Señor, dime todo lo que tengo en ti
De Libros y Sermones BÃblicos
Por David Mathis sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
- Me mostrarás la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a Tu diestra para siempre. (Salmo 16:11)
Había sido una búsqueda desesperada de paz interior. Llámalo satisfacción, gozo, placer, felicidad. Por mucho tiempo ella había sentido este dolor punzante, el dolor punzante del anhelo. Algo simplemente no estaba bien. Algo incompleto.
Hasta ahora ella no habría pensado en ello en estos términos. Pero cuando el miembro del personal del ministerio del campus compartió su propia historia y habló sobre probar la verdadera satisfacción, finalmente comenzó a tener sentido. Todo el esfuerzo hacia el logro escolar. Toda la energía atrayendo la atención de los muchachos. Las innumerables componendas que había hecho en el camino, ignorando su profundo sentido de lo que ella sabía que era mejor, a largo plazo, por lo que parecía más placentero en ese momento, y luego tan rápidamente se demostró que estaba vacío.
Había sido una persecución frenética, y solo ahora ella lo estaba viendo, solo ahora mientras se daba cuenta de que estaba llegando a su fin. Esto es por lo que siempre había bramado. Ahora todo parecía estar girando, y en cámara lenta. Estaba desorientada, y fue maravilloso.
Ahora, mientras se sentaba frente a alguien que hablaba de Jesús como si Lo conociera personalmente, podía ver, al mirarla a los ojos, que esta persona tenía lo que ella había estado tratando de encontrar tan desesperadamente desde el principio. Y estaba siendo ofrecido. Por fin, era de ella.
Lo que estás buscando
Es una cosa notable —casi demasiado buena para ser verdad— que el Dios de épocas pasadas Se nos ofrece en el presente como nuestra verdadera satisfacción y más profundo deleite. Después de todo lo demás que hemos intentado, después de todas las otras maneras en que hemos tratado de encontrar el gozo, después de todos los lugares que hemos buscado y corrido a ellos para la satisfacción.
El Creador del universo diseñó nuestros corazones para Sí Mismo —y en particular para su Hijo, quien compartió nuestra carne y derramó Su propia sangre para rescatarnos. Nuestros corazones están inquietos, dijo San Agustín, hasta que encuentran su descanso en Él.
Cuando Su gracia brilla y rompe nuestros corazones de piedra, finalmente vemos que Él es por quien hemos estado ardiendo tan profundamente. Él verdaderamente es el tesoro que vale la pena vender todo lo que tenemos para asegurarlo (Mateo 13:44). Él es el que tiene un valor que sobrepasa y que vale la pena perder todo lo demás para ganarlo (Filipenses 3:8).
Él es aquel en cuyo medio se encuentra todo el gozo. “Me mostrarás la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a Tu diestra para siempre” (Salmo 16:11).
Él sostiene el futuro
Pero el Dios de épocas pasadas no solo nos ofrece el placer de conocerlo hoy; Él promete “delicias para siempre”. El gozo que ofrece no solo es más profundo que cualquier otro; también es más duradero. Él puede satisfacer tu alma hoy, y la satisfará para siempre, en los siglos venideros, ya que muestra “las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:7).
El Dios de las épocas pasadas entra en nuestro presente, nos sostiene y nos lleva al futuro. Y por toda la eternidad, solo mejorará más y más —el gozo y la satisfacción solo se profundizarán y madurarán y se harán más y más llenos— a medida que el Dios de las épocas futuras nos atraiga más y más hacia las infinitas riquezas de conocerlo.
Mi esposa nunca olvidó esa conversación con el miembro del personal del campus. Fue entonces cuando las persianas de su alma se abrieron por primera vez y la luz fluyó dentro. Fue entonces cuando la presa de su viejo corazón de piedra finalmente se rompió, y la gracia de Dios la inundó. Esas fueron sus primeras visiones y gustos reales. Pero ese no fue el punto culminante de su gozo. La búsqueda había terminado, pero la verdadera satisfacción acababa de comenzar.
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