Cómo pasar por alto una ofensa

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English: How to Overlook an Offense

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Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por María Veiga


“El buen juicio hace al hombre paciente; Su gloria es pasar por alto la ofensa.” (Proverbios 19:11). En momentos de calma, el consejo del hombre sabio suena tan correcto, tan sensato. Pasar por alto las ofensas es nuestra gloria.

Luego las ofensas realmente llegan, y a menudo las encontramos demasiado grandes para pasarlas por alto. El tamaño real de la ofensa a menudo importa poco. La constante crítica de un cónyuge, la crítica injusta de un jefe, la grosería inexplicable de un extraño: dadas las circunstancias adecuadas, cualquiera de estas puede surgir frente a nosotros como un hijo de Anac, con sus hombros estirados hacia el cielo (Números 13:33). Los periféricos se desdibujan, se produce una visión de túnel y solo tenemos ojos para La Ofensa.

Incluso si la cordura regresa rápidamente, el daño a menudo ya está hecho. Devolvemos tono por tono, agresión pasiva por agresión pasiva, golpe por golpe. O nos restringimos externamente, pero solo cuando un pequeño volcán entró en erupción dentro de nosotros. O nos quemamos en silencio, reproduciendo el incidente una y otra vez el resto del día.

Contenido

Conscientes de Dios

Pedro, escribiendo a los cristianos familiarizados con las ofensas, se une a Proverbios para mostrarnos un camino diferente: “Porque es digno de elogio que, por causa de la conciencia ante Dios, se soporten las aflicciones, aun sufriendo injustamente.” (1 Pedro 2:19). En tres breves palabras, Pedro comparte una de las claves para pasar por alto las ofensas grandes y pequeñas: nos volvemos conscientes de Dios.

En otras palabras, no nos centramos en la ofensa en sí. No nos quedamos mirando algo que simplemente nos distrae de lo que es realmente importante. Ciertamente no miramos dentro de nosotros mismos. Más bien, pasamos por alto las ofensas al mirar hacia Dios, al ser conscientes de quién es él para nosotros en este mismo momento: en la oficina, en la mesa de la cena, en la llamada telefónica, durante la reunión.

Sin duda, los lectores de Pedro se enfrentaban a ofensas más severas que las que suelen afrontar los occidentales: abuso físico (1 Pedro 2:20), ridículo (1 Pedro 4:4), pruebas de fuego (1 Pedro 4:12). Pero aprender a pasar por alto las ofensas más grandes suele empezar por aprender a pasar por alto las más pequeñas. Soportar una calumnia empieza por soportar un comentario sarcástico. Soportar una paliza empieza por soportar un trato frío. Ser conscientes de Dios en las ofensas cotidianas nos entrena para ser conscientes de él cuando llega lo peor.

¿De qué, entonces, somos conscientes cuando somos conscientes de Dios?

1. Dios ve cada ofensa

Las ofensas tienen una forma de convertirnos en ateos momentáneos. En nuestra visión de túnel, podemos pensar, sentir y actuar como si no hubiera Dios en el mundo, y mucho menos en la habitación. Ser consciente de Dios significa, en primer lugar, recordar que Dios está aquí y que ve: “…si sufren por hacer el bien, eso merece elogio delante de Dios.” (1 Pedro 2:20).

Ninguna ofensa ocurre fuera del escenario, en algún rincón inadvertido del universo. Ser consciente de Dios descorre las cortinas, nos pone en el centro de atención y nos recuerda que vivimos, nos movemos y existimos ante los ojos de una audiencia más importante que mil reyes y presidentes.

El ojo de Dios que todo lo ve conlleva una advertencia, sin duda (Hebreos 4:13). Pero Pedro hace la aplicación opuesta: Dios ve nos asegura que Aquel cuya sonrisa más importa está mirando. El mundo puede mirar la paciencia de un cristiano y ver solo debilidad. Dios mira y ve a un niño precioso, una persona para su posesión (1 Pedro 2:10), un hermoso imitador de su Hijo amado. Las ofensas son oportunidades para que el Dios del universo nos mire desde arriba y diga: “Esto es una gracia ante mis ojos”.

2. Dios envía cada ofensa

Sin embargo, Dios no observa nuestras ofensas como un simple miembro de la audiencia, sino como el director de todo el drama. En el teatro del universo, cada ofensa, por insignificante que sea, es parte de la obra. A cada palabra, a cada gesto se le ha dado su acto, escena y línea por parte de aquel que envía “diversas pruebas”, incluidas las ofensas, para que nuestra fe sea probada, demostrada y preciosa (1 Pedro 1:6-7).

De este lado del cielo, de hecho, las ofensas son parte de nuestro llamado como cristianos: “Para esto fueron llamados”, nos dice Pedro (1 Pedro 2:21). ¿Y por qué? “porque Cristo sufrió por ustedes y les ha dado ejemplo para que sigan sus pasos.” (1 Pedro 2:21). Seguir a Jesús significa imitar a Jesús, y la imitación del varón de dolores no puede darse sin problemas, angustias y ofensas. Estas son las etapas en las que Dios nos llama a proclamar sus excelencias (1 Pedro 2:9).

Por lo tanto, como escribe Calvino:

“Cuando somos heridos injustamente por los hombres, pasemos por alto su maldad (que solo empeoraría nuestro dolor y agudizaría nuestras mentes para vengarnos), recordemos elevarnos hacia Dios y aprendamos a creer con certeza que todo lo que nuestro enemigo ha cometido malvadamente contra nosotros fue permitido y enviado por la justa dispensación de Dios.” (Institución, 1.17.8)

Dios envía cada ofensa. Por lo tanto, elévense hacia Dios —sean conscientes de Dios— y sepan que las dagas que otros les arrojen se convertirán en las manos de Dios en cinceles para moldearlos a la imagen de Cristo.

3. Dios juzgará cada ofensa

Podemos pasar por alto las ofensas no solo porque Dios ve nuestras ofensas y las envía, sino también porque Dios juzgará cada ofensa. Los cristianos seguimos el modelo de Jesús, quien no exigió venganza cuando colgaba de la cruz, aunque podría haber llamado a doce legiones de ángeles (Mateo 26:53). En cambio, entregó sus puñados de agonía a su Padre, y “…confiaba en aquel que juzga con justicia.” (1 Pedro 2:23).

Naturalmente, consideramos el juicio de Dios en el contexto de los mayores males, como deberíamos. Se acerca el día en que el Hijo de Dios descenderá a la tierra con una espada, derribando a todo opresor orgulloso y levantando a los mansos para heredar la tierra (Apocalipsis 19:15; Mateo 5:5). “Mía es la venganza” es un pozo lo suficientemente profundo como para que incluso los más maltratados puedan tener esperanza (Romanos 12:19). Pero el juicio de Dios también cambia nuestra manera de reaccionar ante las pequeñas ofensas. Si Dios puede corregir incluso los males más grandes, entonces no necesitamos tomar ni siquiera los más pequeños en nuestras propias manos.

Ya sean las ofensas contra nosotros titánicas o insignificantes, el juicio de Dios nos libera para cambiar la amargura por la paciencia, la retribución por la misericordia. La misma palabra juicio nos hace pensar en nuestras propias ofensas contra Dios, ofensas que clamaron por nuestra sangre hasta que Jesús derramó la suya. Nos recuerda que nuestro ofensor, si está fuera de Cristo, merece nuestra compasión y, si está dentro de Cristo, necesita nuestro amor fraternal. Elimina toda justicia propia de nuestras bocas y la reemplaza con la súplica cristiana de “Señor, perdónalos”. Nos llama a renunciar a nuestro “derecho” a vengarnos y a entregar nuestra causa a aquel que juzga con justicia.

¿Dónde está Dios en la ofensa?

Dios ve cada ofensa, Dios envía cada ofensa y Dios juzgará cada ofensa. Finalmente, aquellos que son conscientes de Dios van un paso más allá: confían en que Dios mismo puede satisfacerlos en medio de la ofensa. De todos los refugios a los que podemos recurrir cuando llegan las ofensas —amargura, venganza, fantasía, distracción, placer, autojustificación— solo uno puede llenarnos de un gozo inefable y lleno de gloria (1 Pedro 1:8). Sólo uno puede hacernos volver de la oscuridad (1 Pedro 2:9). Sólo uno se preocupa por nosotros (1 Pedro 5:7): Dios.

Si pagamos ofensa por ofensa, tendremos nuestra recompensa. Pero si aprendemos a pasar por alto las ofensas, nos inclinaremos a la comunión con “el Pastor y Guardián de [nuestras] almas” (1 Pedro 2:25). Escucharemos sus susurros de “Bien hecho” aquí y ahora. Descubriremos que Dios es capaz de invadir nuestra visión estrecha, cautivarnos con su belleza y valor, y liberarnos para pasar por alto la ofensa.


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