Dios de la Canción Salvadora
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Matt Boswell sobre Alabanza
Traducción por María Veiga
La música nos rodea. La canción resuena en la creación, resuena en los cielos y brota de los corazones de quienes se deleitan en Dios. ¿De dónde proviene esta sinfonía sonora? Si rastreáramos toda esta creación melódica hasta su origen, descubriríamos que la música no es una invención humana. Más bien, la fuente de la canción es Dios mismo. Él es la Nota Sonora, el Primer Canto y el director Soberano.
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Autor de la Canción de la Creación
Nuestro Dios es el autor de la Canción de la creación. Él creó el susurro del viento entre los árboles y compuso el rugido estruendoso del océano en la orilla. El mundo entero rebosa de alabanzas a su Creador. En los albores de la creación, “¿…mientras cantaban a coro las estrellas matutinas y todos los ángeles gritaban de alegría?” (Job 38:7). El salmista dice: “Los cielos cuentan la gloria de Dios; la expansión proclama la obra de sus manos.” (Salmo 19:1).
Desde las alondras matutinas y las cigarras vespertinas hasta las cascadas rugientes y los arroyos que recorren el agua, desde el estruendo del trueno y el crepitar del fuego hasta las tempestades y las suaves brisas, toda la creación se une a este gran himno de alabanza. La próxima vez que un sonido de la creación te llame la atención, considera detenerte para alabar a aquel que lo compuso.
Tema del Cántico Celestial
Nuestro Dios también es el tema del cántico celestial. Elevándose por encima de las melodías de la tierra, los cielos también resuena de adoración. A lo largo de las Escrituras, escuchamos a seres angelicales adorando a su Dios. En la visión de Isaías, los serafines exclaman incesantemente: “… «Santo, santo, santo es el Señor de los Ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria».” (Isaías 6:3). En el nacimiento de Cristo, una multitud de las huestes celestiales anunció el nacimiento del Salvador con un cántico: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad.”(Lucas 2:14). Recordemos por un momento que cuando cantamos, nunca cantamos solos. Más bien, nos unimos al coro de ángeles sobre nosotros y a los santos que nos han precedido en alabanza al Rey.
El centro de nuestro cántico
Aun así, el pueblo de Dios canta de una manera diferente a la de la tierra y los cielos; cantamos como un pueblo elegido, redimido y amado. El Señor pudo habernos creado solo para hablar, pero sabía que las palabras por sí solas no serían suficientes. Fuimos creados para cantar, y nuestro Creador ha puesto en nosotros el cántico de salvación. La prosa se transforma en poesía y el habla se transforma en melodía, gracias a nuestro glorioso y misericordioso Dios. Solo Él debe ocupar el centro de nuestro cántico.
A lo largo de la historia redentora, el pueblo de Dios ha sido un pueblo cantor. Desde el Cántico de Moisés (Éxodo 15:1-18) hasta los salmos de David, desde los himnos a Cristo del Nuevo Testamento hasta los cánticos de los santos de hoy, seguimos cantando al Señor un cántico nuevo (Salmo 96:1). Los redimidos del Señor no pueden permanecer en silencio.
Cantar a Dios y acerca de Él es un acto de adoración, una forma de expresar y crecer en nuestra fe, y una declaración al mundo. Por eso Pablo exhorta a la iglesia a cantar con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor con vuestro corazón (Efesios 5:19). Mis queridos amigos Keith y Kristyn Getty suelen decir que cantamos porque fuimos creados para ello, porque se nos manda a hacerlo y porque estamos obligados a hacerlo. Yo añadiría que también se nos ha encomendado, al declarar a nuestros vecinos y a las naciones las alabanzas de nuestro Dios (Mateo 28:18-20).
El Dios de Su Canción
Uno de los aspectos más olvidados del Canción es la asombrosa realidad de que Dios mismo canta, y canta para expresar el amor de su pacto con su pueblo. Sofonías 3:17 declara: “El Señor tu Dios está en medio de ti, poderoso que salvará; se gozará por ti con alegría; te apaciguará con su amor; se regocijará por ti con cánticos”. Esta promesa llega tras una serie de acusaciones contra el pueblo de Dios por su pecado y rebelión. Sin embargo, incluso en medio del juicio, la brillante promesa de redención resplandece, y lo hace a través del Canción.
En Cristo, esta promesa encuentra su máximo cumplimiento. Jesús vino a morar entre nosotros para salvarnos. Por el gozo que le esperaba, abrazó la cruz, soportó su vergüenza y llegó incluso a la muerte misma antes de ser exaltado en gloriosa resurrección. Aquel que cantó un himno camino al Calvario (Mateo 26:30) ahora guía a su pueblo en cánticos (hebreos 2:12) y canta por nosotros con alegría.
La próxima vez que alces tu voz en un cántico —ya sea solo camino al trabajo, en familia en la sala o reunido con tu iglesia el Domingo del Señor— recuerda esto: al cantar, tu Dios canta por ti. Su cántico es el cántico de un Padre que se deleita en sus hijos, el cántico de un Novio que se regocija por su novia.
Alfa y Omega de la Música
El Dios que hace música es el Alfa y Omega de nuestra creación musical. Toda la tierra canta alabanzas a su Creador, los cielos resuenan en alabanza, el pueblo de Dios se regocija en su bondad, y Dios mismo canta por nosotros con gran regocijo. Cada melodía y armonía, cada letra y nota de belleza, tiene su origen en él.
Un día, escucharemos el cántico desenfrenado de salvación cuando el cielo y la tierra se unan en el cántico del Cordero. El apóstol Juan lo expresa mejor en Apocalipsis 19:6, llenando nuestros corazones de anticipación por el cántico que espera ser cantado:
Entonces oí lo que parecía la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de poderosos truenos, que gritaba:
¡Aleluya!
Porque el Señor nuestro Dios
Todopoderoso reina.
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