¿Desearía haber logrado más?

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Por Vaneetha Rendall Risner sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Livia Giselle Seidel


La vida de Juan el Bautista comenzó con gran promesa. Una proclamación angelical. Un llamado de Dios. Un ministerio próspero. Sin embargo, su vida terminó en una virtual oscuridad, solo, en una pequeña celda de prisión.

Juan no es lo que consideraríamos un éxito. Celebramos a las personas que empiezan desde cero y terminan con grandes logros. A menudo encontramos poco para admirar cuando sucede al revés. La mayoría de nosotros comienza con grandes expectativas para nuestras propias vidas. Queremos hacernos de renombre, tener una carrera profesional satisfactoria o formar una familia excepcional.

Cuando pasan los años y no hemos logrado lo que esperábamos, nos preguntamos qué tan buenas han sido nuestras vidas. Tenemos una sensación persistente de que de alguna manera no hemos estado a la altura.

Conozco ese sentimiento muy bien.

Contenido

Persiguiendo el éxito

Empecé queriéndolo todo. Quería hacerme de renombre en una carrera exitosa y a la vez ser una mujer como la de Proverbios 31 y formar una familia excepcional. Al principio, todo parecía posible.

Después de obtener mi MBA [grado de Maestría], sentí que estaba en la vía rápida hacia el éxito. Cuando unos años más tarde elegí ser madre y ama de casa, sentí el aguijón de la vergüenza cuando varios compañeros de clase se rieron de mis elecciones "admirables".

Luego concentré mis energías en hacer de nuestro hogar un lugar cálido y hospitalario, un lugar donde las personas se sintieran bienvenidas y cuidadas. Sin embargo, un diagnóstico de síndrome post-polio me obligó a dejar de usar mis brazos para cualquier cosa que no fuera mi cuidado personal, dejando poco espacio para la hospitalidad, y mucho menos para comidas caseras.

Aunque no podía servir físicamente a los demás, todavía me empeñé en formar una familia fuerte, tratando de ser una esposa y madre cuidadosa. Entonces, cuando mi esposo dejó a nuestra familia y luego solicitó el divorcio, quedé completamente devastada. No solo por mí, sino también por nuestras hijas. Batallaron con ira explosiva y con mucho dolor, intensificando aún más mi tristeza y vergüenza.

Me sentí como un fracaso absoluto. No solo no había podido cumplir con todos mis objetivos; no pude lograr ninguno de ellos.

No fuimos llamados al éxito

Las palabras de la Madre Teresa me dieron vida al considerar todas las formas en que yo no había estado a la altura. Me aferré a esta simple declaración y la he recordado durante toda mi vida: “Dios no me llamó a ser exitosa; Él me llamó a ser fiel ".

Juan el Bautista habría estado de acuerdo. Su venida estuvo marcada con gran anticipación. Tanto Isaías como Malaquías profetizaron acerca de aquel quien prepararía el camino para el Mesías (Isaías 40:3; Malaquías 3:1, LBLA). Incluso antes de que él naciera, el ángel Gabriel dijo que sería grande delante de Dios, sería lleno del Espíritu Santo aún desde el vientre de su madre, e iría delante de Él en el espíritu y el poder de Elías (Lucas 1:15-17).

Con proclamas como esa, ¿cómo podría Juan el Bautista no ser exitoso?

El último Gran Profeta

Al principio, Juan logró un gran éxito. De hecho, Juan predicó con gran poder, como Elías. Las multitudes acudieron a él en su corto ministerio público, que según los estudiosos pudo haber durado menos de un año. En ese breve tiempo, Juan llamó mucho la atención de los escribas y fariseos, quienes se sintieron amenazados por las personas que pensaban que Juan era el Mesías.

Juan fue el último de los profetas del antiguo pacto, tales como Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, quienes predijeron la venida de Cristo. Él era la “Voz del que clama en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor’” (Mateo 3:3). Pero Juan fue el único profeta que tuvo el privilegio de ver al Mesías en la carne. Juan incluso bautizó a Jesús, y vio al Espíritu descender sobre Él, y escuchó con sus propios oídos a Dios diciendo: "Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido" (Mateo 3:17).

Indudablemente, Juan habría estado entusiasmado con lo que Dios estaba haciendo. El tan esperado Mesías había venido, y Juan podría haber asumido que él, su heraldo, ministraría (y triunfaría) a su lado.

Es necesario que yo disminuya

Pero Juan fue encarcelado solo unos meses después de que Jesús comenzó su ministerio público. Juan no vio el cumplimiento de su ministerio; simplemente tuvo que confiar en que Dios estaba usando el trabajo de su vida.

Juan ejemplificó estas palabras del Padre Nuestro: "Venga tu reino, hágase tu voluntad" (Mateo 6:10). Juan no estaba enfocado en su propio reino; estaba enfocado en el reino de Dios. Él no trató de expandir su ministerio o influencia; estaba contento de ir a donde Dios lo había llamado. No se sentía menospreciado porque su popularidad estaba disminuyendo; se regocijó porque la fama de Cristo se estaba extendiendo. En todos los casos, Juan subordinó su ego y sus planes a los de Dios.

La vida de Juan siguió disminuyendo y desapareciendo. Una vez que Jesús emergió, las masas prestaron cada vez menos atención a Juan. Algunos de sus discípulos, como Andrés, lo dejaron para seguir a Jesús. Cuando su ministerio se superpuso con el de Jesús, los discípulos de Juan notaron: "Mira, Él está bautizando y todos van a Él" (Juan 3:26). La respuesta de Juan fue: "Este gozo mío se ha completado. Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya.” (Juan 3:29-30).

Fiel hasta la muerte

Desde una perspectiva mundana, Juan probablemente parecía un fracaso. Nunca fue próspero, y su ministerio se evaporó rápidamente. Ni siquiera tuvo una muerte gloriosa. Murió por capricho de una niña necia, su madre vengativa, y un rey malvado y débil.

Sin embargo, Juan el Bautista fue enormemente exitoso a los ojos de Dios. Juan había cumplido un propósito crucial en el reino, preparando fielmente el camino para Cristo. Él no vio el fruto de su ministerio. Muchos de nosotros nunca lo hacemos. Aún así, Jesús nos exhorta en Apocalipsis 2:10: "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida".

Jesús no tuvo más que alabanzas para Juan. Dijo que no había habido otro hombre mayor que Juan el Bautista hasta ese momento (Mateo 11:11). Pero la vida y el ministerio de Juan probablemente no fueron nada parecidos a lo que Juan imaginaba.

Siervo bueno y fiel

¿Su vida a veces se siente pequeña e insignificante? ¿Comenzó con grandes planes para su vida, pero ahora parece que ha hecho poco de lo que se propuso hacer? ¿Está juzgando su valía según los estándares del éxito mundano?

Si comenzó su carrera o su ministerio o su llamado lleno de promesas, pero éste no se desarrolló como usted lo planeó, anímese. Dios busca su fidelidad, no su éxito.

Recuerde lo que Dios valora. Él busca nuestros corazones —nuestra voluntad de ser utilizados por Él. ¿Podemos encontrar gozo cuando Dios nos usa, como Juan, incluso si parece que nuestra influencia y popularidad están disminuyendo? ¿Podemos encontrar nuestra valía solo en Cristo y recordar que nuestro objetivo en esta tierra es hacer que el nombre de Dios se vea grandioso y no el nuestro?

Desearía poder decir que he dejado de lado mi deseo de lucir exitosa a los ojos de otras personas, pero honestamente, todavía lucho con eso. Me cuesta ver el éxito como un punto de referencia y no como una bendición. Me cuesta compararme con personas que han logrado más que yo. Lucho con la necesidad de producir frutos medibles, incluso en el ministerio.

Sin embargo, cuando recuerdo que Dios me llama a ser fiel y no exitosa, me doy cuenta de lo mal ubicados que mis deseos pueden estar. No necesito compararme con los demás; necesito concentrarme en ser fiel en lo que Dios me ha llamado a hacer. Puedo aprender de Juan el Bautista y esperar mi recompensa, cuando escuche esas preciosas palabras, “Bien, siervo bueno y fiel… Entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21).


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