Inclínate Hacia la Colina

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Por David Mathis sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Natalia Micaela Moreno


Una Lección de un Corredor Para la Vida Cristiana

A veces me pregunto si el apóstol Pablo podría haber sido un corredor.

Correr es un tema curiosamente común en sus sermones y cartas. Se refiere a su propia vida y ministerio como a una carrera (1 Corintios 9:26; Gálatas 2:2; Filipenses 2:16) y describe la fe (pasada) de los Gálatas en términos similares: “Vosotros corríais bien” (Gálatas 5:7, LBLA).

También pide a los Tesalonicenses que oren por él, “para que la palabra del Señor se extienda [corra] rápidamente y sea glorificada” (2 Tesalonicenses 3:1, LBLA). Él habla del trabajo y esfuerzo humano (en contraste con la misericordia divina en la elección) como correr (Romanos 9:16, LBLA). Predicó en Antioquía acerca de Juan el Bautista “terminando su carrera” (Hechos 13:25, LBLA), expresó a los ancianos de Efesio su deseo de “poder terminar mi carrera” (Hechos 20:24, LBLA), y escribió en su última carta: “He terminado la carrera” (2 Timoteo 4:7, LBLA).

Mientras que caminar sirve como su imagen más común de la vida cristiana (casi treinta veces en sus cartas), la teología de Pablo tenía un lugar para hablar en términos más intensos, incluso agresivos, de una especie de capacidad atlética en la vida cristiana, como escribió a los corintios,

¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. (1 Corintios 9:24, LBLA)

Ya sea que Pablo fuera un corredor o no, muchos cristianos han testificado (yo mismo incluido) haber encontrado la experiencia regular de empujar el cuerpo más allá de la comodidad ser de valor más allá de la salud física. Pablo, después de todo, afirma que “el ejercicio físico aprovecha poco”, así como enfatiza “pero la piedad es provechosa para todo” (1 Timoteo 4:8, LBLA). Y el entrenamiento corporal es aún más valioso cuando sirve a la piedad, cuando las lecciones aprendidas al empujar el cuerpo se traducen directamente en los instintos de un alma sana.

Inclínate Hacia la Colina

Cada uno nos enfrentamos a nuestras propias colinas cada día. Podría comenzar con levantarse de la cama. Podría ser iniciar una conversación que esperamos que sea difícil. O comenzar el trabajo o las tareas escolares o el trabajo de jardín. Todos encontramos colinas; algunos más, otros menos. Y cuando lo hacemos, se necesita más esfuerzo para seguir poniendo un pie delante del otro. Una y otra vez, nos enfrentamos a desafíos grandes y pequeños. Y cuando nos pasa, ¿qué hacemos instintivamente? ¿Seguimos dando pasos? ¿Bajamos la velocidad? ¿Nos detenemos completamente? ¿O nos inclinamos hacia adelante?

Los compañeros corredores podrían conocer la sensación. Estás cansado pero continúas esforzándote hacia el final. Llegas a una colina. Tu respuesta natural será reducir la velocidad y pasar por ella lentamente. Detenerse a caminar puede ser tentador. Pero otra mentalidad es inclinarse hacia adelante. Presionarte para superarla. Golpea tu cuerpo para un propósito, como Pablo lo hizo (1 Corintios 9:27, LBLA). Gasta más energía primero. Supera la colina más pronto, luego disfruta de la pendiente hacia abajo.

Una vez que un corredor ha aprendido qué recompensas se encuentran al otro lado de una colina, “inclinarse hacia adelante” puede convertirse en la nueva respuesta intuitiva y volverse un instinto para desarrollarse en el resto de la vida: aprender a presionar a través de la resistencia, en lugar de retroceder como reflejo.

Desarrollar el instinto

Es humano y moderno tomar el camino de menor resistencia y evitar las colinas en la vida que sabemos que deberíamos escalar cada día. Esta es una de las razones por las que podemos distraernos tan fácilmente. No son solo nuestros dispositivos más modernos y los comerciantes expertos en llamar nuestra atención que nos engañan para distraernos. En el fondo queremos distraernos. Los seres humanos han anhelado y encontrado distracciones durante siglos; las avenidas digitales para ello simplemente han hecho que la distracción sea aún más fácil. Normalmente queremos evitar lo que sabemos que realmente deberíamos hacer porque las colinas que más importan son las más difíciles de escalar.

Aquí es donde el "entrenamiento corporal" y el ejercicio ayudan no solo al cuerpo sino a la voluntad. El esfuerzo físico puede ayudarnos a desarrollar la mentalidad de inclinarnos hacia las tareas que resistimos en lugar de evitarlas y procrastinar: “tomar la resistencia como un estímulo para ponerse en acción en lugar de evitarla” (Mark Forster, Get Everything Done, 152).

En lugar de bajar la velocidad automáticamente, o dar la vuelta, cuando llegamos a una colina, podemos aprender a inclinarnos hacia adelante. Aprende a ver las colinas correctas como oportunidades para la productividad, para lo que realmente importa: para una verdadera “productividad” en los términos de Dios.

Hoy estamos rodeados de una gran cantidad de tecnologías que condicionan a nuestras almas y cuerpos a esperar comodidad, y alientan a nuestras mentes a trabajar calculando los medios más fáciles en lugar de los mejores resultados. No intencionalmente, seremos moldeados por el camino de menor resistencia de nuestra carne en lugar del llamado del Espíritu a dar fruto. Si no tomamos medidas deliberadas para elevarnos por encima de las barras cada vez más bajas de incomodidad en nuestra sociedad, seremos arrastrados al pozo del letargo que nos rodea. Nos volveremos (o seguiremos siendo) modernos, suaves, cada vez más perezosos, sedentarios e improductivos.

Pero en Cristo, tenemos motivos para avanzar en otra dirección: “no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente” (Romanos 12:2, LBLA), y nuestros cuerpos. Presentarlos como sacrificios vivientes (Romanos 12:1). En caso de duda, no queremos ir instintivamente a lo que es más fácil. Queremos seguir lo que es más importante, sabiendo que tales cosas suelen ser las más exigentes mental, emocional y físicamente.

Mira a través de la colina

Una forma de aprender a “inclinarse hacia la colina” es aprender a mirar hacia la recompensa. Para el corredor, son “los ojos de la fe” los que nos impulsan a presionar más fuerte, cuando parte de nosotros preferiría reducir la velocidad, porque estamos mirando más allá de la colina frente a nosotros. Sólo unos minutos más, y la colina estará detrás de mí, y seré más feliz por haberme inclinado en lugar de haber cedido.

Cuanto más aprendemos a mirar a la recompensa en el otro lado de la colina, más (por extraño que parezca al principio) aprendemos a probar la alegría incluso en la subida. Incluso ahora. Los ojos de la fe comienzan a darse cuenta o saborear, en forma de semilla, en el momento de la dificultad, el gozo que está por venir. La fe es una degustación ahora, en el presente y con sus molestias, de la recompensa completa por venir.

Haya hecho Pablo el hábito de correr o no, sí aprendió a inclinarse hacia adelante. Cuando se encontró con el conflicto en Filipos, se inclinó, y le ordenó a la iglesia que lo hiciera con él. “Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no sólo creer en El, sino también sufrir por El, sufriendo el mismo conflicto que visteis en mí, y que ahora oís que está en mí” (Filipenses 1:29-30, LBLA). La resistencia al evangelio desafió al apóstol. Pero él no retrocedió. Se comprometió. Se inclinó hacia adelante. Continuó corriendo e invitó a otros a unirse a él.

Así también en Tesalónica. Llegó el conflicto, y Pablo se inclinó. “Sino que después de haber sufrido y sido maltratados en Filipos, como sabéis, tuvimos el valor, confiados en nuestro Dios, de hablaros el evangelio de Dios en medio de mucha oposición” (1 Tesalonicenses 2:2, LBLA). Y sin embargo, aunque sea un ejemplo, Pablo no es el que más se inclina, sino su Señor.

Jesús se Inclinó

Jesús “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51, LBLA). ¿Por qué? “Porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lucas 13:33, LBLA). Este, enfáticamente, no fue el camino más fácil, sino el más difícil. La más grande de las colinas. Él iba a morir, dijo, y de la peor manera posible: en una cruz.

Cuando Hebreos nos exhorta “corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1, LBLA), también nos muestra cómo: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”, que se inclinó hacia adelante, mirando a la recompensa, “quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2, LBLA).

La resistencia mencionada no es la que podríamos esperar: vergüenza. Nos estremece incluso la idea de la angustia física de la cruz. Y deberíamos; fue literalmente insoportable. Y sin embargo, lo que Hebreos destaca aquí no es el dolor físico, horrible como fue, sino la vergüenza. Fue una ejecución pública, prolongada y desnuda en una encrucijada. El dolor corporal indescriptible de la cruz habría sido igualado, si no superado, por la vergüenza.

Sin embargo, tal dolor y vergüenza no hicieron que Jesús se retirarse. Más bien, Él vio la recompensa al otro lado de la vergüenza. Incluso cuando tales barreras se establecieron inmediatamente ante su rostro, miró a la alegría en el otro lado, y se inclinó hacia la Colina.


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