El amor impresionante que tendemos a olvidar

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English: The Breathtaking Love We Tend to Forget

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Por Trillia Newbell sobre Amor de Dios

Traducción por Janet Castillo


La vida cristiana se puede vivir en los valles y en las cumbres, pero, por lo general, caminamos en el llano. La mayor parte de nuestros días lo pasamos en lo mundano, lo ordinario y lo rutinario. Dicha monotonía puede producir una sensación de autosuficiencia o apatía hacia Dios. Incluso puede convertirse en otra cosa más en nuestra lista de quehaceres en vez de ser el deleite y el gozo de nuestra existencia.

Tanto tú como yo tendemos a olvidar el más grande amor de este mundo. Es un amor que no podemos comprender o imaginar en su total magnitud, y, sin embargo, en la práctica olvidamos que Él nos ama, nos busca y que le pertenecemos. Como dice Robert Robertson en su gran himno: «Que venga tu fuente, somos prontos para desviarnos, Señor; lo puedo sentir».

El peligro de olvidarse es que podemos comenzar a pensar que nuestra vida se trata de nosotros mismos. Podemos comenzar a pensar que hemos ganado el favor de Dios por nuestra bondad en vez de por su gracia. O podemos olvidar finalmente a Dios del todo y vivir como si no hubiera Uno que nos sostiene; podemos comenzar a vivir de una manera autosuficiente.

Cada día, cada hora vale la pena luchar por recordar el amor más grande de este mundo. Una manera en que tú y yo podemos luchar contra la tentación de desviarnos hacia cosas de menor importancia, es recordando que Dios nos ama y nos busca. El amor y la búsqueda de cualquier ser humano palidece comparado con el amor y la búsqueda que hace Dios. Y una de las más claras demostraciones del carácter de un Dios que nos busca está escrito para que lo consideremos en la alabanza de Pablo en Efesios 1:3-14.

Contenido

El Dios que nos busca

Si existe un océano de gracia a nuestra disposición (y sí que lo hay), encontramos que gran parte de él es proclamado por el apóstol Pablo al inicio de Efesios. La traducción al griego de Efesios 1:3-14 es una oración larga, y ¡por una buena razón! Pablo está asombrado de la bondad de Dios hacia la gente pecadora. Nosotros no buscamos de Dios; Él nos buscó. Nunca podríamos imaginar, y ni mucho menos ganar, las bendiciones espirituales que el Señor nos ha otorgado: la redención mediante la sangre de Cristo, el perdón de nuestros pecados, la adopción como hijos, su amor eterno, una herencia incorruptible, gracia sobre gracia y muchas cosas más.

Al menos siete veces, Pablo hace referencia a la búsqueda que Dios hace de nosotros. La alabanza inicial prepara el escenario: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual...» (Efesios 1:3, LBLA). Todas las promesas de Dios son sí y amén en Cristo (2 Corintios 1:20). Dios no está reteniendo nada de ti que no sea para tu total beneficio.

Solo hay una persona cualificada para darnos acceso a estas bendiciones espirituales: Jesucristo. Pablo menciona a Jesús por lo menos quince veces en los primeros catorce versículos de Efesios. Más adelante, Pablo nos vuelve a recordar en Efesios que nuestra salvación no está en nuestras propias acciones, sino que es un regalo de Dios en Cristo Jesús (Efesios 2:4-9). En Cristo y por Cristo, tenemos la redención y todo lo que conlleva ese regalo maravilloso. La realidad cósmica de nuestra unión con Cristo es digna de toda alabanza.

Entonces, ¿cuáles son estas bendiciones? Los versículos que siguen después de Efesios 1:3 nos lo mencionan.

Nos escogió

Dios nos escogió desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4). Cuando pensamos en una montaña como el Everest o un mar como el Mediterráneo, deberíamos unirnos a la canción del salmista:

Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides? (Salmo 8:3-4)

Dios puso el mundo en movimiento. El cielo proclama su grandeza; la creación apunta a su santidad. ¿Y aun se acuerda de hombres pecadores? ¡Sí! Antes que creara los cielos, te escogió. El santo, majestuoso y maravilloso Dios se acordó del hombre pecador. No se sorprendió cuando Adán y Eva pecaron. Sabía que un día caeríamos, y que continuamente pecaríamos contra él. Aun así, nos escogió. El carácter de Dios es justo, santo y ¡oh! tan misericordioso.

Nos ama

Pablo continúa diciendo que Jesús ha asegurado también nuestra justicia, y que un día nos presentaremos sin culpa delante del Padre (Efesios 1:4). Jesús hizo algo que no podríamos hacer por nosotros mismos. Estar sin mancha es estar libre de culpa, libre de toda mancha. Nadie que camina en esta tierra está realmente libre de culpa. Todos hemos pecado y hemos sido destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Mas en Cristo no tenemos culpa. Nuestros pecados son perdonados y lavados. En Cristo, nos presentaremos sin culpa en el día final e incluso ahora, Jesús está intercediendo por nosotros. Él nos cubre con su justicia.

En Cristo, eres infinitamente amado (Efesios 1:4-5). Dios nos ha otorgado todas estas bendiciones espirituales a nosotros por amor. El amor de Dios es incomprensible; no podemos llegar a entenderlo. Cuando tratamos de comparar nuestro amor con el de Dios, nos quedamos muy cortos. Dios es amor (1 Juan 4:8). Todo lo que sabemos de Dios y cada acción que vemos de Dios está ligada a su amor. Dios no puede actuar separado de su amor. La mayor demostración de su amor es mediante la sangre de Cristo. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4:10).

Este es un amor que nunca podríamos entender en su total magnitud con nuestras mentes finitas y nuestra capacidad limitada de impartir amor. El amor de Dios es incomparable, y está reservado para ti en Cristo.

Nos adoptó

Dios pudo haberse detenido ahí, pero no lo hizo. Si estamos en Cristo, también hemos sido adoptados como hijos e hijas de Dios (Efesios 1:5). Esta es una adopción inseparable (Romanos 8:35-39). Como cristianos, somos hijos de Dios y herederos de todo lo que tiene (Romanos 8:32) y coherederos con Cristo (Romanos 8:16-17).

Antes de la fundación del mundo, Dios nos tenía en mente y determinó crearnos y, luego, adoptarnos como sus propios hijos. Debemos acercarnos a nuestro Dios majestuoso con confianza (Hebreos 4:16) como nuestro Abba Padre (Romanos 8:15). No hay nada más dulce que saber que en Dios tienes confianza, seguridad y amor de una manera tan íntima. En Cristo, tenemos libre acceso a nuestro poderoso Padre celestial.

Más de lo que podamos imaginar

Las riquezas de lo que significa estar en Cristo son mucho mayores que lo que podamos pedir o imaginar. ¡Solo hemos raspado la superficie! Dios nos escogió, nos predestinó, nos adoptó y nos ha colmado de gracia y con una herencia más allá de lo que podamos soñar, y todo para la alabanza de su gloria.

Cuando nos vemos tentados a pensar que, de alguna manera, debemos ser lo suficientemente buenos como para merecer el amor de Dios, necesitamos sumergirnos en Efesios 1:3-14. Estos versículos nos cuentan una historia diferente y mucho mejor. El Dios del universo pensó en nosotros, nos creó, envió a su Hijo a morir por nosotros y perdonarnos; y no hicimos nada, sino recibirle.

Recordar estas grandes verdades nos ayuda a luchar contra nuestra autosuficiencia hacia el Señor. Nos hace que deseemos conocerle, amarle y obedecerle, no porque hayamos hecho algo para ganarlo, sino por todo lo que Él ha hecho. Ya que Él nos buscó primero, podemos buscarle.


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