Dios nos grita en nuestro dolor
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Daniel Ritchie sobre Sufrimiento
Traducción por Bryan Mathis
Nací sin brazos.
Es la mejor manera de resumir mi historia. Al nacer entré al sufrimiento. Mi cuerpo físico es un letrero que anuncia mi dolor. El cual ha causado burlas, chistes crueles, miradas y la sensación constante de que no soy como nadie que conozco.
Nunca me he podido esconder. Muchos pueden enterrar su dolor pero, mi pena está escrita en mis dos mangas vacías. Esas mangas cuentan una historia sin que mi boca hable una sola palabra. Mi pena casi me tragaba pero, Cristo me enseñó cuanto más grande es él que mis mangas vacías.
Antes pensaba que nacer sin brazos era lo más horrible que le pudiera pasar a una persona. En Cristo, él me ha ayudado a decir que lo peor que me ha pasado, lo más doloroso, es a la misma vez lo mejor que me ha pasado.
Estoy agradecido por mi dolor. Toda la frustración que ha sobrevenido ha cosechado una abundancia que yo nunca hubiera podido producir solo. Dios entró y me cargó en mi debilidad, dejando que probara de su fuerza, gracia y amor de nuevas maneras. En mi dolor, él ha magnificado tantos de sus atributos.
El megáfono de Dios
Siempre he simpatizado con C.S. Lewis y su perspectiva del dolor. Lewis probó el dolor de maneras con que pocos pueden relacionarse. A temprana edad perdió su madre, vio que su padre lo abandonó emocionalmente, sufrió de una enfermedad respiratoria durante la adolescencia, luchó y fue herido en la Segunda Guerra Mundial y, por fin, tuvo que enterrar a su amada esposa. Por todo eso, Lewis escribió de todas sus penas en la obra El Problema del Dolor. En esta obra, Lewis escribió uno de sus renglones más famosos:
El dolor insiste en ser atendido. Dios susurra en nuestros placeres, habla en nuestra consciencia pero grita en nuestro dolor: el dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo.
Percibimos de manera aguda el carácter de Dios en medio de nuestros sufrimientos. Durante ellos nuestra autosuficiencia se descarapela para que veamos lo débil que en verdad somos. Es en ese momento de debilidad que, así como Pablo dice en 2a Corintios 12:9, “mi poder se perfecciona en la debilidad.” Es en nuestro dolor que Dios permite que probemos su poder con la mayor intimidad. Veo claramente la realidad de la afirmación de Lewis en mi vida. Dios me ha gritado a lo largo de mi dolor y me ha recordado de su verdad. Cuando las palabras de mofa le cayeron a mi corazón como una avalancha, Dios me enseñó que solo sus palabras dan vida (Salmo 119:25). Fue en mi quebranto que vi la fuerza verdadera de Dios mientras él me iba cargando. Fue al ver mi identidad estrellada por ser niño discapacitado que logré ver la belleza de ser un hijo comprado por sangre (Romanos 8:15). Dios usó mi dolor para que escribiera con claridad las lecciones de su gracia en mi corazón y volvió mi afecto a él (Salmo 119:67).
Usa el megáfono de Dios para hablar a un mundo moribundo
Una de las realidades más interesantes del sufrimiento es que nuestro dolor personal también les habla a los que están en nuestro entorno. Nuestro dolor se convierte en un megáfono para un mundo que nos observa. El mundo se acerca al paciente que aunque padezca de cáncer tiene esperanza y paz. Los que están mirando se asombran al ver a los padres que se apegan a su Buen Padre mientras entierran a su hijo. Mis amigos se sorprenden en los momentos en que pueda dejar que se me escurran palabras aborrecibles que dicen que mi discapacidad y volver a concentrarme en lo que Dios dice de mí.
Nuestro dolor nos ofrece una plataforma. Entonces, la pregunta es: ¿Qué le estoy diciendo al mundo en medio de mi dolor? ¿Permito que mi fe sea el producto de mis circunstancias o es Dios bueno aunque no sean buenas mis circunstancias? El alcance de su carácter y de su gracia no cambia en el momento que llegue el sufrimiento. Al confiar en Dios, aun durante las penas, permito que mi vida hable de una esperanza que va mucho más allá de lo que podemos ver o tocar.
Regocíjate en las pruebas
Tenemos el llamado difícil de 1a Pedro 1:6–7 dónde se nos manda a regocijarnos cuando estemos afligidos por diversas pruebas. ¿Por qué nos regocijamos? “Para que la prueba de su fe…sea hallada digna de alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo.” Nuestra voluntad de sufrir con gozo para la gloria de Dios lleva en sí un testimonio de Dios que ninguno de nosotros pudiéramos jamás expresar. Señalamos un Dios glorioso que ofrece tesoros que ni la polilla ni el óxido puedan corromper (Mateo 6:19–20). Al sufrir y confiar, recibimos un consuelo único del Padre. En nuestro dolor, sabemos que Dios sigue reinando, sea que probemos consuelo o aflicción. Es así como Pablo dice en 2a Corintios 1:3–6:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación. Porque de la manera que abundan a favor nuestro las aflicciones de Cristo, así abunda también nuestra consolación por el mismo Cristo. Pero si somos atribulados, lo es para el consuelo y la salvación de ustedes; o si somos consolados, es para la consolación de ustedes, la cual resulta en que perseveren bajo las mismas aflicciones que también nosotros padecemos. (RVA 2015)
Cristo nos consuela para que podamos compartir su consuelo con un mundo dolido. Nuestro dolor produce un ministerio de consuelo en el cual podemos caminar. La gracia que él nos da es para manifestarse, no para esconderse en nuestro silencio. Como el dolor grita a un mundo dolido, que nuestras vidas siempre canten del hecho que Dios es glorioso aun cuando nuestras circunstancias no sean.
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