En tus manos encomiendo mi espíritu
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre La Muerte de Cristo
Una parte de la serie The Person & Work of the Holy Spirit
Traducción por Juan Pablo Molina Ruiz
Viernes Santo
Lucas 23:44-46
Pablo dijo en Filipenses 3:10 que la pasión de su vida era conocer el poder de la resurrección de Cristo y participar en sus padecimientos y llegar a ser como él en su muerte. Creo que deberíamos seguir a Pablo. Deberíamos tener el deseo de aprender de Jesús su poder para vivir y para morir. Sin duda, esta es una de las razones por las que los evangelios nos enseñan tanto de la muerte de Jesús. La voluntad de Dios para nosotros es que aprendamos de Jesús cómo morir.
El padecimiento de Jesús y nuestro padecimiento
Es una tergiversación extraña y terrible que el evangelio diga que debido a que Jesús sufrió por nosotros, no tenemos que sufrir –podemos estar tranquilos y prosperar–. Podemos quitar el escollo de la cruz si decimos que como él no tenía casa nosotros podríamos tener la mejor de las casas. Como él fue rechazado por los hombres nosotros podríamos ser admirados por los hombres. Como él vivió en la pobreza nosotros podríamos vivir en el lujo. Como él soportó el sufrimiento nosotros podríamos disfrutar la tranquilidad. Jesús enseñó precisamente lo contrario: “Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23). Si padecemos con él, seremos glorificados con él (Romanos 8:17). Cristo sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos sus pasos (1 Pedro 2:21).
Aprender de Jesús cómo morir
Por lo tanto, cuando vemos a Jesús morir, observamos dos cosas: el precio pagado para llevarnos a la gloria, y el ejemplo dado sobre cómo debemos llegar a ella. Aprendamos entonces de Jesús cómo morir, concentrándonos en Lucas 23:44–46.
1. Recuerda que Dios reina
Cuando llegue la hora de tu muerte, recuerda que Dios reina. “Era ya como la hora sexta, cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos”. ¿Quién se encargó de que se eclipsara el sol? ¿Quién rasgó el velo del templo de arriba a abajo? De la muerte de Jesucristo y acerca de la muerte de Jesucristo se encarga la mano reinante de Dios. Él se encarga de todo. No hay cabos sueltos. Lucas lo dejó muy claro en Hechos 4:27-23, “Porque en verdad, en esta ciudad se unieron tanto Herodes como Poncio Pilato, juntamente con los gentiles y los pueblos de Israel, contra tu santo siervo Jesús, a quien tú ungiste, para hacer cuanto tu mano y tu propósito habían predestinado que sucediera”. Es verdad que Jesús dijo a la muchedumbre que lo arrestó en Getsemaní: “Esta hora y el poder de las tinieblas son vuestros” (Lucas 22:53); una declaración soberana. El poder de las tinieblas no recibirá una hora del Dios todopoderoso. Recen, ¿quién reina cuando Satanás debe esperar su hora y cuando sus límites son designados por Otro? Dios reina –en la vida y en la muerte–. “Ved ahora que yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay dios. Yo hago morir y hago vivir. Yo hiero y sano, y no hay quien pueda librar de mi mano” (Deuteronomio 32:39). “Pero quiso el Señor quebrantarle, sometiéndole a padecimiento. Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido” (Isaías 53:10, 4). Cuando llegue la hora de tu muerte, recuerda que Dios reina y nada se ha deslizado por entre sus dedos.
2. Recuerda que Dios se compadece
Cuando llegue tu hora de morir, recuerda que Dios se compadece. No hemos estado, en nuestro pensamiento, a la altura de la magnificencia de Dios si pensamos que debido a que él gobierna en la vida y en la muerte no puede compadecerse. ¿Cuál fue el significado de la oscuridad a mediodía y el daño del velo del templo? ¿No era Dios que estaba vistiendo a su mundo con el color del dolor y dañando las vestiduras que estaban junto a su corazón? “Quiso el Señor quebrantarle” –pero no sin compasión, no sin dolor–. “Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen. Porque Él sabe de qué estamos hechos, y se acuerda de que somos sólo polvo” (Salmo 103:13-14). Los clavos y las lanzas, y el madero y la corona de espinas no se sentían como si fueran compasión. Tampoco parecen compasión las agujas intravenosas, los respiradores, los tubos en la garganta ni limitaciones en las manos. Con mayor razón debemos recordar que Dios reina y que como un padre de su hijo, él se compadece de ti en tu muerte.
3. Recuerda que tu espíritu sigue viviendo
Cuando llegue la hora de tu muerte, recuerda que tienes un espíritu que perdurará. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús lo sabía y nosotros debemos saber que la muerte para el pueblo de Dios no es el fin y ni siquiera un sueño para nuestras personalidades conscientes. Pablo lo expresó de esta manera en 2 Corintios 5:8: “Pero cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor”. Filipenses 1:23, “Mi deseo es partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor”. Moriremos como Jesús si recordamos que al igual que él tenemos un espíritu que en la hora de nuestra muerte no muere, sino que sigue viviendo con Dios.
4. Recuerda que las manos de Dios están abiertas para ti
Pero eso significa que hay una cuarta cosa por recordar cuando llegue el momento de nuestra muerte. Debemos recordar que los brazos de Dios están abiertos y sus manos extendidas a su hijos moribundos. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y no: en la tumba. Y no: en el vacío. Y no: en las tinieblas desconocidas. Sino: en las manos de Dios.
Una de las grandes tentaciones a la hora de morir es creer que nuestra muerte es un golpe horrible de Dios y que por lo tanto estamos bajo su cólera y que no podemos encomendar nuestro espíritu a su cuidado. Aprendamos esto de Jesús. Su muerte fue un horrible golpe de Dios. Él se hizo maldición por nosotros. Pero Jesús no abandonó la fe en el amor de Dios por él.
1 Corintios 11:29–32, “Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí. Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y muchos duermen. Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo”.
Esta es una declaración extraordinaria. A veces el Señor toma la vida de un creyente debido al pecado. Pero Pablo dice que debemos verlo como un castigo para salvar al creyente de algo peor. Por consiguiente, si incluso en el momento de nuestra muerte creemos que estamos siendo castigados por el señor –incluso entonces podemos y debemos encomendarle nuestro espíritu–. Porque su intención para con nosotros es el amor.
5. No murmures, no te quejes, ni protestes contra Dios
Por último, cuando llegue la hora de tu muerte no murmures, ni te quejes ni protestes contra Dios. Él reina, él se compadece, sus manos amorosas están abiertas a tu espíritu. Y en esas manos está el Paraíso inmediatamente después de que mueras.
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