Las palabras más dulces que nunca queremos escuchar
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Bárbara
Algunas de las gracias más dulces que he disfrutado tuvieron un sabor amargo antes de ser dulces para mí.
Cualquier que siga a Jesús experimentará «pruebas de diversos tipos» (Santiago 1:2), pero las gracias amargas y luego dulces a las que me refiero son las veces que otros me confrontaron cuando estaba cayendo en el pecado. No recuerdo todas las conversaciones o circunstancias específicas, pero sí recuerdo a cada una de las pocas personas que me han amado lo suficiente como para amarme bien en esos momentos.
¿Tienes amigos así? Son difíciles de encontrar. Y todos somos pecaminosamente propensos a alejarlos o mantenerlos a distancia cuando los encontramos. Pero necesitamos desesperadamente su amor, por muy amargo que pueda parecer al principio. Y necesitamos amar a los demás con el tipo de valentía humilde y audacia gentil que recibimos de amigos como ellos.
Como he llegado a valorar las conversaciones difíciles que me acercan más a Cristo, he aprendido a leer el comienzo de una de las cartas de Pablo un poco más despacio.
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(No) Gracia para vosotros
Pablo comienza su carta a los Gálatas como comienza casi todas su cartas: «Gracia y paz a vosotros, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo…» (Gálatas 1:3). Pero lo que dice a continuación distingue a Gálatas de todas las demás cartas: «Me sorprende que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente» (Gálatas 1:6).
En casi todas las cartas, Pablo comienza dando gracias a Dios por sus lectores:
- A los romanos: «Doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo por todos vosotros…» (Romanos 1:8).
- A los filipenses: «Doy gracias a mi Dios por cada vez que me acuerdo de vosotros…» (Filipenses 1:3).
- Incluso a los corintios, con todos sus problemas: «Doy gracias a mi Dios siempre por vosotros…» (1 Corintios 1:4).
Pero a los gálatas: «Me sorprende que tan pronto hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente» (Gálatas 1:6). No es una palabra alegre de profunda gratitud. No hay cortesías ni charla trivial, sino una reprimenda y contundente. La transición es discordante. «La gracia sea con vosotros» parece cambiar instantáneamente a «No hay gracia para vosotros», en solo tres versículos.
Piscinas infantiles de comodidad
¿Está Pablo hablando con doblez? ¿Estaba mintiendo sobre la gracia, sabiendo muy bien que estaba a punto de lanzarse a una severa advertencia y una audaz confrontación? ¿Realmente quería que los gálatas experimentaran la gracia?
Si no reconocemos el amor en la gravedad y severidad de la carta de Pablo, nos hemos conformado con chapotear en una piscina infantil de comodidad cuando podríamos estar aprendiendo a navegar en el océano de la gracia verdadera. Pablo sube la apuesta y cambia de tono, en un esfuerzo por abrirles los ojos a los kilómetros de gracia que bañan la orilla a sus pies. No tienen ni idea de que se están ahogando en la piscina infantil, y que la verdadera comodidad se encuentra con Cristo en las olas.
Como un socorrista en el estrecho camino hacia la vida, Pablo alza la voz con la esperanza de salvar a sus seres queridos. Se sumerge en su crisis para poner a salvo a tantos como pueda. La verdadera gracia se interpone ante el infierno para los que vagan. Eso es lo que es la reprensión amorosa: una enorme señal de tráfico parpadeante ante un peligro sin fin.
No toda la gracia se siente como gracia
Algunas de las gracias más preciosas se sienten duras en el momento. Pero no nos parecerán duras cuando repitamos la misma escena en el cielo. «¡Arrepiéntete de tus pecados o irás al infierno!» serán algunas de las palabras más dulces que jamás hayamos escuchado. Al escuchar esas palabras en la eternidad, cambiaríamos mil elogios por una sola corrección dicha con amor.
Cuando alguien te confronta por algo que dijiste, hiciste o no hiciste, o por alguna otra área potencial de debilidad o fracaso en tu vida, y todo en tu quiere ignorarlo, discutir con él o poner excusas, ¿qué pasaría si, en cambio, te detuvieras y buscases la gracia en sus palabras? ¿Qué pasaría si te dieras espacio para preguntarte si ellos ven algo en ti que tú no puedes ver? ¿Y si redujeras la velocidad lo suficiente como para escuchar y comprobar lo que Dios podría estar diciendo realmente a través de este amigo?
Puede que la corrección no parezca gracia, ni se sienta como gracia, ni suene como gracia, pero puede que resulte ser una de las gracias más dulces que hayas probado.
Abandonando la gracia
No se pierda ni una sola semilla de gracia en la fuerte reprimenda de Pablo:
Me sorprende que tan rápidamente estén abandonan a aquel que los llamó por la gracia de Cristo y se estén volviendo hacia un evangelio diferente, no que haya otro, sino que hay algunos que los perturban y quieren distorsionar el evangelio de Cristo (Gálatas 1:6-7).
Escribe con audacia y severidad porque ve cómo la gente se aleja de la gracia. No está retirando ni reteniendo la gracia; está llamando a los creyentes descarriados a volver a la gracia. Han «caído de la gracia» (Gálatas 5:4), y él está tratando de levantarlos de nuevo. Incluso firma su carta de corrección diciendo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu» (Gálatas 6:18).
Si alguien en tu vida está dispuesto a decirte cosas difíciles con amor, no te está robando la gracia. Puede que sea la única persona lo suficientemente valiente como para ofrecerte la verdadera gracia que necesitas. Está dando un paso de fe, a menudo arriesgando su propio tiempo y comodidad, para llevar tu carga y devolverte a la dulzura de la luz: la dulzura de la confesión, el arrepentimiento, la reconciliación y la semejanza con Cristo.
Pídele a Dios que te dé ojos para ver la belleza de la gracia en la reprensión amorosa, y que aprecies a los amigos que te aman lo suficiente como para decirte cosas difíciles. Luego pídele que te convierta en ese tipo de amigo para otra persona.
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