Nuestro Dios Escucha

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Por David Mathis sobre Oración

Traducción por Javier Matus


Se te ha invitado a hablar con el Dios del universo, el Todopoderoso. No solo el más poderoso, sino el Todopoderoso. Todo el poder es Suyo y está bajo Su control. Y Él es quien te creó y te mantiene en existencia.

Este Dios, el único Dios —Todopoderoso, Creador, Salvador— nos habla para revelarse a Sí Mismo, para que de verdad Lo conozcamos, pero Él no solo habla. En una de las grandes maravillas de todo el mundo y de la historia, este Dios escucha. Primero habla y nos pide que respondamos. Luego hace una pausa. Se agacha. Inclina Su oído hacia Su pueblo. Y Él nos escucha en esta maravilla que tan a menudo damos por sentada y con tanta ligereza llamamos oración.

Contenido

Lo que viene antes de la oración

La maravilla de la oración podría llevarnos a ignorar una realidad crítica antes de comenzar a “marcar el teléfono” al Dios del cielo. Hay un orden en Su hablar y escuchar, y en el nuestro. Él es Dios; nosotros no. Grábatelo bien todos los días y para siempre. Él habla primero, luego escucha. Primero escuchamos, luego hablamos.

La oración no es una conversación que iniciamos nosotros. Más bien, Dios toma la iniciativa. Primero, Él ha hablado. Él se ha revelado a nosotros en Su mundo, y en Su palabra y en la Palabra. Y a través de Su palabra, iluminada por Su Espíritu, Él continúa hablando. “Mirad que no desechéis al que habla” (Hebreos 12:25). Su palabra no está muerta ni desaparecida, sino “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).

Y en Su palabra, y por Su Palabra, nos hace esta oferta impactante: tener Su oído.

Cetro de oro

Cuando Ester se enteró del complot de Amán para destruir a los judíos, se colocó una gran barrera ante ella. Mardoqueo le encaminó a que “fuese ante el rey a suplicarle y a interceder delante de él por su pueblo” (Ester 4:8).

Es más fácil decirlo que hacerlo.

Ester sabía que estos eran desafíos de vida o muerte, no solo para los judíos, sino también para ella: “Cualquier hombre o mujer que entra en el patio interior para ver al rey, sin ser llamado, una sola ley hay respecto a él: ha de morir; salvo aquel a quien el rey extendiere el cetro de oro, el cual vivirá”. Y ella conocía la amenaza que estaba ante ella: “Y yo no he sido llamada para ver al rey estos treinta días” (Ester 4:11). Sin embargo, al final, con fe y valor, decidió: “Entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca” (Ester 4:16).

Uno no simplemente se pasea hacia la presencia de un gran rey “sin ser llamado”. Y mucho menos con Dios Todopoderoso. No simplemente porque es un gran riesgo, como con un rey terrenal, sino porque con Dios ni siquiera es físicamente posible. Él no es un hombre en la tierra, para que uno pueda pasar desapercibido por los guardias del palacio y acercarse a Él. Es absolutamente inaccesible —“sin ser llamado”.

Sin embargo, en Cristo, el trono del cielo ha tomado la iniciativa y ahora extiende el cetro de oro.

Por qué podemos acercarnos

Los dos grandes sujetalibros (4:14-16; 10:9-25) del corazón de la epístola a los Hebreos (capítulos 5-10) aclaran por qué podemos acercarnos y cómo.

Hebreos se sitúa en el contexto del primer pacto de Dios con Su pueblo, a través de Moisés. Lo que dicen Éxodo, Levítico y Números acerca de “acercarse” a Dios es sombrío. Por un lado, el tabernáculo, y todo el sistema de adoración que se dio en el monte Sinaí, enseñó al pueblo su distancia de Dios, con barreras entre ellos, debido a su pecado. La gente debe quedarse atrás, a no ser que la justa ira de Dios estalle contra su pecado (Éxodo 19:22, 24).

Primero, solo se le permite a Moisés acercarse (Éxodo 24:2), y luego el hermano de Moisés, Aarón, y sus hijos, sirviendo como sacerdotes, pueden “acercarse” (Éxodo 28:43; 30:20). Ningún forastero puede acercarse (Números 1:51; 3:10), ni ningún sacerdote con una imperfección (Levítico 21:18, 21). Solo los sacerdotes ordenados pueden “acercarse al altar” para hacer expiación por ellos mismos y por el pueblo (Levítico 9:7) —y solo de la manera que Dios ha instruido, como se enseñó memorablemente en los horrores de Nadab y Abiú (Levítico 10) y la rebelión de Coré (Números 16; también 17:13; 18:3-4, 7, 22).

Pero ahora, en Cristo, “[tenemos] un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios” (Hebreos 4:14). En Él, “[tenemos] un Gran Sacerdote sobre la casa de Dios”, un Sacerdote que es nuestro por fe, y así “[entramos] en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de Su carne” (Hebreos 10:19-21). Cristo no solo entra en la presencia de Dios de parte nuestra, sino que nos da la bienvenida a Su paso. Él es nuestro pionero que abre nuestro camino. Ahora podemos “acercarnos” a Dios, “acercarnos” al trono de gracia del cielo, debido a los logros de Cristo para nosotros, en Su vida, muerte y resurrección.

Cómo podemos acercarnos

Entonces, para agregar asombro a asombro, no solo nos acercamos a Dios Mismo en Cristo, sino que se nos invita, y de hecho se espera que lo hagamos confiadamente —con confianza y plena certidumbre. Como tenemos un sumo sacerdote como Cristo, “acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).

En Él, “[tenemos] libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo” (Hebreos 10:19). No por nuestro propio valor, estatus o logros, sino por los Suyos. Nos “[acercamos] con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Hebreos 10:22), una fe que mira fuera de nosotros mismos no para preguntar: “¿Soy digno?” para acercarme al trono de Dios, sino “¿Es Jesús digno?”.

No esperes más

Es casi demasiado bueno para ser verdad —casi— que tenemos entrada a Dios (Efesios 2:18) y con ello “acceso con confianza” (Efesios 3:12). En Cristo, el Rey del universo extiende el cetro de oro. La pregunta ya no es si podemos venir, sino ¿lo haremos y qué tan seguido?

Tenemos acceso. Dios espera que nos aferremos a Su Hijo por fe y que nos acerquemos a Su trono con confianza. Nuestro Dios escucha. Él escucha nuestras oraciones.

¿Qué estás esperando?


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