La desesperanza cuantitativa y el momento inconmensurable
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper sobre La Predicación y la Enseñanza
Traducción por Bárbara
Para animar a los maestros de escuela dominical
A menudo he oído el contraste entre pasar una hora a la semana en la Escuela Dominical y veinte o más horas a la semana viendo la televisión. El punto es usualmente que apenas podemos contrarrestar la influencia secularista de veinte horas de TV con una hora de Escuela Dominical. Este tipo de observación crea lo que podríamos llamar una «desesperanza cuantitativa». Da la impresión de que el impacto que cambia la vida es directamente proporcional a la cantidad de tiempo que se pasa con una influencia particular.
Nuestro problema con el mal
Creo que esta forma de evaluar el valor de las influencias (ya sea la televisión o la escuela dominical) es errónea por dos razones. Pensar cuantitativamente de esta manera oscurece el problema con el mal, y oscurece el poder de un momento santo. En primer lugar, oscurece el problema del mal. Da la impresión errónea de que el enfoque que hay que adoptar frente a las influencias nocivas de la televisión es equilibrarlas con las buenas influencias en la iglesia o en casa. Asume que la mejor o única manera de contrarrestar las horas en las que se nos enseña a amar al mundo y las cosas del mundo es pasar una cantidad correspondiente de horas en las que nos enseñe a amar a Dios y no al mundo. La suposición subyacente es que está bien entretenerse con programas de televisión poco edificantes, o que es inevitable. Pero ninguna de estas suposiciones es cierta. Pablo enseñó que solo debemos hacer cosas que edifican (2 Corintios 13:10; 1 Corintios 14:26, 12); si alguna actividad impide o dificulta nuestro crecimiento en la piedad, simplemente debemos evitarla. Yo diría que esto es cierto para la mayoría de los programas de televisión. Un seguidor de Cristo solo querrá hacer cosas que hagan más ferviente su fe en Dios, y que mejoren o expresen su amor por los demás. Por lo tanto, no está bien entretenerse con programas de televisión poco edificantes.
Y la segunda suposición también es errónea. No es inevitable que nosotros o nuestros hijos tengamos que ver programas de televisión poco edificantes. Hay dos posibilidades: no tener uno (lo que probablemente implicará rechazar muchos regalos, ya que sus parientes difícilmente podrán soportar que usted no tenga uno), o tener uno y establecer directrices claras sobre lo que verán usted y sus hijos. Los padres cristianos responsables no utilizarán la televisión como niñera para mantener a los niños ocupados.
Así que el problema del mal no es cómo entretenernos con algo de él y luego equilibrarlo con el bien. El problema del mal es cómo no disfrutarlo en absoluto y, en su lugar, llenar nuestras vidas con «todo lo que encuentren de verdadero, noble, justo y limpio; en todo lo que es fraternal y hermoso, en todos los valores morales que merecen alabanza» (Filipenses 4:8). Así que la primera razón por la que es erróneo pensar sólo cuantitativamente sobre la Escuela Dominical y la TV es que oscurece el problema del mal en nuestras vidas y cómo manejarlo.
El poder de un Momento Santo
La segunda razón por la que es erróneo evaluar cuantitativamente la influencia de la Escuela Dominical es que esto oscurece el poder de un momento santo. Lo que tengo en mente aquí es algo tremendamente alentador para los maestros. Es lo que yo llamaría el «momento inconmensurable». Lo que el enfoque cuantitativo paso por alto y oscurece es el poder duradero y transformador de la intuición que puede producirse, y suele producirse, en un momento. Permítanme ilustrar este principio del «momento inconmensurable» a partir de la lectura, el asesoramiento y la enseñanza en el aula.
En la lectura
Lo que he aprendido durante veinte años de lectura seria es lo siguiente. Son las frases las que cambian mi vida, no los libros. Lo que cambia mi vida es un nuevo atisbo de verdad, un desafío poderoso, la resolución de un viejo dilema, y todo ello suele concentrarse en una o dos frases. No recuerdo el 99% de lo que leo, pero si el 1% de cada libro o artículo que recuerdo es una idea que me cambia la vida, entonces no envidio el 99%. Y ese cambio suele producirse en un momento, un momento cuyo valor es desproporcionado en relación con su pequeño tamaño. Por eso lo llamo «momento inconmensurable».
He aquí algunos ejemplos del 1% que me han cautivado y cambiado.
De Jonathan Edwards, su sexta resolución de vida escrita en la universidad: «Resuelto: Vivir con todas mis fuerzas mientras viva». De su libro Religious Affections: «La verdadera religión, en gran parte, consiste en afectos santos».
De San Pablo me llegó una frase cuando tenía unos veintidós años que ha moldado mi teología desde entonces: «Por tanto, amadísimos míos, que siempre me han escuchado, sigan procurando su salvación con temor y temblor; y si lo hicieron cuando me tenían presente, háganlo más todavía cuando estoy lejos» (Filipenses 2:12s.)
De C.S. Lewis en su sermón, El peso de la Gloria: «Si consideramos las promesas de recompensa sin rubor y la naturaleza asombrosa de las recompensas prometidas en los Evangelios, parecería que nuestro Señor encuentra nuestros deseos no demasiado fuertes sino demasiado débiles. Somos criaturas insulsas que se entretienen con la bebida, el sexo y la ambición cuando se nos ofrece una alegría infinita, como un niño ignorante que quiere seguir haciendo chapuzas en un tugurio porque no puede imaginar lo que significa la oferta de unas vacaciones en el mar. Nos complacemos con demasiada facilidad».
De las Confesiones de San Agustín: «No tengo ninguna esperanza sino en tu gran misericordia. Concede lo que mandes y manda lo que quieras». También de sus Confesiones: «Te ama demasiado poco quien ama algo junto a Ti, que no ama por Ti».
La lista podría continuar, pero la cuestión es ésta: En la lectura, la mayoría de las veces, lo que te atrapa y te da una nueva visión del mundo y te cambia no son libros enteros, sino frases o párrafos clave. Las lees, se encienden las luces, el corazón se calienta extrañamente y experimentas un «momento inconmensurable». Un momento así puede ser más influyente que meses de televisión y radio. Así que no caigas víctima de la «desesperanza cuantitativa».
En Consejería
Ahora permítanme ilustrar el mismo principio desde el asesoramiento. Los profesores se preguntan a menudo si las horas que pasan hablando con los alumnos y alumnas sobre sus problemas merecen la pena. La persona que piensa cuantitativamente podría cuestionar una hora de conversación con un alumno de primer año con problemas; podría decir: «Es demasiado; se están dejando de hacer cosas más importantes». O podría decir: «Es demasiado poco; ¿qué se puede conseguir en una hora con problemas que llevan años gestándose?». Así que crea un estado de ánimos de «desesperanza cuantitativa» o «impaciencia cuantitativa». Pero he aprendido algo asombroso. Tanto si la sesión es corta como si es larga, a menudo es el «momento inconmensurable» lo que marca la diferencia. Muchas veces los alumnos y alumnas han vuelto a mí años después y me han dicho: «¿Te acuerdas de lo que me dijiste?». Yo les digo: «No», y ellos recitan una frase. Sólo una frase. Puede a ver determinado su elección profesional o su elección de escuelas de posgrado. Puede haberlos hecho romper un compromiso o abandonar un hábito. Normalmente ni siquiera recuerdo haber dicho lo que recuerdan. La cuestión es la siguiente: No hay forma de medir el poder que quede tener una palabra pronunciada en un solo momento. Es un «momento inconmensurable».
Padres, esto aplica a ustedes. No envidien las conversaciones con sus hijos. Y no midan su valor únicamente por su cantidad. No pasé mucho tiempo con mi padre, pero algunos de sus consejos fueron breves y poderosos. Hasta el día de hoy, una frase me ayuda a buscar la voluntad de Dios para mi vida: «Mantén limpia y ordenada la habitación en la que estás, y Dios te abrirá la puerta de la siguiente a su debido tiempo». Y recuerdo esta otra con escozor durante mis días de universidad: «Si estás demasiado ocupado para escribir a tu madre, es que estás demasiado ocupado». Así que profesores y padres, ánimo, nunca se sabe cuándo una frase tuya pueda ser recordada para siempre.
En el aula
Por último, permítanme ilustrarles desde mi experiencia en el aula. Scott Hafemann, que se unió a nuestra iglesia por correo el otoño pasado mientras estaba en Alemania, recibió una clase mía en enero de 1976. El curso duró tres semanas. Había unos 25 estudiantes en la clase. Los demás apreciaron la clase y su forma de pensar cambió un poco; unos más, otros menos. Pero Scott experimentó una revolución copernicana en su vida y en su pensamiento. Me ha contado que hasta entonces estaba cada vez más a disgusto con la escuela en general, y con el departamento de Biblia en particular. Pero después de aquella clase de tres semanas sobre Efesios se sintió completamente nuevo. Su visión de Dios dio un vuelco al descubrir la majestuosidad de la soberanía de Dios en el capítulo 1 de Efesios. Y la esperanza central en la vida cristiana exploto en el capítulo 2, versículo 7. Los propósitos globales de Dios en toda la historia empezaron a encajar. El lugar de Israel y su relación con la Iglesia encajaron. Fue para Scott una de esas experiencias que crean, casi de la noche a la mañana, un nuevo destino. Había seguido docenas de cursos, pero a partir de ese curso su destino quedó sellado: tenía que ser teólogo. Los antropólogos intentaron atraparle, pero no pudo escapar a la visión y la llamada de Dios que recibió en Efesios, en enero de 1976.
La lección que saco de esta y otras experiencias similares es que nunca debemos ser víctimas de la «desesperanza cuantitativa». Si en mis seis años de docencia no hubiera ocurrido nada más que lo que le ocurrió a Scott Hafemann, todo habría merecido la pena.
Todo esto sirve para animarnos. No piensen que su lección de treinta minutos del domingo por la mañana no es nada en relación con veinte horas de televisión. Prepárate de todo corazón, como si la verdad que enseñas fuera asombros y revolucionaria. Reza con todo tu corazón por los que enseñas y por ti mismo. Y crearás (quizá sin saberlo) «momentos inconmensurables» para tus alumnos y alumnas. Nunca subestimes el poder de la verdad dicha en una sola frase.
Vota esta traducción
Puntúa utilizando las estrellas