La locura de confiar en uno mismo
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Adriana Varela
¿Por qué Dios tiene un problema tan grande con la sabiduría humana? Escucha esto:
"Destruiré la sabiduría de los sabios, y el entendimiento de los entendidos desecharé." (1 Corintios 1:19)
Esas son palabras contundentes. Y a través del apóstol Pablo, va aún más allá:
"Ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación." (1 Corintios 1:21)
No solo Dios no será conocido por ninguno de nosotros mediante la mera sabiduría humana, sino que conocerlo requiere que creamos algo que nuestra simple sabiduría humana considera una locura. ¿Por qué Dios está en guerra con la sabiduría humana? La respuesta de Pablo: "Para que nadie se jacte en la presencia de Dios" (1 Corintios 1:29).
De acuerdo, eso es comprensible: la jactancia humana es ofensiva para Dios, y él desea humillarla. Pero, ¿cuál es la conexión entre el orgullo humano (la jactancia) y el razonamiento humano (la sabiduría)? ¿Por qué Dios los pone en la misma categoría?
Para ver esta conexión, debemos retroceder —muy atrás— y observar lo que hizo necesario el evangelio en primer lugar. Allí comenzamos a entender por qué Dios ha diseñado nuestra redención, y gran parte de nuestra santificación, de la manera en que lo ha hecho. Nos exige a cada uno, de manera única, devolverle el fruto.
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¿Qué Esconde el ‘No’ de Dios?
La mayoría de nosotros estamos familiarizados con “el pecado original.” El primer hombre y la primera mujer comieron del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal —el único árbol en el jardín paradisíaco del cual Dios les había prohibido expresamente comer. De hecho, es la única prohibición que se nos dice que se les dio. Al principio, conocían a Dios como un Padre de alegre permiso, que abrumadoramente les dijo sí.
Entonces, ¿por qué comieron lo único prohibido? Porque, en parte, la serpiente les dijo que el Dios que les decía sí tantas veces los estaba engañando acerca de su único no.
No importaba que Dios, no la serpiente, había creado todo el glorioso mundo que habitaban con su poderosa palabra. No importaba que Dios, no la serpiente, les había dado vida, aliento y todo lo que tenían. No importaba que, hasta ese momento, Dios, no la serpiente, había sido una guía confiable y maravillosa, y confiar en él había resultado en una felicidad profunda. No importaba que, al colocar el fruto del árbol prohibido a su alcance, Dios, no la serpiente, les había conferido la dignidad profunda de la agencia moral, otorgándoles la opción de confiar en él o no, de aceptar su autoridad o no, de amarlo supremamente o no.
La serpiente estaba allí para ayudarles a elegir el “o no”. Dios les estaba ocultando algo, decía —algo que los ennoblecería a un estado casi divino. Algo que los liberaría de su perpetua dependencia intelectual de Dios y los capacitaría para pensar por sí mismos. Algo que “no ciertamente” los mataría, sino que les haría realmente vivir. Y Dios había escondido ese algo en el fruto del árbol: "Dios sabe que el día que comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal." (Génesis 3:5).
Oscura Iluminación
Entonces eligieron no confiar, no obedecer, no amar supremamente al Dios supremo. Decidieron apoyarse en su propio entendimiento y buscar el tesoro oculto del conocimiento prohibido comiendo el fruto, ya que "era deseable para alcanzar sabiduría" (Génesis 3:6).
Dios fue fiel a su palabra: el fruto en efecto proporcionó conocimiento, pues "los ojos de ambos se abrieron" (Génesis 3:7). Pero la serpiente no fue fiel a su palabra: el conocimiento no los hizo como Dios; solo los hizo miserables. Experimentaron una oscura iluminación que produjo inmediatamente vergüenza.
Rápidamente descubrieron una verdad trágica acerca de apoyarse en su propio entendimiento: "Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte" (Proverbios 14:12). El conocimiento que pensaban que querían estaba muy por encima de lo que fueron diseñados para soportar. Y todos nosotros hemos estado trabajando bajo el peso aplastante de este conocimiento agobiante desde entonces.
Un Conocimiento Demasiado Pesado
Para manejar tal conocimiento, uno debe ser omnisciente —poseer la capacidad de comprender todas las opciones y contingencias posibles. Y uno debe ser omni-judicial —poseer la capacidad y la determinación de elegir el curso de acción correcto basado en una omnisciencia combinada con perfecta rectitud y sabiduría. Y uno debe ser omnipotente —poseer el poder para hacer que la realidad se ajuste al curso de acción correcto determinado por una omnisciencia omni-judicial.
Pero los seres humanos no poseen capacidades omni, un hecho al que toda la historia humana da testimonio. Individualmente, nuestras capacidades son minúsculas. Colectivamente, estamos descubriendo que nuestras capacidades combinadas apenas raspan la superficie de la realidad. Lo cual explica por qué, cuando se trata de nuestro bienestar psicológico, social y geopolítico, la mera sabiduría humana nos lleva hacia un callejón sin salida tras otro, una catástrofe tras otra, y por experimentos sociales que acaban en tragedias.
Cada búsqueda meramente humana de una utopía se convierte en distopía. Cada filosofía meramente humana conduce a la desesperación. Cada esfuerzo humano para definir la moralidad y la ética conduce eventualmente a alguna tiranía cruel.
Esto es porque no fuimos diseñados para ser “como Dios” al definir lo que es bueno y malo. Fuimos diseñados "para ser sabios en lo que es bueno y sencillos en lo que es malo" (Romanos 16:19). Y ya que no tenemos bien alguno aparte de Dios (Salmo 16:2), el comienzo de ser sabios en el bien e inocentes en el mal es confiar y obedecerle (Salmo 111:10).
Dios nos diseñó para pensar por nosotros mismos. Esa es una razón por la que el árbol del conocimiento del bien y del mal estaba presente en el jardín. Dios simplemente no nos diseñó para pensar solos. No es irracional que criaturas limitadas dependan de la guía de un Creador omnisciente para saber cómo vivir. Es sumamente razonable confiar en él con todo nuestro corazón. Esa es la verdadera sabiduría; esa es la cordura. Lo irracional es apoyarnos en nuestro propio entendimiento. Esa es la insensatez; esa es la locura.
Y esa fue la catástrofe del Edén: los humanos cambiaron la sabiduría sana de pensar por sí mismos en el contexto seguro de "encomendar sus almas al fiel Creador mientras hacen el bien" (1 Pedro 4:19) por la insensatez loca de pensar por sí mismos en el contexto peligroso de desligar su razón de su Creador fiel, lo cual resultó en que hicieran un gran mal. Deseando ser sabios por sí mismos, se volvieron necios y crecieron en la futilidad de su pensamiento, y de la oscuridad de sus corazones surgió toda clase de depravación antes inimaginable (Romanos 1:21-22).
Devuelve el Fruto
Esta es la razón por la cual Dios está en guerra con la mera sabiduría humana: nuestra rebelión al apoyarnos en nuestro propio entendimiento. Esta es la razón por la cual Dios, en su sabiduría, no nos permite conocerlo mediante la sabiduría humana rebelde. Nos exige que vayamos a él en sus términos, no en los nuestros. Nos exige devolverle el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, para que podamos tener acceso nuevamente al árbol de la vida.
Y esta es la razón por la cual el evangelio "es locura para los que se pierden" (1 Corintios 1:18). La mera sabiduría humana se ofende enormemente de que Dios juzgue su deseo de comprender y definir el bien y el mal de manera independiente como un orgullo insensato que requiere ser humillado. Se ofende profundamente de que Dios se niegue a dar una respuesta por el mal que asola este planeta, un mal que supera nuestra comprensión. Y mira el espectáculo tonto de Jesús en la cruz, y una tumba vacía, y la promesa de vida eterna, y se maravilla de la credulidad idiota de algunos para creer que estas cosas extrañas podrían abordar los problemas más importantes que enfrenta la raza humana.
Pero para nosotros que estamos siendo salvos, que miramos la cruz de Jesús, y una tumba vacía, y la promesa de vida eterna, y vemos el camino y la verdad (Juan 14:6), el evangelio es "el poder de Dios y la sabiduría de Dios" (1 Corintios 1:18, 24). No pretendemos tener todas nuestras preguntas desconcertantes y angustiosas respondidas. Pero hemos llegado a ver que "con Dios está la sabiduría y el poder... el consejo y el entendimiento" (Job 12:13); que "el temor del Señor es el principio del conocimiento, [pero] los necios desprecian la sabiduría y la instrucción" (Proverbios 1:7); que "el que confía en su propio corazón es un necio, pero el que camina en sabiduría será librado" (Proverbios 28:26); que solo "en [la] luz [de Dios] vemos la luz" (Salmo 36:9).
Y la luz que hemos visto es "la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo", que Dios "ha hecho brillar en nuestros corazones" (2 Corintios 4:6). Así que para nosotros, Jesús se ha convertido en "sabiduría de Dios, justicia, santificación y redención" (1 Corintios 1:30).
Gemimos con la creación de diez mil maneras en esta era de futilidad (Romanos 8:20). Pero encontramos una paz que sobrepasa nuestro limitado entendimiento (Filipenses 4:7), al no apoyarnos en nuestra propia sabiduría, sino confiando en el Señor con todo nuestro corazón (Proverbios 3:5). Hemos descubierto que Dios concede una gozosa libertad a aquellos que están dispuestos a devolverle el fruto.
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