Los amigos de tu edad no son suficientes
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jaquelle Crowe sobre Comunión y Hospitalidad
Traducción por Javier Matus
Nos gustan las personas que son como nosotros. Comenzando de niños, somos rodeados por diferentes categorías y compartimentación. La edad puede ser la más grande. Desde la escuela primaria hasta la escuela dominical hasta el lugar de trabajo, tendemos a gravitar intuitivamente a aquellos que tienen la misma edad que nosotros.
Muchas iglesias (seguramente sin intención) alimentan este mensaje anti-intergeneracional: los niños van aquí para la escuela dominical, los adolescentes van aquí para el grupo de jóvenes, estudios bíblicos separados y clases para universitarios, aquellos con carrera, padres y adultos mayores. Callada y sutilmente llegamos a creer que nuestros amigos deben ser exclusivamente de nuestra generación.
Pero, aunque tener amigos de la misma edad es normal y natural, nos perdemos de algo especial cuando no tenemos amigos que son de diferentes edades a nosotros, especialmente en la comunidad cristiana. Los cristianos comparten un vínculo y una identidad que triunfa sobre todo lo demás —el trabajo, la raza y, sin duda, la edad. Si ya no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, no debería haber ni viejo ni joven (Gálatas 3:28).
La edad no debe construir muros. Jesús debería derribarlos. Cuando dejamos a un lado nuestra preferencia por personas tal como nosotros, transmitimos la belleza de nuestra unión compartida con Cristo.
Y la amistad intergeneracional no solo es hermosa, sino necesaria. Necesitamos la amistad intergeneracional. Necesitamos el equilibrio, la perspectiva y la experiencia de las personas que caminan en diferentes etapas de la vida que nosotros (1 Timoteo 4:12; 5:1-2; Tito 2:3-5). Adolescentes, ustedes necesitan cristianos mayores. Ancianos, ustedes necesitan adolescentes. Mamás jóvenes, ustedes necesitan gente sin hijos. Los que no tienen hijos, ustedes necesitan gente de veintitantos. Todos nos necesitamos unos a otros.
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El fruto de la comunión
Mi amiga Lisa está en sus sesentas. Ella ha vivido una vida plena, ha viajado por el mundo, ha sobrevivido angustia y tristeza increíbles, y es una de las mujeres más capacitadas y con más conocimientos que conozco.
Rona es una amiga de unos setenta y cinco. Ella tiene un exterior áspero, incluso malhumorado, endurecido por circunstancias problemáticas y sufrimiento, pero con un corazón tan suave como el malvavisco.
Mi amiga Christy tiene siete años, y cada vez que nos reunimos exuda emoción y un deleite contagioso por la vida.
Puedo contar a su madre Dana como otra amiga, una joven madre que tiene sus manos tremendamente ocupadas, pero que todavía tiene una profunda pasión por la vida y ama profundamente a las personas.
Estas cuatro mujeres son mis amigas, a pesar del hecho de que ninguna está entre mi generación. Pero todas ellas son parte de mi iglesia y nuestra relación como hermanas en Cristo ha producido el fruto de la amistad. Todas estas relaciones se ven diferentes, pero todas estas mujeres me han bendecido, amado y cambiado.
Hay al menos tres cosas que he aprendido de las amistades multigeneracionales.
1. Dios es más grande que mi generación.
Me encanta ver lo que Dios está haciendo en mi generación, pero compartir la amistad con quienes son mayores y más jóvenes me recuerda que Dios no está trabajando exclusivamente en (o es adorado por) mi generación. Él es más grande que los millennials.
Este es un recordatorio que humilla. Aunque nunca admitiría en voz alta que creo que los jóvenes son favorecidos por Dios o que de alguna manera son mejores, más genuinos o más compasivos que las personas mayores, algunos días me siento tentada a creerlo. Luego paso tiempo con una amiga mayor, y amorosamente se me bajan los humos. Las amistades intergeneracionales tienen una forma única de matar prejuicios —con amabilidad. Al ser simplemente mi amiga, mis suposiciones erróneas sobre otras generaciones han sido cuestionadas, confrontadas y desterradas.
El reino de Dios es diverso; esta verdad subrayó la misma misión de Jesús en la tierra. Vino para salvar a personas de todas las edades de todas las naciones y de todas las lenguas y tribus (Apocalipsis 7:9). Vino para jóvenes y viejos por igual. Las amistades intergeneracionales me enseñan que el reino de Dios es una familia, y tengo la responsabilidad de amar y aprender de toda la familia.
2. Todos siempre están enseñando.
Estas cuatro amigas en sus diferentes etapas de la vida me enseñan mucho. Aprendo del gozo optimista y persistente de Christy y de las lecciones de la vida madura de Rona. Aportan ideas, soluciones y actitudes únicas a nuestra relación, ampliando los límites de mi marco mental y haciéndome más comprensiva y generosa. Con su amistad, me recuerdan que todas somos maestras.
Nuestras vidas siempre predican algo: gozo, autocontrol, humildad, gratitud, paz, u orgullo, egoísmo, calumnia, distracción o ira. No necesitas ser un pastor o un maestro o mentor “oficial” para declarar algo. Tu vida hace eso en voz alta (1 Pedro 2:11-17). ¿Qué está diciendo?
3. La experiencia produce sabiduría.
Si bien aprendí de mis amigas más jóvenes, puedo decir con seguridad que aprendo más de las cristianas mayores que han vivido vidas más largas, cometieron más errores, aguantaron más sufrimiento y obtuvieron más sabiduría que yo. Podemos aprender acerca de la fe, el perdón, el valor, la satisfacción y la oración (solo para nombrar algunas cosas) de las personas mayores simplemente tomando el tiempo para escuchar y ser un amigo.
Mark Twain dijo una vez: “Cuando era un niño de catorce años, mi padre era tan ignorante que apenas podía soportar tener al viejo cerca de mí. Pero cuando cumplí veintiún años, me sorprendió lo mucho que el viejo había aprendido en siete años”. Tener amistades con personas mayores me ha inculcado un respeto más profundo por la edad y una humildad renovada. Cuando comparten su experiencia y conocimiento conmigo, he llegado a reconocer que sin duda me beneficiaré al prestar atención.
Unidad en la diversidad
Hace unas semanas era noche de pays. Las mujeres de nuestra iglesia se reunieron en una casa, comieron el más delicioso pay y helado y compartieron un compañerismo aún más dulce. Nuestras edades abarcaban casi cincuenta años, pero había una unidad perfecta y simple. Solo éramos hermanas en Cristo reunidas alrededor de una mesa, amigas reunidas por el vínculo de Cristo.
Cuando pienso en noches como estas, me doy cuenta de algo: eso fue un vistazo del cielo. Aquí había diversas cristianas separadas por la edad, pero alegremente unidas en comunión. Y realmente, eso es lo que es la amistad intergeneracional: una probada del cielo. ¿Por qué no querríamos buscar eso aquí en la tierra?
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