La Palabra que tiene el mayor poder de Transformarnos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral
Traducción por Silvia Griselda Buongiorne
Siempre te estás predicando a ti mismo algún tipo de evangelio. Todos los días te predicas el evangelio de la soledad, de la incapacidad y de la falta de recursos, o bien te predicas fielmente el evangelio del Señor Jesucristo. Lo que te predicas a ti mismo, tiene un enorme impacto en lo que deseas, piensas, dices y haces en tu ministerio.
Si nuestro ministerio ha de ser todo lo que Dios ha ordenado que sea, debemos vivir y ministrar desde un entendimiento firme, en lo que respecta a nuestra identidad como hijos de la gracia gratuita y administrada de forma personal por Dios. Esa gracia debe mantenerse fresca y entusiasta. Debe de ser celebrada de manera personal. Nunca deberá de estar distante, ni transformarse en algo técnico y meramente académico. La gracia no deberá de ser algo que consideramos de forma teológica, sino que también algo que vivimos día a día de un forma práctica. Al nutrir nuestras propias almas para el ministerio, debemos considerar y reconsiderar una y otra vez la naturaleza de la gracia que se nos ha dado.
Unilateral y Radical
La palabra gracia es la palabra de mayor poder de transformación en las Escrituras. La Biblia en su totalidad es una narración acerca de la gracia de Dios, una historia de redención inmerecida. Por medio del poder transformador de Dios, quien unilateralmente mete su mano en el lodo de este mundo caído, por medio de la presencia de su Hijo, y nos transforma radicalmente de lo que somos (pecadores) a lo que nos estamos transformando por Su poder, es decir a la imagen de su Hijo Cristo. El famoso himno de John Newton utiliza la mejor palabra posible para explicar lo que es la gracia: asombroso.
Así pues la gracia es una historia, y también es un don. Es el carácter de Dios, y es nuestra esperanza. La gracia es un instrumento de transformación y también nos muestra el estado de nuestra relación. La gracia es una teología y una invitación. La gracia trastorna nuestras vidas mientras que al mismo tiempo nos da un reposo que jamás hayamos experimentado antes. La gracia nos convence de que no somos dignos, sin hacernos sentir que no somos amados.
La gracia nos hace darnos cuenta de que no podemos ganar el favor de Dios, y quita el temor de que no midamos hasta sus estándares. La gracia nos enfrenta con el hecho de que somos menos de lo que habíamos pensado que éramos, mientras que nos reanima y afirma que podemos ser mucho más de lo que nos imaginábamos. La gracia nos pone en nuestro lugar sin menospreciarnos.
La gracia nos permite enfrentar verdades sobre nosotros mismos que hemos estado remisos en considerar, mientras que nos da liberación de ser auto-conscientes e introspectivos. La gracia nos enfrenta con profundas debilidades, y al mismo tiempo nos hace descubrir una nueva fortaleza anteriormente desconocida. La gracia nos dice lo que no somos, y al mismo tiempo nos muestra lo que podemos ser. La gracia nos puede hacer muy incómodos y al mismo tiempo nos ofrece una comodidad que nunca antes hemos experimentado. La gracia nos lleva al final de nosotros mismos, mientras que también nos invita a un comienzo fresco y nuevo. La gracia hace que nuestra esperanza se estrelle, pero al mismo no nos deja sin esperanza. La gracia decima nuestro reino y también nos introduce a un mejor Rey. La gracia exponde nuestra ceguera y también nos da ojos para poder ver. La gracia nos hará más tristes que jamás antes hemos estao, y al mismo tiempo nos dará mayor causa de celebración que nunca antes hayamos tenido.
La gracia penetra en nuestra vida en un momento y nos ocupa por la eternidad. Simplemente no podemos vivir una vida productiva o tener un ministerio productivo en este mundo descompuesto, a menos que tengamos un conocimiento práctico de la gracia que se nos ha dado.
Así pues, prediquemos fielmente el evangelio de gracia, a aquellos quienes están bajo nuestro cuidado, pero empecemos por predicárnoslo diariamente a nosotros mismos, por el bien de nuestra propia alma y por el ministerio al cual Dios nos ha llamado.
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