"Mejor que el Vino"

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English: Better Than Wine

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Por Charles H. Spurgeon sobre Amor de Dios
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Porque mejores son tus amores que el vino." Cantar de los Cantares 1: 2.
"Porque mejor es tu amor que el vino." Versión King James.

El emblema Escritural del vino, que tiene el propósito de ser el símbolo del goce terrenal más pleno, se ha visto profanado en el curso del tiempo por el pecado del hombre. Yo supongo que, en las tempranas épocas, cuando la Palabra de Dios fue escrita, habría sido difícilmente concebible que pudiera existir sobre la faz de la tierra tal cantidad de borrachos, hombres y mujeres, como los que ahora la contaminan con su sola presencia. Pues el hombre, en la actualidad, no está contento con el vino que Dios prepara, sino que se fabrica algún vino del cual no puede disfrutar, al menos en determinada abundancia, sin ponerse borracho.

Rediman la figura de nuestro texto, si pueden, y regresen de la costumbres de beber de nuestro propio día, a tiempos más primitivos y más puros, cuando el alimento ordinario del hombre era muy similar al que se pone sobre nuestra mesa de la comunión -pan y vino- de los cuales los hombres pueden participar sin temer efectos perniciosos; pero no usen la metáfora según sería entendida ahora por la mayoría de la gente, al menos en países como el nuestro.

"Porque mejor es tu amor que el vino." Al considerar estas palabras, en el espíritu en que el inspirado escritor las usó, voy a procurar mostrarles, antes que nada, que el amor de Cristo es mejor que el vino debido a lo que no es; y, en segundo lugar, que es mejor que el vino debido a lo que es. A continuación examinaremos la lectura marginal del texto, que nos enseñará algo acerca del amor de Cristo en el plural: "Mejores son tus amores que el vino." Y luego, por último, vamos a regresar a la versión que tenemos ante nosotros, en la que veremos el amor de Cristo en el singular; pues el amor de Cristo, aun cuando sea descrito en el plural, es siempre uno; aunque tenga muchas formas, es por siempre el mismo amor.

I. Primero, entonces, quiero demostrarles que EL AMOR DE CRISTO ES MEJOR QUE EL VINO, POR LO QUE NO ES.

Es así, primero, porque puede tomarse con toda confianza. Podría haber, y siempre habrá en el mundo, reparos acerca del vino. Habrá algunos que digan, y que digan sabiamente: "no te metas con él." Habrá otros que exclamen: "tómalo en abundancia"; mientras que un tercer grupo dirá: "úsalo con moderación". Pero los hombres rectos no albergarán ninguna duda en cuanto a participar al máximo del amor de Cristo. No habrá ninguno entre los piadosos que diga: "abstente de él"; ni nadie que diga: "úsalo con moderación"; más bien, todos los verdaderos cristianos harán eco de las palabras del propio Esposo celestial: "Bebed en abundancia, oh amados."

La sabiduría de ingerir irrestrictamente el amor de Cristo no será cuestionada nunca, ni siquiera por los espíritus puros del cielo; este es el vino que ellos mismos beben a tragantadas en tazones eternos a la diestra de Dios, y que el propio Señor de gloria les pide que beban a tragantadas hasta saciarse. Este es el más sublime deleite de todos los que conocen a Cristo y han nacido de nuevo por el poder regenerador del Espíritu Santo; este es nuestro más grandioso gozo mientras estemos aquí abajo, y nunca podríamos disfrutarlo demasiado. Sí, podríamos nadar en este mar de bienaventuranza, y no habría nadie que se atreviera a preguntarle a alguno de nosotros: "¿qué haces allí?" Muchas cosas placenteras, muchos gozos terrenales, muchas de las dichas de este mundo, son disfrutes cuestionables. Los cristianos harían bien en apartarse de cualquier cosa sobre la cual sus conciencias no estuvieran perfectamente claras; pero todas nuestras conciencias están claras en lo concerniente al Señor Jesús, y el amor de nuestro corazón por Él; de tal forma que, en este respecto, su amor es mejor que el vino.

El amor de Cristo es también mejor que el vino, porque ha de obtenerse sin dinero. Muchos hombres se han empobrecido, y han despilfarrado su caudal, por causa de su amor al placer mundano, y especialmente debido a su afición por el vino; pero el amor de Cristo ha de obtenerse sin dinero. ¿Qué dice la Escritura?: "Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche." El amor de Cristo no ha sido comprado; y yo podría agregar que es incomprable. Salomón dice, en el capítulo octavo de este Libro: "Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían", y podríamos decir con igual verdad: "Si diese el hombre todos los bienes de su casa por el amor de Cristo, de cierto lo menospreciarían." El amor de Jesús es otorgado a Su pueblo gratuitamente; no porque lo merezcan, o porque llegaran a merecerlo alguna vez; no porque, por algún mérito propio, lo hubieran ganado, o porque por sus propias oraciones lo hubieran alcanzado: es un amor espontáneo; fluye del corazón de Cristo porque debe brotar, como el chorro que mana con ímpetu de una fuente que fluye continuamente. Si preguntaran por qué Jesús ama a Su pueblo, no podríamos dar otra razón que esta:

"Porque le pareció bien."

El amor de Cristo es la cosa más libre del mundo: libre como el rayo del sol, libre como el torrente de la montaña, libre como el aire. Llega al hijo de Dios sin compra y sin mérito, y en este sentido es mejor que el vino.

Además, el amor de Cristo es mejor que el vino porque puede gozarse sin empalagos. La materia más dulce sobre la tierra, aunque sea placentera al gusto por un rato, tarde o temprano se torna empalagosa al paladar. Si encuentras miel, pronto habrías comido tanto de ella que ya no disfrutarías su dulzura; pero el amor de Jesús no ha empalagado nunca al paladar de un alma nacida de nuevo. El que ha recibido más del amor de Cristo, clama: "¡Más! ¡Más! ¡Más!" Si alguna vez existió un hombre en la tierra que tuviera el amor de Cristo en él, fue el santo Samuel Rutherford; sin embargo, pueden ver en sus cartas que se esforzaba por encontrar las expresiones adecuadas cuando trataba de manifestar su hambre y su sed del amor de Cristo. Él dice que flotaba en el amor de Cristo como un barco sobre un río, y luego de un modo original pedía que su embarcación naufragara, y se hundiera hasta el fondo, permitiendo que ese bendito raudal fluyera por encima de la punta del último mastelero de su barco. Él quería ser bautizado en el amor de Cristo, y ser arrojado al océano del amor de su Salvador; y esto es lo que el verdadero cristiano anhela siempre.

Ningún amante del Señor Jesús ha dicho jamás que ya hubiera sido saciado del amor de Cristo. Cuando Madame Guyon hubo pasado muchos días y muchos meses en el dulce gozo del amor de Jesús, escribió himnos sumamente deliciosos relativos a ese amor; pero todos ellos están llenos de apetencias de más; no hay ninguna indicación de que deseara algún cambio de afecto para su Señor, o cualquier cambio en el objeto de su afecto. Ella estaba satisfecha con Cristo, y ansiaba tener más y más de su amor.

¡Ah, pobre borracho!, tú podrías repudiar la copa de los demonios porque estás saciado de su mortal brebaje; pero quien haya bebido del vino del amor de Cristo no ha experimentado saciedad, y ni siquiera se ha contentado con él; siempre desea más y todavía más de él.

Además, el amor de Cristo es mejor que el vino, porque no contiene sedimento. Todo vino contiene algo que lo torna imperfecto, y lo hace susceptible de corrupción; hay algo que tendrá que asentarse, algo que tendrá que ser desnatado de su superficie, algo que requiere purificación.

Lo mismo sucede con todos los goces de la tierra: con seguridad habrá algo en ellos que estropee su perfección. Los hombres han buscado muchos inventos de júbilo y placer, de diversión y deleite; pero siempre han encontrado algún tropiezo o imperfección en algún lugar.

Salomón se rodeaba de todo tipo de cosas placenteras que son el deleite de los reyes; él nos da su lista en el Libro de Eclesiastés: "Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles. Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música"; pero su veredicto en cuanto a todo ello fue: "Y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu."

Pero quien se deleita en el amor de Cristo les dirá que no encuentra vanidad ni aflicción de espíritu allí; en cambio, sí encuentra todo lo que embelesa y regocija y satisface el corazón. No hay nada en el Señor Jesucristo que querríamos quitarle; no hay nada en Su amor que sea impuro, nada que sea insatisfactorio. Nuestro precioso Señor es comparable al oro finísimo; no hay ninguna aleación en Él; es más, no hay nada que pueda compararse con Él, pues es "todo Él codiciable": todas las perfecciones fundidas en una perfección, y todas las bellezas combinadas en una inconcebible belleza. Así es el Señor Jesús, y tal es Su amor por Su pueblo, sin ninguna imperfección que necesite ser eliminada.

El amor de Cristo, también, ¡bendito sea Su nombre!, es mejor que el vino, porque, a diferencia del vino, nunca se torna amargo. En ciertas etapas de su desarrollo, y bajo ciertas influencias como la de los fermentos dulces, se puede formar vinagre en vez de vino. ¡Oh, cuántas fermentaciones podría haber experimentado el amor de Cristo si hubiese sido susceptible de ser afectado por cualquier cosa desde el exterior! ¡Oh, con cuánta frecuencia, amados, lo hemos lastimado! Hemos sido fríos e indiferentes para con Él cuando debimos haber sido como carbones de fuego. Hemos amado las cosas de este mundo, hemos sido infieles para con nuestro Bienamado, hemos permitido que nuestros corazones se apegaran a otros amantes; y, sin embargo, Él no se ha indispuesto en contra nuestra, y nunca lo hará. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Él es el mismo amante Salvador ahora como lo fue siempre, y lo será por siempre, y Él nos dará el reposo que queda para el pueblo de Dios. Ciertamente, puesto que no hay ninguna de estas imperfecciones en Su amor, en todos estos sentidos es mejor que el vino.

Además, el amor de Cristo es mejor que el vino, porque no produce efectos nocivos. Muchos son los hombres poderosos que han caído vencidos por el vino. Salomón dice: "¿Para quién será el ay? ¿Para quién el dolor? ¿Para quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién lo amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la mistura." Pero ¿quién ha sido destruido por el amor de Cristo? ¿Quién fue reducido a la desventura por este amor? Nos hemos embriagado con él, pues el amor de Cristo produce algunas veces una santa euforia que conduce a los hombres a decir: "Si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé." Hay una elevación que impulsa al alma por encima de todas las cosas terrenales, y transporta al espíritu más allá de donde se remontan las águilas, hasta la clara atmósfera donde Dios tiene comunión con los hombres. Toda esa sagrada euforia rodea al amor de Cristo, pero no produce ningún efecto nocivo. El que desee puede beber de este cáliz de oro, y puede beber tanto como quiera, pues entre más beba más fuerte y mejor se volverá.

¡Oh, queridos amigos, que Dios nos conceda conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento! Estoy seguro de que mientras estoy predicando sobre un tema como este, debo parecerles a algunos aquí presentes, como que estoy hablando redomados disparates, pues ellos no han experimentado nunca el amor de Jesús; pero para quienes han gustado de él, tal vez, por mis palabras, muchas dulces experiencias vengan a sus mentes, que refrescarán sus espíritus, y los pondrán a anhelar dar nuevos sorbos de este amor todo precioso, que infinitamente trasciende todos los deleites de la tierra.

Entonces, este es nuestro primer punto: el amor de Cristo es mejor que el vino debido a lo que no es.

II. Pero, en segundo lugar, EL AMOR DE CRISTO ES MEJOR QUE EL VINO, POR LO QUE ES.

Permítanme recordarles algunos de los usos del vino en el Oriente. Con frecuencia era empleado como medicina, pues gozaba de ciertas propiedades curativas.

El buen samaritano, cuando encontró al hombre herido, echó en sus heridas "aceite y vino". Pero el amor de Cristo es mejor que el vino; puede ser que no sane las heridas de la carne, pero sí sana las heridas del espíritu. ¿No recuerdan algunos de ustedes cuando su pobre corazón fue acuchillado de parte a parte por la daga de Moisés, cuando sintieron las heridas causadas por la ley, las heridas mortales que no podían ser curadas por manos humanas? ¡Entonces, cuán dulcemente corrió ese vino del amor de Cristo por las heridas abiertas! Había tales gotas curativas como esta: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar"; o como esta: "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado"; o esta: "Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres"; o esta: "El que en él cree, no es condenado"; o esta: "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más". Tal vez no pueda citar el texto que caiga como vino en sus heridas; pero yo recuerdo muy bien el texto que cayó como vino en las mías. La preciosa botella de vino que sanó todas mis heridas como en un instante, y trajo la salud a mi corazón, fue el texto que cité al último: "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra." El vino producido por el hombre no puede fungir como una medicina para el corazón quebrantado, ni puede sanar a un espíritu herido; pero el amor de Jesucristo puede hacer esto, y hacerlo a la perfección.

Además, el vino era a menudo asociado por los hombres con el otorgamiento de fortaleza. Ahora, cualquiera que sea la potencia que pueda otorgar o no pueda otorgar el vino, ciertamente el amor de Jesús da fortaleza, y una fortaleza más poderosa que la más poderosa fuerza terrenal, pues cuando el amor de Jesucristo es derramado abundantemente en el corazón de un hombre, puede soportar una pesada carga de aflicción. Podría sostener el peso de Atlas sobre sus hombros, y aunque tuviera toda la preocupación de todo el mundo presionando sobre su corazón, pero tuviera el amor de Cristo en su alma, sería capaz de soportar ese peso. El amor de Cristo ayuda al hombre a pelear las batallas de la vida; cambia la vida, con todas sus preocupaciones y problemas, en algo feliz; capacita a un hombre a realizar grandes proezas, y lo hace fuerte para el sufrimiento, fuerte para la abnegación, y fuerte para el servicio.

Es maravilloso advertir, cuando leemos la historia de los santos, lo que el amor de Cristo los ha inducido a realizar; casi podría decir que ese amor ha arrancado montañas, y las ha arrojado al mar, pues cosas imposibles para otros hombres se han vuelto muy fáciles de hacer para esos hombres que arden con el amor de Cristo.

Lo que la Iglesia de Cristo necesita para fortalecerse justo ahora, es más amor a su Señor, y su amor del Señor más plenamente gozado en las almas de sus miembros; no hay otra influencia que fortalezca tanto como ese amor.

El vino era también usado frecuentemente como el símbolo del deleite; y, ciertamente, a este respecto, el amor de Cristo es mejor que el vino. Cualquiera que fuera la dicha que hubiere en el mundo (y sería una necedad negar que hubiera algún tipo de dicha que incluso los hombres más ruines conocen) el amor de Cristo es muy superior a ese deleite. La dicha humana derivada de fuentes terrenales es un estanque lodoso y sucio en el que los hombres no beberían, si supieran que hay un raudal más dulce, más renovado y mucho más refrescante. El amor de Jesús trae un gozo que es ideal para los ángeles, un gozo que continuaremos disfrutando en el propio cielo, un gozo que vuelve a la tierra semejante al cielo; es, por tanto, mucho mejor que el vino.

Es mejor que el vino, además, por la sagrada euforia que proporciona. Ya he hablado de esto; el amor de Cristo es el más grande estímulo de la naturaleza renovada que pueda conocerse. Hace que el hombre que languidece reviva de su desmayo; estimula al hombre débil a saltar de su lecho de flaqueza; y hace que el hombre cansado se fortalezca otra vez.

¿Estás cansado, hermano, y enfermo de la vida? Tú únicamente necesitas que el amor de Cristo sea derramando más abundantemente en tu corazón. ¿Estás a punto de desfallecer, querido hermano, por causa de tu incredulidad? Tú sólo necesitas más del amor de Cristo, y te irá muy bien. Quiera Dios que todos seamos llenos de ese amor hasta el borde, como lo fueron aquellos creyentes en el día de Pentecostés, de quienes los burladores decían que estaban llenos de mosto. Pedro en verdad dijo que no estaban ebrios, como esos hombres suponían, sino que el Espíritu de Dios y el amor de Cristo los llenaban con un poder y una energía inusuales, y, por tanto, los hombres no sabían de qué se trataba. ¡Que Dios nos conceda también este gran poder, y Cristo recibirá toda la gloria por ello!

III. Pero ahora prosiguiendo con rapidez, pues nuestro tiempo vuela, la lectura marginal de nuestro texto está en el plural: "Mejores son tus amores que el vino", y esto nos enseña que SE PUEDE HABLAR DEL AMOR DE CRISTO EN PLURAL, porque se manifiesta en muy diversas maneras. Les pido a todos los corazones renovados que han sido ganados para Cristo, las almas vírgenes que le siguen doquiera que Él vaya, que caminen conmigo en la imaginación sobre las sagradas huellas del amor de Cristo.

Piensen, amados, en el amor del pacto de Cristo, el amor que nos tuvo antes de que el mundo fuera. Cristo no es un amante reciente de las almas de Su pueblo, sino que lo amó antes de que el lucero de la mañana conociera su lugar, o que los planetas comenzaran sus potentes rotaciones. Toda alma que es amada por Jesús ahora, ha sido amada por toda la eternidad. ¡Qué maravilloso amor fue el que -infinito, ilimitado, perpetuo- lo indujo a establecer en un pacto con Dios que Él llevaría nuestros pecados y sufriría nuestros castigos, para redimirnos de descender al infierno! ¡Oh, el amor del pacto de Jesús! Algunas amadas almas tienen miedo de creer en esta verdad; permítanme persuadirlas a que escudriñen las Escrituras hasta encontrarlo, pues de todas las doctrinas de la Santa Escritura, no conozco ninguna otra más llena de consolación para el corazón, -cuando es recibida correctamente-, que las grandes doctrinas fundamentales de la Predestinación Divina y la Elección Personal.

Cuando veamos que fuimos escogidos eternamente en Cristo, entregados eternamente a Cristo por Su Padre, eternamente aceptos en el Amado, y eternamente amados por Cristo, entonces diremos, con santa gratitud: "un amor como este es mejor que vinos refinados, y que vinos purificados."

A continuación piensen, amados, en el amor paciente de Cristo: el amor que nos miró cuando nacimos, y nos vio llenos de pecado, pero que aun así nos amó; el amor que nos vio cuando nos apartamos desde la matriz hablando mentira; el amor que nos oyó hablar profanamente, y pensar malvadamente, y desobedecer obstinadamente, y que sin embargo, nos amó todo el tiempo. Que ese pensamiento embelese sus corazones al cantar:

"Él me vio arruinado en la caída,
Y sin embargo me amó, a pesar de todo;
Él me salvó de mi condición perdida,
¡Su misericordia, oh, cuán grandiosa!"

Así fuimos los objetos del amor electivo de Cristo y de Su amor paciente.

¡Ay!, pero la dulzura para nosotros se dio cuando nos dimos cuenta del amor personal de Cristo, cuando al fin fuimos conducidos al pie de la cruz, confesando humildemente nuestros pecados. ¿Podría pedirles a quienes puedan hacerlo, que regresen a aquel feliz momento? Allí estaban al pie de la cruz, destrozados, pensando que no había esperanza para ustedes; pero alzaron su mirada al Cristo crucificado, y Sus benditas heridas comenzaron a derramar un flujo abundante de sangre preciosa sobre ustedes, y vieron que Él fue herido por sus rebeliones, que fue molido por sus pecados, y el castigo de su paz fue sobre Él y por Su llaga fueron ustedes curados. En ese preciso instante, sus pecados fueron todos quitados; vieron con una mirada de fe al Salvador sangrante, y cada mancha y estigma y mácula de su pecado fueron todas eliminadas, y su culpa fue perdonada para siempre.

Cuando experimentaron por primera vez el amor perdonador de Cristo, no creo insultarlos si les preguntara si no fue mejor que el vino. Oh, la dicha inefable, la bienaventuranza indescriptible que sintieron cuando Jesús les dijo: "¡Yo he llevado tus pecados sobre mi propio cuerpo en el madero, yo he soportado la gran carga de tus transgresiones, y las he eliminado como a una nube, y se han apartado de ti para siempre!" Ese fue un amor inconcebiblemente precioso; ante su simple memoria, nuestro corazón salta en nuestro interior, y nuestra alma magnifica al Señor.

Desde aquella feliz hora, hemos sido los objetos del amor aceptador de Cristo, pues hemos sido "aceptos en el Amado". Hemos tenido también el amor guiador de Cristo, y el amor proveedor, y el amor instructor. Su amor nos ha llegado en todo tipo de formas, y nos ha beneficiado y nos ha enriquecido. Y, amados, hemos tenido el amor santificador; se nos ha ayudado a luchar contra este pecado y contra aquel, y a vencerlos por la sangre del Cordero. El Espíritu de Dios nos ha sido otorgado de tal manera que hemos sido capacitados para someter esta pasión gobernante y dominar aquel poder maligno.

El Señor también nos ha dadoel amor sustentador cuando hemos estado bajo muy graves problemas. Algunos de nosotros podríamos contar muchas historias acerca del dulce amor sustentador de Cristo: lo hemos experimentado en la pobreza, o en el dolor corporal, o en la profunda depresión de espíritu, o bajo la cruel calumnia o el reproche. Su siniestra ha estado bajo nuestra cabeza mientras Su diestra nos abrazaba. Casi hemos cortejado al propio sufrimiento en razón de la riqueza de la consolación que los tiempos de sufrimiento han traído siempre con ellos. Él ha sido para nosotros un Cristo tan precioso, tan precioso, tan precioso, que no sabemos cómo hablar lo suficientemente bien de Su amado nombre.

Entonces reflexionemos avergonzados en el permanente amor de Cristo hacia nosotros. ¡Vamos, incluso desde que fuimos convertidos, le hemos afligido un incontable número de veces! Como ya les he recordado, hemos sido falsos frecuentemente con Él, no lo hemos amado con el amor que muy bien puede exigir de nosotros; sin embargo, Cristo nunca nos ha abandonado, sino que todavía hasta este momento nos sonríe, ya que somos Sus propios hermanos a quienes compró con sangre, y a cada uno de nosotros nos dice: "He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida. Te he desposado conmigo para siempre. No te desampararé, ni te dejaré." Él usa los términos más amables y cariñosos hacia nosotros para mostrarnos que Su amor no se apagará nunca. ¡Gloria sea dada a Su santo nombre por esto! ¿Acaso no es mejor Su amor que el vino?

Hay una palabra que no puedo pasar por alto, y es:el amor disciplinario de Cristo. Yo sé que muchos de ustedes que le pertenecen, se han dolido a menudo bajo Su mano castigadora, pero Cristo no los ha golpeado nunca en enojo. Siempre que ha colocado la cruz sobre las espaldas de ustedes, ha sido porque los ha amado tanto que no podía dejar de hacerlo. Él nunca les suprimió algún goce sin tener el propósito de aumentar el goce de ustedes, y siempre fue realizado por el bien de ustedes.

Tal vez no podamos decir en el presente que el amor disciplinario de Cristo haya sido siempre dulce para nosotros, pero lo diremos algún día, y yo pienso que debo decirlo ahora. Yo bendigo a mi amado Señor por todo lo que ha hecho por mí, y no podría decir todo lo que le debo al yunque, y al martillo, y al fuego y a la lima. Bendito sea Su nombre porque muchos de nosotros podemos decir: "Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra." Por tanto incluiremos el amor disciplinario de Cristo entre el resto de Sus amores, y diremos de él que: "este amor es también mejor que el vino." Preferimos las disciplinas de Dios que los placeres del mundo; preferimos la copa de Dios llena de hiel que la copa del diablo llena del más dulce vino que jamás haya producido. Preferimos la siniestra de Dios en vez de la diestra del mundo, y preferimos caminar con Dios en la oscuridad que caminar con el mundo en la luz. ¿Acaso no diría lo mismo cada cristiano?

Amados, hay otras formas del amor de Cristo que todavía habrán de manifestarse a ustedes. ¿Tiemblan algunas veces ante el pensamiento de morir? Oh, ustedes tendrán -y han de pensar en eso ahora- ustedes tendrán revelaciones especiales del amor de Cristo en sus últimos momentos. Entonces dirán, como el maestresala de las bodas de Caná: "Tú has reservado el buen vino hasta ahora." Yo creo que no tenemos la menor idea del consuelo que el Señor derrama en las almas de Su pueblo en sus últimos momentos. No necesitamos todavía esos consuelos, y no podríamos soportarlos ahora; pero están reservados, y cuando los necesitemos, estarán disponibles, y entonces nuestros espíritus descubrirán que la promesa del Señor es cumplida: "Como tus días serán tus fuerzas."

Y entonces -pero tal vez debería guardar silencio sobre un tema así- cuando el velo sea corrido, y el espíritu haya abandonado el cuerpo, ¿cuál será la bienaventuranza del amor de Cristo hacia los espíritus reunidos con Él en la gloria?

"¡Oh, ansío la bienaventuranza de volar,
Para reunirme con mi resucitado Señor!
¡Oh, ansío el tiempo de reposar
Para siempre a Sus pies!
"¡Oh, ansío la hora de ver
A mi Salvador cara a cara!
¡Y la esperanza de estar para siempre
En ese lugar de reunión!

O, como lo expresa el doctor Watts:

"Millones de años mis ojos extasiados
Admirarán Tus hermosuras;
Y por edades sin fin adoraré
Las glorias de Tu amor."

Luego piensen en el amor del día de nuestra resurrección, pues Cristo ama nuestros cuerpos lo mismo que nuestras almas; y estos cuerpos mortales se levantarán del sepulcro cubiertos de gloria. ¡Oh, la bienaventuranza de ser como nuestro Señor, y estar con Él, cuando venga en todo el esplendor de la Segunda Venida, sentados como asesores con Él para juzgar al mundo, y para juzgar incluso a los ángeles! ¡Y luego participar en Su triunfal procesión, cuando ascienda a Dios, y entregue el reino al Padre, y el sistema de Mediación sea concluido, y Dios sea todo en todo! Y luego estar eternamente, eternamente, eternamente, "eternamente con el Señor", ¡sin ningún miedo de que el alma muera, sin ningún temor de que la falsa doctrina de la aniquilación, como un torvo espectro, se atraviese alguna vez por nuestros sendero de bienaventuranza! Con una vida coetánea con la vida de Dios, y una inmortalidad divinamente concedida, viviremos más que el sol; y cuando la luna empalidezca y se desvanezca para siempre, y esta vieja tierra y todo lo que contiene sean quemados, nosotros todavía estaremos con Él para siempre.

Verdaderamente, mejor es Su amor que el vino; es la propia esencia del cielo; es mejor que cualquier cosa que podamos concebir. ¡Que Dios nos conceda un goce anticipado de los amores del cielo en la presente realización del amor de Jesús, que es el mismísimo amor, y por medio del cual el propio cielo vendrá a nosotros!

IV. Ahora debo dedicar sólo unos cuantos minutos a mi último punto, que es, EL AMOR DE CRISTO EN SINGULAR, un tema que proporciona material para media docena de sermones por lo menos. Miren al texto así: "Mejor es tu amor que el vino."

Piensen, primero, en el amor de Cristo en el racimo. Allí es donde el vino existe inicialmente. Hablamos de las uvas de ESCOL. Pero estas no son dignas de ser mencionadas en comparación con el amor de Jesucristo según es visto en la antigua eternidad, en el propósito de Dios, en el pacto de gracia, y después, en las promesas de la Palabra, y en las diferentes revelaciones de Cristo en los tipos y símbolos de la ley ceremonial. Allí yo veo el amor de Cristo en el racimo.

Cuando escucho a Dios amenazando a la serpiente, diciéndole que la simiente de la mujer heriría su cabeza, y cuando, más tarde, encuentro muchas profecías concernientes a Él, que es poderoso para salvar, veo el vino en el racimo, el amor de Cristo que realmente está allí, pero que no todavía no es disfrutado. ¡Qué deleite nos da incluso mirar el amor de Cristo en el racimo!

A continuación, miren al amor de Cristo en el canasto, pues las uvas han de ser recogidas, y echadas en el canasto, antes de que pueda hacerse el vino. Yo veo a Jesucristo viviendo aquí en la tierra entre los hijos de los hombres: recogidos, por decirlo así, procedentes de la sagrada vid, y que, como un racimo, son arrojados en la canasta.

¡Oh, el amor de Jesucristo en el pesebre de Belén, el amor de Jesús en el taller de Nazaret, el amor de Jesús en Su santo ministerio, el amor de Jesús en la tentación en el desierto, el amor de Jesús en Sus milagros, el amor de Jesús en Su comunión con Sus discípulos, el amor de Jesús soportando la vergüenza y el reproche por causa nuestra, el amor de Jesús siendo tan pobre que no tenía dónde recostar Su cabeza, el amor de Jesús soportando tal contradicción de pecadores contra Sí! No puedo esperar adentrarme en este grandioso tema; sólo puedo señalárselos a ustedes y proseguir.

Está, primero, el amor de Cristo en el racimo; y, en seguida, está el amor de Cristo en el canasto. Piensen en ello, y conforme lo piensen, digan: "Mejor es tu amor que el vino."

Pero, oh, si sus corazones poseyeran alguna ternura hacia Él, piensen en el amor de Cristo en el lagar. Véanlo allí, cuando el racimo de la canasta comienza a ser estrujado. ¡Oh, qué estrujamiento fue ese, bajo el pie del que pisoteaba las uvas, cuando Cristo sudó como grandes gotas de sangre, y cuán terriblemente la gran prensa bajaba una y otra vez cuando dio Su cuerpo a los heridores, y Sus mejillas a los que le mesaban la barba, y no escondió Su rostro de injurias y de esputos! Pero ¡oh, cómo brotó el rojo vino del lagar, qué fuentes había de su preciosa dulzura cuando Jesús fue clavado a la cruz, sufriendo en cuerpo, deprimido en espíritu, y abandonado por Su Dios! "Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?" Estos son los sonidos que provienen del lagar, ¡y cuán terribles y, sin embargo, cuán dulces son! Pónganse allí, y crean que todos sus pecados fueron llevados por Él, y que Él sufrió lo que ustedes debían haber sufrido, y, como Sustituto de ustedes, fue estrujado por ustedes.

"Él soportó, para que nunca tuvieras que soportarla,
La justa ira de Su Padre."

Sí, amados, el amor de Cristo en el lagar es mejor que el vino.

Ahora, quiero que piensen en el amor de Cristo en la botella, donde Su amor precioso es almacenado para Su pueblo; el amor de Sus promesas, dadas a ustedes; el amor de Su providencia, pues Él gobierna para ustedes; el amor de Su intercesión, pues Él suplica por ustedes; el amor de Su representación, pues Él está a la diestra del Padre como el Representante de Su pueblo; el amor de Su unión con Su pueblo, pues ustedes son uno con Él: Él es la cabeza, y ustedes son los miembros de Su cuerpo; el amor de todo lo que es, y todo lo que fue, y todo lo que será, pues en cada capacidad y bajo todas las circunstancias Él los ama, y los amará sin término. Piensen en Su rico amor, en Su abundante amor hacia Su pueblo; yo lo llamo amor en la botella, este amor Suyo para todos los santos que Él ha almacenado para ellos.

Y luego, amado hermano, no pienses sólo en el amor de Cristo en la copa, sino disfrútalo, y con esto quiero decir Su amor por ti. Siempre siento, cuando llego a este tópico, como si prefiriera sentarme, y pedirles que mediten al respecto, en vez de que intente hablarles acerca de ello; este tema pareciera silenciarme. Pienso, como el poeta:

"Ven, entonces, silencio expresivo, medita en Su alabanza."

¡Amor por mí! Amado hijo de Dios, piensa en esto de esta manera; permíteme hablar por ti: "¡Él me ama! ¡Él, un Rey, me ama! ¿Un Rey? ¡El Rey de reyes, ÉL me ama! ¡Dios, el Dios verdadero de Dios verdadero, me ama!" ¡Extraña conjunción es esta entre el Infinito y un gusano! Hemos oído y leído historias románticas de los amores de los emperadores por pobres doncellas aldeanas, pero ¿qué tal estos amores? Los gusanos nunca fueron levantados tan en alto sobre sus más insignificantes compañeros gusanos, como el Señor Jesús está sobre nosotros. Si un ángel amara a una hormiga, no habría tanta diferencia como la hay cuando Jehová-Jesús nos ama.

Sin embargo, no hay un hecho debajo del cielo, o en el cielo, que sea tan indisputable como este hecho: que Él nos ama si somos Su pueblo creyente. Para esto tenemos la declaración de la inspiración; es más, hermanos, tenemos incluso algo más que eso para confirmarlo más allá de toda duda, pues tenemos Su propia muerte en la cruz. Él firmó este documento con Su propia sangre, para que ningún creyente pudiera dudar jamás de su autenticidad. "En esto consiste el amor." "¡Mirad cuál amor" hay en la cruz! ¡Qué sorprendente amor hay allí! ¡Oh!, entonces, tengamos el amor de Cristo en la copa, el amor del que podemos beber diariamente, el amor del que podemos beber personalmente justo ahora en este instante, el amor que será todo nuestro, como si no hubiesen otras personas en el mundo, y, sin embargo, un amor en el que millones de millones tienen una igual participación con nosotros.

¡Que Dios los bendiga, queridos amigos, y les dé a beber de este vino! Y si hay algunos aquí que no conocen el amor de Jesucristo, ruego al Señor que los conduzca a conocerlo. Que renueve sus corazones, y les dé fe en Él, pues todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios. "El que en él cree, no es condenado." La palabra de Su grandioso Evangelio es: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." ¡Que el Señor confirme esta palabra por Su Espíritu, por nuestro Señor Jesucristo! Amén.


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