El Creador de la montaña está contigo

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Revisión a fecha de 21:42 8 jun 2020; Kathyyee (Discusión | contribuciones)
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English: The Maker of the Mountains Is with You

© Desiring God

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Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Adriana Blasi

En los días que son oscuros, Dios nos libra, consuela y fortalece a través de cuatro sencillas palabras: "Estoy contigo".

Estoy contigo. La promesa es para el pueblo temeroso de Dios a través del tiempo y testimonios: para Isaac en Beerseba (Génisis 26:24), Moisés ante la zarza ardiente (Éxodo 3:12), David en el valle (Salmo 23:4) y los discípulos cuando los comisiona (Mateo 23:20). El Dios viviente sabe lo que necesitamos en nuestra profunda preocupación: más que respuestas, es la promesa de su presencia.

Sin embargo, el poder de esta promesa se sustenta de acuerdo con nuestro conocimiento de quien la ofrece. La presencia de una Bondad difusa es de poca ayuda cuando el sufrimiento se avecina. Entonces, Dios no solo promete a su pueblo que está con ellos; sino les recuerda quién es él.

Cuando caminamos a través del valle de sombra de muerte, indefensos como ovejas, él se llama a si mismo Pastor (Salmo 23:4). Cuando yacemos boca abajo, dominados por los enemigos demasiado fuertes para nosotros, él se llama a si mismo Redentor (Isaías 43:13). Cuando nos sentimos pequeños, vulnerables y afligidos en un mundo peligroso, él se llama a si mismo Creador: "Dejemos que los que padecen según la voluntad de Dios encomienden sus almas al fiel Creador mientras hacen el bien" (1 Pedro 4:19).

Nuestro Fiel Creador

Insignificantes, vulnerables y afligidos, describe el sentir de aquellos que recibieron la carta que conocemos como 1 Pedro. Al estar "afligidos por varias pruebas", aún no estában conscientes de la prueba de fuego que sobrevendría (1 Pedro 1:6; 4:12). Eran el objetivo tripartito de un mundo malicioso, una carne que los asediaba y un enemigo que los acosaba (1Pedro 4:4, 2:11, 5:8).

Pedro habla de la promesa en medio del temor, inseguridad, y dolor. Él ya les había asegurado que eran "el pueblo de Dios", herederos de la promesa por lo que "Yo estoy con vosotros" (1 Pedro 2:10). Ahora, él los lleva a mirar más allá de sus pruebas, sus enemigos, aún por encima del cielo y la tierra, para recordarles que el Dios que los llama "su pueblo" es también su "fiel Creador" (1 Pedro 4:19).

"Sepan esto, mis hermanos y hermanas", dijo Pedro, en efecto, "el Dios que camina con vosotros, que delante y detrás los ha cercado, no sólo es Salvador, Redentor, y Señor, sino también el Creador de las montañas, el Artesano de los cielos". Y para aquellos que fueron comprados con la sangre de Jesús, este Creador no sólo es poderoso, pero fiel —aún el más pequeño, más vulnerable, más afligido entre su pueblo.

Soberano sobre la creación

Si acogemos a Dios como nuestro fiel Creador en el sufrimiento, nos encontraremos con dos rocas inamovibles bajo nuestros pies. Primero, Dios gobierna sobre toda la creación desde lo más alto a lo más profundo, desde lo más lejano a los más cercano —desde las órbitas de las lunas en las galaxias invisibles a las sombras de las hojas en nuestro jardín.

El sufrimiento del público de Pedro pudo ser de una frustración aleatoria. Lo mismo ocurre con nuestro sufrimiento: cónyuges crueles y falsos "amigos", automóviles a toda velocidad y virus que se propagan, que a toda luz parecieran ingobernables: arbitrarios y una amenaza en un mundo arbitrario. Pero aquí, Pedro nos recuerda que detrás de cada criatura, animada o inanimada, está el Creador —un Creador tan involucrado en los detalles de este mundo, que el sufrimiento nos llega solo si Él, en su sabiduría y misericordia, los considera "necesario" (1Pedro 1:6; 3:17).

De la misma manera en que Dios le dice al mar: "Hasta aquí llegarás, pero no más allá, aquí se detendrá el orgullo de tus olas" (Job 38:11), nos lo dice a nuestro sufrimiento. Ninguna difamación hiere, ningún tumor crece, ni flecha vuela, y ninguna plaga se propaga un milímetro más allá de lo que el Altísimo decreta. A cada uno, Dios les dice: "Hasta aquí has llegado, y no más allá" —y la creación sin dudas obedece.

El sufrimiento puede frustrar la ley soberana de nuestro Creador ni bien el sol sale de su curso, o las estaciones se niegan a arribar, o las moléculas no escuchan la palabra de quien sostiene el universo (Hebreos 1:3).

Soberano sobre nosotros

La soberanía del Creador se extiende no solo sobre la creación que nos circunda, sino, además, sobre nosotros. Nuestras almas, que muchas veces se sienten muy frágiles, están en los brazos de su Omnipotencia. Ningún sufrimiento puede extenderse y arrebatar al pueblo que Dios protege.

"Por el poder de Dios", —escribe Pedro, "[vosotros] sois guardados por la fe para salvación cuando sea manifestado en los últimos días" (1 Pedro 1:5). En toda aflicción, temor, pena, e incertidumbre, el poder de Dios funciona como un cuartel que guarda nuestras almas, protegiendo y cuidándonos —no del sufrimiento en sí, pero de cualquier cosa que el sufrimiento pudiese destruir en nosotros. Él es doblemente nuestro Creador —al nacer, y al renacer (1 Pedro 1:3; 23)— y no abandonará la obra de sus manos.

Tal es el poder que consolida la promesa, al final de la carta de Pedro. "Después que hayáis padecido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Cristo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca" (1 Pedro 5:10). Luego que hemos sufrido por "poco tiempo" en esta vida, nuestro Creador se inclinará en el polvo una vez más y soplará su aliento en los hijos de los hombres. El paralítico caminará, el ciego verá y la piel lacerada sanará. Los pedazos de un corazón roto serán reparados; entonces cada herida, las que están a la vista y las ocultas, serán atados por toda la eternidad.

Nuestro Creador tiene toda la capacidad —en verdad, cada intención— de hacer todas las cosas nuevas, y de colocarnos en un mundo donde el sufrimiento no tiene cabida.

Siervos con manos cicatrizadas

Reconocerás a un cristiano que confía en Dios como su Creador fiel, cuando lo veas. Estos santos tienen marcas que no pueden esconder. Ellos no solo atraviesan el sufrimiento con una paz inquebrantable en Jesús; sino también atraviesan el sufrimiento con su vista puesta en los otros: "De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador y hagan el bien".

Habiendo encomendado sus frágiles almas al cuidado de un Creado fiel, encontraron el coraje para levantar las piezas rotas de sus vidas, entregárselas a Jesús, y confiar que él toma lo que está quebrantado y lo utiliza para nutrir a las multitudes. Ellos podrán consolar con una voz temblorosa, o tender una mano con sus manos cicatrizadas, o servir aún con heridas invisibles que no pueden sanarse por completo en esta vida. Pero, aun así, pueden hablar, extender una mano, servir y llevar los tesoros de Dios a otros en una vasija de barro.

¿Por qué? Porque el Creador de las estrellas los guarda como la niña de sus ojos. Porque el Arquitecto de esta tierra lleva la cuenta cada uno de sus cabellos. Porque el Creador de las montañas guarda sus almas en palma de sus manos. Y con él están a salvo.


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