscurecido, pero nuestras decepciones demuestran que retenemos las expectativas y esperanzas de un mundo más brillante.
La evolución no tiene Edén
Si fuimos el simple producto de la selección natural y sobrevivencia del más apto, no tuviéramos cabida para creer que existió alguna felicidad antigua. Pero incluso aquellos que nunca se les ha enseñado acerca de la caída y la maldición, saben por instinto que algo está seriamente mal con este mundo. Estamos nostálgicos de un Edén del cual solo hemos probado pistas. Estas pistas son sólo gotas de agua en nuestras bocas partidas, causándonos que cavemos y busquemos ríos de agua pura y fría.
El obispo anglicano J.C. Ryle (1816–1900) escribió, “la felicidad es lo que toda la humanidad desea obtener — el deseo de ella está profundamente plantado en el corazón humano” (Religión Práctica).
Si este deseo está “profundamente plantado” en nuestros corazones, ¿quién lo plantó? Si no fue Dios, ¿quién más? ¿Satanás? El demonio no está feliz y no tiene felicidad para dar. Es un mentiroso y un asesino, esparciendo veneno para ratas en envoltorios alegres. Nos odia a nosotros y a Dios, y su estrategia es convencernos de buscar la felicidad donde sea pero en su única Fuente primordial.
Las buenas nuevas de la felicidad de Dios
¿Adán y Eva deseaban la felicidad antes que pecaran? ¿Disfrutaban la comida que Dios les daba porque sabía dulce? ¿Se sentaban en el sol porque se sentía cálido o saltaban al agua porque se sentía refrescante? ¿Y estaba Dios complacido o disgustado cuando lo hacían? Nuestras respuestas afectarán dramáticamente la forma que vemos tanto a Dios como al mundo. Si creemos que Dios está feliz, entonces tiene sentido que esa parte del ser hecha a su imagen está teniendo tanto el deseo y la capacidad para la felicidad.
Tristemente, los seguidores de Cristo dicen rutinariamente cosas como, “Dios no desea que seas feliz; desea que seas bendito”. Pero la buenaventuranza y la felicidad son dos lados de la misma moneda - nos atrevemos a no marcarlas una en contra de la otra.
No todos los intentos en la buenaventuranza honran a Dios, sino que todos los intentos en la felicidad lo honran. Los Fariseos tenían un deseo apasionado de ser bienaventurados en sus propios términos y para su propia gloria. ¿Qué les responde Cristo? “Ustedes son de su padre el demonio, y su voluntad es hacer los deseos de su padre” (Juan 8:44). Dios desea que busquemos felicidad verdadera y centrada en Cristo, mientras que Satanás desea que busquemos la falsa buenaventuranza con orgullo autocongratulatorio.
Otros Cristianos dicen, “Dios deseas que estés bendecido, no feliz”, o “Dios está interesado en tu crecimiento, no en tu felicidad”. Dichas declaraciones pueden sonar espirituales, pero no lo son. ¿El falso mensaje que Dios no desea que seamos felices realmente promueve lo que las Escrituras llaman las “buenas nuevas de felicidad” (Isaías 52:7), o en realidad oscurece el evangelio?
¿Qué buen padre no desea que sus hijos sean felices; deleitarlos de cosas buenas? Si le decimos a nuestras iglesias y a nuestros hijos que Dios no desea que sean felices, ¿qué les estamos enseñando? ¿Que Dios no es un buen Padre? ¿Deberíamos estar sorprendidos cuando los hijos crezcan con que este mensaje se aleja de Dios, de la Biblia, y de la iglesia para buscar del mundo la felicidad que nuestro Creador telegrafió que desearan? Como escribió Tomás Aquino, “El hombre es incapaz de no desear ser feliz” (Summa Theologica).
Felicidad en Jesús
Al crear distancia entre el evangelio y la felicidad, enviamos el mensaje no bíblico de que la fe cristiana es miserable y aburrida. Deberíamos hablar en contra del pecado, pero retener a Cristo como la felicidad que todos anhelan. Si no lo hacemos, entonces nos volvemos responsables en parte por la tragedia del mundo y divulgaremos una mala percepción de que el Cristianismo quita la felicidad, en vez de darla.
Al separar a Dios de la felicidad y de nuestro anhelo por la felicidad, se socava el atractivo de Dios y el encanto de la cosmovisión cristiana. Cuando enviamos el mensaje, “Dios no desea que seas feliz”, podríamos decir también, “Dios no desea que respires”. Cuando decimos, “Dejen de desear ser felices”, es como decir, “Dejen de tener sed”.
Las personas deben respirar, beber y buscar la felicidad porque así es como Dios nos hizo. La pregunta real es si respiramos aire limpio, bebemos agua pura, y buscamos nuestra felicidad en Jesús.
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