Aparta el temor al hombre
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Miedo y Ansiedad
Traducción por Carlos Diaz
¿Por qué tememos tanto a la desaprobación de los demás? Todos experimentamos este temor, y la mayoría de nosotros no desea admitir qué tan seria puede ser su tiranía.
La Biblia llama a esto el “temor del hombre”, y puede tejer una red de ambigüedad alrededor de los problemas que son bíblicamente claros. El temor del hombre puede inmobilizarnos cuando deberíamos actuar, y nos amordaza al silencio cuando deberíamos hablar. Se siente poderoso, pero su poder es engañoso.
Esa es la razón por la que la Biblia nos dice, “El temor al hombre es un lazo, pero el que confía en el Señor estará seguro” (Proverbios 29:25). La palabra Hebrea aquí por “lazo” se refiere a trampas que los cazadores solían utilizar para atrapar animales o aves. Los lazos son peligrosos. Si nos atrapan, debemos hacer lo que sea para liberarnos nosotros mismos.
Dios tiene el poder de liberarnos y desea que vivamos en la libertad segura de confiar en él. Pero él nos libera no al quitar nuestro temor de desaprobación, sino al transferirlo al lugar correcto. Y generalmente, nos libera ayudándonos a enfrentar falsos temores para que así éstos pierdan su poder ante nosotros.
Diseño de Dios en el Temor de Desaprobación
Es importante que comprendamos la razón por la cual nuestro deseo por aprobación y el temor de desaprobación es tan fuerte.
Debido a nuestro pecado, debilidades, y quizás experiencias pasadas traumáticas, pudiéramos asumir estas cosas como meras consecuencias de la caída. Pero en el núcleo, no lo son. Dios en realidad nos diseñó para que seamos motivados por estas fuerzas emocionalmente poderosas, pues ellas revelan de manera única lo que amamos.
Cada uno de nosotros sabe instintivamente, como criaturas, que lo que somos y lo que valemos no son cosas que definimos nosotros mismos. No fuimos creados por nosotros mismos. No elegimos nuestro ADN, poderes intelectuales y físicos, familias, culturas, educación temprana, periodos de tiempo, o la mayoría de las otras influencias principales. No somos autónomos, sino criaturas eventuales.
Y cada uno de nosotros también sabe instintivamente que nuestra existencia se adapta a un propósito o historia más grande y, a pesar de los intentos del postmodernismo para convencernos de otra forma, es imposible para nosotros crear nuestro propio significado final. En el fondo, sabemos que dicho significado de la autocreación es absurdo.
Así que no podemos sino deducir nuestra identidad, valor y significado de fuentes externas. Adicionalmente, las buscamos instintivamente de fuentes personales externas; en nuestro ser sabemos que se nos otorgan mediante una Persona.
La(s) persona(s) a quienes atribuímos más autoridad - para definir quiénes somos, cuánto valemos, qué deberíamos hacer, y cómo deberíamos hacerlo - es a la(s) persona(s) que más tememos, porque lo que más deseamos es la aprobación de esa(s) persona(s).
Dios nos diseñó de esta forma, para que esto revele a quién y a qué ama nuestro corazón. Este temor viene justo del lugar donde se almacena el tesoro de nuestro corazón (Mateo 6:21). Es el temor de perder o no obtener algo que realmente deseamos, el cual es la razón por la que esgrime tal poder sobre nosotros.
Ustedes obedecen a Aquél que Temen
Cuando sentimos este temor, puede agitar la niebla emocional y la complejidad psicológica. Pero atravesamos al centro de las cosas si recordamos una verdad bíbica sencilla: obedecemos a aquél que tememos.
La(s) persona(s) de cuya recompensa de aprobación más deseamos - cuya maldición de desaprobación más tememos recibir - es (son) la(s) persona(s) a las que obedeceremos, nuestro dios funcional. Esa es la razón por la que la Biblia a menudo nos demanda que “temamos al Señor”. Acá hay dos ejemplos:
“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide el SEÑOR tu Dios de tí, sino que temas al SEÑOR tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos del SEÑOR y sus estatutos, que yo te prescribo hoy para que tengas prosperidad?” (Deuteronomio 10:12-13).
“No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno.” (Mateo 10:28).
Tanto Moisés como Jesús nos encomendaron a amar a Dios supremamente (Deuteronomio 6:5; Mateo 22:37), y ambos nos encomendaron a temer a Dios supremamente. No son mandamientos mutuamente excluyentes, son dos caras de la misma moneda.
Nos están mandando a buscar la recompensa masiva eterna de la aprobación de Dios más que la aprobación efímera de un hombre insignificante, y temer la maldición terrible eterna de la desaprobación de Dios más que la desaprobación efímera de un hombre insignificante. Nos están encomendando a dirigir nuestro amor y temor al Dios verdadero.
Aparta el Temor del Hombre
El temor del hombre es una trampa porque el hombre es un falso dios, pero el temor del Señor es seguro porque Él es realmente Dios (Proverbios 29:25). El temor del hombre es un pecado muy pegajoso que enreda nuestras piernas en la carrera de la fe y debemos apartarlo (Hebreos 12:1). ¿Cómo?
- Confiesen su temor del hombre. Tan pronto como reconozcan el temor del hombre, confiéselo como un pecado hacia Dios y arrepiéntanse. Si es posible, confiéselo a algunos fieles amigos que les ayudarán a luchar contra él.
- Cuestionen su temor del hombre. ¿A qué le teme exactamente y por qué? ¿Realmente tiene una buena razón para temer, especialmente a consecuencia de Mateo 10:28? A veces, articular sus temores lo expone como la cosa patética que es.
- Confronten su temor del hombre con valentía. “Debemos obedecer a Dios en vez de los hombres” (Hechos 5:29). La obediencia exige valentía. La valentía no es la ausencia de la emoción del temor, sino la resolución para obedecer a pesar de lo que sintamos. Ejercite su confianza en Dios al acelerar su obediencia. “Sean valientes y firmes. No teman ni se asusten ante ellos, porque es el SEÑOR tu Dios, quien está con ustedes. Nunca los dejará ni los abandonará” (Deuteronomio 31:6).
Confiar en Dios es seguro, no es seguro temer al hombre (Proverbios 29:25). Generalmente Dios nos enseña esto mediante una ardua lección de obediencia pese a sentir temor. Para el momento en que aprendamos a confiar más en las promesas de Dios que en nuestras percepciones, y llegar al punto donde “hemos de responder confiados: ‘El Señor es mi socorro, no temeré. ¿Qué pueden hacerme los hombres?’” (Hebreos 13:6).
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