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Una parte de la serie Tabletalk

Traducción por Javier Matus


“No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebreos 13:16)

El increíble y misericordioso sacrificio de una-vez-y-para-siempre de Cristo exige que lo miremos sólo a Él y que nos aferremos a Él por fe para nuestra salvación (Hebreos 12:1-2). El hecho de que Él es el mismo ayer, hoy y siempre (13:8) garantiza que aquellos quienes Él ama y ha elegido para la salvación ciertamente se aferren a Jesús y nunca caigan. Sin embargo, esta elección obra en nuestras vidas a través de nuestra obediencia a los medios que Dios nos ha dado para permitir que nuestra fe permanezca firme (12:12-17). Demostramos que somos elegidos y que ciertamente participamos de los beneficios de Cristo sólo cuando vivimos vidas que reflejen Su sacrificio y le ofrecemos la obediencia que Él exige (13:1-15).

Ayer analizamos la importancia de adorar a Dios y la fuerza que tal adoración nos da para perseverar en la carrera (v. 15). Cuando ofrecemos un sacrificio de alabanza a través de Cristo, por la fe entramos en el real salón del trono del cielo y recibimos gracia y poder del mismo Dios Todopoderoso. Sin embargo, la alabanza a Dios no es la única manera de ofrecer sacrificios. Como declara el pasaje de hoy, una vida de adoración verdadera también implica el hacer el bien a otros y compartir lo que tenemos, “porque esos son los sacrificios que agradan a Dios” (v. 16).

La verdadera piedad bíblica siempre involucra el servicio — primero hacia otros creyentes en necesidad y luego a los necesitados en el mundo incrédulo. Bajo el antiguo pacto, los terratenientes no debían cosechar cada pizca de grano, sino que debían dejar algo para que los pobres pudieran espigar los campos y no pasar hambre (Levítico 19:9-10). Bajo el nuevo pacto, se nos recuerda que la fe viva, verdadera, se manifiesta en el deseo de compartir con los pobres (Santiago 2:14-17).

Hay muchas maneras para poder cumplir con este mandamiento de hacer el bien y compartir con los necesitados. Podemos ofrecer nuestro tiempo para servir en la iglesia. Podemos ayudar a satisfacer las necesidades de los demás en nuestra congregación donando dinero o posesiones. Podemos apoyar a los misioneros que predican el Evangelio y llevan a cabo obras de misericordia.

Si descuidamos tales obras de misericordia, nosotros no glorificamos realmente a Dios, porque hemos descuidado Su ley. En este punto, Juan Calvino nos recuerda que cuando “el amor no prevalece entre nosotros, no sólo robamos sus derechos a los hombres, sino a Dios mismo.”

Coram Deo

Es una triste situación cuando muchos evangélicos no donan su tiempo o dinero como deberían en servicio a la iglesia y a la humanidad. Tome un tiempo para analizar sus prioridades, y vea si hay algo más que pueda hacer con su tiempo, dinero o bienes para cumplir con este mandamiento. Luego, pídale a Dios que le de convicción para tal objetivo.

Pasajes para Estudio Adicional

Ex. 22:25
Deut. 15:1-18
Marcos 10:17-22
Santiago 5:1-6


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