Cristo nos Redimió de la Maldición de la Ley
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre La Ley
Una parte de la serie Galatians: Broken by His Cross Healed by His Spirit
Traducción por Maria del Carmen Zanassi
Gálatas 3:10-14
“Porque todos los que confían en las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: ´Maldito aquel que no cumple con todas las cosas escritas en el libro de la ley´. Es evidente que nadie es justificado ante Dios por la ley, porque *el justo vivirá por la fe*. Sin embargo, la ley no se basa en la fe; al contrario ´el que las observa vivirá por ellas´. Cristo nos redimió de la maldición de la ley haciéndose él mismo maldición por nosotros,-- porque escrito está: ´Maldito todo el que cuelga de un madero”--, a fin de que la bendición de Abraham llegara a los gentiles en Cristo Jesús, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe”.
En el versículo 10, cuando Pablo dice:” todos los que confían en las obras de la ley están bajo maldición”, nos hace acordar a 1:7-8 donde dice: “Hay algunos que perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Pero si aún nosotros o un ángel del cielo os anunciaran otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema”. Evidentemente, Pablo creía que existía una enseñanza en las iglesias de Galacia que era tan destructiva para la gente y tan deshonrosa para Dios que merecía una maldición divina. Era una enseñanza que no se propagó por medio de humanistas seculares de Atenas, sino por temor a Dios de parte de los miembros de las iglesias judío-cristianas de Jerusalén. La razón por la cual el libro de los Gálatas tiene ese mensaje de cambio de vida tan importante radica en que la maldición de Dios no es para los extranjeros ateos o agnósticos, sino para cristianos profesos que tratan de servir a Dios de una manera que minimiza su gracia y cultiva el orgullo de ellos.
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El Peligro de las Falsas Promesas
Gálatas implica la advertencia de Dios sobre el peligro constante de falsas promesas al cual estamos expuestos. Satanás trabaja continuamente para tentarnos a pensar y sentir de esa manera porque usamos el lenguaje de Dios, vamos a la iglesia, oramos en el momento de la comida y evitamos pecados graves, por consiguiente estamos bajo la bendición de Dios. El libro de los Gálatas se relaciona con un grupo de personas (llamados judaizantes) que hacen todas esas cosas y están bajo la maldición de Dios. Ninguno de nosotros debemos estar de acuerdo tan fácilmente con el análisis que hace este libro. La bendición y la maldición divina son la cuestión. La línea divisoria entre estas dos no está entre la gente que pertenece a la iglesia y la que no, ni tampoco entre aquellos que llaman a Jesús “Señor” y aquellos que no. Por una parte, se encuentra entre los que han sido crucificados con Cristo y que aún en la pobreza viven con una confianza continua en el Cristo vivo, y, por otra parte, los que realmente nunca se apartaron de la confianza en sí mismos y cuyas actividades religiosas, aunque “morales” en intensas, son un ejercicio absoluto de auto reforma. El primer grupo se glorifica en la cruz de Cristo únicamente, por la que renunció a todo menos a Dios. Pero el otro grupo, exalta los poderos y potenciales de su ego y minimiza la gracia de Dios (2:21) y la cruz de Cristo (5:11). El primer grupo de miembros de la iglesia goza del beneficio de la bendición que Dios prometió a Abraham y sus descendientes; el otro grupo de miembros de la iglesia está bajo la maldición divina.
Por lo tanto, la manera de escuchar el mensaje de Gálatas 3:10-14 es en un espíritu de autoexamen serio. 2 Corintios 13-5 dice: “Poneos a prueba para ver si estáis en la fe; examinaos a vosotros mismos. Deberíais reconocer que Cristo Jesús está en vosotros, a menos que en verdad no paséis la prueba”. Siempre que la Palabra de Dios se predique fielmente, reciben un modelo por el cual se pueden poner a prueba a ustedes mismos. Esto puede reafirmar la realidad de la obra de Cristo en sus vidas y hacerlos regocijar con un poder nuevo. O puede remorder sus conciencias y hacer que oren y se arrepientan. Pero Dios prohíbe que encasillen este mensaje de Gálatas como concerniente a los que no creen o al grado de bendición que recibirán en el cielo. Este mensaje está escrito para la iglesia y la cuestión es la línea divisoria entre la bendición y la maldición divinas.
Gálatas 3:10-14 da tres afirmaciones de suma importancia que tienen que ser tan trascendentales para nosotros como lo sería si escuchamos por un altoparlante que Rusia lanzó 80 cabezas de misiles nucleares hacia este país. La primera afirmación es el versículo 10: “Aquellos que confían en las obras de la ley están bajo maldición”. La segunda es el versículo 13: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley”. La tercera, en el versículo 14, muestra el objetivo y el resultado de la segunda: “para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe”. Tratemos de entenderlas, una por una, y aplicarlas.
Las Obras de la Ley
Primera. “Aquellos que dependen de las obras de la ley están bajo maldición”. Lo opuesto a maldición es bendición. Esto está claro en los versículos 13 y 14 donde dice que Cristo mismo se convirtió en maldición por nosotros para que recibiéramos la misma bendición que Abraham. Puesto que la bendición (según el versículo 14) es el Espíritu Santo, la maldición debe de ser, al menos, la ausencia del Espíritu Santo. Por consiguiente, cuando el versículo 10 dice que “aquellos que dependen de las obras de la ley están bajo maldición” significa que no recibieron el Espíritu Santo (como dice 3:5). Eso significa que están separados de Dios y que su ira permanece sobre ellos. Entonces pueden darse cuenta qué importante es evitar ser alguien que depende de las obras de la ley. ¿Qué significa esto?
No existe una palabra griega para legalismo. Cuando Pablo se refiere al mal uso legal de la enseñanza de Moisés, tiene que usar el término “ley” y confiar que el contexto va a aclarar el significado, “mal uso de la ley”, o tiene que usar una frase como “obras de la ley”, lo cual, para él, siempre tiene un sentido legalista negativo. Sabemos por el contexto de 2:18 que Pablo distingue las enseñanzas de Moisés con lo que enseñaban los judaizantes. Hay una diferencia entre la ley que Dios pretende y la ley como legalismo. Se acordarán de 2:12, en donde Pedro, que había comido con los gentiles, se apartó de ellos por la presión de los judaizantes. Se había liberado de las leyes sobre alimentos, pero luego comenzó a observarlas nuevamente; para los gentiles, cumplir las leyes también significaba ser un verdadero cristiano. Pablo lo consideró en desacuerdo con el evangelio (2:14) y contrario a la ley. En 2:18 dijo:”si reedifico lo que en otro tiempo destruí, yo mismo resulto transgresor”. Es decir, si dejamos de depender de “las obras según la ley” para mostrar que somos dignos de Dios, pero luego comenzamos nuevamente a hacer uso de la ley de esa manera, nos convertimos en transgresores. ¿De qué? ¡De la ley! La ley misma condena el uso de sus mandatos como un modo de probar que somos dignos de Dios y tratar de ganarnos su bendición. Pablo usa la frase “obras de la ley” para referirse a este mal uso.
Por lo tanto, en 3:10 la frase “las obras de la ley” no se refiere a la obediencia por medio de la fe, sino a la autonomía en la obediencia que es lo opuesto a la fe. Esa es la razón por la que “las obras de la ley” contrasta con “la fe” en el versículo 5: “Aquel que os entrega el Espíritu y hace milagros entre vosotros ¿lo hace por las obras de la ley o por escuchar con fe? “Las obras según la ley” no son las “buenas obras” que un cristiano hace confiando en el poder del Espíritu Santo. Son el producto de la independencia para demostrar su virtud a los hombres y a Dios. Por eso la frase “las obras de la ley” es sinónimo de legalismo. Como vimos en 2:18, la misma ley mosaica condena el legalismo.
¿Recuerdan la ilustración de las vías de ferrocarril que se levantaban como una escalera al cielo? Dios nos otorgó la ley para mostrarnos la ruta al cielo, por la cual el motor del Espíritu nos lleva si nos unimos él por la fe. Pero los judaizantes y muchas personas religiosas en la actualidad, que no entienden nada sobre vivir en unión con Cristo, tomaron las vías del ferrocarril, las levantaron y las convirtieron en una escalera por la cual podían subir al cielo por su propia iniciativa moral. Dondequiera que eso pase, existe el legalismo o como dice Pablo, “las obras de la ley”.
La Fe frente a las “Obras de la Ley”
Veamos lo que el versículo 10 está tratando de hacernos entender. En los versículos 1- 5, los judaizantes les habían dicho a los gálatas cristianos que estaba bien comenzar la vida cristiana a través de la fe, pero luego tenían que obrar por sí mismos. Comiencen por la fe en el poder del Espíritu, pero luego tienen que realizarse obrando según el poder de la carne. La respuesta de Pablo es que no se puede hacer. El Dios que continúa otorgando el Espíritu y haciendo milagros entre los creyentes, lo hace solo porque tienen fe, no porque obran según la ley. El versículo 10 lo confirma con estas crudas palabras: Si empiezan con fe y luego se vuelcan a “las obras de la ley” están bajo maldición.
Presten mucha atención. La maldición a la que se refiere el versículo 10 no es porque fracasan al hacer las obras de la ley, sino porque las hacen. El consejo de los judaizantes de suplementar la fe con “las obras de la ley” tiene un efecto opuesto al que se pretende – trae una maldición, no una bendición. Cuando Pedro comenzó a observar las leyes sobre alimentos, Pablo le dijo que eso estaba en desacuerdo con el evangelio y transgredía la ley. En 2:3, cuando los judaizantes quisieron cumplir el mandato y circuncidar a Tito, Pablo dijo que la verdad del evangelio residía en comprometerse. El problema con los judaizantes no era su fracaso en cumplir los minuciosos estatutos de la ley, el problema era que no habían entendido la importante advertencia de la ley, es decir, que sin un corazón nuevo (Deuteronomio 30:6-7), sin que Dios lo haga posible (Deuteronomio 4:30-31; 5:29; 29:4) y sin fe (Éxodo 14:31; Números 14:11; 20:21; Deuteronomio 1:32) todo el empeño puesto en obedecer la ley sería simplemente un esfuerzo legalista de la carne.
“Las Obras de la Ley” y La Maldición de la Ley
Si me siguieron hasta aquí, van a poder continuar hasta el versículo 12. Les voy a sugerir una interpretación de estos versículos que no es común y les va a exigir un poco de esfuerzo seguirla. Si hubiera alguna manera de poder hacerlo más simple, créanme que lo haría. La interpretación común de los versículos 10-12 dice que Pablo confronta la ley mosaica con la fe y que puesto que nadie observa la ley mosaica correctamente, todos están bajo maldición. Lo que yo entiendo es que Pablo no confronta la fe con la ley mosaica, sino con el legalismo y que, precisamente, la misma ley mosaica manifiesta una maldición sobre ese legalismo. En los versículos 11 y 12, la palabra “ley” no se refiere a los principios de Moisés, sino a que los judaizantes transformaron la ley en legalismo. Voy a parafrasearlo para que reflexionen y luego seguir con la segunda afirmación de suma importancia.
(10) Aquellos que dejan de vivir enteramente por la fe y se dedican a observar la ley con intensidad para ganarse la máxima gracia de Dios están bajo la maldición de la ley. Pues, en Deuteronomio 27:26 dice que malditos serán los que tratan de observar la ley pero dejan de lado las enseñanzas sobre los males que ocasiona la confianza en sí mismo y el legalismo (No hacen todo lo que está escrito en la ley, dejan de lado los asuntos que tienen más peso como la fe – como dijo Jesús). (11) Evidentemente está claro que la justificación no se puede lograr nunca a través del legalismo (“ley” en el sentido distorsionado) porque Habacuc 2:4 deja claro que la fe, que significa lo contrario del orgullo del legalismo, es lo que hace justa a una persona ante Dios. (12) Pero el legalismo (no la ley mosaica), no tiene sus raíces en la fe, por el contrario, se origina en el eslogan de los judaizantes de Levítico 18:5 “Aquel que los cumple, por ellos vivirá” por lo cual ellos querían decir (lo contrario a la intención de Dios) “Si esperan alcanzar la vida, además de la fe con la que comenzaron, tienen que agregar el esfuerzo de su propia carne”.
Si interpretan estos versículos en la forma habitual y dejan que el versículo 12 enseñe que la ley mosaica no está basada en la fe, entonces parecería que hay contradicciones importantes en las enseñanzas de Pablo. Porque en Romanos 3:31, él dijo que no se anulaba sino que se establecía la ley por medio de la fe. Y en Romanos 9:32 dijo que la ley estaba destinada que se observe a través de la fe no de las obras. Me parece que nosotros respetamos mejor los contextos más aproximados y los más distantes de Gálatas 3:11 y 12 al referirnos al legalismo y no a la ley como nos la enseñó Moisés.
El primer punto de este pasaje es éste: las personas “buenas, honradas y religiosas, que no fueron crucificadas con Cristo y que no tienen su Espíritu dándoles el poder de la humildad, del gozo y del amor por medio de la fe, con frecuencia van a la iglesia, adoptan las doctrinas y se comprometen a obrar para Dios bajo el poder de la carne; por consiguiente, se encuentran bajo la maldición de la ley misma.
Cristo el Portador de la Maldición
La segunda afirmación de suma importancia es el versículo 13: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley”. Pablo sabía que estuvo bajo maldición por todos los años que había dedicado al cumplimiento de la ley. En Filipenses 3:6, dijo que desde la perspectiva legal había sido libre de culpa. Se destacó de todos sus contemporáneos en su celo por la ley (Gálatas 1:14). Pero no conocía la primera cosa sobre la obediencia que viene de la fe al confiar en el Espíritu Santo. (No conocía ROCOA en su corazón). Por eso estaba bajo maldición junto con sus congéneres, quienes se esforzaban en “establecer su propia justicia” (Romanos 10:3).
¿Qué esperanza hay cuando se trata de sobornar a Dios con virtudes lastimosas? ¿O cuando se ha insultado al todopoderoso Creador al exaltarse a uno mismo para hacer un trueque con Él: la moralidad a cambio de su misericordia? Ninguna esperanza en absoluto, a menos que, en su extraordinario amor, Dios esté dispuesto a cambiar la sentencia de muerte. La esencia del evangelio es que Cristo, que no conoce pecado, se identificó con el pecado para que fuéramos justificados por Dios (2 Corintios 5:21). Jesús no era culpable del legalismo en absoluto. Confió en su Padre completamente y vivió en el poder del Espíritu. Cumplió la ley perfectamente, porque sabía que la ley en su origen enseñaba que la fe es obra del amor.
Por lo tanto, cuando Él experimentó en la cruz la maldición de la ley no fue por su culpa sino por la nuestra.
“Ciertamente, Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Pero, Él fue herido por nuestras transgresiones y lacerado por nuestras iniquidades. Por nuestra paz e integridad el castigo cayó sobre Él y fuimos sanados por sus heridas. Todos nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino, pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros” (Isaías 53:4-6).
La buena noticia para los que están bajo la maldición de Dios por los pecados de independencia moral (y esto nos concierne a todos en un momento u otro) es que “Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo”. Hay una salida si dejamos de confiar en nosotros mismos y nos entregamos a Cristo y confiamos en Él mientras vivimos.
Alcanzar la Promesa
La última afirmación de suma importancia está en el versículo 14 que dice que el objetivo de Dios de ofrecer a Cristo como un sustituto de salvación era que “en Cristo Jesús la bendición de Abraham llegara a los gentiles, para que pudiéramos recibir la promesa del Espíritu mediante la fe”. Pablo concibe la bendición de Abraham resumida en el Espíritu Santo y (como dice el versículo 5) el Espíritu se recibe mediante la fe. Cuando uno deja de aferrarse a los deseos propios de auto exaltación y busca la justicia y la fuerza de la gracia de Dios, entonces puede sentir el poder del Espíritu Santo.
La conexión entre los versículos 13 y 14 nos enseña que la muerte de Jesús por nosotros nos dio el derecho de recibir el don incomparable del Espíritu; y nos muestra que la única manera de recibirlo es dejar de aferrarnos a nosotros mismos para entregarnos a Cristo crucificado.
¿Qué hace Pablo en el capítulo 3? Les suplica a los gálatas cristianos tratando de persuadirlos para que no se dejen hechizar por los judaizantes, que pretenden que complementen la vida de fe con las obras de la carne.
¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por escuchar con fe?... ¿Habiendo comenzado por el Espíritu vais a concluir por la carne?... Aquel que os concedió el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o porque escucharon con fe?...No son los que hacen obras, sino los que tienen fe quienes son hijos de Abraham y heredan la bendición que él recibió. Los que se dedican a obrar según la ley están bajo maldición. La ley misma lo declara. La muerte de Cristo por nosotros es nuestra única y todopoderosa esperanza de escapar a la ira de Dios. Y por esto, Él está dispuesto a honrarnos con su Espíritu cuando nos arrepentimos y dejamos de confiar en nosotros mismos para poner toda nuestra confianza en Él, es decir, cuando crucificamos la manera antigua del esfuerzo legal y vivimos con la fe puesta en el Hijo de Dios, quien nos amó y se entregó por nosotros.
El Camino de la Bendición o el Camino de la Maldición
Voy a terminar considerando el camino de la bendición (v. 14) y el camino de la maldición (v.10). Lo que lleva a estar bajo una o la otra no es tanto lo que se hace sino el espíritu con el que se lo hace. La circuncisión puede ser una “obra según la ley” o un acto de amor que fluye de la fe. Someterse a ciertas restricciones en la comida puede ser una “obra según la ley” o un libre acto de amor que proviene de la fe. Enseñar en la Escuela del Domingo, predicar, participar de las protestas en contra del aborto, unirse a las manifestaciones por el cese nuclear, involucrarse en el programa “foodshare”, el trabajo propio – todo esto pueden ser “obras según la ley” que realizamos en nuestro esfuerzo por obtener la gracia de Dios, o pueden hacerse con humilde confianza en la fuerza que Dios nos da libremente, para que todo sea hecho en su gloria. La decisión con respecto a la bendición o a la maldición reside en cómo uno observa las reglas y quién se lleva el mérito.
La semana pasada, cuando me estaba preparando para la entrevista con Dick Pomerantz, la mayor batalla a la que me enfrenté no fue esforzarme en estudiar lo que me podía preguntar, tanto como fuera posible. La mayor batalla fue la lucha de la fe. ¿Creí realmente que con la muerte de Jesús se eliminó mi maldición, para que pudiera decir como en las Escrituras “¿Qué podrá hacerme el hombre?” (Hebreos 13:6; Romanos 8:31-34) ¿Creí realmente que la muerte de Jesús es la promesa de Dios de no negar nada que sea bueno a aquellos que confían en Él (Salmos 84:11; Romanos 8:32) ¿Creí realmente que todas las cosas funcionan para mi bien (Romanos 8:28) ¿Confié realmente en el consejo de Cristo cuando dijo:”No os preocupéis de antemano por lo que vais a decir, sino que hablad lo que os sea dado en aquella hora, porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (Marcos 13:11). Esta es la pelea diaria en la vida cristiana; todos los días el trabajo más importante es evitar que sus actividades se conviertan en obras según la ley y vivir con fe en el Hijo de Dios, que nos amó y se entregó para redimirnos de la maldición del legalismo.
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