Mentiras Que los Cristianos Creen Acerca de Sí Mismos

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English: Lies Christians Believe About Themselves

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Por Greg Morse sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Natalia Micaela Moreno


Tim Keller dice que puedes sacar a la gente de la esclavitud más fácilmente de lo que puedes sacar a la esclavitud de la gente. Cuando los israelitas salieron de Egipto, se llevaron con ellos un tipo de esclavitud mucho más severo en sus mentes, en sus corazones, en sus patrones de comportamiento. Aunque libres, aún no tenían la forma de pensar de un hombre libre. Pronto comenzaron a rogar por volver (Éxodo 16:3).

Lo mismo puede decirse de los hijos de Dios en lo que concierne a nuestra nueva identidad en Cristo. Nos sacan más fácilmente de la orfandad de lo que el sentimiento de orfandad sale de nosotros.

A pesar de que Dios nos ha trasladado desde el dominio de la oscuridad, nos colocó en el reino de su amado Hijo, y nos dio el Espíritu de la adopción como hijos — todo por su buena voluntad — aún nos podemos imaginar vestidos con harapos espirituales, esperando a que nuestro poco convencido Padre determine si su elección de tenernos fue la correcta. Aunque nos adoptaron, limpiaron, dieron un nuevo nombre, una nueva identidad, un nuevo Espíritu, aún podemos pensar como huérfanos, sentirnos como huérfanos, comportarnos como huérfanos.

Y ciertos malentendidos teológicos y eslóganes pueden cimentar nuestra percepción errada. Errores doctrinales y desproporciones de las escrituras pueden sumarse a la alienación que ya estamos inclinados a sentir. O aunque sea así me pasó a mí. Podemos creer mentiras acerca de nosotros mismos (o pretender que las medio verdades son verdades completas) que nos mantienen huérfanos en nuestro corazón cuando Dios el Padre no se ahorró a Cristo para poder hacernos hijos e hijas. Las siguientes son algunas de esas falsedades.

‘Soy Un Huérfano Mendigo’

Martín Lutero declaró en su lecho de muerte, “Somos todos mendigos, eso es verdad.” Realmente, todos necesitamos la provisión y la misericordia de Dios; no tenemos nada separados de Cristo. Sí, y amen (Juan 15:5).

Pero cuán fácilmente puede esta expresión de humildad distorsionarse si se disfraza como la imagen completa. “Mendigos” no es el mejor resumen de la vida cristiana. En Cristo ya no somos huérfanos mendigos, sucios y vestidos con harapos, levantando nuestros cuencos hacia Dios preguntándonos si estaría dispuesto a darnos solo un poco más de estofado. En el Hijo, nosotros también somos hijos e hijas del Rey. Dios nos dio "autoridad", él dice, y poder como sus hijos a través del nuevo nacimiento(Juan 1:12–13).

Ya no estamos más en los campos alimentando a los cerdos (Lucas 15:16). Por el gracioso acto de nuestro mejor Hermano Mayor, hemos retornado a nuestro Padre Celestial, y él corrió a recibirnos, a darnos la bienvenida a casa. Ya hemos intentado nuestra torpe postura de penitencia, diciéndole que estamos felices de ser tan solo sirvientes, huérfanos trabajadores — y él no quiso. Su firme amor calla nuestros murmullos acerca de nuestra indignidad (como si nuestra indignidad siquiera hubiera provocado su amor en primer lugar). Nunca fuimos dignos de convertirnos en hijos de Dios, pero su adopción nos hace dignos de ser llamados hijos de Dios y vivir como plenos hijos e hijas.

Rechazar el anillo, las túnicas, el ternero engordado no es humildad; es una afronta a la gracia del Padre. Él no nos ha invitado a la fiesta para recordarle incesantemente a los invitados que no somos más que mendigos después de todo. Esto, de tomarse como el centro de nuestra cristiandad, deshonra a nuestro misericordioso Padre. Con Mefiboset, podemos pensar que Dios nos encontró como “perros muertos” y nos otorgó un gran favor a nosotros (2 Samuel 9:7–8), aunque también reconociendo que, por pura gracia, ya no somos los mismos perros muertos que halló. Cuando nuestro Padre nos llama hijos e hijas, hijos e hijas somos.

‘Todo Lo Que Hago Es Desagradar a Dios’

También podemos asumir y pensar que si le agradamos a Dios aunque sea un poco, es solo por la perfección de Jesús, y no nada de lo que podamos decir o hacer. Ciertamente, a Dios nunca le agrada cuando nos "apartamos" de nuestro Hermano Mayor, ya que solo Cristo nos consigue su favor completo (Romanos 4:5). Pero una vez pagados por su trabajo terminado en la cruz, y declarados justos en él, está mal pensar que pasamos desapercibidos, y que no podemos hacer nada para complacer a nuestro Padre. Demasiados creen, como dije, que no pueden complacerlo con lo que hacen realmente en la fe.

Un texto familiar acerca de los harapos sucios parece probar esto, cuando se usa como un eslogan: “Todos nosotros somos como el inmundo, y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas” (Isaías 64:6, LBLA). Considera, de todas formas, que Isaías fue enviado a ministrar a un Israel rebelde, de corazón duro y adúltero (Isaías 6:9–13); él no está hablando a la novia de Cristo. Sus escuchas alababan a dioses extranjeros, mientras sus corazones luchaban contra Él. Ninguno de ellos invocó al Señor (Isaías 64:7). Sus “obras justas” eran trapos sucios porque la rebeldía y la idolatría caracterizaban sus vidas. Su ocasional buena acción no sería un soborno para el favor de Dios.

Aún es verdad que los que están en la carne no pueden agradar a Dios.(Romanos 8:8, LBLA). Pero los cristianos están en el Espíritu, no en la carne (Romanos 8:9). Nos dicen que lo que hacemos desde el trabajo terminado de la fe en Cristo sí agrada a Dios. Piensa en ello por un momento. Y este es el motivo para perseguir la santidad.

Agradamos a Dios cuando peleamos contra el pecado y vivimos vidas santas (Hebreos 13:20–21). Agradamos a Dios cuando pasamos tiempo en su palabra y crecemos en el conocimiento de su Hijo (Colosenses 1:10). Agradamos a Dios cuando obedecemos a nuestros padres por su causa (Colosenses 3:20). Agradamos a Dios cuando presentamos nuestros cuerpos como sacrificios vivientes (Romanos 12:1). Agradamos a Dios cuando los pastores nos enseñan la palabra fielmente (1 Tesalonicenses 2:4). Agradamos a Dios cuando, en lugar de quejarnos constantemente de ellos, oramos por los reyes y los presidentes (1 Timoteo 2:1–3). Agradamos a Dios cuando compartimos nuestros bienes terrenales con los demás (Hebreos 13:16). Agradamos a Dios cuando guardamos sus mandamientos (1 Juan 3:22) — y mucho más.

Cuando perseguimos la pureza en lugar de la pornografía, paz en lugar de ansiedad, amor en lugar de dureza, "agradamos a nuestro Padre". Sí, a él le desagrada nuestro pecado, y se deleita en las buenas obras de sus hijos, planeadas por Dios, empoderadas por el Espíritu, que exaltan a Jesús, llenas de fe y humanidad.

‘Estoy Destinado a Fallar’

Finalmente, creer que puedes complacer a Dios es inútil si crees que estás destinado a dejar a Cristo eventualmente por tus viejos pecados. Si reconoces la tierra, y tu incredulidad ve gigantes de tentación en el horizonte que tú “nunca podrás derrotar,” no te quedarás a luchar contra ellos por mucho tiempo. Vidas pasadas de pecado pueden perseguir las resoluciones de hoy, convenciéndonos de que eventualmente “lo haremos otra vez” y devolviéndonos al estilo de vida que ahora odiamos.

Para reforzar esta impotencia aprendida, algunos citan a Jeremías diciendo: “Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo comprenderá?” (Jeremías 17:9, LBLA) Estamos destinados a fallar, concluyen, al tener corazones sin remedio en el centro de quienes somos. Pero esto, también, ya no es una verdad del cristiano. Sorprendentemente, Dios nos da nuevos corazones con nuevo poder para obedecerlo y caminar en sus sendas.

Las personas de las que hablaba Jeremías tenían corazones sin remedio y eran engañosos, obstinados, idólatras y grabados al pecado (Jeremías 17:1). Pero Jeremías habló de un día venidero cuando Dios hiciera un nuevo pacto con su gente, uno que incluyera la promesa de "nuevos corazones" que tendrían la ley de Dios escrita en ellos (Jeremías 31:33) y temerían a Dios para siempre y no le darían la espalda (Jeremías 32:38–41).

Esta nueva gente, con estos nuevos corazones, son llamados la iglesia. Para cada hijo de Dios hoy, él quita nuestros corazones de roca y los reemplaza con corazones de carne que son sensibles a su instrucción (Ezequiel 36:26). Si eres cristiano, tienes un nuevo corazón distinto al que era viejo y corrupto. Aún no eres la persona sin pecado que serás, pero realmente eres una nueva creación, con un nuevo centro, una nueva identidad, un nuevo corazón. A pesar de que aún luchas con la parte no redimida de ti llamada la carne, la ciudadela no está invadida por el enemigo. Hacemos “la voluntad de Dios de corazón” (Efesios 6:6, LBLA). Y Dios nos da su Espíritu para garantizarlo.

En Cristo no solo tienes el estatus de un hijo o hija del rey, sino que también tienes acceso al poder "divino" de pelear y conquistar cualquier pecado de tu vida y vivir en santidad (2 Pedro 1:3). No creas la mentira de que estás estancado viviendo una vida cristiana apenas salvada, mayormente depravada y comportándote como un huérfano. No estás destinado a fallar. No fuiste elegido para continuamente desagradar a tu Padre.

Si somos suyos, ahora somos hijos adoptados de Dios genuinos y amados, que necesitan que cada día más orfandad sea quitada de nosotros, hasta que finalmente lo veamos y cualquier duda pendiente muera.


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