El dolor no tendrá la última palabra
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Sarah Walton sobre Sufrimiento
Traducción por E. G.
El dolor me ha cobrado su precio físicamente, emocionalmente y mentalmente. El daño no siempre es visible en mi cara o en mis palabras, pero siempre está ahí, tentándome para que vea todo a través de una lente de dolor en el corazón y con el espíritu cansado.
Nadie pasa por esta vida intacto. Todos experimentamos la desigualdad y fragilidad de este mundo de una forma u otra. Si nos enfrentamos diariamente a decepciones, a un envejecimiento corporal, a una enfermedad que altera la vida, al abuso, a relaciones rotas, o a una pérdida, la pena que experimentamos se entreteje en el tejido de nuestras vidas. Nos cambia, a veces nos deja cicatrices o una cojera.
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Cicatrices invisibles
Sé muy bien que el sufrimiento deja sus cicatrices. Algunas son visibles, mientras que otras se esconden dentro del armazón de mi ser. Varias cicatrices en mi tobillo me recuerdan que ya no puedo hacer físicamente muchas cosas que me gustaban. Quedará otra cicatriz por el catéter que se coloca en mi brazo para tratar mi enfermedad crónica. Pero son las cicatrices profundas que llevo dentro — las que nadie puede ver — las que han amenazado mi esperanza y alegría en mayor manera.
Soy una mujer que lleva cicatrices de diversas formas de abuso, y que lucha para no ver todas las relaciones a través de los ojos de la desconfianza. Soy una madre que lleva cicatrices por haber transmitido sin saberlo mi enfermedad a cada uno de mis cuatro hijos. Y soy un ser humano derrotado que lleva cicatrices de mis propias decisiones pecaminosas.
Pero para los hijos de Dios, el pecado, el dolor y las cicatrices no tendrán la última palabra. Por la gracia de Dios, pueden convertirse en una evidencia bendita de que Cristo ha redimido, y redimirá, a través de las cicatrices que recibió de nosotros en la cruz (Isaías 53:5).
La vida desde nuestras heridas más profundas
En la medida en que llevemos las cicatrices de esta desigualdad del mundo, revestidos con la esperanza de salvación a través de Jesucristo, llegaremos a entender y creer estas palabras de San Pablo más profundamente:
Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4:16-18)
Nuestro sufrimiento y las cicatrices no son solamente de carácter temporal. Nos preparan para algo mayor. Algo eterno. Algo inimaginable.
Pero ¿cómo no vamos a desanimarnos cuando el dolor sacude nuestros cimientos y destruye todo lo que esperábamos en este mundo? Lo hacemos anclándonos en los sólidos cimientos de la fidelidad a Dios (más que en nuestra propia habilidad y comprensión), confiando en que Él traerá nueva vida a nuestras heridas más profundas. Debemos aprender a mirar en nuestras cicatrices a través de las cicatrices de Cristo, y nuestro dolor temporal (a pesar de que se perciba eterno en mayor o menor grado) mediante la promesa de la gloria eterna que Dios está preparando para nosotros.
Testimonios vivientes
El dolor y las cicatrices que ha dejado no pueden desaparecer en nuestra vida, pero el crecimiento y la madurez que resplandecen por el trabajo de sanación de Cristo en nuestras vidas empezarán a magnificar su valor y a incrementar nuestra anticipación para la curación eterna que está por venir. Nos convertimos en testimonios vivientes de una inquebrantable esperanza; una que es mayor de lo que este mundo tiene para ofrecer y mayor de lo que este mundo puede quitarnos.
Un día, las cicatrices ya no existirán, los mentes y cuerpos rotos sanarán, la batalla interna contra el pecado se silenciará, y nuestra fe se verá en la presencia de nuestro Salvador.
Cuando el dolor en su vida parezca demasiado duro de soportar, y las cicatrices que lleva demasiado grandes para que curen, combata las mentiras del enemigo con la verdad del poder de curación de Cristo, tanto ahora como en el futuro. Fije los ojos en nuestro fiel Salvador, Aquel que nos amó a usted y a mí lo suficiente como para recibir sus propias cicatrices para curar las nuestras. Como John Piper escribe en su poema «Job».
Dios restaurará lo perdido
cuando termine con su inspiración,
el silencioso culto de nuestro corazón.
Cuando Dios crea un silencio afable,
y de su pincel, un Leviatán hace;
la vara muy pronto se convierte
y un tierno beso de Dios vierte.
Una voz más fuerte
El enemigo nos insulta en nuestro dolor, usted nunca será libre. Piense en todo lo que hay que temer. Se revuelca en su culpa y la autocompasión. Cede a la desesperanza que le atenaza. Porque he robado todo lo que es bueno, bonito y aquello por lo que vale la pena luchar.
Pero nuestro Salvador dice: «No tengas miedo, mi niña, tú eres mía. Te he traído con un precio y no te dejaré ir. Vendrá el dolor, pero no va a ganar, porque yo he vencido el pecado y la muerte. Redimiré tu vida, para que quienes se refugian en mí no sean condenados. Aunque he permitido este dolor, no tendrá la última palabra. Te llevaré a través de él y te mostraré los tesoros que tengo almacenados a lo largo del camino. No te desanimes, mi gracia te basta.
«El enemigo es un mentiroso, pero yo os digo la verdad: estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6). Mi fuerza es mayor que tu dolor, mi firme amor ahuyenta todo temor, y mi esperanza es mayor que tus pérdidas. Levanta tus ojos, niña cansada, y descansa en mis robustos brazos».
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