Sus Primeros Años de Matrimonio

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English: Your First Years of Marriage

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Por Abigail Dodds sobre Matrimonio

Traducción por Gabriela Herran Cuspinera


Contenido

Tres lecciones para las parejas jóvenes

Encajamos uno con el otro de una forma muy natural. Mi futuro esposo y yo, ambos amábamos a Jesús, estudiábamos su palabra, atesorábamos adorar cantando, deseábamos muchos hijos, anhelábamos recibir invitados en casa y valorábamos el hogar y el dulce lugar de la mujer en él. Ambos contábamos con un linaje escandinavo y comprendíamos las púas lanzadas entre los suecos y los noruegos. Ambos conocíamos la importancia del trabajo duro y al mismo tiempo el mantenerse abiertos a la posibilidad de esforzarnos para tomar algún riesgo.

Como una pareja ya comprometida, con todo lo que teníamos a nuestro favor, era difícil para mí imaginarme qué baches podríamos enfrentar en nuestro caminar juntos, únicamente porque subestimé cuan real y persistente es el pecado que traemos ya incorporado. Yo pensé que los baches externos del camino serían los obstáculos - circunstancias como las finanzas o problemas de salud o dificultades laborales – cuando la realidad es que fue nuestra propia carne la que presentó las dificultades más grandes.

Reflexionando en los primeros años del matrimonio y la familia, sugiero tres principios para suavizar los baches y aceitar los engranes del gozo en Cristo en tu matrimonio y familia.

1. Dejar que Dios defina lo que es normal.

Todos venimos de contextos únicos. Hasta dos personas que comparten un linaje similar, como mi esposo y yo, tienen infancias sumamente distintas. Yo crecí con veintisiete primos hermanos. Me convertí en tía a los catorce y no me puedo acordar de algún momento en que no tuviéramos niños pequeños corriendo por la casa, incluso siendo yo la más joven de la familia. Mi esposo tuvo cuatro primos y rara vez se encontró de cerca con un bebé o un niño pequeño antes de casarse y ser parte de mi familia.

Esto generó dos ideas extremadamente diferentes de cómo se siente y suena la “normalidad”. Yo crecí en las afueras de un pueblo obrero, en un área de un acre rodeado de comunidades rurales. Mi mamá creció en una granja. Mi esposo creció en un área urbana del centro de una gran metrópolis. Su papá creció en la gran ciudad. Teníamos conceptos muy diferentes de qué hacer al “aire libre”. Para él, básicamente estar al aire libre era por recreación y diversión — caminatas, bicicletas y kayaks —. Para mí, era básicamente para trabajar — cortar el pasto, quemar la basura o cuidar de los animales.

Nuestras normas pasadas pueden enriquecer nuestro matrimonio, agregando interés y carcajadas, proporcionando oportunidades para tomar algo que nos ha sido dado y crear algo nuevo. O pueden amenazar la lealtad de nuestros corazones. Si lo que fue normal para nosotros en nuestra infancia se convierte en el estándar máximo de nuestro matrimonio, hemos colocado nuestra lealtad fuera de lugar. Debemos ser guiados por la única autoridad y guía inequívoca de la vida y el matrimonio que tenemos:

Toda la escritura ha sido inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra (2 Tim. 3:16-17).

Incluyendo toda buena obra en los a veces espinosos primeros años de matrimonio.

En el matrimonio, Dios está creando algo nuevo: una nueva unión de una sola carne, eso es, una nueva familia. Y cuando el esposo y la esposa permiten que la palabra de Dios defina la normalidad, la esposa voluntariamente sigue el liderazgo del esposo sumisamente, como la escritura le guía para reflejar a la iglesia de Cristo (Ef. 5:22-25). Su familia de origen puede haber apoyado u obstaculizado ese proceso, pero, en cualquier caso, ocurre una repriorización. Para el esposo, esto significa ver a Cristo como el estándar bajo el que él ama y guía a su esposa, adoptando las prácticas de su familia previa sólo en la medida en que concuerden con Cristo.

Cuando yo era joven, mi mamá me dio principalmente un consejo para escoger un esposo: “la palabra de Dios debe ser su autoridad”. Es un consejo clave para hombres y para mujeres, que con gusto les comparto. Si la palabra de Dios es la norma, la autoridad — no la cultura, no las opiniones de sus amigos o sus tradiciones familiares, no Netflix o las redes sociales — van a tener un fundamento sólido en común, venga lo que venga.

2. Anden en el espíritu.

Pablo le dice a los Gálatas, “si vivimos por el espíritu, andemos también en el espíritu. No busquemos la vanagloria, irritándonos los unos a los otros, envidiándonos los unos a los otros (Gal. 5: 25-26). Pudiera parecer poco probable que dos personas que se aman y han comprometido sus vidas el uno con el otro “en lo próspero y en lo adverso” caigan en vanidad, envidia o provocaciones mutuas — y sin embargo es muy común que esto ocurra en el matrimonio.

Las mentiras del mundo nos han conducido a creer que los hombres y las mujeres son dos equipos separados en la vida. El equipo de las mujeres debe abogar por las mujeres y el equipo de los hombres (qué ironía) también deben abogar por las mujeres (aunque algunos se rebelan ante esto). Esto significa que, por lo menos para aquellos que crecimos en los Estados Unidos u Occidente, se espera que las mujeres compitan con los hombres. Desde una edad muy temprana, a las niñas se les enseña que su posición depende de si están o no venciendo a los niños. Esta forma de pensar infecta a ambos, niños y niñas.

Mientras que esa actitud puede quedarse latente durante las primeras etapas de la pareja, va a mostrarse tarde o temprano si no se confronta. En un esposo, esto puede notarse en una expectativa poco realista de su esposa — tratándola como si fuera otro hombre con quien no debiera tener grandes diferencias. Por ejemplo, esperando que gane lo mismo que él u obviando la inherente vulnerabilidad de ella durante el embarazo y la crianza de niños pequeños. En una esposa, la podemos ver cuando lleva la cuenta exacta de las veces en que se están aprovechando de ella. Por ejemplo, puede sentir envidia cuando él sale ocasionalmente a almorzar con colegas de trabajo o resentimiento porque la responsabilidad del cuidado de los niños pequeños recae principalmente en ella.

Estas son actitudes mortales en un matrimonio. Cuando nos casamos, el espíritu de Dios hace algo maravilloso: nos hace parte de un nuevo equipo. Yo fui bendecida al unirme al Equipo Dodds — no el equipo de mujeres o el equipo de hombres o mi propio equipo. Cuando algo maravilloso le ocurre al esposo, la mujer se regocija como si le hubiera ocurrido a ella, porque le ha ocurrido a ella también. Cuando algo difícil le ocurre a la esposa, el esposo le ofrece cariño y protección como si le hubiera pasado a él, porque le ha pasado a él también.

¿Cómo andamos en el espíritu en el matrimonio? Confesando nuestros pecados en oración regularmente y enfocando nuestras mentes en las cosas del espíritu, con un especial enfoque en Cristo — su vida, su palabra, sus pasos (1 Jn.1:9; Rom 8:5). Andamos en el espíritu de Cristo cuando nos ajustamos a la forma en que él diseñó el matrimonio: “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y ambos se volverán una sola carne. De manera que ya no son dos sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt. 19: 5-6).

3.Compartir su vida con otros

Mi esposo y yo nos casamos en junio del 2002. Para octubre, ya estábamos tomando una clase para unirnos a nuestra iglesia local. Al mismo tiempo, abrimos nuestra casa (la parte de arriba de un dúplex) para ser anfitriones de un pequeño grupo de parejas y solteros. Yo tenía veintiuno y estaba todavía por terminar mis estudios universitarios. Pudiera parecer un poco prematuro el que nosotros nos integráramos a una iglesia en la que éramos tan nuevos o que fuéramos anfitriones de un grupo compuesto en su mayoría por extraños, pero la iglesia tenía una necesidad y nosotros estábamos ansiosos por ayudar. No nos unimos a la iglesia o fuimos anfitriones de un pequeño grupo como forma principal de establecer un matrimonio más fuerte, sino que, en retrospectiva, estas acciones fueron importantes en establecer los patrones y las prioridades en nuestra vida.

Muchas familias jóvenes piensan que la hospitalidad va a surgir cuando el momento llegue... cuando tengan un lugar más grande o cuando sus hijos ya no sean tan pequeños o cuando su situación financiera no sea tan apretada o cuando logren arreglar ese cuarto en específico... nunca he visto que funcione de esa forma. Las personas hospitalarias que conozco son hospitalarias con poco y con mucho, en lugares pequeños y en lugares grandes, entre bebés y entre adultos mayores, en una cocina sucia o en una limpia.

Compartir tu hogar con otros, prepararles de comer, estirar el presupuesto de comida para acomodarles, dejar que entren en tu baño, limpiar su desorden, invitarles a conocer tus pensamientos y escuchar los de ellos a través de una conversación, es algo impactantemente íntimo en un mundo en donde la presencia personal se está volviendo muy escasa. Pablo le dice a la iglesia Tesalonicense que “era tal nuestra preocupación por ustedes, que estábamos dispuestos a darles, no sólo el Evangelio, sino también nuestra propia vida, tan queridos habían llegado a ser para nosotros (1 Tes 2:8). Cuando invitamos a otros a nuestro hogar, les damos un poco de nosotros mismos.

Cuando el esposo, la esposa y sus hijos ofrecen su casa y a sí mismos a través de la hospitalidad no se están robando tiempo o recursos a ellos mismos, sino que están ganando al dar. La hospitalidad forma una identidad de familia que va más allá de mirarse el ombligo a uno mismo, enfocándose en compartir el amor de Dios de una forma práctica con los demás. No se me ocurre nada más que pueda guiar y fundamentar a una familia cristiana para tener el gozo y la plenitud del Señor por muchas décadas del porvenir que practicar el compartir tu vida con otros. No permitas que tu hogar o tu familia sea solo privada.

“Acójanse unos a otros como Cristo los acogió para gloria de Dios” (Rom. 15:7). Un esposo y una esposa que han puesto a Dios por norma y que andan en el espíritu tendrán mucho que compartir con otros. Abran sus puertas y den la bienvenida a muchos a que vengan a probar la bondad de Cristo en su mesa.


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