Deja a un lado el peso de la inseguridad

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Revisión a fecha de 02:50 2 feb 2017; Kathyyee (Discusión | contribuciones)
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English: Lay Aside the Weight of Insecurity

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Bryan Mathis

Cuando las personas son inseguras se pueden expresar de maneras muy diferentes, dependiendo de su temperamento, valores y costumbres condicionadas. Con frecuencia, estas expresiones son formadas por sus experiencias pasadas. En algunos, la inseguridad se manifiesta como mansedumbre, docilidad y aceptación constante de la culpa. En otros, se manifiesta mediante valentía fingida, desafío y una falta constante de confesar el mal. A una persona, la inseguridad le impulsa a evitar toda la atención posible pero a otra a exigir la más posible.

Todos estamos familiarizados con la inseguridad, pero, ¿qué nos hace sentir así y como nos liberamos de ella?

¿Qué es la inseguridad?

La inseguridad es una forma de miedo y Dios quiere que ciertas cosas nos hagan sentir inseguros.

Si salimos a un balcón de madera que está en segunda planta y notamos que la madera se está pudriendo, debemos sentir una inseguridad. Si vivimos o trabajamos con una persona deshonesta o abusiva, debemos sentirnos inseguros. Si vamos en caravana militar por un camino solitario en Afganistán, por terreno del Talibán, debemos estar inseguros. La primera vez que nos llega la convicción del pecado y nos damos cuenta de que estamos bajo la ira de Dios porque no estamos reconciliados con Él en Cristo, debemos sentir una inseguridad.

Dios ha diseñado que la inseguridad sea un aviso de que somos vulnerables a alguna clase de peligro. Nos enseña a tomar acción protectiva.

En el lenguaje cotidiano actual estadunidense lo que queremos dar a entender cuando decimos “inseguridad” no es solo un miedo que las circunstancias provocan, sino también un temor tan recurrente que damos a entender un estado de ánimo. Hablamos de ser “inseguro” o quizás nos referimos a tal fulano como “persona insegura”; lo que queremos decir con persona insegura es que es una persona que tiene una grave falta de autoconfianza o un temor fuerte al rechazo o a la condenación, o una sensación crónica de inferioridad.

Pero, ¿De qué tenemos miedo? ¿De qué peligro nos avisa esa clase de inseguridad? Nos dice que nuestra identidad está incierta o amenazada.

¿Dónde encuentras tu identidad?

Nuestra identidad es quien nos entendemos ser en lo más interior. Es nuestro ser esencial o lo que queremos creer (y queremos que otros crean) es nuestro ser esencial, aunque en verdad no seamos.

¿De dónde proviene la percepción de nuestra identidad? He aquí, la pregunta crucial y la cumbre del problema. La manera en que contestamos decide si un día vamos a liberarnos de ser inseguros.

No es, en sí, una respuesta intelectual. Todos sabemos que podemos “saber” la respuesta correcta, pero sin saberla. Contestamos esa pregunta desde el corazón porque nuestra identidad es lo que en verdad amamos, lo que queremos de veras, lo que creemos ciertamente nos ofrece esperanza. O sea, siempre descubrimos nuestra identidad en nuestro dios.

Nuestro dios puede, o no, ser el dios de nuestro credo. Es posible decir que nuestro dios es el Señor y que no sea verdad (Lucas 6:46; Isaías 29:13). Nuestro dios es la persona o entidad que creemos que tiene la mayor autoridad para determinar quienes somos, porqué estamos aquí, qué debemos hacer y qué valemos. Nuestro dios es lo que queremos buscar y seguir porque creemos que sus promesas nos brindan la mayor felicidad.

¿Qué cuenta la inseguridad?

Así que, cuando sentimos inseguros por algo que amenaza cómo percibimos nuestra identidad, nos cuenta algo de nuestro dios. En eso, la inseguridad se convierte en una misericordia, aunque casi nunca se siente así. Se siente como una ineptitud, fracaso o condenación. Nos pesa, nos hace sentir vulnerables y nos da incertidumbre.

Por este motivo, con frecuencia nuestra reacción ante esa clase de inseguridad es que la evitamos. Tratamos de evitar las personas o las situaciones que la despiertan, intentamos mitigarla buscando varias formas de auto-afirmación de parte de los demás o buscamos la manera huir a otras cosas, cosas que muchas de las veces son adictivas, cosas que calman el temor a nuestra identidad, que nos distraen o nos dan ilusiones temporalmente, por lo menos. Incluso, podría ser todo lo de arriba.

Huir de la inseguridad es buena idea pero, casi siempre que la evitamos vamos huyendo por el rumbo equivocado. O, para decirlo de otra manera, casi siempre esos rumbos nos llevan a una clase de medicina para el dolor y no para curar el malestar. No hacen nada para enfrentar el miedo que tenemos de nuestra identidad.

Dios diseñó que la inseguridad fuera examinada para que pudiéramos escaparnos del peligro. Por eso, es una misericordia. Esa clase de inseguridad es un calibrador de Dios en nuestras almas. Nos informa que algo está mal con lo que oímos, con lo que Dios u otro dios nos cuenta de nosotros. Una creencia verdadera es desafiada o una falsa, por fin, queda expuesta.

La invitación de la inseguridad

Descubrirnos. Aborrecemos que nos descubran, por ese motivo tendemos a evitar la inseguridad en vez de examinarla. Tememos analizar bien nuestra identidad porque tenemos miedo de que nuestro calibrador vaya a confirmar nuestros peores temores. No queremos que exponga que somos ineptos, insignificantes, fracasados o condenados.

Por instinto sabemos que “en [nosotros] —a saber, en [nuestra] carne— no mora el bien” (Romanos 7:18). Y, sabemos que nuestras almas “están desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Todavía cargamos aquel instinto a que la caída nos indujo, un instinto de cubrir nuestra vergüenza delante de Dios y todos los demás (Génesis 3:8–21).

Sin embargo, sea que lo creas o no, la inseguridad no es solo un aviso; es también una invitación. Cuando nos sentimos inseguros, Dios nos está invitando a escaparnos de las falsas creencias acerca de quiénes somos, porqué estamos aquí, qué debemos hacer y de nuestro valor personal para encontrar un refugio tranquilo en lo que dice Él con respecto a todas estas cosas.

Entre más entendemos el evangelio de Jesucristo, más hallamos que es el final de nuestra inseguridad - en esta época no llega a un final perfecto, sino que va creciendo y al fin llegará.

Ahora, Cristo es nuestra identidad — eso es lo que significa ser cristianos. Sin embargo, en Cristo no perdemos nuestro ser verdadero y esencial; llegamos a ser nuestro ser verdadero y esencial. En Cristo nacemos de nuevo y somos nuevas personas y, por ese motivo, en la época venidera Él nos va a dar un nuevo nombre (Apocalipsis 2:17). Mucho más se podría decir.

Deja a un lado el peso

Pero si estas promesas no nos satisfacen — si necesitamos la aprobación de los demás para darnos valor, si las críticas o el rechazo nos debilita, si vemos una secuencia regular de desobedecer a Cristo porque queremos evadir la atención o porque la exigimos, si estamos atrapados en pecados habituales o adictivos buscando aliviar nuestros temores - entonces nuestra inseguridad nos indica que tenemos un problema, hemos erigido un ídolo. Tenemos un dios falso que tenemos que tumbar, un peso por el pecado que es necesario dejar a un lado (Hebreos 12:1).

Evitarla no nos libera de ella. Dios quiere que la examinemos aunque temamos hacerlo. Pero, no hay que hacer caso a nuestros temores, porque no nos dicen la verdad. Si venimos a Cristo con nuestro pecado, deseando arrepentirnos, Él nos dice:

Hay fin para la inseguridad y todas las batallas carnales que produce. Terminan en Jesús. Traigamos todas nuestras inseguridades a Él y cambiémoslas por su yugo ligero de la gracia (Mateo 11:29–30).


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