PENSAMIENTOS PARA HOMBRES JÓVENES/Reglas especiales para los jóvenes

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English: Thoughts for Young Men/Special Rules for Young Men

© Chapel Library

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Por J.C. Ryle sobre Santificación y Crecimiento
Capítulo 4 del Libro PENSAMIENTOS PARA HOMBRES JÓVENES

Traducción por Chapel Library

En último lugar, presentaré algunas reglas de conducta específicas que aconsejo firmemente sigan los jóvenes.

Contenido

1. Resuelve de inmediato que, con la ayuda de Dios, renunciarás a todos y a cada uno de tus pecados de los que tienes conciencia por más pequeños que sean.

Analiza tu interior. Examina tu propio corazón. ¿Ves allí algún hábito o costumbre que sabes que es malo a la vista de Dios? Y si lo ves, no demores ni un momento en atacarlo. Resuelve inmediatamente dejarlo a un lado.

Nada oscurece tanto los ojos de la mente, y endurece tanto la conciencia, como un pecado que uno se permite. Quizá sea muy pe-queño, pero eso no lo hace menos peligroso. Un agujerito hundirá todo un gran barco, y una chispa pequeña encenderá un gran incen-dio. De la misma manera, un pequeño pecado que uno se permite arruinará un alma inmortal. Sigue mi consejo, y nunca aceptes un pecado pequeño. Dios mandó a Israel que matasen a todos los cananeos, tanto los grandes como los chicos. Actúa bajo el mismo prin-cipio, y no le muestres misericordia a un pecado pequeño. Bien dice el libro de los Cantares: “Cazadnos las zorras, las zorras peque-ñas, que echan a perder las viñas” (Cantares 2:15).

Puedes estar seguro de que ningún hombre perverso, quiso ser tan perverso al principio. Pero empezó permitiéndose una pequeña transgresión que lo llevó a una más grande, y esa a su tiempo produjo otra aún más grande, y por fin terminó siendo el miserable que ahora es. Cuando Hazael escuchó de boca de Elías los horrible actos que cometería en el futuro, le respondió con asombro: “¿Qué es tu siervo, este perro, para que haga tan grandes cosas?” (2 Reyes 8:13). Pero dejó que el pecado se arraigara en su corazón, y al final hizo todas las cosas que Elías había predicho. Joven, resiste el pecado en sus comienzos. Tal vez parezca pequeño e insignificante, pero haz caso de lo que digo: No lo aceptes, no dejes que more quieta y tranquila en tu corazón. “La madre de las travesuras,” dice un antiguo proverbio, “no es más grande que el ala de un mosquito”. No hay nada más minúsculo que la punta de una aguja pero cuando hace su agujero en la tela, se lleva detrás de ella todo el hilo. Recuerda las palabras del Apóstol, “un poco de levadura leuda toda la masa” (1 Corintios 5:6).

Muchos jóvenes podrían decirte con tristeza y vergüenza que pueden rastrear su ruina de todos sus sueños del futuro al punto del cual te hablo, el de darle paso al pecado en sus comienzos. Comenzaron teniendo hábitos de falsedad, y deshonestidad en las cosas pequeñas que se arraigaron en ellos. Paso a paso, fueron de mal en peor, hasta que hicieron cosas que antes no hubieran creído posible, hasta que al fin perdieron su lugar, perdieron su integridad, perdieron su consuelo, y casi perdieron su alma. Permitieron una ranura en la pared de su conciencia, porque parecía muy pequeña, y cuando la permitieron, esa ranura se fue haciendo más grande cada día, has-ta que, a la larga, se desplomó toda la pared.

Recuerda esto especialmente en lo que concierne a la verdad y honestidad. Sé consciente de las cosas minúsculas. “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel” (Lucas 16:10). No importa lo que diga el mundo, la realidad es que no hay pecados peque-ños. Todo gran edificio consiste de partes pequeñas; la primera piedra es tan importante como todas las demás. Todos los hábitos se forman con una secuencia de actos más pequeños y el primer acto pequeño tiene tremenda consecuencias. El hacha de la fábula le rogó a los árboles que sólo la dejaran cortar un trozo pequeño de madera para hacerse un mango. Y prometió nunca más molestarlos. La dejaron hacerlo, y muy pronto los cortó a todos. El mal sólo quiere que lo dejes introducir en tu corazón el gajito de pecado peque-ñito, y, si se lo permites, muy pronto serás todo suyo. Es un dicho muy sabio el de William Bridge : “No hay nada pequeño entre no-sotros y Dios, porque Dios es un Dios infinito”.

Hay dos maneras de bajar de la cúpula de una iglesia; una es de un salto, y la otra es bajar por los escalones: pero ambas te lleva-rán abajo. Así también hay dos maneras de ir al infierno; uno es caminar hacia él con los ojos abiertos, y muy pocos hacen eso; el otro es bajar por los escalones de pequeños pecados, y me temo que esta manera es muy común. Empieza con unos cuantos pecaditos, y muy pronto querrás más. Aun el pagano Juvenal reconocía: “¿Quién se ha conformado jamás con solo un pecado?” Y siendo así, si vas por ese rumbo, irás de mal en peor. Bien describió Jeremy Taylor el progreso del pecado en el hombre: “Primero lo asusta, des-pués le resulta placentero, después fácil, y luego deleitoso, luego frecuente, después habitual, y finalmente ¡confirmado! Después el hombre es impenitente, después obstinado, luego resuelve nunca arrepentirse, y finalmente es condenado”.

Joven, para no llegar a esto, recuerda la regla que te doy este día: Resuelve de inmediato renunciar a cada uno de los pecados que conoces en ti.

2. Resuelve que, con la ayuda de Dios, evitarás todo lo que pueda ser ocasión para pecar.

Es un excelente dicho el del buen Obispo Hall : “Aquel que quiere estar a salvo de hacer el mal, para evitarlo, debe mantenerse a mucha distancia de las ocasiones que lo pueden hacer caer”. Hay una antigua fábula de una mariposa que le preguntó al búho cómo podía estar a salvo del fuego que había chamuscado sus alas. El búho, como respuesta, la aconsejó que ni siquiera mirara su humo.

No es suficiente que determinemos no cometer pecado, debemos cuidadosamente mantenernos a una buena distancia de todo lo que nos podría aproximar a él. Usando esta prueba tenemos que juzgar cómo usamos nuestro tiempo: los libros que leemos, las fami-lias que visitamos, la compañía que mantenemos. No nos debemos contentar con decir: “No hay nada realmente malo en esto”. Debe-mos ir más allá y decir: “¿Hay algo en esto que pueda hacerme pecar?”

Recuerda bien que por esto, el ocio debe ser evitado. No es que el no hacer nada sea en sí tan perverso, sino que brinda la oportu-nidad para pensar pensamientos malos y fantasías vanas, es la puerta abierta para que el diablo entre y quite la buena semilla. Esto es lo que debes temer. Si David no hubiera dado ocasión al diablo por estar de ocioso en su terraza en Jerusalén, probablemente nunca hubiera visto a Betsabé, ni hubiera hecho matar a Urías.

Es por esto, también, que las diversiones mundanas son tan censurables. Puede ser dificultoso, en ciertos casos, demostrar que son, en sí mismas, realmente incorrectas y contrarias a lo que enseña la Biblia. Pero no es dificultoso demostrar que la tendencia de casi todas es muy dañina para el alma. Siembran las semillas de una mentalidad mundana y sensual. Son totalmente contrarias a la vida de fe. Promueven una obsesión malsana y antinatural por lo que sea excitante. Alimentan la lascivia de la carne, la lascivia de los ojos y la vanidad. Oscurecen la vista del cielo y de la eternidad, y le dan un color falso a las cosas del tiempo. Indisponen el corazón contra la oración personal y la lectura de la Biblia, y apagan la comunión con Dios. El que se mezcla con ellas da a Satanás la ventaja. Cada uno tiene una batalla que pelear, y si le da al enemigo la ventaja del sol, el viento a favor y el terreno, sería verdaderamente raro si no fuera continuamente vencido.

Joven, esfuérzate en todo lo que de ti dependa para mantenerte alejado de todo lo que pudiera ser perjudicial para tu alma. Nunca ayudes al diablo. Las gentes podrán decir que eres demasiado escrupuloso, demasiado exigente, te preguntarán que qué tiene de malo tal o cual cosa. Pero no les escuches. Es peligroso andar jugando con herramientas filosas, pero más peligroso aún es andar jugando con tu alma inmortal. El que quiere estar a salvo no debe jugar con el peligro. Debe considerar su corazón como el cartucho de pólvo-ra, y tener cautela de no acercarse a ninguna chispa de tentación que le sea posible evitar.

¿De qué vale orar, “no nos dejes caer en tentación”, si tú mismo no te cuidas de no correr a ella; y orar “guárdanos del mal”, si no muestras el deseo de mantenerte fuera de su camino? Sigue el ejemplo de José. No sólo rechazó las invitaciones indecentes de su ama, sino que mostró prudencia en rehusar de plano “estar con ella” (Génesis 39:10). Apégate al consejo de Salomón, no sólo de no ir “por la vereda de los impíos” sino que “déjala, no pases por ella; apártate de ella, pasa” (Proverbios 4:14, 15). No meramente no seas bo-rracho sino que “no mires al vino cuando rojea” (Proverbios 23:31). Los hombres que tomaban voto nazareno en Israel no sólo no tomaban vino sino que se abstenían de las uvas. Hay que vivir “aborreciendo lo malo,” dice Pablo a los Romanos (Romanos 12:9). No meramente que no hagas lo malo, “huye también de las pasiones juveniles” escribe a Timoteo: aléjate de ellas lo más lejos posible (2 Timoteo 2:22) ¡Ay, qué necesarias son tales advertencias! Dina tuvo que salir entre los perversos siquemitas para comprobar los malos caminos de ellos, y, por hacerlo, perdió su integridad. Lot tuvo que tender sus tiendas cerca de la pecaminosa Sodoma, y terminó per-diendo todo menos su vida.

Joven, sé sabio a tiempo. No intentes siempre ver lo cerca al enemigo que tu alma pueda estar, y todavía escapar de él. Mantenlo lejos. Esfuérzate por mantenerte lo más lejos posible de la tentación, y esto será una gran ayuda para mantenerte limpio de pecado.

3. Además, resuelve nunca olvidar la omnipresencia de Dios.

¡Dios te ve! En todos lados: en cada casa, en cada prado, en cada cuarto, en cada compañía, solo o con una multitud, la vista de Dios siempre esta puesta en ti. “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Proverbios 15:3). Y son ojos que ven los corazones así como también las acciones.

Esfuérzate, te lo ruego, a comprender esta realidad. Reconoce que estás tratando con un Dios que todo lo ve, un Dios que nunca cabecea ni duerme, un Dios que entiende tus pensamientos mucho antes que tú, y con quien la noche brilla como el día. Podrás dejar la casa de tu padre e irte, como el hijo prodigo, a un país lejano, y creer que nadie ve tu conducta; pero la mirada y el oído de Dios están allí antes que tú. Podrás engañar a tus padres o patrones; podrás decirles mentiras, y aparentar ser alguien delante de ellos, y ser otro a sus espaldas, pero no puedes engañar a Dios. Él te conoce totalmente. Escuchó lo que dijiste cuando venías aquí hoy. Sabe lo que estás pensando en este minuto. Ha tomado lo más secreto de tu pecado, lo ha expuesto a la luz de su rostro, y, si no te arrepientes, un día será expuesto ante el mundo para tu vergüenza.

¡Qué poco se siente realmente esto! ¡Cuántas cosas hace el hombre continuamente que no haría si pensara que lo están viendo! ¡Cuántas cosas se maquinan en los oscuros rincones de la imaginación, las cuales nunca soportarían la luz del día! Sí, los hombres tienen pensamientos en privado y hablan en privado y cometen acciones en privado, que los harían avergonzar y sonrojar si se expu-sieran ante el mundo. El sonido de pasos cercanos ha detenido a muchos de realizar actos de maldad. Un tocar a la puerta ha causado que muchas obras perversas sean apresuradamente suspendidas, y rápidamente puestas a un lado. ¡Pero que miserable insensatez es todo esto! Hay un Testigo que todo lo ve donde quiera que vayamos. Ponle candado a la puerta, cierra las cortinas, apaga la luz; no importa, es lo mismo. Dios está en todas partes. No puedes dejarlo afuera, ni impedir que vea. “Y no hay cosa creada que no sea mani-fiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). El joven José sabía bien esto cuando su patrona quiso tentarlo. No había nadie en la casa que los viera, ningún testigo que pudiera delatarlo, pero José vivía consciente de aquel que es invisible. “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal,” dijo él, “y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:9).

Joven, te pido que leas el Salmo 139, y te aconsejo a ti y a todos los jóvenes que lo memoricen. Úsalo como la prueba para todos tus tratos en este mundo: pregúntate a ti mismo frecuentemente: “¿Recuerdo que Dios me ve?”

Vive sabiendo que estás a la vista de Dios. Esto es lo que Abraham hizo, caminó delante de él. Esto es lo que Enoc hizo, caminó con él. Esto es lo que será en el cielo, la eterna presencia de Dios. No hagas nada que no quieras que vea Dios. No digas nada que no quieras que oiga Dios. No escribas nada que no quieras que Dios lea. No vayas a ningún lado donde no te gustaría que Dios te encon-trara. No leas ningún libro que no te gustaría que Dios te dijera: “Muéstramelo”. Nunca pases tu tiempo de tal manera que no te gusta-ría que Dios te preguntara: “¿Qué estás haciendo?”

4. Sé diligente en el uso de todos los medios públicos de gracia .

Medios de gracia

Con esto me refiero a que asistas regularmente a la casa de Dios cuando está abierta para la oración y la predicación, y siempre que te sea posible asistir. Sé consecuente en mantener santo el día del Señor, y determina que el día que le pertenece a Dios entre los siete de la semana, será de aquí en adelante dado a su legítimo dueño.

No quiero dejar una falsa impresión en tu mente. No te retires diciendo que dije que ir a los cultos es el todo de la religión. Yo no digo tal cosa. No tengo ningún deseo de verte crecer formalista y fariseo. Si crees que el mero hecho de llevar tu cuerpo a cierta casa, a cierta hora, cierto día de la semana, te hará cristiano, y que te preparará para encontrarte con Dios, te digo de plano que te engañas miserablemente. Todos los cultos sin que el corazón rinda culto a Dios son sin provecho y vanos. Sólo son verdaderos adoradores aquellos que “adoran al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4:23).

Pero los medios de gracia no deben ser despreciados porque no salven. El oro no es comida, no lo puedes comer, pero no por eso dirás que no sirve, y lo echarás a la basura. El bienestar de tu alma eterna ciertamente no depende de los medios de gracia, pero es cierto y seguro que, por lo general, sin ellos tu alma no andará bien. Dios podría llevar al cielo en un carro de fuego a todos aquellos quienes son salvos, como lo hizo con Elías, pero no lo hace. Podría enseñarnos a todos por visiones, sueños e intervenciones milagro-sas, sin requerir que leamos o pensemos por nosotros mismos, pero no lo hace. ¿Y por qué no? Porque es un Dios que obra por sus medios, y es su ley y voluntad que en todos los tratos del hombre con él, se usen los medios de gracia. Sólo un necio o un aficionado pensaría en construir una casa sin usar escaleras o andamios, y de igual manera, ningún hombre sabio despreciará los medios públicos de gracia.

Me detengo más en este punto porque Satanás se esforzará intensamente por llenar tu mente con argumentos en contra de los me-dios de gracia. Te hará pensar en el número de personas que los usan y no son mejores por ello. “Mira eso,” susurrará, “¿acaso no ob-servas que los que van a la iglesia no son mejores que los que no van?” Pero no dejes que esto influya sobre ti. Nunca es justo discutir en contra de algo porque sea usado incorrectamente. No se puede decir que los medios de gracia no hagan bien porque muchos los atienden y no sacan ningún provecho de ellos. Un medicamento no puede ser despreciado porque algunos lo toman y no se recuperan. Nadie pensaría en dejar de comer porque algunos escogen comer y beber impropiamente, y, como resultado, se enferman. El valor de los medios de gracia, como otras cosas, depende mucho del espíritu con que los usamos.

Predicación del evangelio

Me detengo también en este punto, por la fuerte preocupación que siento que cada joven escuche regularmente la predicación del evangelio de Cristo. No tengo palabras para decirte lo importante que creo que esto es. Por la bendición de Dios, el ministerio del evangelio puede ser el medio de convertir tu alma, de guiarte al conocimiento salvador de Cristo, de hacerte un hijo de Dios de hecho y en verdad. Esto sería realmente motivo de eterno agradecimiento. Esto sería un acontecimiento del cual los ángeles se regocijarían. Pero aun si éste no fuera el caso, hay una influencia y un poder restrictivos en el ministerio del evangelio, bajo los cuales deseo fervo-rosamente que cada joven viva. Hay miles que han sido guardados del mal, aunque no los ha vuelto hacia Dios. La predicación del evangelio los ha hecho mucho mejores miembros de la sociedad, aunque todavía no los ha hecho verdaderos cristianos. Hay un cierto tipo de poder misterioso en la predicación fiel del evangelio que actúa inconscientemente en las multitudes que escuchan, sin recibirlo en sus corazones. Escuchar la condenación del pecado y la proclamación de la santidad; escuchar que se exalta a Cristo y que se de-nuncian las obras del diablo; escuchar la descripción del reino de los cielos y sus bendiciones y la de la vaciedad del mundo; escuchar esto semana tras semana, domingo tras domingo, rara vez deja de tener un efecto positivo sobre el alma. Se hace mucho más difícil después darse a cualquier exceso o libertinaje. Actúa como un control saludable en el corazón del hombre. Esto, yo creo, es un modo como la promesa de Dios se cumple: “Así será mí palabra que sale de mi boca: no volverá a mi vacía,” (Isaías 55:11). Hay mucha ver-dad en el fuerte dicho de Whitefield: “El evangelio previene que muchos lleguen a la cárcel y a la horca, si es que no previene que lleguen al infierno”.

El día del Señor

Quiero aquí mencionar otro punto muy relacionado con este tema. No dejes que nada te tiente a no observar el día de reposo . Te lo subrayo para que no lo olvides. Dedica conscientemente todo el día del Señor a Dios. Va aumentando un espíritu de no tener en cuenta este día santo, y sobre todo entre los jóvenes. Pasear, ir de visitas los domingos, hacer excursiones domingueras es cada vez más común y está haciendo un daño infinito a las almas.

Joven, sé celoso de este punto. Ya sea que vives en la ciudad o el campo, sé firme; resuelve no profanar el día del Señor. No dejes que el argumento lógico de que es “necesario relajar tu cuerpo,” no dejes que el ejemplo de todos los que te rodean, no dejes que la invitación de tus amigos, no dejes que nada de esto te lleve a no cumplir esta regla establecida: que el día del Señor será dado a Dios.

Si dejas de cuidar el día del Señor, al final dejarás de cuidar tu alma. Los pasos que llevan a esta conclusión son fáciles y regula-res. Empieza por no honrar el día de Dios, y muy pronto dejarás de honrar la casa de Dios; deja de honrar la casa de Dios, y pronto dejarás de honrar el libro de Dios; deja de honrar el libro de Dios, y pronto dejarás de honrar a Dios en todo. Cuando alguien pone el fundamento de no tener domingo, no nos sorprenda que termine con una lápida que diga No tenía Dios. Es interesante la observación acerca del Juez Hale : “De todas las personas convictas de un crimen capital cuando era juez, encontró sólo unos pocos que, al pre-guntarles, no admitían que habían empezado su carrera de iniquidad descuidando el día del Señor”.

Joven, quizás andes entre compañeros quienes olvidan el honor que se merece el día del Señor; pero tú, determina, con la ayuda de Dios, que siempre lo recordarás para santificarlo. Hónralo asistiendo regularmente a un lugar donde se predique el evangelio. Esta-blécete bajo un fiel ministerio, y cuando lo hayas hecho, nunca dejes que tu lugar en la iglesia esté vacío. Créeme, si así lo haces, des-cubrirás que serás objeto constante de una bendición especial: “Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra” (Isaías 58:13, 14). Y una cosa es muy segura, tu sentir en cuanto al día del Señor siempre será una prueba y un criterio para determinar tu aptitud para el cielo. Los domingos son una muestra o un fragmento del cielo. El que los encuentra gravosos y no un privilegio puede estar seguro de que su corazón necesita un poderoso cambio.

5. Determina que no importa donde te encuentres, vas a orar.

La oración es el aliento mismo de la vida del alma del hombre. Sin ella, aunque creamos tener vida y nos contamos entre los cris-tianos, estamos muertos en la vista de Dios. Sentir que tenemos que implorar a Dios misericordia y paz es una señal de gracia. Y el hábito de presentarle los anhelos de nuestra alma es evidencia de que contamos con el Espíritu de adopción. Y la oración es la manera establecida para satisfacer nuestras necesidades espirituales. Abre la fuente de riquezas y haz que fluyan. Si no tenemos, es por que no pedimos.

La oración es la manera de conseguir el derramamiento del Espíritu en nuestro corazón. Jesús ha prometido el Santo Espíritu, el Consolador. Él esta listo para descender con todos sus regalos preciosos, a renovar, santificar, purificar, fortalecer, animar, alentar, iluminar, enseñar, dirigir, guiar a toda verdad. Pero espera que se los pidamos.

Y aquí, lo digo con tristeza, es donde los hombres quedan tan cortos. Encontramos muy pocos que verdaderamente oran: muchos doblan sus rodillas, y quizás digan oraciones memorizadas, pero pocos son los que oran, pocos los que claman a Dios, pocos los que buscan y quieren encontrar, pocos los que ruegan como si tuvieran hambre y sed, pocos los que luchan, pocos los que perseveran pi-diendo intensamente a Dios una respuesta, pocos los que no lo dejan descansar, pocos los que continúan orando, pocos los que hacen guardia por medio de la oración, pocos los que oran sin cesar, y no desmayan. ¡Sí, pocos oran! Es una de esas cosas que se da por sen-tado, pero muy rara vez se practica. Algo que concierne a todos, pero de hecho nadie la lleva a cabo.

Joven, créeme, si tu alma va a ser salva, debes orar. Dios no tiene hijos tontos. Si vas ha resistir el mundo, la carne y el diablo, tienes que orar. En vano buscarás fuerza en la hora de la prueba, si no la has buscado ya. Quizás te veas obligado a estar entre los que nunca lo hacen; quizás tienes que dormir en el mismo cuarto con alguien que nunca le pide nada de Dios; pero, sea como fuere, sigue mi consejo: tú tienes que orar.

Sé que puedes tener problemas para hacerlo: dificultades en relación con la oportunidad, el momento y el lugar donde orar. Y no me atrevo a ponerte reglas positivas en detalles como estos. Lo dejo a tu propio criterio. Debes ser guiado por las circunstancias. Nuestro Señor Jesús Cristo oró en una montaña. Isaac oraba en los campos. Ezequías volvía su rostro a la pared cuando se acostaba en su cama. Daniel oraba a la orilla de un río. Pedro, el apóstol, en el tejado. He sabido de jóvenes que oran en establos y en los fardos de heno. Lo único que te insto es esto: tú tienes que saber qué es “entrar a tu aposento” (Mateo 6:6). Debes tener un momento establecido para hablar con Dios cara a cara. Debes tener cada día tus momentos de oración. Tienes que orar.

Sin esto, todo consejo y advertencia es inútil. Esta es la pieza de armadura espiritual que Pablo menciona último en su lista en Efesios 6, pero en verdad es la primera en valor e importancia. Es esta la carne que debes comer diariamente, si es que vas a viajar seguro por el desierto de la vida. Es sólo con el poder de la oración que proseguirás hacia el monte de Dios. He escuchado decir que los fabricantes que afilan las agujas en Sheffield a veces usan una pieza magnética en la boca mientras trabajan, la cual atrapa toda las partículas finitas que vuelan a su alrededor, y previene que entren en sus pulmones, salvando, de este modo, sus vidas. La oración es esa pieza magnética en la boca que debes usar continuamente, para estar a salvo en el ambiente contaminado de este mundo pecami-noso. Tienes que orar.

Joven, puedes estar seguro de que no hay mejor manera de usar el tiempo que de rodillas. Haz tiempo para esto, no importa qué empleo tengas. Piensa en lo que dijo David, el rey de Israel: “Tarde y mañana y a medio día oraré y clamaré; y él oirá mi voz” (Salmo 55:17). Piensa en Daniel. Tenia toda la administración del reino en sus manos, y, sin embargo, oraba tres veces al día. Allí radicaba el secreto de su seguridad en la malvada Babilonia. Piensa en Salomón. Empezó su reinado con una oración pidiendo ayuda, y por ello gozó de gran prosperidad. Piensa en Nehemías. Podía encontrar tiempo para orar a su Dios del cielo aun cuando estaba parado en la presencia de su amo Artajerjes. Piensa en los ejemplos que estos hombres piadosos te han dejado, y decídete a imitarlos.

¡Quiera el Señor darte el espíritu de gracia y de suplicación! “A lo menos desde ahora, ¿no me llamarías a mí, Padre mío, guiador de mi juventud?” (Jeremías 3:4). Feliz consentiría yo que todo el resto de este discurso se olvidara, si tan solo quedara grabada en tu corazón esta doctrina de la importancia de la oración.

Preguntas de estudio

Resuelve de inmediato que renunciarás a todos los pecados de los que tienes conciencia por más pequeños que sean

1. ¿Por qué es tan importante no ignorar ni un solo pecado por más pequeño que sea?

2. Haz una lista de la progresión del pecado en el hombre, según Jeremy Taylor.

3. ¿Y tú? Lo más honestamente que puedas, contesta acerca del pecado más grande en tu vida:
a. ¿En qué etapa de la progresión estás?
b. ¿Qué harás diferente en relación con él?

Resuelve que evitarás todo lo que pueda ser ocasión para pecar

4. “No es suficiente que determinemos no cometer pecado, debemos cuidadosamente mantenernos a una buena distancia de todo lo que nos podría aproximar a él”. ¿Por qué es cierto esto?

5. Describe brevemente por qué las dos áreas mencionadas deben ser evitadas.
a. ocio
b. diversiones mundanas

Resuelve nunca olvidar la omnipresencia de Dios

6. De los versículos citados en los primeros dos párrafos de esta sección, escribe la referencia y el punto clave de los que más te llaman la atención.

7. ¿Y tú? ¿Hasta qué grado crees que esto es cierto: que Dios ve todo lo que haces y oye todo lo que piensas? ¿Por qué?

8. Lee el Salmo 139.
a. ¿Crees que es valioso para ti en lo personal?
b. ¿Te comprometes a memorizarlo? (De ser así, ¡comienza hoy!)

Sé diligente en el uso de todos los medios públicos de gracia

9.a. ¿Qué quiere decir “medios de gracia?
b. Nombra las dos gracias que el autor recomienda en esta sección.

La oración y la lectura y el estudio de la Biblia son otros medios de gracia.

10. Satanás argumentará que muchos que se ocupan de los medios de gracia no son mejores que los que no se ocupan.
a. ¿Por qué es particularmente convincente este argumento?
b. ¿Por qué es un argumento falso?

11. ¿Por qué es tan importante asistir a los cultos públicos y predicar la Palabra de Dios?

12. ¿Por qué es importante mantener santo el Día del Señor?

Determina que no importa dónde te encuentres, vas a orar

13. ¿Cuáles son los beneficios de orar?

14. ¿Cuáles son las consecuencias negativas de la falta de oración?

15. ¿Y tú? David, Daniel, Salomón y Nehemías son mencionados como buenos ejemplos de personas que oraban. ¿Cuál te parece de más significación, y por qué?


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