Una oración para esperar en el deleite de Dios
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Scotty Smith sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por María Gigliola Montealegre-Chaves
No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en las piernas ágiles del hombre. El Señor favorece a los que le temen, a los que esperan en su misericordia. Sal. 147:10-11
Pero, “el que se gloría, que se gloríe en el Señor”. 2 Cor. 10:17
Amado Padre celestial, una vez más me presento ante ti como un reincidente, como un hombre que sufre de demencia doxológica y de lapsus de memoria, como uno de tus hijos a quien le das muchas oportunidades para demostrar la maravilla de “toda tu paciencia” (1 Tim. 1:16). Es como si yo fuera un eterno candidato para la escuela de verano en el evangelio.
¿Por qué me siento cada vez un poco más desconectado de ti y consecuentemente decepcionado conmigo mismo? ¿Por qué cada vez que sufro las acusaciones del enemigo y veo a otros creyentes más fervorosos, a misioneros más apasionados y a jóvenes conversos más comprometidos que yo, mi primera reacción predeterminada es atarme los zapatos para correr y ponerme a trabajar para ti?
En lugar de acercarme a ti en busca de misericordia y gracia, comienzo a hacer cosas para apaciguar mi remordimiento de conciencia, alimentar mi orgullo herido y calmar mi corazón inquieto. De forma absurda y arrogante trato de ser mi propio salvador.
Pero, como dice la Escritura, no encuentras ningún placer o deleite en la fuerza y el movimiento de mis "piernas", es decir, en lo que puedo hacer por ti. Sino más bien, encuentras un gran placer cuando sólo me glorío de lo que has hecho por nosotros en Jesús.
Es más, ¿dónde podemos encontrar tu infalible, inquebrantable e infinito amor? Sólo en el evangelio de tu gracia, sólo en la virtud que se encuentra fuera de nosotros y sólo a través de nuestra unión con Cristo. Esto va contra todo lo que podría intuir, contra el modo en que estoy configurado y la forma en que literalmente funciona el mundo.
Padre, tener temor de ti es el principio de la sabiduría y tememos aún más de ti cuando esperamos plenamente en Jesús. Puedo olvidar en dónde estacioné el automóvil, la dirección de mi casa o incluso mi propio nombre, pero nunca olvidaré el glorioso evangelio de tu gracia. Pues aunque yo te olvide, tú nunca me olvidarás. ¡Repite varias veces, Aleluya! Oro para que así sea, en el nombre lleno de gracia de Jesús, Amén.
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