Contra toda acusación

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English: Against Every Accusation

© Desiring God

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Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Rebeca Lescano


Contenido

Qué decir cuando Satanás susurra

¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo Jesús es el que murió, más aún, el que también resucitó, el que además está a la derecha de Dios, el que también intercede por nosotros. (Romanos 8:33-34)

El diablo no solo es un mentiroso que busca engañarnos, un tentador que busca atraparnos y un asesino que busca destruirnos. Es un acusador que busca condenarnos.

El mismo nombre de Satanás significa “acusador”. De ahí que leamos en Apocalipsis acerca del “acusador de nuestros hermanos... que los acusa día y noche delante de nuestro Dios” (Apocalipsis 12:10). En su miseria, el diablo no solo ama la compañía: la exige. Trabaja día y noche para rodearse de condenados.

Y para aquellos a quienes no puede condenar (porque están en Cristo), trabaja día y noche para destruir su paz espiritual. No importa cuánto odien estos santos su pecado y cuánto anhelen agradar a Dios, el diablo se esforzará por borrar la luz del favor de Dios. Los encontrará a medianoche con visiones de la ira de Dios. Los enviará al interior de sí mismos para escrutar cada motivo y sentimiento. Susurrará junto a todas las promesas de Dios: "¿Pero acaso esto se aplica realmente a un pecador como tú?"

Nuestra única seguridad en esos momentos es levantar nuevamente los ojos hacia el “Dios que justifica”, recordando que “Cristo Jesús es el que murió — más aún, el que resucitó — el que además está a la derecha de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:33-34). Cristo murió. Cristo resucitó. Cristo intercede. Estas tres certezas, tomadas con fe, levantan un escudo contra toda acusación del maligno.

Cristo que murió

Las acusaciones del diablo serían más fáciles de rechazar si fueran evidentemente falsas. El problema es que contienen mucha verdad. Somos pecadores. Somos culpables. Merecemos condenación. Entonces, nunca encontraremos paz argumentando por nuestra inocencia.

La paz vendrá cuando le recordemos a Satanás que “Cristo Jesús es el que murió” (Romanos 8:34). Sí, somos pecadores, pero Cristo ha muerto por los pecadores (Romanos 5:8). Sí, somos culpables, pero la sangre de Cristo cubre nuestra culpa (Romanos 3:24-25). Sí, merecemos condenación, pero Cristo fue condenado en nuestro lugar (Romanos 8:3).

John Newton muestra cómo aferrarse a esta verdad en su himno “Approach My Soul the Mercy Seat”:

Agobiado bajo un peso de pecado,
Satanás me oprime severamente,
por la guerra fuera y los miedos dentro,
vengo a ti en busca de descanso.

Sé tú mi escudo y refugio,
que, protegido a tu lado,
pueda enfrentar a mi feroz acusador,
y decirle que tú has muerto.

Cristo ha muerto por nuestros pecados. Y si ha muerto por ellos, nosotros no necesitamos hacerlo.

Cristo quién resucitó

Sin embargo, tal vez el diablo responda: "Ah, ya veo. ¿Pones tu esperanza en ese que fue crucificado? Sí, ¡qué salvador debe ser! Recuérdame otra vez cómo un hombre muerto salva a los muertos".

Pero el Salvador que murió por nosotros ya no está muerto. Él es “Cristo Jesús... que fue resucitado” (Romanos 8:34). ¿Y quién lo resucitó? El Padre, quien quedó tan satisfecho con la obra de su Hijo, tan complacido con su sacrificio, que extendió su mano hasta la muerte, tomó al Hijo de su amor y lo resucitó de entre los muertos. En el Viernes Santo, Jesús declaró: “Consumado es”; el Domingo de Resurrección, el Padre dijo su eterno “Amén”.

Si Cristo no hubiera resucitado, bien podríamos preguntarnos si su muerte realmente quitó nuestros pecados. ¿Cómo sabríamos que no fue un fraude, un impostor, que no fue simplemente “herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4)? Pero Cristo, quien fue “entregado por nuestras transgresiones”, ha sido “resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25).

Así que, si nos preguntamos si la muerte de Cristo fue suficiente para salvarnos, incluso a nosotros, no importa cuán culpables nos sintamos, solo necesitamos mirar a su tumba vacía.

Cristo quién intercede

A veces, incluso después de recordar la muerte y resurrección de Jesús, las dudas aún oscurecen nuestra seguridad. Un vago sentido de condenación aún se aferra a nosotros, y la redención que Cristo ganó en el pasado parece desconectada de la culpa que sentimos en el presente.

El profeta Zacarías vio una vez una visión de “Josué, el sumo sacerdote, que estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle” (Zacarías 3:1). Mientras estemos en este mundo, podemos sentir, como Josué, que el diablo siempre está a nuestra mano derecha, listo para exponer nuestra suciedad ante el trono de Dios (Zacarías 3:3). Sin embargo, infinitamente más importante que quién está a nuestra mano derecha es quién está a la derecha de Dios: “Cristo Jesús es el que... está a la derecha de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34).

A nuestra mano derecha está nuestro acusador, pero a la derecha de Dios está nuestro Abogado. Y por cada argumento que el diablo esgrime en nuestra contra, Jesús responde con uno mayor. Él no solo murió para remover nuestros pecados, y no solo resucitó con su obra terminada en la mano — gloriosos eventos del pasado antiguo — sino que también vive ahora y para siempre para abogar por la causa de su pueblo.

Y si Cristo está en el cielo, intercediendo por nosotros, entonces nada puede separarnos de su amor: ni tribulación, ni angustia, ni persecución, ni hambre, ni desnudez, ni peligro, ni espada (Romanos 8:35) — y ciertamente no las acusaciones de un diablo condenado a morir. Cristo ha tomado nuestra condenación. Nos ha dado su justicia. Y mientras viva y reine en el cielo, ningún acusador podrá alejarnos de él.


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