La Oración Que A Dios Le Encanta Contestar Más
De Libros y Sermones BÃblicos
Por David Mathis sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
A Dios le encanta contestar la oración “Muéstrame Tu gloria”. Cuando tu alma tiene hambre, cuando tu tanque de combustible se siente vacío, cuando estás en las últimas, cuando abres tu Biblia por la mañana y le pides ayuda a Dios, una gran petición disponible es esta súplica sencilla, honesta y humilde: “Padre, muéstrame Tu gloria”.
Dios hizo al mundo para mostrar y compartir Su gloria. Nos hizo a Su imagen para reflejarlo en el mundo. Pero no Lo reflejaremos completamente si aún no Lo hemos visto con asombro y disfrutado de Su belleza en nuestros corazones. Y nuestros corazones no pueden mirarlo con asombro si aún no Lo hemos visto con los ojos de nuestras almas. Las vidas cambiadas (y un mundo cambiado) comienzan con ver la gloria. “Mirando… la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Corintios 3:18).
“Dios, muéstrame Tu gloria”. La historia depende de Él contestando esa petición. Y una gran evidencia de Su obra en un alma humana es sentir y luego expresar ese anhelo.
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Dos modelos memorables
No es solo una sabia petición para nosotros mismos, sino también para otros. El apóstol Pablo oró por los cristianos para que “[sean alumbrados] los ojos de vuestro entendimiento” para que ellos puedan conocer “las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos, y… la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos” (Efesios 1:18–19). En vez de comenzar con la conveniencia de tu esposa, ¿qué tal si oras: “Muéstrale Tu gloria”? Junto con la salud de tu vecino: “Dios, muéstrale Tu gloria”. Incluso antes de la seguridad de tus hijos: “Padre, muéstrales Tu gloria”.
Pero no pierdas la oportunidad de comenzar contigo mismo y orar a menudo para que Dios te muestre Su majestad. Cuando hacemos esta petición sagrada y poderosa hoy, hacemos bien en considerar las dos figuras bíblicas que hicieron la pregunta de la manera más memorable.
LA AUDACIA DE MOISÉS
El primero es Moisés. Antes de llevar al pueblo de Dios a la Tierra Prometida, Moisés quiere saber más acerca de Dios. ¿Tratará con gracia a Su pueblo indigno y de dura cerviz, o es solo cuestión de tiempo antes de que estalle en ira justa contra el pecado de Su pueblo? ¿Quién es Dios más profundamente? Así que, Moisés pregunta: “Te ruego que me muestres Tu gloria” (Éxodo 33:18). Dios responde:
- “Yo haré pasar todo Mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el Nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (Éxodo 33:19).
Dios mostrará Su gloria a Moisés al poner en exhibición Su bondad. Algo más fuerte que la ira, y más alto que el mero poder, impulsa el corazón de Dios con Su pueblo elegido. Más profundamente, Él es un Dios de gracia y misericordia.
A la mañana siguiente, Dios esconde a Moisés en una hendidura de la roca en la cima de la montaña y se acerca.
- Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el Nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:5–7).
Moisés tiene su vistazo dentro del corazón de Dios. Se inclina en adoración. Le pide a Dios que se acerque a Su pueblo, perdone su iniquidad y los haga Suyos (Éxodo 34:8–9).
LA NECEDAD DE FELIPE
Dios cumple la petición audaz de Moisés con favor, pero unos quince siglos después, uno de los Doce recibe una respuesta diferente a una súplica muy similar.
- Felipe Le dijo [a Jesús]: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta”. Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no Me has conocido, Felipe? El que Me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: ‘Muéstranos el Padre’? ¿No crees que Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí?” (Juan 14:8–10).
¿Por qué Dios honra la petición de Moisés, mientras Jesús confronta la de Felipe con una leve reprensión? Porque ahora la gloria de Dios está totalmente encarnada en la presencia de Felipe, mirándolo a los ojos mientras hace su petición equivocada. ¿Acaso todavía no se da cuenta de que ya ha visto más que Moisés cuando mira el rostro de Dios Mismo y pide ver al Padre?
La misericordiosa reprensión de Jesús no se debe a que Felipe tuviera un anhelo pecaminoso. Era bueno que quisiera ver al Padre. Era admirable que, como Moisés, él pidiera ver la gloria. Pero la bondadosa corrección que necesitaba, parado en la misma presencia de Dios Mismo en la Persona de Su Hijo, era que su búsqueda para ver la gloria misma de Dios había llegado a su fin cuando vino a Jesús.
Hemos visto Su gloria
Dios le había dicho a Moisés: “No podrás ver Mi rostro” (Éxodo 33:20). Pero ahora Felipe estaba viendo a Dios. Estaba viendo la gloria. Como revela Juan 1:14–18, la gloria que Dios le escondió a Moisés, ahora nos la muestra en la Persona de Su Hijo.
- Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad… Porque de Su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie Le vio jamás; el Unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él Le ha dado a conocer. (Juan 1:14, 16–18)
Jesús ha dado a conocer al Padre. Punto. La Persona de Cristo revela tan verdadera y completamente a Dios que el escritor del Evangelio puede decir —sin necesidad de matizar, condicionar o calificar— “Él Le ha dado a conocer”.
La gloria de Dios en el rostro de Jesús
Jesús es “la imagen [visible] del Dios invisible” (Colosenses 1:15). ¿Quieres ver a Dios? ¿Anhelas ver Su rostro? ¿Dónde veremos la “iluminación del conocimiento de la gloria de Dios”? Respuesta: “en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6). Lo que significa que el cristiano más humilde ya ha visto más de la gloria de Dios de lo que Moisés vio en la cima del monte.
Pronto veremos a Jesús con nuestros ojos físicos. “Cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque Le veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2). Pero por ahora, vemos Su belleza con los ojos de nuestros corazones. Un día Dios rehacerá este mundo, y en ese cielo nuevo y tierra nueva, no habrá “templo [en la ciudad]; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Apocalipsis 21:22). Y escucha esto: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su Lumbrera” (Apocalipsis 21:23). Lumbrera, singular. Jesús, el Cordero, es la Lumbrera singular de la cual fluye la gloria de Dios que da luz al mundo por venir.
Jesús no es una lumbrera entre muchas. Él es la singular Fuente de la luz de la gloria que ilumina el mundo por venir.
A dónde nos dirigimos ahora
A Dios le encanta contestar la oración “Muéstrame Tu gloria”, y no nos deja a oscuras en cuanto a dónde debemos dirigir la mirada de nuestra alma para que nuestra oración sea contestada. Una vez que oramos esta súplica audaz, sabia y necesaria, no nos quedamos sin idea de dónde enfocarnos ahora.
Cuando hoy le pedimos a Dios ver Su gloria, Él puede responder a nuestras peticiones de innumerables maneras. Puede mostrarnos algún atributo de Su carácter que hemos pasado por alto o minimizado. Puede abrir nuestros ojos a Su sonrisa detrás de una providencia ceñuda. Puede satisfacer alguna necesidad temporal de una manera que caliente nuestra alma y nos llene de gratitud. Puede dar un avance relacional que era tan antiguo que la reconciliación parecía humanamente imposible.
Pero la respuesta más completa a nuestra súplica “Muéstrame Tu gloria” es volver los ojos de nuestra alma hacia Jesús. “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Y nuestro conocimiento de la plenitud de Su respuesta no significa que no debamos preguntar. Por el contrario, nos inspira a pedir aún más.
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