Cuando las palabras duras son bondadosas
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Belén Mariel Goñi
Cuando estaba de misionero en India, William Carey exhortó una reunión bautista en Inglaterra diciendo “Esperen grandeza de Dios, pretendan grandeza por Dios". Me encanta esa frase.
Pero debemos atender la enseñanza de la Biblia a través de Simón el mago: si pretendemos grandeza solo para que otros nos vean grande, estamos en un grave peligro espiritual.
La situación de Simón
Después de que Esteban había sido lapidado hasta la muerte se desató una intensa persecución de cristianos en Jerusalén. Muchos tuvieron que dejar los poblados y aldeas del área de Judea y Samaria.
Felipe, consiervo de Esteban de las viudas helenistas, llegó a un poblado de Samaria donde predicó y realizó señales y prodigios. Muchos samaritanos confesaron su fé y fueron bautizados. Simón fue uno de ellos.
Simón era una figura local, un mago de todo tipo. Había cautivado a los locales con sus artes y le habían dado el título de “El gran poder de Dios”. A él le encantaba. Simón disfrutó de su reputación y se alimentó de la admiración y respeto que recibía.
Pero cuando Felipe llegó, todo cambió. Simón observó envidioso y con admiración como el verdadero, gran poder de Dios fluía a través de Felipe, un poder que lo superaba por mucho.
Después Pedro y Juan llegaron de Jerusalén y, cuando ellos rezaban, la gente se llenaba del Espíritu Santo. Esto atrajo aún más multitudes. Todos estaban hablando de ellos. Todos estaban cautivados con ellos, o así le parecía a Simón.
Ya nadie estaba cautivado con Simón, era una estrella decreciente y, al igual que muchos que han experimentado la droga eufórica que es la admiración de otra gente, él quería ese frenesí otra vez.
Si tan solo él pudiera obtener este poder de Jesús, entonces podría ser grande otra vez. La gente lo admiraría otra vez. Simón estaba dispuesto a pagar cualquier precio por esa droga.
Así que en un momento de discreción se acercó a Pedro y Juan con una propuesta: si le revelaban el secreto que poseían, si compartían ese poder con él, una pequeña fortuna de plata sería suya y nadie lo sabría jamás.
En una fracción de segundo Simón se dió cuenta de que no había calculado bien. Los ojos de Pedro parecían ver su corazón directamente.
Y luego, las palabras de Pedro parecieron abrirlo:
- Que tu plata perezca contigo, porque pensaste que podías obtener el don de Dios con dinero. No tienes parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Por tanto, arrepiéntete de esta tu maldad, y ruega al Señor que si es posible se te perdone el intento de tu corazón. Porque veo que estás en hiel de amargura y en cadena de iniquidad. (Hechos, 8:20-23) </dd>
Simón se avergonzó y dijo dócilmente: “Rezále al Señor por mí, para que nada de lo que has dicho venga sobre mí”.
El Simón en nosotros
Las palabras de Pedro a Simón pueden haber sonado duras, pero estaban llenas de misericordia. El amor hacia la propia gloria es un cáncer de alma extremadamente peligroso y espiritualmente fatal si no se trata. Este cáncer requiere un diagnóstico franco y serio. Ambos, Pedro y Juan, se han beneficiado de las misericordiosamente severas represiones del Gran Médico. Quizás Simón se arrepentiría y haría lo correcto.
La Biblia no nos dice si lo hizo. Alguna literatura eclesiástica temprana sugiere que Simón luego se convirtió en un hereje, lo que, de ser cierto, significaría que trágicamente había ignorado la advertencia de Pedro.
Pero Dios no quiere que ignoremos la advertencia. Este relato está en la Biblia para que recordemos que el poder de Dios no es un bien que puede ser intercambiado. Que no es un medio para que busquemos nuestra propia grandeza o riqueza.
Todos podemos vernos reflejados en Simón. A todos nos ha tentado buscar nuestra propia gloria, incluso en la obra del reino. Cuando reconozcamos ese deseo tan conocido, debemos encargarnos seriamente de él. Debemos confesarlo (los unos a los otros, no sólo a Dios), arrepentirnos y combatirlo. Porque, si lo dejamos, puede convertirse en un cáncer espiritual que puede volvernos ciegos hacia la gloria de verdad, y a la larga matarnos.
Así que esperemos grandeza de Dios y pretendamos grandeza por Dios, pero tomemos el consejo de Pedro y hagámoslo “por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo” (1 Pedro 4:11).
Vota esta traducción
Puntúa utilizando las estrellas