Los pasos ofensivamente comunes hacia la Santidad
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Carlos Diaz
Si están en Cristo, Dios ha colocado en sus corazones un hambre por la santidad. La santidad ya no es más el armario estrecho que pensaste que era, pero en cambio es un jardín de placeres, un eco del cielo, la belleza del Edén redescubierto. No están contentos simplemente por ser contados rectos en Cristo (glorioso como eso es); también anhelamos volvernos rectos como Cristo. Deseamos ser santos porque él es santo.
¿Pero cómo ocurre la santidad? ¿Cómo los oradores con tropiezos y distraidos comienzan a orar sin cesar? ¿Cómo los aprensivos aprenden a seguir incluso sus más grandes cuidados con su curso hacia Dios? ¿Cómo el orgullo convierte la pobresa de espíritu, la apatía por el fervor de la rectitud, avaricia a una mano abierta, inquietud a una calma sin irreductible? ¿Cómo venimos no sólo a decir, sino a sentir en lo más profundo, que Jesucristo es la suma de todo lo que es bueno en la vida: que conocerlo es vivir, y morir nuestra más grande ganancia?
Dios nos enseña cómo ocurre la santidad en toda su palabra, y aún así nosotros a menudo descuidamos una lección predominante: muy a menudo, la santidad se esconde en pequeñas cosas.
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Ofensivamente común
Consideren, por ejemplo, cómo el apóstol Pablo habla acerca de la búsqueda de la santidad en Efesios. A lo largo de los primeros tres capítulos, Pablo expande ante nosotros el panorama del amor redentor de Dios. En Cristo, Dios nos ha elegido, nos ha perdonado, y nos ha sellado por la eternidad (Efesios 1:3–14). Él nos ha resucitado de la muerte espiritual y nos ha sentado con Cristo en los cielos (Efesios 2:1–10). Nos ha amado con un amor infinito (Efesios 3:14–19).
Pudiéramos pensar que la respuesta inmediata a tal amor sería justo como panorámico. Pero en los próximos tres capítulos, Pablo aplica este evangelio a lo común, a lo cotidiano, a lo pequeño. Por ejemplo: Hablar con la verdad a los demás (Efesios 4:15). Reconciliarse con rapidez (Efesios 4:26). Trabajar honestamente en su empleo (Efesios 4:28). Dar pensamiento a sus palabras (Efesios 4:29). Cultivar la bondad y un corazón sensible (Efesios 4:32). Honrar a Cristo como una esposa, esposo, hijo, padre, sirviente, maestro (Efesios 5:22–6:9).
Aunque radical en su propia forma, estos pasos de obediencia raramente atraen la noticia de una corona. Muchos de ellos suceden en momentos olvidables y en lugares escondidos. Bien pudiéramos decir con Gustaf Wingren, “La Santificación está oculta en las tareas ofensivamente comunes” (Luther on Vocation, 73). De hecho, tan común que simplemente pudiéramos perderlos si no estamos prestando atención.
Ojos en los Confines de la Tierra
En la búsqueda de la santidad, muchos de nosotros caemos dentro del error del tonto: “El hombre inteligente tiene los ojos fijos en la sabiduría, pero los ojos de un tonto están en los confines de la tierra” (Proverbios 17:24). El tonto puede mirar fijamente a la distancia con maravillosa percepción: y tropezar con una roca ante sus pies. Nosotros también podemos interesarnos mucho en los grandes pasos de obediencia que esperamos tomar en el futuro que perdemos los pasos “ofensivamente comunes” justo frente a nosotros.
Un hombre soltero puede soñar en sacrificarse a sí mismo por una esposa e hijos un día, y aún así fallar en hacer sus quehaceres en el entretiempo. Un misionero aspirante puede orar en que un día plante una iglesia entre los excluidos, y aún así rechazar su grupo pequeño actual. Un posgraduado puede aspirar por un día comenzar un negocio sin fines de lucro, y aún así escatima gastos en su trabajo como cajero. Una joven cristiana puede anhelar permanecer decidida bajo futuros intentos, y aún así quejarse de los platos sucios de su compañera de cuarto.
En cada caso, la obediencia del mañana se ha vuelto la enemiga de hoy. La alternativa, nos cuenta Salomón, es volvernos como el inteligente, quien “tiene los ojos fijos en la sabiduría” (Proverbios 17:24). Y tener nuestros ojos fijos en la sabiduría significará, en primer lugar, tener nuestros ojos fijos en lo actual: responsabilidades de hoy, cargas de hoy, conversaciones de hoy, medios de gracia de hoy: sin valor de lo que puedan estimar.
El sabio sabe que un cristiano se vuelve santo tanto como una catedral se vuelve alta: una piedra a la vez. Y las piedras son cosas ordinariamente comunes.
Lo que sea que hagan
Entonces, la búsqueda de la santidad es tanto más fácil como más dura de lo que muchos de nosotros imaginan: Más fácil porque nuestro crecimiento en la gracia a menudo sucede gradualmente, un paso pequeño a la vez. Más dura porque la santificación ahora ha invadido toda la vida. La santidad está oculta en tareas ofensivamente ordinarias, y esas tareas están a todo nuestro alrededor.
Pablo le dice a los Colosenses, “Todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17). Nuestra madurez espiritual descansa en esas palabras lo que puedan y todo: obedecer a Dios no solo en lo visto, sino también en lo no visto; no solo en lo excepcional, sino también en lo mundano; no solo en los momentos críticos de la vida, sino también en los momentos aparentemente casuales esparcidos a lo largo de nuestros días.
La pregunta que debemos preguntarnos, docenas de veces todos los días, no es lo que Dios pudiera tratar que hagamos diez años a partir de ahora, sino en cambio “¿Obedeceré a Dios ahora, en este momento?” ¿Detendré la fantasía justo cuando comience? ¿Oraré en vez de chequear mi teléfono (de nuevo)? ¿Le negaré a mis ojos un segundo vistazo? ¿Predicaré la palabra amorosa e incorfotable?
Si ese pensamiento nos intimida, también debería animarnos. Es verdad, el Señor Jesús nos mantiene presentes en todo momento, no hay tal cosa como un “tiempo para mí”. Pero también está dispuesto en todo momento a avisar nuestros intentos fallidos a obedecer y, la maravilla de maravillas, ser complacido. Jesús no perderá la escritura más pequeña hecha en su nombre, ni tampoco un vaso de agua dado (Mateo 10:42), pero tomará nota de ello y preparará una recompensa acorde. Porque “sabiendo que el Señor retribuirá a cada uno según el bien que haya hecho, sea siervo o sea libre” (Efesios 6:8). Y cualesquiera defectos permanezcan en nuestra obediencia (y los defectos siempre estarán), él tiene gracia suficiente para cubrirlos.
Comiencen donde están
Entonces, ¿Dónde comienza esta búsqueda de la santidad? Comienza justo donde estamos. En sus Letters to Malcolm, C.S. Lewis ofrece “comenzar donde estés” como un dictamen para una oración. En vez de sentir presión para abrir toda oración “invocando a lo que creemos acerca de la bondad y grandeza de Dios, pensando acerca de la creación y redención y todas las bendiciones de esta vida” (88), consideren comenzar más pequeño, incluso justo donde están: agradecerle por el árbol afuera de su ventana, el desayuno que disfrutaron, al hijo en la siguiente habitación. Porque, como Lewis escribe, nosotros “no deberemos ser capaces de adorar a Dios en las ocasiones más altas si hemos aprendido ningún hábito de hacerlo en las más bajas” (91).
Un principio similar aplica a nuestra obediencia. “El que ha sido fiel en lo poco, también es fe en lo mucho” (Lucas 16:10), Jesús nos dice. De hecho, aparte de unas pocas excepciones, solo aquellos que han aprendido a ser fieles en lo poco, son capaces de ser fieles en lo mucho. Lo poco es el mejor suelo de formación para lo mucho.
Confiar en Dios con planes arruinados de una tarde nos capacita para confiarle la salvación de nuestros hijos. Dando sacrificadamente con un ingreso restringuido nos alista para hacerlo con uno confortable. Hablar de Jesús sin temor ante un vecino nos prepara, el día que ha de venir, a predicar su nombre ante los perseguidores. Por ahora, no desprecien el día de pequeña obediencia.
Hoy puede que no sostengamos grandes oportunidades por momentos acumulados de obediencia donde nuestro carácter, formado con los años, es puesto a prueba. Esos días vendrán si vivimos lo suficiente. Pero hoy, nuestras tareas son probablemente más pequeñas: Soliciten perdón. Renuncien al pensamiento vergonzoso. Den a los niños toda su atención. Prediquen una palabra de aliento. Guarden la palabra de Dios en su corazón. Comiencen donde están.
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