Cuatro claves para saciar el hambre del alma
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Yura Gonzalez
Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha concedido sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de la concupiscencia.</i> - 2 Pedro 1:3-4
Honestamente, todos tenemos hambre. Estamos hambrientos de algo que nos sostenga, que preserve nuestra esperanza, que nos fortalezca frente a las pruebas, que nos ayude a vencer el pecado. Estamos hambrientos de alimento que nos llene para afrontar la batalla diaria de la fe.
Pero, ¿cómo luce esa batalla? ¿Cómo encontrar el alimento necesario?
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Nuestro objetivo
Nuestro objetivo es estar con Dios y ser como Él, “llegar a ser partícipes de la naturaleza divina” (1: 4). Pedro quiere que disfrutemos de una mayor comunión e intimidad con Dios volviéndonos como Él y aumentado nuestra devoción. Disfrutamos más de la vida imitando a Dios, que es Vida.
Si no tenemos cuidado, fácilmente nos desviamos hacia objetivos que nos roban vida. Objetivos que prometen mucho y ofrecen muy poco como: el provecho personal, los pensamientos lujuriosos, las obsesiones impías, el consumo excesivo, la pereza constante. Estos objetivos pueden ser fáciles y placenteros temporalmente, pero sólo nos dejan más hambrientos. Lo que nuestras almas necesitan es Dios.
Si crees en Jesús, una vez perdonado y rescatado de tu pecado, eres y seguirás siendo imperfecto. Nuestro objetivo en esta nueva vida no es la perfección, como si eso pudiera garantizarnos un lugar en el cielo. Nuestro objetivo es vivir vidas que sean cada vez más agradables al Señor que amamos y, al hacerlo, experimentar más y más vida y gozo en él.
Nuestro adversario
Entonces, si ese es nuestro objetivo, ¿qué nos impide avanzar? Para ser como Dios, debemos escapar de “la concupiscencia” (1: 4). Nuestro mayor obstáculo para disfrutar más de Dios son nuestros propios deseos corruptos. Luchan por matar de hambre a nuestras almas y dejarnos pidiendo sobras a lo largo del camino de la eternidad. Dios es más sabio y nos ofrece lo mejor.
La realidad es que sufriré en esta vida, la gente pecará contra mí y el diablo conspirará en secreto para robarme la fe y la esperanza. Pero mi mayor adversario no es el sufrimiento, ni los pecadores, ni Satanás. Soy yo; es el pecado que aún persiste en mi corazón.
Si queremos conocer a Dios, ser como él, estar con él, debemos continuamente ser rescatados de nuestros pecados en esta vida. Para los amantes de Jesús, esta guerra ya ha sido decidida, y ahora ejercitamos nuestra victoria cada día hasta que Jesús regrese y termine la guerra de una vez por todas.
Jesús realizó el trabajo decisivo en la cruz, pero nosotros tenemos un papel que desempeñar. Tenemos decisiones que tomar. Debemos tomar medidas para enfrentar al enemigo interior y derrotarlo.
Nuestra capacidad
La muerte de mi pecado suena muy bien hasta que me dispongo a matarlo. Nuestro mayor adversario, el pecado, es también nuestro mayor obstáculo. Está perfectamente posicionado para socavar el gran objetivo de nuestra nueva vida. Alabado sea Dios que no apuesta por nuestra capacidad. “Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad…”
La manera de disfrutar más de Dios es vivir como él. Y el poder de vivir como él no es tuyo, sino suyo. En las manos de Dios encontramos ayuda segura, en su poder: el poder que formó montañas y ríos, que ilumina las estrellas y da vida a osos, tiburones y águilas calvas. El poder que crea el universo, gobierna las naciones y juzga a todas las personas. Cuando vives por ese poder no necesitas nada más en el camino de la piedad.
Nuestras municiones
Dios “nos ha concedido sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina” (1: 4). La munición para nuestras batallas diarias son las promesas de Dios, promesas específicas compradas con sangre. Esa es la fiesta. Es eso lo que pide tu alma hambrienta. Estas promesas son específicas. Puedes encontrarlas, comprenderlas, memorizarlas, y compartirlas.
Cuando sentimos hambre no solo nos limitamos a describir la comida. Buscamos comida real: un sándwich de pavo, una hamburguesa de Wendy con chile, una ensalada de pollo a la parrilla, alguna mezcla de frutos secos, o una barra de Cliff. La idea de la comida no apacigua nuestra hambre si no identificamos algo específico y comestible y lo ponemos en la boca.
Lo mismo sucede con las promesas de Dios. No se ganan batallas contra el pecado, el sufrimiento, y Satanás con sólo reconocer que necesitamos promesas. ¡Imposible! ¿Cuáles son esas promesas? ¿Cómo me impiden pecar, desesperarme o dudar? Para que las promesas cumplan su función divina, tenemos que conocerlas, ensayarlas y expresarlas entre nosotros. Promesas como estas:
Todos estamos siendo transformados en la imagen de [de Cristo] (2 Corintios 3:18)
[Dios] enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá más muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor. (Apocalipsis 21: 4)
El que inició una buena obra en ti, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. (Filipenses 1: 6)
¡Aliméntate!
Cuando sientes hambre, tu corazón y tu alma también lo sienten. Cuando leas la Biblia busca promesas específicas de Dios y alimenta tu alma hambrienta. Aliméntate de ellas. Consúmelas todos los días durante todo el día. Come comidas completas, meriendas, comidas planificadas o espontáneas.
A medida que lo haces te parecerás más a Dios. Y mientras más te parezcas a él, experimentarás más de la vida abundante que te ha dado y menos el pecado del que te ha rescatado.
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