Jesucristo en el Libro de Romanos

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Sobre esta Traducción
English: Jesus Christ in the Book of Romans

© Desiring God

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Por John Piper sobre Jesucristo
Una parte de la serie Romans: The Greatest Letter Ever Written

Traducción por Desiring God

Romanos 16:27
Al único y sabio Dios, por medio de Jesucristo, sea la gloria para siempre. Amén.

Señor Jesús, durante los últimos ocho años y medio, he hablado desde este púlpito, a partir del libro de Romanos, fundamentalmente acerca de ti. No solo acerca de ti –también te he hablado a ti, antes de cada mensaje, buscando tu ayuda para predicar la verdad de tu palabra y no mi verdad. De hecho, he tratado de hablar, como si estuviera ante tu misma presencia, en tus fuerzas, de la manera en que Pablo lo describe en 2da a los Corintios 2:17: “Pues no somos como muchos, que comercian con la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo”. De esta manera he tratado de comprender y explicar el significado de tu palabra en el libro de Romanos hablando de ti y por medio de ti, orando aún mientras predico.

Contenido

Ocho Años de Sermones Acerca de Ti

Pero sobre todo, he hablado acerca de ti. Esa es la esencia de la predicación. Ese era tu propósito cuando enviaste ministros para predicar el evangelio. Dos veces en el libro de Romanos dices que el evangelio es el evangelio de Cristo (Romanos 15:19), o el evangelio del Hijo de Dios (Romanos 1:9). Tú estableces con claridad que el evangelio es acerca de ti. Y tu propósito para la predicación es que fuera fundamentalmente acerca de ti mismo (“la predicación de Jesucristo”, Romanos 16:25). Por tanto, no me arrepiento porque estos últimos ocho años y medio hayan sido sobre ti. Ese era tu propósito. Esa fue mi delicia. Oro para que durante esos ocho años hayas santificado a las personas para la gloria de tu nombre y el bien de tu pueblo, y la bendición del mundo.

Hablándote Ahora a Ti

Pero Señor, me ha parecido en estos últimos días que ha llegado el momento de hablar no solo acerca de ti, pero hablarte a ti. Siempre me han ayudado el libro de St. Augustine’s Confessions [Las Confesiones de San Agustín] ¡Qué gran obra hiciste en su vida! ¡Qué gran legado dejó al mundo gracias a ti! Pero lo que es más sorprendente en esas trescientas páginas es que cada línea está dirigida hacia ti y hacia el Padre. No solo escribió acerca de lo que hiciste en su vida. Durante todo el libro oró. Todo lo que dijo, lo dijo a ti.

Señor, eso es lo que quisiera hacer en este último tema sobre el libro de Romanos. Me gustaría hablarte a ti. Me gustaría alabarte y agradecerte y pedirte que hagas que estos ocho años de mensajes de salvación, de edificación, de motivación a las misiones, y de justificación, te honren a ti. Agradezco que me permitas hacerlo. No asumo que esto sea algo sabio o algo bueno. La hija que me diste no cree que sea una buena idea. Ella me dijo: «Si oras durante treinta minutos, tendremos que mantener nuestros ojos cerrados y eso será aburrido». Y Señor, tú sabes cuán gran pecado es aburrir a tu pueblo con la Palabra de Dios.

Contemplando a Tu Pueblo, Hablándote a Ti

Pero tú me enseñaste algo cuando buscaba tu aprobación para hacer lo ahora que hago. Tú me mostraste Romanos 8:9-10. Yo te había preguntado: «Señor, ¿no sería poco adecuado que yo te hablara a ti y mirara al pueblo? ¿No se sentirán extraños? Nosotros por lo general, no hablamos a una persona y miramos a otra persona. Es por eso que generalmente cerramos nuestros ojos cuando oramos. Pero entonces leo en la Palabra acerca de mis hermanos y hermanas: “Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él. 10 Y si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia”. ¿Qué quieres decir en estas palabras “Y si Cristo está en vosotros”? ¿No dices acaso: «estoy presente y habitando en cada creyente de esta habitación»?

Por tanto, Señor, si he mirarte mientras oro ¿hacia dónde debo mirar? Y tú pareces responderme: «puedes mirar hacia mi pueblo, porque allí es donde estoy. Si alguien no tiene mi Espíritu, no me pertenece. Pero hay muchos en esta habitación que me pertenecen. Yo habito en ellos. Estoy en el cielo, en mi trono, y estoy en la tierra, en mi pueblo». Y por eso, Señor Jesús, te agradezco por permitirme hablarte y mirar a tu pueblo. De hecho, oro para que cuando yo les mire, mientras te hablo, se percaten de la maravillosa verdad de que habitas en ellos, y oro para que esta verdad se vuelva un precioso regalo de esta temporada. De hecho, que el recuerdo de que en la Nochebuena el pastor John Piper predicó todo su sermón y miró a su pueblo, les hable durante años que Cristo está en ellos, y por tanto ellos te pertenecen.

El Deseo de Alabarte

A medida que nos acercamos al final de este libro, siento primeramente el sobrecogedor deseo de alabarte –y por medio de ti, alabar a Dios el Padre con la ayuda de Dios el Espíritu Santo. Siento el deseo de alabarte por la persona admirable que has revelado ser en esta carta; luego, quiero agradecerte por todo lo que has alcanzado para nosotros; en tercer lugar, quiero abrazar desde el principio de Romanos todos los beneficios obtenidos para nosotros en ese éxito que has tenido; y por último, quiero consagrarnos nuevamente a tu propósito invisible para este mundo. Quizás, oh Señor, tú quieras concedernos que muchos de los que hace tiempo que no oran a ti, puedan sentirse atrapados conmigo en algún momento, de modo que mi oración se convierta en nuestra oración.

Alabanza por Quien Eres

¿Quién eres entonces Jesucristo? ¿Quién es este bebé cuyo nacimiento celebraremos mañana? Tu siervo Pablo dio su respuesta al comienzo de Romanos: “[Dios] ya había prometido por medio de sus profetas en las santas Escrituras, 3 [el evangelio] acerca de su Hijo, que nació de la descendencia de David según la carne, 4 y que fue declarado Hijo de Dios con poder, conforme al Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos: nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 1:2-4)

Tú eres el Cristo, el Mesías, el Rey esperado de Israel, el hijo de David, el Único que cumplió todas las promesas, el Único que trajo el reino de Dios. Y tú eres el Hijo de Dios, no de la misma forma en que nosotros lo somos, sino que eres y serás eternamente el Hijo de Dios, tú mismo eres Dios ¿No es esa la razón por la que inspiraste a Pablo a decir en Romanos 9:5 a decir que tú eres: “Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” [RVR 1960]? Te adoramos, Señor y Dios nuestro.

Tú no comenzaste a existir cuando naciste de la virgen María. No, el apóstol dijo en Romanos 8:3 que Dios envió a su “Hijo en semejanza de carne de pecado”. No fuiste originado en la carne, fuiste enviado a la carne. A una carne, como la nuestra, solo que sin pecado. Eres sin pecado, encarnado, la segunda persona de la Trinidad, el Hijo eterno de Dios, hecho carne para convertirse en el Mesías, para ser el hijo de David, y para ser el Salvador: “Jesús”. Tu propio ángel dijo a José: “llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).

Te alabamos y adoramos, Jesús el Salvador, Cristo el Mesías, Hijo de David, Hijo de Dios, Jehová (el nombre utilizado en el Antiguo Testamento para Dios) Dios ¡Amén!

Agradecimiento por Lo Que Has Hecho por Nosotros

Y con todo nuestro corazón, te agradecemos ahora por lo que hiciste cuando viniste. Nadie más hubiera podido hacerlo, tenías que ser tú, o no hubiera salvación de nuestros pecados y de tu ira -la ira del Cordero (Apocalipsis 6:16). Solo tú podías hacerlo, ese era el propósito de tu servicio en Romanos 8:3: “Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado...”. Solo tú Señor Jesús, solo Dios hecho carne podía hacer lo necesario si se quería salvarnos. Ningún hombre ordinario podría haberlo hecho.

Fuiste un fiel “servidor de la circuncisión para demostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres” ((Romanos 15.8). Aseguraste cada promesa que Dios hizo.

Fuiste sin pecado (Romanos 8:3) obediente a tu Padre durante toda tu vida y cumpliste toda justicia en cada lugar en que nosotros fallamos. Y esa obediencia llegó a su clímax más glorioso cuando te hiciste “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19).

Oh ¡Cuánto sufrimiento y vituperios sufriste a nuestro favor! “Pues ni aun [tú] Cristo [te agradaste a ti mismo]; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que [nos] injuriaban cayeron sobre [ti]” (Romanos 15:3).

Y entonces moriste. Y ese fue el momento más importante de la historia del mundo. Los pecados fueron pagados, una vez y para siempre. Nada antes, ni después, había contribuido en algo al pago que hiciste por nuestros pecados cuando moriste: “Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo [tú] Cristo [moriste] por los impíos. 7 Porque a duras penas habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. 8 Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, [tú] Cristo [moriste] por nosotros” (Romanos 5:6-8).

Y entonces resucitaste de entre los muertos tres días después, para no morir más: “sabiendo que [tú] Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá[s] a morir; ya la muerte no tiene dominio sobre [Ti]” (Romanos 6:9). Fuiste declarado “declarado "Hijo de Dios con poder [...], por [tu] resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4)

Y no moriste sin nosotros. Sino que nos tomaste contigo (a todos tus elegidos, los que confiamos en ti) nos hiciste morir contigo, de modo que la maldición de nuestra muerte pudiera estar detrás nuestro y no delante: “Porque si hemos sido unidos a [Ti]en la semejanza de [tu] muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de [tu] resurrección” (Romanos 6:5).

¡Y cuando moriste, nuestro pecado fue condenado en tu carne! “Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo [enviándote a ti] en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, [Dios] condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3). Fueron las palabras más claras nunca dichas concernientes a la gloria de la substitución penal. Señor Jesús, esta gloriosa doctrina que hoy, para nuestra pena, es tan combatida y negada en la iglesia. Que Dios, en tu carne, condenó al pecado. No el tuyo, sino el nuestro ¡el nuestro! Tú, el sacrificio substituto. Fuiste “herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre [ti], y por [tus] heridas hemos sido sanados” (Isaías 53.5). Oh Señor, ¡rescata esta gran verdad de las destructoras manos de los hombres necios!

Y gracias a que llevaste la condenación de Dios en tu carne y por nuestros pecados, hay redención (Romanos 3:24). Fue adquirido una vez y por todos el perdón de los pecados (de incontables pecados). Nada que hagamos añadirá algo al pago que hiciste. Cada deuda que hayamos tenido alguna vez ha sido completamente pagada por tu sangre ¡Oh Cordero de Dios!

Y toda tu obediencia y toda tu justicia fue consumada cuando moriste, a fin de que hubiera una justicia perfecta para nosotros, una por la que pudiéramos ser aceptados en la presencia de Dios -justificados solo por gracia, solo a través de la fe, solo sobre la base de tu justicia imputada, solo para la gloria de Dios (Romanos 5:19; 4:25).

Y por todo esto, y como la meta de todo esto, se alcanzó el mayor bien del evangelio para nosotros: la reconciliación con Dios. No solo el perdón de pecados, no solo se nos imputó la justicia de Cristo, también se nos concedió estar en tu hogar, en la presencia de tu Padre y nuestro Dios: “cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5:10). Tu muerte Señor Jesús, nos restauró a la posición para la que fuimos creados: para poder ver, para poder deleitarnos en Dios y para poder reflejarle a él.

¿Y qué es todo esto, sino vida eterna: conocer y deleitarnos para siempre en Dios? Todo gracias a ti: “Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

¡Oh cuánto más pudiéramos decir acerca de tu obra por nosotros: tu obra apostólica (Romanos 1:5), tu obra que produce fe (Romanos 10:17), tu obra para aceptación de unos a otros (Romanos 15:7), para la edificación de la iglesia, para la unidad que produces (Romanos 12:5), pudiéramos decir mucho de las señales, maravillas y de obra santificadora (Romanos 15:18-19)!

Abrazando Nuevamente Tus Dones

Pero ahora cambiamos, Señor, del agradecimiento por tu obra hacia la aceptación renovada –por primera vez quizás para algunos de los que estamos aquí- de los beneficios que obtuviste para nosotros en la cruz. Por fe los tomamos, los recibimos, los abrazamos, los atesoramos, conociendo bien y a plenitud que esta misma recepción de los dones es un regalo. (Romanos 10:17).

Consagrándonos Nuevamente a Tu Propósito para el Mundo

Y por todo esto, oh Señor, de ahora en adelante nos consagramos nuevamente a tu invisible propósito para el mundo. Ninguno de nosotros sabe si veremos otra Nochebuena. Eso importa muy poco. Lo que sí importa es la gloria a tu dignidad suprema, y la gloria de tu Padre. Y la sobre-edificación de tu iglesia en una fe inquebrantable. Y la evangelización de las naciones. Y la salvación de los pecadores que perecen. Y para ese fin, nuevamente nos consagramos a tu propósito -Para Expandir Una Pasión Por La Supremacía De Dios En Todas Las Cosas, Para El Gozo De Todos Los Pueblos Por Medio De Ti Y La Gran Salvación Que Has Alcanzado.

“Al Único Y Sabio Dios, Por Medio De Jesucristo, Sea La Gloria Para Siempre. Amén”


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