¿Cómo puedo saber si realmente amo a Jesús?
De Libros y Sermones BÃblicos
¿Cómo puedo saber si realmente amo a Jesús? La respuesta de la Biblia podría sorprenderle.
Sabemos si amamos a Jesús por lo que consistentemente (no de manera perfecta) hacemos y no hacemos. Sabemos esto porque Jesús dijo: «Si me amáis, guardareís mis mandamientos» (Juan 14:15). Y el apóstol Juan hizo eco de Jesús cuando escribió: «Pues éste es el amor a Dios: que guardemos sus mandamientos» (1 Juan 5:3).
Un valor importante, estas declaraciones deberían incomodar a cualquier amante. Todos sabemos intuitivamente que la esencia del amor no está solamente en sus acciones. El amor no puede reducirse a un mero verbo. Por eso todos se ríen con la ilustración de John Piper de un esposo que dándole a su esposa un gran ramo de flores en su aniversario de boda y luego le dice que acaba de cumplir con su obligación como un marido obediente. Es la razón por la que todo el mundo entiende la ilustración de Edward John Carnell de un marido preguntando: «¿Debo darle un beso de buenas noches a mi esposa?». Porque sabemos que la respuesta es: «Sí, pero no es ese tipo de deber».
No es ese tipo de deber
Ni Jesús ni Juan quisieron decir que obedecer los mandamientos de Jesús era lo mismo que el amor. Lo que quisieron decir es que el amor a Dios, por su propia naturaleza, produce la característica constante de la «obediencia de la fe» (Romanos 1:5). Así, en la Tierra, el amor a Cristo tiende a parecerse como obedeciendo a Cristo.
Ahora, el amor, la fe y la obediencia no son las mismas cosas. El amor es nuestra consideración o aprecio a Cristo, nuestra fe es confiar en Cristo y la obediencia es cuando hacemos lo que Cristo dice. La esencia de cada uno es diferente. Lo malo, como la ortodoxia muerta y el legalismo, ocurre cuando los consideramos lo mismo. Debemos guardar los mandamientos de Cristo, pero no es ese tipo de obligación.
Aunque son distintos, son inseparables. No podemos amar a Cristo sin confiar (ejercer fe) en Él (1 Pedro 1:8). No podemos confiar en Cristo sin obedecerle (Santiago 2:17). Por lo que, naturalmente, no podemos amar a Cristo si vivimos en una desobediencia persistente y consciente (1 Juan 1:6; Lucas 6:46).
Llevar nuestro amor a la vista
Se trata de un diseño elegante y devastadoramente simple. Dios nos hizo a llevar nuestro amor a la vista. Conectó con nosotros para servir a lo que apreciamos. Cómo nos amamos a nosotros mismos es evidente por la forma en que nos servimos a nosotros mismos, para bien (Efesios 5:29) o para mal (2 Timoteo 3:2). Cómo amamos a nuestro cónyuge o hijos, o amigos, o pastores, o compañeros de trabajo, o mascotas, es evidente por la manera en que les servimos o los descuidamos. Si amamos a Dios o al dinero se hará evidente por la manera en que sirvamos o descuidemos uno u otro (Lucas 16:13). A la larga, no podemos fingir a quién o a qué servimos realmente.
Es cierto que a veces podemos ocultarlo a la vista humana, a veces incluso a nosotros mismos, al menos por un tiempo. Pero Dios tiene una manera de exponerlo a la vista finalmente.
Esto es lo que la parábola del buen samaritano dice, que a casi todos nos concede la oportunidad de vivir en diferentes formas y en diferentes momentos. El sacerdote, el levita, y el samaritano, todos muestran sus cartas por la manera en la que respondieron al hombre herido (Lucas 10:31-35).
Es también de lo que trata la historia del joven rico en Marcos 10. Parecía por lo menos parcialmente ciego al amor que portaba, porque, aunque pensaba que había hecho un montón de cosas obedientes (Marcos 10:19-20), algo preocupaba a su alma, y esa es la razón por la que llegó a Jesús. Pero Jesús vio el interior del hombre claramente y con una sola frase llamó la atención de todos sobre el asunto: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz» (Marcos, 10:21). Entonces se reveló claramente: el hombre no podía obedecer a Jesús porque amaba y confiaba en el dinero más que en Jesús.
Esto lo vemos en toda la Biblia: el amor a Dios o amor a los ídolos se hace visible por la obediencia o desobediencia a Dios. Lo vemos en Caín con Abel (Génesis 4), Abraham con Isaac (Génesis 22), Rubén con Bilha (Génesis 35), José con la esposa de Potifar (Génesis 39), David con Saúl en la cueva (1 Samuel 24), David con Betsabé (2 Samuel 11), Judas con su plata (Mateo 26), Pedro con su negación (Juan 18), Pedro con el Sanedrín (Hechos 4), Ananías y Safira con la admiración de otros (Hechos 5) y Demas con Tesalónica (2 Timoteo 4) por nombrar solo unos pocos.
Por esto conocemos el amor
Pero el lugar más importante en las Escrituras (o en cualquier otro) en el que vemos el amor demostrado a través de la obediencia empoderada por la fe es en Jesús:
- En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros (1 Juan 3:16).
- Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8).
- Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos (Juan 15:13).
El amor supremo se hizo visible en la muerte de Jesús en la cruz, donde «el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:2) persiguió su y nuestro gozo pleno (Juan 15:11) mediante la obediencia en medio del mayor sufrimiento (Hebreos 5:8). Dios vistió su amor y lo dejó a la vista. Jesús no transmitió simplemente el «Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1 Juan 3:18). «Por esto conocemos el amor».
¿Cómo podemos saber si realmente amamos a Jesús? Por lo que hacemos con una calidad constante (no de manera perfecta) y por lo que no hacemos. Todos los que aman a Jesús saben sin lugar a duda que no le amamos de forma perfecta. «Todos ofendemos muchas veces» (Santiago 3:2), y «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros» (1 Juan 1:8). Pero «si decimos que tenemos comunión con él y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad» (1 Juan 1:6).
Sabemos lo que es el amor por sus obras. Todos los que aman a Jesús se niegan a caminar en una desobediencia continua y consciente. Nuestra obediencia empoderada por la fe en lugares públicos y privados es la prueba diseñada por Dios de nuestro amor por Jesús.
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